jueves, 29 de noviembre de 2012

49. ¿HAY BIBLIOTECAS SIN BIBLIOTECARIOS?

Con anterioridad he escrito que nuestra formación profesional parece estar diseñada para atarnos a una institución: La biblioteca. No obstante, hace unas horas estuve en una reunión en la Asociación Mexicana de Bibliotecarios y fue sorprendente la respuesta negativa que recibí de parte de mis colegas cuando afirmé que no hay bibliotecas sin bibliotecarios, o sea, que la biblioteca la hace el bibliotecario, y que si no hay bibliotecario entonces tenemos una colección de recursos, pero no una biblioteca.
En estos momentos, y luego de que han pasado algunas horas que me han permitido reflexionar sobre lo ocurrido, me doy cuenta de que mi estupor por la vehemencia con que mis colegas se manifestaron contra mis aseveraciones -sin permitirme continuar tratando este asunto- se debe a que se ha cosificado al bibliotecario. La impresión es parecida a la que me causó descubrir la imposibilidad de los bibliotecarios para definir la biblioteca, lo cual ocurrió durante una reunión que tuvimos hace unos años en San Luis Potosí para revisar la situación de la normativa biliotecaria en México.
Por este motivo, me parece muy pertinente problematizar este asunto y pensar un poco sobre la posibilidad de que haya bibliotecas sin bibliotecarios. Para ello, debemos preguntarnos quién es el bibliotecario y qué lo caracteriza como bibliotecario.
Al respecto, la historia nos muestra que mucho antes de que hubiera estudios profesionales para formar bibliotecarios se gestó en algunos pueblos la práctica de acumular soportes con información en sitios determinados, como un rasgo cultural diferenciador de esas sociedades y sobre todo de determinadas personas que ostentaban cierto poder. En este sentido, y como resultado de ese desarrollo cultural, llegaron a conformarse las bibliotecas, que vinieron a ser los repositorios de diversos objetos que se conjuntaban para adquirir una ventaja competitiva, esto es, que conferían determinado estatus y poder a sus poseedores, no por la sapiencia de los mismos, sino por el conocimiento que podían tener y recuperar, directa o indirectamente, para su propio beneficio.
La organización y administración de esos acervos antiguos generalmente se asignó a los estudiosos, quienes establecidos como bibliotecarios debieron ser capaces de atender sus responsabilidades, de responder a las consultas que les hacían sus patrones -los legítimos dueños de esas bibliotecas- y de asesorarlos. Esos bibliotecarios sabían muy bien que la reunión de los documentos podía aportar nuevos conocimientos, y por ello siempre estaban buscando adquirir otros materiales para incrementar sus colecciones, además de que impulsaron la realización de varios productos bibliotecarios para estar en posibilidad de brindar sus servicios y de eficientar el uso del acervo.
Con la proliferación y diversificación de las bibliotecas institucionales -varias de ellas más tarde destinadas a servir para la educación de las masas trabajadoras- los gobiernos nacionales buscaron ampliar de manera controlada la capacidad productiva y la calidad en sus economías. De este modo, se conformó una estratificación de las bibliotecas correspondiente a las jerarquías sociales establecidas:
  • Las bibliotecas públicas para las masas.
  • Las bibliotecas escolares para formar la masa trabajadora (en la escuela pública) y los cuadros sucesores de las élites (en la educación privada).
  • Las bibliotecas universitarias públicas para formar los cuadros profesionales con una marcada ideología de movilidad social, siempre queriendo imitar a las élites para no traicionarlas nunca, así como para sostener y continuar su legado.
  • Las bibliotecas universitarias privadas para continuar formando los cuadros sucesores de las élites.
  • Las bibliotecas especializadas, instaladas en los núcleos del desarrollo económico y por lo mismo dedicadas a servir a las élites de la economía.
  • La biblioteca nacional, destinada en un inicio a imitar el modelo francés en un intento de adquirir alta cultura y prestigio por simulación, pero que con el tiempo se ha convertido en un señalado anacronismo. En casi todos los países, la intelectualidad orgánica -en su ramal humanística- tiene presa esta biblioteca para justificar su razón de ser académica y porque ha descubierto el poder que encierra su acervo al investirlo como patrimonio de la nación.
Algunos ilusos piensan que los bibliotecarios son los que egresan de las escuelas de biblioteconomía. Otros, creen que los bibliotecarios son los que acuden a los congresos de bibliotecarios; o sea, si van a esos congresos es porque lo son, ¿no?
Unos más, saben que los bibliotecarios dedican varias horas de cada día hábil a estar en las bibliotecas, aunque no saben bien qué hacen. Aventuremos entonces que el bibliotecario es ese sujeto que está en la biblioteca y que puede sólo estar vigilando, o haciendo faenas de organización o cuidado del acervo, o brindando servicios a los usuarios.
Procedamos ahora en negativo y sustraigamos al bibliotecario de la biblioteca. ¿Qué queda? Va a continuación un escenario hipotético y no demasiado trágico.

Las autoridades deciden que ya no necesitan que haya un bibliotecario en su biblioteca.
El personal que hace el aseo abre la biblioteca cada día por órdenes de las autoridades, quienes mandan que vigilen la biblioteca. Sin embargo, este personal se niega a hacerlo porque esas son funciones del bibliotecario.
Los usuarios comienzan a llegar y preguntan por el bibliotecario, a lo que les responden que ya no habrá nadie para atenderlos y que la biblioteca será de autoservicio. Cuestionan cómo sacarán los libros en préstamo a domicilio, por lo que les presentan una máquina de autopréstamo. Asimismo, les informan que todos los libros tienen el sistema RFID, por lo que si alguien se llevara un libro sin registrarlo en el autopréstamo las autoridades se darían cuenta y lo sancionarían.
A los dos días, hay tal cantidad de libros acumulados en las mesas y el mostrador, además de una revoltura en los estantes, que las autoridades deciden enviar a algunas secretarias para acomodarlos en los libreros. Sin embargo, ellas se quejan y detienen el trabajo, pues no entienden la clasificación.
Las autoridades deciden hablar con su proveedor de los equipos y proponerle que les ayude a que su biblioteca funcione sin un bibliotecario. El proveedor hace un plan en el que cancela el uso del sistema de clasificación e instala un sistema automatizado desde el catálogo electrónico, donde al elegir el registro de un libro se activa una pistola de búsqueda tipo GPS que conduce al usuario al libro que busca.
Varios usuarios se quejan con las autoridades porque ya no hay nadie que les ayude con las búsquedas en bases de datos, para la elaboración de bibliografias, con la recuperación de los documentos y en el servicio de referencia y orientación. Las autoridades deciden que esos problemas se deben a la falta de un programa de alfabetización informacional efectiva, por lo que emprenden una reforma institucional e incorporan cursos en los diversos temas que deben dominar los sujetos para ser autosuficientes en la biblioteca.
Se compran más computadoras para el recinto y se amplía el acceso a la red. Para ello, se decide liberar espacio a través de un descarte de la colección de referencia y de la hemeroteca, pues según las autoridades únicamente son colecciones caras, voluminosas e inútiles, ya que todo lo que contienen debe estar en la Internet.
Los libros continúan acumulándose en las mesas, el mostrador y el piso, los estantes están semivacíos, pero no importa, pues se les puede encontrar con el sistema que instaló el proveedor. El mobiliario y el equipo muestran huellas de vandalismo, por lo que se decide instalar cámaras de seguridad y se estipulan sanciones para los infractores en el reglamento. Los usuarios aprenden a identificar los puntos ciegos del sistema de seguridad y siguen los actos ilícitos en la biblioteca.
Seis meses después, la biblioteca da muestras de gran deterioro y abandono. Los usuarios ya no van. Aunque se ha cuidado que los libros no se queden en las mesas, y menos aún en el piso, exhiben claras muestras de mutilación y abuso, manchas de alimentos, quemaduras de cigarro y otros daños. Desde tres meses antes, los usuarios se quejaban de que los libros que buscaban ya no se hallaban en la biblioteca, que nunca encontraban nada, que nadie estaba para ayudarlos, y que la biblioteca era un desastre.
Las autoridades descubrieron que había ocurrido un saqueo de un número indeterminado de libros, por lo que mandaron hacer un inventario que corroboró el delito y aportó una alarmante cantidad de pérdidas. Entonces, decidieron deshacerse de la biblioteca y utilizar su espacio para poner una sala de Internet con un responsable al frente. Su perfil debía ser de bibliotecario para asegurar el éxito en las búsquedas que hicieran los usuarios y para darles clases de alfabetización informacional.

Aunque pensemos que este relato es improbable que ocurra en la vida real, seguramente estaremos de acuerdo en que la realidad muchas veces supera la ficción. Empero, la duda permanece y por tal motivo le daremos cabida a este problema: El que los propios bibliotecarios crean que puede haber bibliotecas sin bibliotecarios. Es un problema tan espinoso que seguramente lo volveré a tratar más adelante.

miércoles, 24 de octubre de 2012

48. LA INFOPOBREZA

Hace tres años, en la entrega 4, comentamos algunos conceptos de infopobreza y nos preguntamos si había un sentido definido o meramente una moda tras el interés que suscitaba esta idea. En particular, nos  enfocamos someramente en la relación de la información con el sujeto pobre.
Una definición de infopobreza que nos pareció entonces interesante fue la proporcionada por el Instituto de Infopobreza del Colegio de Educación Continua de la Universidad de Oklahoma. Esa definición indica que con ese término se designa la falta de acceso a información básica que empoderaría a los individuos y las comunidades para que mejoraran sus circunstancias.
Luego encontramos que esta definición es compartida por Bellvis (2004), y con el tiempo notamos que en su redacción nos motivaba algunas interrogantes:
  • ¿Cómo es la falta de acceso a la información básica?
  • ¿Qué es la información básica y quién la define?
  • ¿Cómo empoderaría a los individuos y las comunidades?
  • ¿Cuáles circunstancias podrían mejorar con esa información básica?
Buscando las respuestas a estas preguntas, así como a las otras que planteamos en la referida entrega, pudimos conocer otras nociones de la infopobreza, que son las siguientes:
  • Falta de capacidad para identificar y analizar la información para utilizarla en las sociedades orientadas al mercado y así no ser excluido (Bellvis, 2004).
  • Percepción de una carencia de recursos de información que hablen de la visión propia del mundo (Chatman, 1996, citado por Lingel, 2012)).
  • Suspicacia de la información de los forasteros (Chatman, 1996, citado por Lingel, 2012).
  • Decepción de mantener un sentido de control en la vida diaria (Chatman, 1996, citado por Lingel, 2012).
  • Conjunto de dificultades para obtener información acerca de prácticas estigmatizadas, así como las normas comunitarias para compartir o no compartir esta información (Lingel, 2012).
  • Mundos de información de los grupos marginados (Lingel, 2012).
  • Problemas de información que se presentan a raíz de fallas o tensiones sociales, culturales y de intereses políticos, por lo que se produce la desalfabetización (Saldaña y Yamid, 2011).
  • Aparece como consecuencia de cambios en los proyectos educativos y pedagógicos, como también de desigualdades y luchas sociales que buscan el poder y la dominación (Saldaña y Yamid, 2011).
  • No participación de un discurso dominante excluyente basado en la saturación de información invasiva del sujeto (Saldaña y Yamid, 2011).
Lo primero que llamó nuestra atención fue que la infopobreza es un concepto ligado tenazmente al desarrollo de la sociedad capitalista, particularmente en su veta de capitalismo cognitivo, o sea, que está destinado a servir para crear el llamado capital intelectual de la sociedad.
Como subsidiaria a esta determinación y sentido que adquiere como parte del funcionamiento del mercado en la sociedad capitalista, la infopobreza es llevada a varios países como apéndice del concepto de “brecha digital”, de modo que se establece como un mandato universal que las sociedades se transformen en consumidoras de tecnología para su propio beneficio.
Siguiendo esta línea de reflexiones, y con más preguntas que respuestas, llegamos a concebir el modelo del sistema de infopobreza que se muestra en el siguiente gráfico, en donde podemos ver que hay dos factores que son determinantes en los individuos (incapacidad y conformidad) y tres factores de su entorno socio-cultural (la circulación de las comunicaciones, la alienación y la exclusión).
Este es un modelo negativo y cada uno de sus factores es un nodo que interactúa con los otros. Asimismo, cada factor reúne condiciones de la infopobreza que igual interactúan entre sí con un fin: Reproducir el sistema de la infopobreza.
Podríamos preguntarnos a quién sirve el sistema de la infopobreza que aquí mostramos, o si su mantenimiento responde a una suerte de entropía en la que debe terminar cualquier esfuerzo que realicemos para mejorar en materia de información. No faltará quien asegure que la finalidad del sistema de infopobreza es servir para el mantenimiento del poder y la dominación por parte de los capitalistas multinacionales. De cierto, este sistema existe para reproducirse a sí mismo, lo cual apunta a una historicidad y una dinámica cuyo funcionamiento está por conocerse.
Las bibliotecas estarían instaladas en este modelo como parte de la infoestructura, misma que es propensa a la exclusión por incompetencias o carencias. Dicho en otras palabras, podría ser que las bibliotecas se impusieran a la conformidad (o conformismo) de los individuos (quizá sus usuarios potenciales o usuarios) utilizando comunicaciones alienantes y provocando la confusión y la ignorancia. Esto lo pueden hacer las bibliotecas a través de las siguientes maneras de exclusión:
  1. Cuando no pretenden cambiar al sujeto para hacerlo alguien mejor y más capaz, sino que sólo promueven su conformidad.
  2. Cuando se limitan a adquirir y difundir las comunicaciones que circulan en el mercado.
  3. Cuando provocan la ignorancia del sujeto al no impulsar medios de acceso eficientes y efectivos a la información.
Se podría objetar que las bibliotecas hacen muchas cosas para los usuarios, e indicar por ejemplo la alfabetización informacional (ALFIN) como impugnación a la primera forma de exclusión. No obstante, las metas de acceso, evaluación y uso de la información que se propone la ALFIN se ven condicionadas por lo que indica la segunda forma de exclusión, además de que en sus planteamientos ha dejado fuera la práctica de la lectura por considerarla complementaria. De este modo, a través de la ALFIN las bibliotecas ayudan a los sujetos a aprender a usar determinadas estrategias y herramientas para poder actuar en el mundo de las comunicaciones que circulan en el mercado, pero dejando como un supuesto la capacidad lectora de esos mismos sujetos. ¿Qué puede resultar de todo esto entonces? La respuesta es que se reproduce el sistema de la infopobreza.
Sobre la tercera forma de exclusión, puede haber también reparos; por ejemplo, se pueden listar los instrumentos de acceso que tienen disponibles las bibliotecas para sus usuarios, como los catálogos, los índices, las bases de datos y otras elaboraciones similares. Empero, existen algunas evaluaciones de estos instrumentos que muestran una abrumadora mayoría de usuarios que busca información, no documentos. Sin embargo, la forma como están hechos los catálogos, los índices y las demás elaboraciones bibliotecarias realizadas más bien sirve para la búsqueda y recuperación de los recursos documentales, no para buscar la información –aunque algunos exalten la aproximación a la relevancia-, de modo que al final estos mismos instrumentos son percibidos como una barrera al acceso. ¿Por qué no han cambiado estos medios para hacer más eficiente y efectivo el acceso? Porque sirven para reproducir el sistema de la infopobreza.
No se piense que la biblioteca y los bibliotecarios quedan refundidos en la infoestructura, sino que participan y se manifestan con todas las condiciones del entorno socio-cultural, al mismo tiempo que los bibliotecarios pueden ser ejemplos de las condiciones individuales de este modelo.
Hemos notado que este prototipo del sistema es capaz de explicar muchas situaciones que vivimos en nuestros días, tales como la convergencia tecnológica, la brecha digital, Wikileaks, el ACTA, la creciente enajenación informativa de los estadounidenses, etc. De igual forma, con sorpresa notamos que la Iniciativa de Archivos Abiertos, las nociones de calidad de la información y de la información basada en la evidencia, así como el concepto de datos enlazados se basan en modelos positivos que ni remotamente se ocuparían de los temas que podemos abordar con el modelo de la infopobreza.
Son muchas las preguntas que se desprenden de este abordaje de la infopobreza, pues no deja de ser un problema complejo lo que se representa en este modelo. Por principio, tendríamos que estudiar más las nociones sobre la biblioteca que están manifestadas, y comprender con su ayuda por qué esta institución es lo que es y está como está. Precisamente, por la riqueza de asuntos y problemas que afloran en este caso, volveremos a considerar la infopobreza en otra ocasión.

Bibliografía

Bellvis, L. (2004). Basic income, information society and the info-poors. Paper for the Basic Income European Network 10th Congress, Barcelona, 19-20 September. Localizado: 22 oct. 2012. En: http://basicincome.org/bien/pdf/2004Bellvis.pdf.
Infopoverty Institute. (2005). Localizado: 24 mayo 2009. En: http://infopoverty.ou.edu.
Lingel, J. (2012). Keep it secret, keep it safe: Information poverty, information norms and stigma. Localizado: 22 oct. 2012. En: http://www.danah.org/papers/2012/EBM-InfoPoverty.pdf.
Saldaña Salazar, M., Yamid Pacazuca, E. (2011). ¿Qué es y porque se produce la infopobreza?. Foroactivo.com: Taller tecnologías. Localizado: 24 oct. 2012. En: http://tecnopolis.foro-colombia.net/t10-que-es-y-porque-se-produce-la-infopobreza-como-se-entiende-la-alfabetizacion-y-quienes-pueden-alfabetizarse-como-analiza-su-alfabetizacion-en-cuanto-a-las-tecnologias-como-analizan-esta-situacion-en-el-contexto-colombiano-que-implicaciones-ti.

lunes, 15 de octubre de 2012

47. LA BIBLIOTECA 2.0 Y EL CATÁLOGO SOCIAL

Este sábado tuve la oportunidad de escuchar la conferencia que presentaron Alicia García de León y Gabriela Piñeyro Bascou en las Jornadas Virtuales Iberoamericanas de Ciencias de la Información y la Documentación, misma que trató sobre la historia y los retos que tiene el catálogo, con especial interés en el rumbo que ha tomado por el enfoque Biblioteca 2.0.
Las autoras hicieron un repaso histórico del registro catalográfico en las bibliotecas, para arribar al enfoque Biblioteca 2.0 y enfatizar sus bondades para establecer un diálogo con los usuarios. Toda su exposición se limitó a tratar sobre las interfaces históricas, o sea, a indicar que el catálogo ha tenido forma de listados, de libro, de cajones con tarjetas en modalidad diccionario, hasta llegar a los catálogos automatizados para referirse al final de su charla a lo que ellas entienden como el desafío actual del catálogo en el entorno del enfoque Biblioteca 2.0, que no es otra cosa que pensar cuál debe ser la nueva interfaz que deberá utilizarse en el catálogo a partir de las nociones que plantea este enfoque.
Notemos que en la antigüedad los listados de volúmenes tenían el propósito de ser inventarios del haber en los repositorios, por lo que estos registros sirvieron primero para dos funciones:
  • Control de las unidades materiales que se tenían reunidas y resguardadas para servir a un fin determinado.
  • Medio de acceso para la búsqueda y recuperación de esas unidades materiales a través de los componentes de la descripción y/o por la instalación de algunos puntos de acceso.
Es de notar además que estos listados no siempre se consideraron necesarios, sino que debía darse al menos alguna de las siguientes circunstancias para motivar su realización:
  1. El tamaño de la colección.
  2. La diversidad de autores y temas.
  3. Las características del espacio que albergaba el repositorio.
  4. La naturaleza de las necesidades de información que debía atender la colección.
  5. Los requerimientos de llevar un control de las unidades materiales.
En la elaboración de esos listados confluían tecnologías (soportes, utensilios y fijadores de la escritura), aprendizajes (escritura y lectura) y la circunstancia que motivaba su realización (un requerimiento o una orden).
Con la clasificación de las colecciones, se definió a su vez una nueva función para el registro:
  • Vincular los elementos de la colección por una característica común: Un autor, una filiación, una medida de tamaño, un tema, un uso, etc.
De esta manera, la clasificación debía servir para dos fines: Discriminar las unidades materiales por la característica común elegida, así como distinguir y ubicar cada unidad material dentro del repositorio.
Llegados a este punto, tenemos que el registro-catálogo de la biblioteca debía atender requerimientos de control, de acceso y de vinculación. La historia de las interfases del registro-catálogo es una muestra de que fue creado para servir a estos tres requerimientos. De esta manera, si se presentaban las circunstancias para hacer el listado, el catálogo o alguna de sus otras formas -y éste se hacía-, era para controlar la colección, permitir la búsqueda y recuperación de la misma, y/o para vincular por alguna característica sus componentes. Estos tres requerimientos siguen siendo atendidos hasta hoy en los catálogos automatizados y en aquellos que fueron publicados y se encuentran disponibles en la Internet.
¿Qué ocurre cuando nos planteamos el requerimiento de la socialización participativa del registro? Esto es, que tal como dijeron ayer las conferencistas se establezca un diálogo con los usuarios a través del catálogo, o sea, convertirlo en lo que se llama un “catálogo social”.
Margaix Arnal (2007) define la Biblioteca 2.0 como “la aplicación de las tecnologías y la filosofía de la web 2.0 a las colecciones y los servicios bibliotecarios, tanto en un entorno virtual como real (p. 102)”.
Esquema de la Biblioteca 2.0
Según este autor (p. 96), los principios del enfoque web 2.0 –que es el sustento del enfoque Biblioteca 2.0- son los de “compartir, reutilizar, mejora continua, consideración del usuario como fuente de información, confianza, aprovechamiento de la inteligencia colectiva, etc.”. A esto agrega que “se ha pasado de hablar de.. [los usuarios] como consumidores de información a tratarlos en términos de carácter participativo en la elaboración y gestión de los contenidos (p. 100)”.
Algunos de los ejemplos que nos plantea Margaix Arnal para darnos una idea de lo que podría ser la Biblioteca 2.0 son YouTube, Flickr y Amazon, en donde las personas pueden opinar, etiquetar y compartir, entre otras acciones que se tienen previstas.
Es de notar que con anterioridad, en la entrada 16, habíamos tratado sobre el registro documental, y en la entrada 17 sobre la interfaz. Anotamos en la primera el problema de si el registro debe enfocarse en el documento o en los requerimientos del usuario, por lo que a primera vista pareciera que el catálogo social sería la solución que resolvería este asunto; pero no es así, pues lo que se propone es que el registro se siga enfocando en el documento, y que el usuario lo comparta, lo reutilice o lo mejore. Esto, por obvias razones, es confiar demasiado en que los usuarios actúen conforme se espera y, sobre todo, que lo hagan ajustados al mito del buen usuario que es tan común entre los bibliotecarios y que he referido en la entrada 15.
Asoman varios problemas que planteo ahora en forma de preguntas:
  • ¿Es legítimo el requerimiento de socializar de manera participativa el catálogo? ¿Por qué? ¿Para qué?
  • En caso de asumir el carácter social del catálogo, ¿el catalogador debe revisar las aportaciones de los usuarios? ¿Validarlas e incorporarlas al registro? ¿Quizá corregirlas? ¿Emprender cambios en su propio trabajo?
  • ¿Cómo se debe considerar la calidad de la información en el catálogo social? ¿Cómo prevenir y evitar los contenidos que sean basura?
  • ¿El catálogo social debe registrar documentos o información? ¿Quizá ambos?
  • ¿Cómo se debe considerar el modelo del espacio común de información (information commons, en inglés) en el catálogo social?
  • ¿Cómo se debe considerar el modelo FRBR en el catálogo social?
Estas son preguntas que no puede resolver la mera consideración de la interfaz –aunque deberían tomarse en cuenta para su diseño-, sino que necesitan una reflexión de nuestra parte sobre si se está atendiendo un requerimiento o si sólo se trata de una moda con sus propios mitos.
Desde el último tercio del siglo XIX, los bibliotecarios sabemos que para que algo funcione con los usuarios debemos decidir y actuar en materia de instrumentación (en particular sobre la reglamentación), promoción y formación de los usuarios. Si alguno de estos tres faltara, seguramente fracasaría lo que emprendiéramos.
Socializar no es una mala idea, pero precisamos saber para qué queremos hacerlo, y no sólo dejarnos arrastrar por una moda y darles carta de naturalidad a sus mitos. Sin embargo, el problema es complejo porque abundan los creyentes del enfoque Biblioteca 2.0 que están dispuestos a impulsar el concepto a pesar de cualquier crítica y con un futurismo que raya lo mesiánico. Se trata de un problema donde las interacciones están motivadas por múltiples intereses, deseos de notoriedad, espíritu de competencia mercantil y un toque de novedad. Es un problema actual y deberemos seguir considerándolo en nuestras futuras reflexiones.

Bibliografía

Margaix Arnal, D. (2007). Conceptos de web 2.0 y biblioteca 2.0: Origen, definiciones y retos para las bibliotecas actuales. El profesional de la información, 16(2), pp. 95-106.

sábado, 6 de octubre de 2012

46. LA CALIDAD Y LA DEMANDA EN LA BIBLIOTECA


A partir de la crisis económica de los años 80, las bibliotecas aceleraron el ensayo y la adopción de nuevas formas de administración para tratar de resolver sus problemas de organización, para racionalizar sus gastos, para aumentar su productividad y para mejorar la calidad de sus recursos y servicios.
Algunos señalamientos a las bibliotecas fueron ganando notoriedad en este tiempo, pues las organizaciones de adscripción se volvieron cada vez más exigentes de estadísticas e indicadores cuantitativos que les dieran certidumbre sobre el ejercicio del gasto que hacían, su utilidad, el uso de los recursos y sobre la cantidad de usuarios que se servían de las bibliotecas.
A partir de estas urgencias que debieron atender, se comenzó a manifestar un cambio en la concepción misma de las bibliotecas, pues paulatinamente se adoptó un lenguaje gerencial en su administración. De esta manera, conceptos referentes a los distintos tipos de objetivos, o la misión y la visión, arribaron a las bibliotecas, respectivamente, con los enfoques de la administración por objetivos o con la planeación estratégica.
Las metas, los indicadores y las modalidades presupuestales que se les asocian también sirvieron para acelerar la automatización de los procesos y servicios, pues el lenguaje y los conceptos correspondientes eran los mismos. La mentalidad de los bibliotecarios también empezó a cambiar, pues debían ser eficaces en sus resultados y, si además eran eficientes, podían recibir incentivos y/o apoyos.
La fiscalización, la supervisión, la auditoría y la evaluación también han ido ganando terreno, aunque a un paso más lento y siempre como imposiciones verticales desde arriba. Esto generalmente ocurre así porque en nuestra cultura la vigilancia no se percibe en positivo, sino que aún existe una manifiesta culpabilización que generalmente conlleva a reprimendas para quienes resultan señalados por incurrir en fallas o desviaciones de las normas.
Un tema harto debatible en las bibliotecas es la vieja discusión que trata sobre el balance entre la calidad y la demanda. Así, antes se decía que las bibliotecas eran responsables de dar lo mejor a los usuarios, tanto en sus recursos como en sus servicios. En este sentido, la opinión del usuario se podía considerar, pero siempre que fuera calificada como opinión autorizada o de determinada calidad, generalmente por provenir de alguien notable.
Lo que demandaba el común de los usuarios pasaba a segundo término, pues ellos no sabían lo que les convenía, sino que los bibliotecarios estaban para guiarles. Incluso en la noción del “bibliotecario de servicio” que propuso Shera (como opuesto al “bibliotecario erudito”) encontramos esta idea de la superioridad del juicio del bibliotecario que busca la calidad en la biblioteca con respecto a las demandas de los usuarios.
No obstante, desde hace casi tres lustros se ha ido posicionando el enfoque administrativo mercantilista, mismo que ha impactado las organizaciones y sus bibliotecas impulsando las ideas sobre la preeminencia que se debe dar al usuario al tomar las decisiones y al emprender cualquier tipo de acción. De este modo, el eslogan de que “el cliente tiene la razón” se ha extendido a las bibliotecas en formas que incluyen la confusión, el laissez-faire e incluso la simulación más descarada.
Presos de la desesperación por subirnos al carro de lo clientelar, hemos arribado a la alteración de las estadísticas de asistencia, al estrés causado por la preocupación debido a que no van los usuarios a la biblioteca, a la imposición de la alfabetización informacional como un tour de force que nos permita reportar algo, a la cada vez mayor simplificación de los reglamentos, a la falta de argumentos para decidir incluso muchas de las cosas más simples,… también hemos llegado al inmovilismo, a la parálisis y al embotamiento.
Los bibliotecarios no quieren cambiar, pero deben cambiar en la forma como perciben y tratan a los usuarios, no sólo dejarlos hacer, no sólo quedarse callados cuando alguien dice un sinsentido o un error. Se requiere retomar el debate sobre el balance entre la calidad de la biblioteca y las demandas de los usuarios, de las autoridades o de los gurús de la gestión. Hay bibliotecarios que han logrado jugar con este balance, por lo que se precisa saber cómo lo hacen.
Todo esto apunta a un problema complejo que involucra a la biblioteca –la actual y la histórica-, a los bibliotecarios, a las organizaciones de adscripción y a las ideologías que circulan dentro y fuera de las bibliotecas. Es un problema apasionante, y por eso lo volveremos a considerar.

martes, 14 de agosto de 2012

45. EL PROBLEMA DE RANGANATHAN

A Christian Ordóñez Bueno.
Los bibliotecarios enfrentan problemas de diversa índole con mucha frecuencia. Sin embargo, sólo algunos de estos bibliotecarios están dispuestos a darse cuenta de la existencia de esos problemas; unos más logran superar el pasmo y la sorpresa que ocasiona su descubrimiento; otros son capaces de superar el inmovilismo y la desesperación que son frecuentes en muchas bibliotecas; y sólo unos pocos se atreven a buscar y/o crear soluciones para esos problemas.
Hubo una vez un hindú que encontró condiciones propicias y apoyos para formarse como bibliotecario y ejercer como tal en una biblioteca universitaria de su país. Es importante aclarar que su preparación se dio dentro y fuera de la India, que entonces era un país colonizado por la corona británica.
Cartel de la MLA.
Este bibliotecario fue Shiyali (o Sirkali) Ramamrita Ranganathan (1892-1972), quien pasó a la historia bibliotecaria por sus Cinco leyes de la biblioteconomía, que fue su primera aportación publicada en 1931 en Madrás.
Es de notar que las Cinco leyes sirvieron a Ranganathan para resolver el problema de la carencia de un cuerpo de principios normativos que sirvieran para relacionar de manera integral todos los sectores de la práctica bibliotecaria. En este sentido, él había notado que las líneas de desarrollo en los distintos sectores de la práctica bibliotecaria se encontraban desvinculadas, de modo que un catalogador muchas veces no sabía sobre lo que ocurría en el área de adquisiciones, en el área de servicios al público, etc. Incluso, había observado esta desvinculación entre los integrantes de un mismo sector o área.
Esta situación de varias prácticas bibliotecarias independentes y en funcionamiento simultáneo volvía incierto e impredecible cualquier posible desarrollo futuro, generando así problemas para la planeación, la evaluación y el desarrollo bibliotecario (Ranganathan, 1957, pp. 19-20).
Este es un problema muy complejo y fue abordado por Ranganathan a través de la revisión y confrontación de la filosofía de la biblioteconomía -vigente en los años 20 del siglo pasado- con los principios védicos. Dado que él era un creyente en el destino, se fijó en el principio védico "siempre llegando a ser, siempre nuevo", que implicaba un crecimiento continuo de las personas y las instituciones a la luz de los cambios sociales y científícos (Ranganathan, 1992, p. 306).
Con estas ideas, concibió la necesidad de poner los libros a disposición para elevar el nivel de educación de su país, en particular a través de la formación de personas autodidactas. Las bibliotecas debían ser llamadas a cumplir esta tarea, pero para ello requerían tener un cuerpo integrado de principios que condujeran su administración, lo cual, luego de muchas elucubraciones, le llevó a concebir en 1928 los siguientes principios normativos conocidos como las Cinco leyes de la biblioteconomía:
1. Los libros son para usarlos.
2. A cada lector su libro.
3. A cada libro su lector.
4. Se debe cuidar el tiempo del lector.
5. La biblioteca es un organismo en crecimiento.
Estos cinco enunciados, a pesar de las variaciones en su transcripción o su traducción, vienen a ser el punto de partida del que se deben deducir todo los elementos de la administración de la biblioteca. En la obra de Ranganathan (1957) se exponen varias deducciones posibles; así tenemos, por ejemplo, que la biblioteca debe asegurar que ninguna persona -sea un usuario, un bibliotecario o alguien más- se apropie de los libros impidiendo que se cumpla la primera ley: LOS LIBROS SON PARA USARLOS. A partir de este concepto, deben operar en conjunto la disposición física de los libros, el mobiliario y los equipos usados, el reglamento, los controles, el sistema de préstamo, los bibliotecarios encargados y todos los demás componentes de la biblioteca.
La utilidad y vigencia de esta aportación teórica ha sido revisada, entre otros, por Lancaster (1996) y Bailey-Dillon (2011). Es así que la evaluación de la biblioteca puede realizarse a través de la guía de las Cinco leyes, pues las mismas proporcionan una declaración de los objetivos generales que deben perseguir los servicios (Lancaster, 1996, p. 27).
Por su parte, Bailey-Dillon (2011) considera también el valor que como guía tienen las Cinco leyes, principalmente porque contienen todo lo que debe haber en un buen plan de negocio: El producto, el cliente, la mercadotecnia, así como los elementos de eficiencia y crecimiento.
No obstante, el problema que se propuso resolver Ranganathan sigue vigente sin que ello menoscabe el valor de su aportación. Tenemos entonces que la desvinculación de las áreas de la práctica bibliotecaria, y de las disciplinas que corresponden a la biblioteconomía, parece ser aún un importante escollo para los bibliotecarios. Quizá esto se deba a que, como escribió Berwick Sayers en la introducción al libro de las Cinco leyes, "la psicología de la gente varía, y se deben hacer variantes en la práctica bibliotecaria para atender este hecho" (Ranganathan, 1957, p. 15-16).
Para evidenciar la actualidad de este problema tenemos el siguiente cuestionamiento como ejemplo: ¿Será que la evolución de las RCA2 a las RDA resuelva algo? ¿Cómo impactará los servicios bibliotecarios y de información? De cierto, la sustentación que se da a este cambio en las cuatro tareas del usuario (encontrar, identificar, seleccionar y obtener) parece ser muy escueta cuando la miramos desde la óptica de los servicios.
En estos y otros casos es en donde vemos que el problema que Ranganathan resolvió para la India sigue como un expediente abierto para quien desee atenderlo. Es tan interesante, tan amplio y tan complejo este problema, que deberemos seguir tratándolo en otro momento.

Bibliografía

Bailey-Dillon, M. (2011). Ranganathan's five laws and the modern library. Localizado: 10 ago. 2012. En: http://www.mollybdillon.com/wp-content/uploads/2011/12/Ranganathans-Five-Laws-and-the-Modern-Library.pdf
Lancaster, F.W. (1996). Evaluación de la biblioteca. Madrid: ANABAD.
Ranganathan, S.R. (1957). The five laws of library science. 2nd ed. Madras: The Madras Library Association. London: Blunt and Sons.
Ranganathan, S.R. (1992). A librarian looks back: An autobiography of Dr. S.R. Ranganathan. New Delhi: ABC Publishing House.

sábado, 21 de julio de 2012

44. LA BIBLIOTECA FRENTE A LA ALTERIDAD

Como resultado de un involucramiento cada vez mayor del bibliotecario en los procesos de la biblioteca, es común que se genere un fenómeno que en la administración se nombra "territorialización", mismo que consiste en demarcar el ámbito que es facultativo del bibliotecario. Esto es, el bibliotecario se percibe a sí mismo como el único que sabe y comprende lo que se hace -o lo que ocurre- dentro de la biblioteca, y que lo puede explicar a otros en razón de los procedimientos o los reglamentos que se aplican para el bueno gobierno de la institución.
Desde su territorio, el bibliotecario tiene que frecuentar personas ajenas a la administración, los procesos o los servicios de la biblioteca, como son los autoridades inmediatas dentro de la organización de adscripción -a veces, también con autoridades externas que llegan como invitadas-, con vendedores o editores de diversos productos o servicios que adquiere o consume la biblioteca, y con los usuarios potenciales o los usuarios de la biblioteca.
En el horizonte del bibliotecario, se deben mantener vínculos diferenciados con cada uno de los integrantes de estas tres categorías, lo cual determina que los considere de modos diversos. Es así que el bibliotecario concibe a los otros como distintos -no son bibliotecarios- y se dirige a ellos conforme los roles que tienen asignados:
1. Con las autoridades, le correponde atender asuntos del presupuesto, de permisos y de trámites para el manejo de los recursos.
2. Con los proveedores, trata sobre las adquisiciones, las suscripciones y los servicios que requiere la biblioteca.
3. Con los usuarios, escucha sus demandas y les brinda los servicios previstos en el reglamento y los procedimientos. A la vez, con los usuarios potenciales hace difusión de la biblioteca, así como actividades de desarrollo de habilidades o competencias informacionales.
En la siguiente gráfica podemos apreciar a los otros percibidos desde la biblioteca. Es de notar que hemos agregado al no-usuario, el cual habíamos definido en una entrada anterior (la número 15), pero que aquí es interpretado por el bibliotecario como una suerte de usuario potencial que no hace uso de la biblioteca.
Percepciones bibliotecarias de la alteridad.
Es de advertir que existen estudios sobre las relaciones entre los bibliotecarios y los usuarios, y en menor medida se han investigado las relaciones de los bibliotecarios y las autoridades, o las que mantienen los bibliotecarios con los proveedores. Estos estudios apuntan a problemas de interrelaciones que se han pretendido explicar con base en las teorías de la comunicación, la psicología, la política, la sociología o la antropología.
Al respecto de los usuarios potenciales o los usuarios, se han buscado acercamientos por diversos medios, lo cual ha puesto en evidencia que la noción corriente de los servicios está más orientada a facilitar la circulación del acervo o a justificar el uso de la biblioteca a través de las estadísticas. O sea, que la manera de concebir al usuario es como el otro que debe:
A) Educarse en el empleo de la biblioteca.
B) Entrar a la biblioteca y usar sus recursos, conforme lo prescrito en el reglamento y los procedimientos.
C) Pedir orientación y referencia, conforme lo prescrito en el reglamento y los procedimientos.
D) Informarse sobre asuntos que deba saber de la biblioteca.
E) Cumplir las sanciones que le imponga la biblioteca por haber incurrido en un error, conforme lo prescrito en el reglamento y los procedimientos.
Cualquier conducta del usuario que se aleje de esta concepción es probable que se considere reprobable e inaceptable por parte del bibliotecario. No obstante, debido a nuevos conceptos teóricos (ciudadano informado, ALFIN, usabilidad) o por la implementación del enfoque de calidad en los procesos, de acuerdo a la norma ISO 9001:2008, se están desbaratando lentamente muchas de las ideas que soportan tal statu quo.
Con respecto a las autoridades y los proveedores no parece haber mucha más reflexión, lo cual viene a abonar este interesante problema sobre las maneras como concebimos a los otros los bibliotecarios. ¿Cómo se caracterizan estas ideas del otro? ¿Son necesarias para mantener los distintos equilibrios que componen la biblioteca? ¿Pueden cambiarse estas concepciones y las prácticas de trato que les son subsidiarias? De tan importante y complejo que es este problema, lo seguiremos tratando en otras entregas.

sábado, 23 de junio de 2012

43. ADMINISTRACIÓN Y GOBERNANZA

En inglés, se tienen dos conceptos que sirven para distinguir entre la administración y la gobernanza de la biblioteca (library governance, en inglés).
La primera noción hace referencia a la administración, la gestión o el gobierno de la biblioteca, considerando todos los asuntos del manejo y la conducción de los recursos, los procesos y los servicios. Es de notar que las actividades a las que hace alusión esta primera acepción abarcan el manejo espontáneo, planificado o mixto de todo lo que se encuentra dentro de la biblioteca, además del trato con los funcionarios de la organización a la que está adscrita para asegurar los insumos que requiere para su operación, mantenimiento y desarrollo.
La gobernanza de la biblioteca está más enfocada al entorno que la rodea, mismo que con frecuencia requiere que la biblioteca defina o acepte responsabilidades sociales o institucionales, como un mayor involucramiento en el desarrollo económico, en la educación, en la investigación, en la difusión, en el desarrollo cultural, etc. Asimismo, cae en el ámbito de la gobernanza el requerimiento a la biblioteca para que se someta a una contabilidad externa de su ejecución, y para que los bibliotecarios participen en el diseño e instrumentación de las políticas de lectura, de formación de competencias, de información, y de organización y socialización del conocimiento.
Son tesis de la gobernanza bibliotecaria la participación de varias organizaciones o individuos en asuntos de la biblioteca que son de su interés; los temas de políticas bibliotecarias, de información, de conocimiento, etc.; el financiamiento de las bibliotecas, sus programas y servicios; la promoción del sano equilibrio en lo que tiene que ver con la participación social o institucional de las bibliotecas; la supervisión y el control de los programas y proyectos de la biblioteca, así como otros más.
En nuestro medio, los bibliotecarios latinoamericanos aprendemos en nuestras escuelas algo de administración y nada de gobernanza. Es así que todo lo que tiene que ver con materias de la gobernanza de la biblioteca, como son los asuntos de la negociación política (advocacy, en inglés), de la sustentabilidad (o sostenibilidad, en español; sustainability, en inglés) y del financiamiento (funding, en inglés), son terra ignota para la mayoría de nosotros.
Aparte de los problemas que ocasionan estas carencias en la formación bibliotecaria, el tema de la gobernanza no es atendido en la literatura en español, como si no existiera esta parte de la vida de las bibliotecas. En México, incluso podríamos aseverar que no se quieren abordar ni interesan este tipo de cuestiones, pues aún predomina una visión patriarcal en materia bibliotecaria, de modo que los bibliotecarios esperan que todo lo que requiere la biblioteca lo aporte la organización de adscripción, sea una empresa, una institución o el gobierno. Asimismo, se asume que los requerimientos de negociación política, sustentabilidad y financiamiento no deben ser de incumbencia directa del bibliotecario, sino que este sólo puede participar como coadyuvante y/o asesor.
No obstante, tanto la administración como la gobernanza son dos discursos entrelazados que atañen por igual a la biblioteca y que deberían ser de su principal interés, aún más en estos momentos en que esta institución es percibida a veces como un apéndice accesorio de la estructura social o institucional, que bien puede sustituirse por la Internet.
Tenemos así que la administración, la gobernanza y las interrelaciones entre ambas son temas de gran interés, pero también notamos que su comprensión y dominio son problemas que tienen que enfrentar las bibliotecas y los bibliotecarios. Los asuntos que abarcan son diversos y de ahí que los problemas que se tienen que atender vayan desde la exploración y el reconocimiento de las situaciones, la formación de bibliotecarios, la identificación de casos y la socialización dirigida hacia la transformación de las bibliotecas en instituciones más comprometidas con sus comunidades. Son tan interesantes los problemas que estos abordajes apuntan, que deberemos seguir tratándolos en otra ocasión.