sábado, 3 de octubre de 2009

8. SOBRE LA IDENTIFICACIÓN DE LAS NECESIDADES DE INFORMACIÓN Y CONOCIMIENTO

Hace cosa de dos semanas, un entusiasta grupo de cinco personas interesadas en desarrollar un proyecto tecnológico de biblioteca digital para un pueblo indígena mexicano fuimos a hacer una práctica de campo en asentamientos humanos del sureste de nuestro país, en el estado de Yucatán. Nuestra intención era levantar información para hacer una propuesta de instrumentos que se quiere utilizar para realizar un diagnóstico, que luego sirva para el diseño de nuestro proyecto.
Además de que no dominamos la lengua indígena maya del territorio al cual entramos, nos encontramos varias barreras debidas a nuestros referentes de vida, por el lenguaje que utilizábamos (a veces demasiado formal o académico) y por nuestros prejuicios, con los que tuvimos que lidiar en todo momento para atenuarlos.
Los indígenas mayas con los que tratamos están bastante occidentalizados, aunque aún siguen tradiciones y tienen costumbres que los distinguen de la población mestiza y blanca que incursiona en su territorio o que se encuentra en otros poblados circundantes.
En todas las intervenciones que hicimos en Valladolid, Chemax y Sisbicchén, y en las que tratamos con mayas, pudimos ver que estas personas manejan su lengua materna en todos los aspectos de su vida cotidiana, particularmente en el ámbito privado. Sin embargo, también notamos y escuchamos, con algo de preocupación, que les avergüenza hablar en maya en algunos ámbitos públicos, y que tienen la misma emoción por no dominar bien el español. La vergüenza también está presente en sus consideraciones sobre su propio idioma, pues piensan que el inglés y el español gozan de mayor prestigio para poder incursionar en el mercado laboral, en las actividades comerciales, y para desempeñarse en la vida diaria, incluso dentro de sus poblados. Un cuarto ejemplo de la vergüenza lo encontramos en los comentarios que nos hicieron sobre el uso de neologismos del español en la lengua maya, por ejemplo, para hacer cuentas a la hora de cobrar en una tienda, o incluso cuando existe una palabra en maya, pero se prefiere utilizar su traducción al español: i.e., para decir “tienes problema” en maya lo enuncian como “yam problema”.
La mayoría de la población maya no sabe escribir en su lengua, pues aunque muchos niños y jóvenes cursan la educación primaria bilingüe, cuando llegan a la escuela secundaria se les obliga a no volver a utilizar su propio idioma, lo cual deviene en un gran choque para ellos, pues se habían acostumbrado a una forma de educación que los introducía paulatinamente al español, respetaba su propia lengua e incluso la usaba para darles las explicaciones de lo que no entendían en español durante las clases.
Con una lengua que cuando se expresa oralmente puede producir vergüenza, y cuando se escribe no puede ser leída, es difícil emprender un proyecto como el que nos proponemos, pues las necesidades de información y conocimiento de los usuarios potenciales deben expresarse por algún medio lingüístico.
A pesar de esto, encontramos mayas que nos hicieron notar la importancia de que en nuestro proyecto valoremos la comunicación oral, más que la escrita. Asimismo nos indicaron su necesidad de conocer y dominar el español y el inglés, y también para que puedan conocer más sobre la cultura e historia mayas y tengan elementos para dotar de contenido los productos artesanales que venden (y así darlos a un mejor precio), para poder rescatar los conocimientos que se están perdiendo (por ejemplo, de los ancianos sabios, o j-meno’ob), para poder encontrar trabajo, para poder vender sus productos, para aprender viejas y nuevas prácticas y conocimientos que les sirvan para su vida, o para que satisfagan su gran curiosidad.
En Valladolid, conocí a una chica maya que venía de Kanxoc, un pueblo que se encuentra a 11 kilómetros, con quien pude platicar y construir juntos el siguiente juego de palabras: “Ak’” (=“tortuga”), “ek’” (=“estrella”), “ik’” (=”aire”), “ok’” (=”pie”) y “uk’” (=”piojo”). Esta joven se llama Blanca y ganó un premio estatal en el año 2000 por un relato que escribió en maya, cuando salía de la primaria bilingüe. Describió el llamado “baile del cochino” en tres páginas y le avisaron que había ganado tres mil pesos y un diploma, que fue a recoger a la capital del estado cuando ya estaba estudiando en la escuela secundaria, donde le prohibían hablar en maya.
Blanca terminó la secundaria y no pudo seguir estudiando, pues su familia no tenía el dinero para apoyarla. Además, en este mundo, las mujeres se deben casar entre los 15 y los 20 años, pues si no lo hacen se “quedan a vestir santos” y nadie las quiere. Blanca debe tener 21 años ahora, ha olvidado mucho de la escritura en lengua maya y trabaja con unos familiares en Valladolid, donde parece que su tía la quiere apoyar para que siga estudiando, pues es muy lista con la computadora y la Internet. Esta es una historia venturosa, pues la hermana mayor de Blanca, una chica con un problema físico en la columna vertebral, está destinada a vivir soltera atendiendo la cocina, a pesar de que se nota más inteligente que su hermana menor.
Estas dos señoritas tienen una curiosidad insaciable, pues escuchan a las tres de la tarde las noticias en maya de Radio Candela, buscan lo poco que hay en televisión en maya (noticias culturales en la TV estatal) y Blanca me dijo, en voz baja, que había comprado en su pueblo una vida de Jesucristo en maya con un vendedor de vídeo pirata. Esto nos habla de una carencia de infraestructura para atender a esta población, en tanto que la misma busca información y conocimientos adecuados a sus requerimientos y posibilidades. Asimismo, manifiesta una gran necesidad de esta gente por aprender y capacitarse.
A partir de esta experiencia, estamos revisando, criticando y rehaciendo los instrumentos que habíamos elaborado previamente, mismos que ahora vemos con otra óptica. También nos interesa mucho aprender de este pueblo indígena todo lo que podamos sobre la atención que debe darse a estas comunidades en materia de información y conocimiento, con el ánimo de tener más elementos para las intervenciones que haremos como parte de nuestro proyecto.
Antes de esta experiencia, pensaba que las necesidades de información sólo debían manifestarse como demandas, esto es, como expresiones que explícitamente, aunque a veces no de modo correcto, nos presentan los usuarios a los bibliotecarios. Sin embargo, ahora noto que las necesidades de información son un sub-sistema del sistema social. Dicho de otra manera, no podemos ver las necesidades de información de una comunidad como la mera suma de las necesidades de información que plantean los sujetos que la conforman, sino que están compuestas por lo que uno requiere, pero otro no; lo que uno demanda, pero otro no ha pensado; lo que uno más carece, aunque otro lo tenga, quizá en abundancia. Los requisitos, las demandas y las carencias son todas necesidades de información, que interactúan en la medida en que a la vez que se manifiesten algunas necesidades, los que no las tengan puedan ayudar a los que las hayan expresado; en este sentido, las bibliotecas son los lugares donde se institucionaliza la manifestación y la atención de estas necesidades.
Las interacciones de este sub-sistema definen el sistema de necesidades de información y conocimiento de las comunidades. En particular, esta noción es de interés para nuestro proyecto en la medida del carácter participativo que deseamos darle a nuestras intervenciones. Sin embargo, aún falta desarrollar esta idea y, aún más importante, probarla con nuestros usuarios potenciales. Como podemos avizorar, tenemos mucho camino por andar en los sac be’ (=“camino blanco”) mayas.

Nota
La práctica de campo que aquí se menciona se realizó por medio de observaciones y entrevistas en Mérida, Valladolid, Chemax y Sisbicchén, en el estado de Yucatán, México, los días 15 a 21 de septiembre del presente año.

miércoles, 22 de julio de 2009

7. SOBRE LOS FILTROS IMPUESTOS A LA INFORMACIÓN Y EL CONOCIMIENTO

Estoy leyendo ahora un interesante libro de Fernando Báez sobre la destrucción de los libros en la historia de los pueblos. Aunque este texto tiene algunos errores, es muy impresionante enterarse de los avatares que han afectado la información y el conocimiento a lo largo de los siglos, por el afán de imponerles filtros.
Según este autor, “el libro no es destruido como objeto físico sino como vínculo de memoria” (Báez; p. 22). Al respecto, viene al caso recordar la distinción que hizo Debray entre “comunicación” y “transmisión” indicando que el primero significa un traslado físico de información, en tanto que el segundo alude a la transmisión social de conocimientos (Debray; p. 22).
Es interesante también notar la personalidad del individuo o el grupo que promueve la destrucción de los libros (Báez; pp. 22-25):
+ Interés por una totalidad sin cortapisas, cuyos signos son la tentación colectivista, el clasismo, la formación de utopías milenaristas y el despotismo preciso, burocrático y servilista.
+ Elevado sentido creativo, con un fervor extremista apriorístico que asigna una condición categórica al contenido de una obra.
+ Es dogmático, porque se aferra a una concepción del mundo uniforme, irrefutable, un absoluto de naturaleza autárquica, autofundante, autosuficiente, infinita, atemporal, simple y expresada como pura actualidad no corruptible.
+ Cuanto más culto es un pueblo o un hombre, más dispuesto está a eliminar libros bajo la presión de mitos apocalípticos.
Unos datos más de Báez nos servirán como otras premisas en esta reflexión (Báez; p. 25):
* El 60% de los volúmenes desaparece debido a destrucción voluntaria.
* El restante 40% puede imputarse a factores heterogéneos, entre los que sobresalen los desastres naturales, los accidentes, la acción de insectos y otros animales, los cambios culturales y a causa de los materiales de fabricación de los libros.
* Una parte de ese 40% de libros también se pierde por no haberse publicado, por ser ediciones privadas o por descuidos.
En el Diccionario de la lengua española encontramos que la tercera acepción de “filtro” dice que se refiere a un “sistema de selección en un proceso según criterios previamente establecidos”. Un “sistema” es, en su primera acepción, un “conjunto de reglas o principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí”. De esta manera, tenemos que el filtro sería el conjunto de reglas o principios de selección racionalmente enlazados entre sí en un proceso; los criterios serían esas reglas o principios, que deben establecerse previamente.
En estos términos, lo indicado por Báez para la mayoría de los casos puede entenderse de la siguiente manera: La destrucción de libros rompe las posibilidades de transmisión de los conocimientos por la imposición de un proceso en el que se enlazan racionalmente reglas o principios de selección. De esta manera, las reglas o principios que se sigan pueden ser determinantes para decidir sobre la permanencia o la desaparición de esa información y esos conocimientos. Asimismo, la personalidad del destructor de libros, que es quien aplica esas reglas o principios, puede presentarse en todo tipo de sociedades, como indica el mismo autor (Báez; p. 23).
En el pasado encontramos que la imposición de una lengua o el cambio de una tecnología fueron causas de pérdidas de libros. De esta manera, “en el paso de los papiros a los códices se impuso el criterio de seleccionar libros útiles, famosos, y, en la medida justa del control, ortodoxos” (Báez; p. 101). Podemos imaginar cuántos libros desaparecieron de esta manera.
Un ejemplo actual puede ilustrar mejor la vigencia de estas afirmaciones al día de hoy. Tomemos como caso lo escrito hace unas semanas por Bobbie Johnson en la versión electrónica del periódico británico The Guardian, al referirse al proyecto Open Library (OL) y comentar los logros tecnológicos y comerciales de las empresas Amazon y Google para llevar los libros electrónicos a los consumidores y lectores. Al respecto, indica que los trabajadores de estas dos empresas tienen “un sentimiento de que la tecnología es inevitable: Que el libro impreso es un escalón en la evolución de la información, y que ahora está listo para ser devorado por sus sucesores de alta tecnología”. Aunque este artículo está más bien dedicado a informar sobre la OL, la cita anterior es una muestra del discurso triunfalista con el cual muchos heraldos del futuro hablan del fin del libro y del advenimiento mesiánico del documento digital, como fin de todos los problemas de disponibilidad, acceso, resguardo y seguridad de la información y el conocimiento. Además, le atribuyen el carácter de salvador ante la devastación del medio ambiente global, al venir a ser el sustituto natural e histórico de los impresos.
¿Será que acaso estamos ante una nueva ola de destrucción de los libros? Si releemos ahora los caracteres de la personalidad de los destructores de libros en el pasado, quizá nos parezca que están presentes en las actitudes de quienes promueven el fin del libro impreso que conocemos hoy. Lo anterior no quiere decir que estemos haciendo una defensa del libro a ultranza, sino que nos manifestamos como preocupados ante una situación que se está tomando muy a la ligera y sin la planeación requerida, más bien con un gran aparato mercadológico, pues quienes se han dedicado a alabar las bondades de las tecnologías de la información y la comunicación, en relación a la inevitable desaparición del libro, son partes interesadas en lo mismo que difunden, por lo que me parece que requerimos ser más suspicaces, sutiles y prudentes ante sus mensajes.
Al respecto de los libros electrónicos, Báez se refiere a los nuevos biblioclastas, quienes quizá ya no utilicen fuego para destruirlos, sino programas informáticos destructores, limpiadores y devastadores, a manera de virus o gusanos (Báez; p. 289).
Al respecto de estas materias, surgen mil interrogantes, algunas de las cuales exponemos aquí: ¿Cuántos libros estarán disponibles y se podrán usar en la red? ¿Cómo se controlará la redundancia? ¿Se deberá reconceptuar la basura digital? ¿Qué ocurrirá con los textos manuscritos? ¿Con la literatura gris, particularmente la política? ¿Qué ocurrirá con los documentos que no sean seleccionados por los grandes circuitos comerciales o culturales? Ante estos megaproyectos, ¿que ocurrirá con los proyectos de menor envergadura? ¿Tendrán que competir como ahora lo hacen las pequeñas librerías con los grandes corporativos? ¿Se les deberá proteger de alguna manera? ¿Puede calcularse el margen de pérdida de conocimientos que no se convertirán a formatos digitales? ¿Cómo impactará el cambio tecnológico a los documentos digitalizados y a los documentos nacidos digitales? ¿Esto último seguirá dependiendo de las promesas de los editores y proveedores al respecto de que nada desaparecerá en la red? ¿Quién regulará esas permanencias? ¿Quién regulará el cambio tecnológico para atenuar su impacto? ¿Cómo repercutirá culturalmente el nuevo encumbramiento del idioma inglés a través de estos recursos? ¿Qué pasará con las lenguas nativas que están apareciendo en Internet? ¿Cómo mantener la diversidad sin incurrir en la multiculturalidad a la usanza de los países del primer mundo?
Como dicen algunos empresarios: Los tiempos de crisis son los mejores para hacer grandes negocios. A veces conviene provocar crisis, los psicólogos lo saben. Y si no lo creen, deben abrir bien los ojos.

Bibliografía
Báez, F. (2004). Historia universal de la destrucción de los libros: De las tablillas sumerias a la guerra de Irak. México: Debate.
Debray, R. (2001). Introducción a la mediología. Barcelona: Paidós.
Johnson, B. (1 jul. 2009). The Library that never closes. guardian.co.uk. Recuperado: 21 jul. 2009. En: http://www.guardian.co.uk/technology/2009/jul/01/internet-open-library.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 21 jul. 2009. En: http://www.rae.es.

domingo, 28 de junio de 2009

6. ¿QUÉ ES UNA BIBLIOTECA?

Para los bibliotecarios no hay institución, concepto y palabra más cara que la que refiere a la biblioteca, pues durante todo el transcurso escolar que hacemos, en nuestras expectativas al egresar y en nuestra idea de futuro han estado siempre presentes las bibliotecas.
Sin embargo, cuando en el año 2007 hicimos en la Academia Mexicana de Bibliografía la primera fase de la consulta para actualizar la normativa bibliotecaria mexicana, con una sesión que se realizó en el CICyT de la Benemérita y Centenaria Escuela Normal del Estado de San Luis Potosí (BECENE), al preguntar a los asistentes sobre lo que es una biblioteca, encontramos un enorme problema de proporciones aún no conocidas. Y es que para unos la biblioteca era algo muy amplio, pues en su concepto debían caber todos los tipos de bibliotecas conocidos. Para otros era algo que debía parecerse más a una biblioteca universitaria, y para los menos debía ser como una biblioteca pública.
El problema no es meramente conceptual, pues impacta aspectos tan diversos como la identidad y la educación bibliotecarias, las asociaciones bibliotecarias y a las propias bibliotecas. Al respecto, vale aclarar que los intentos por definir una biblioteca con expresiones como “templo del saber”, “lugar de encuentro con la cultura”, “espacio para el ejercicio de la democracia” y otras de igual calibre sólo sirven para la demagogia, y no para lo que nos proponemos. En aquella reunión de la BECENE, una definición de “biblioteca” era el punto de inicio para tratar asuntos y problemas de normativa bibliotecaria.
Al consultar el Glosario de la ALA, encontramos que define la biblioteca como la “colección de material de información organizada para que pueda acceder a ella un grupo de usuarios. Tiene personal encargado de los servicios y programas relacionados con las necesidades de información de los lectores” (Young; 197). También incluye una segunda acepción en el ámbito de la informática. Sólo para indicar uno de los problemas con esta definición, comencemos con la distinción entre usuarios y lectores: Dice esta definición que los primeros pueden acceder a la colección de material, en tanto los segundos tienen necesidades de información. ¿Podemos identificar usuarios con lectores? Quizá Miguel Ángel Rendón diría que si, pues ¿qué más hacen los usuarios en la biblioteca, sino leer? Una respuesta a destiempo a esta pregunta ingenua de un filosofo a un bibliotecario, sería que el usuario puede hacer muchas cosas en la biblioteca: Búsqueda, anotación, registro, copia, fotocopia, escucha, mira, hace trámites…, en fin, no sólo lee. El lector, en cambio, parece que únicamente se dedica a leer, aunque ahora la definición que estamos revisando también dice que tiene necesidades de información (¿no de lectura?). Este tipo de confusiones pueden estar en el origen de lo que ocurrió en la BECENE hace un par de años.
Indagando fuera del mundo bibliotecario, encontré que Coelho aclara que “la idea actual de biblioteca es la de un centro cultural o de un espacio que ya no concibe al libro como objeto de una colección y hace de él sólo un instrumento de cultura más, junto con el disco, el CD-ROM, el vídeo, la obra de arte, etcétera. Si la biblioteca moderna y la premoderna eran el espacio de la colección, la biblioteca posmoderna es (o quiere ser) el lugar de la información, de la discusión y de la creación, rompiendo drásticamente con sus modelos pasados” (Coelho; 85). Resulta obvia esta mirada desde el exterior sobre lo que es la biblioteca, principalmente centrada en la colección como entidad cultural y proponiendo un nuevo modelo de biblioteca; en contraparte, podemos notar la definición interiorista de Young.
Al respecto de esta definición de Coelho, resulta interesante leer también su comentario sobre los enfrentamientos entre distintos modelos de bibliotecas y como, para el caso de Brasil, el modelo de biblioteca de Naudé como “máquina cultural” perdió ante los modelos que impulsaban la necesidad del “director de lectura” y del “orientador cultural”. Algo parecido a lo que ocurre en México desde hace muchos años a partir del criterio de autoridad que se aplica a/en las bibliotecas.
Por su parte, Debray dice que por biblioteca “entendemos una provisión de signos escritos depositada para su conservación o consulta bajo forma de volúmenes y de impresos en un edificio especializado. Esta concentración física constituye una reserva de memoria, medio exterior de una transmisión interior”. Por ello, la biblioteca es instituida por un acto de soberanía, propiamente político. A esto agrega que “aunque la sociabilidad erudita esté inducida o producida por una biblioteca, no puede llamarnos a engaño respecto a la genealogía institucional del instrumento, como prolongación o complemento de una comunidad organizada (susceptible de sobrevivir a su fundador)” (Debray; 20-21). Tenemos aquí otra mirada exterior, pero que muestra un aspecto que es constante en la historia de las bibliotecas.
¿Por qué puede presentar dificultades definir lo que sea una biblioteca? Una respuesta puede ser por la diversidad de organizaciones que llamamos con este nombre. Otra podría ser porque tenemos distintos modelos de lo que llamamos biblioteca, sin que exista uno que aplique de manera normalizada. Pensemos por un momento algo que estamos viviendo ahora: ¿Sería posible meter en una misma definición las nociones de biblioteca, como instalación física, y de biblioteca virtual? Y sin embargo, en ambas aparece la palabra “biblioteca”. Como ésta pueden surgir otras preguntas: ¿Requerimos reconceptuar la biblioteca a partir de su tipología? ¿Cómo entendemos la convivencia que existe ahora entre “biblioteca”, “centro de documentación” y “mediateca”? ¿Qué ocurre con las otras –tecas: Filmoteca, audioteca, videoteca, etc.?
Quizá debemos repensar lo que sea una biblioteca, pero ¿por donde iniciar? Una posible respuesta sería empezar por el origen, preguntándonos cómo nacen las bibliotecas y quiénes permiten su primer desarrollo y su mantenimiento posterior, tal como apunta Debray. Sólo entendiendo estas fuerzas que permiten que la biblioteca exista y que determinan para quién existe, nos será dado encontrar un concepto, y consecuentemente una definición, de lo que hoy sea la biblioteca.
La tarea no es sencilla, pues requiere que los bibliotecarios nos sentemos a conversar sobre el particular. ¿Quién se avienta el trompo a la uña?

Bibliografía
Coelho, T. (2000). Diccionario crítico de política cultural: Cultura e imaginario. Guadalajara: Jal.: ITESO.
Debray, R. (2001). Introducción a la mediología. Barcelona: Paidós.
Young, H. (Ed.) (1988). Glosario ALA de bibliotecología y ciencias de la información. Madrid: Díaz de Santos.

sábado, 30 de mayo de 2009

5. SEGUNDA APROXIMACIÓN A LOS PROBLEMAS TERMINOLÓGICOS Y CONCEPTUALES

Quienes tenemos como lengua materna la española y trabajamos en el campo de la información, debemos mostrarnos atentos a los nuevos términos (algunos son abreviaturas) que se utilizan en el extranjero para referirse a objetos, servicios, procesos y procedimientos que son de nuestra incumbencia, pues es probable que en algún momento se introduzcan a nuestro idioma y eventualmente adquieran carta de naturalidad.
Esta situación nos coloca en un ambiente que percibimos como cambiante, a veces en demasía, por tener que convivir con fanzines, escáneres, fax, laptops, Wi-Fi, RFID, iPods, podcasts, blogs, wikis, e-books, así como los nuevos recursos tecnológicos que surjan por estos días, algunos desplazando a otros que llegaron antes, o bien abriéndose paso con nuevas utilidades. A lo anterior, podemos agregar los servicios de OPAC, e-learning, e-mail, GIS, GPS y coaching, los procesos de framing, de UML y de RUP, o los procedimientos para el download o el advocacy.
Algunas veces, los términos son traducidos con mayor o menor éxito a nuestro idioma, aunque en ocasiones la opción elegida no es aceptada, como recuerdo que ocurrió cuando la Revista española de documentación científica sugirió hace años el término “ramoneo” como equivalente literal en español para “browsing” (hojear). En otros casos, falta conocimiento de la propia lengua para decidir cuál sea la mejor traducción, como cuando la editorial colombiana Rojas Eberhard incluyó en su versión al español de las Reglas de catalogación angloamericanas el término “recurso integrado” como equivalente erróneo para “integrating resource” (recurso integrante).
Los términos que se refieren a objetos por lo general no presentan problemas para su uso, y a mediano o largo plazo se les puede incorporar en el Diccionario de la lengua española, tal como ocurrió con escáner y fax. En otros casos, aunque existe un término en español, se prefiere el extranjero por ser más breve o por valoraciones que se le asignan. Tal es el caso de “chat” (charla).
Hay términos que conocemos en la red o en la literatura y que, aunque se traduzcan, no llegan o no adquieren mayor impacto en algunos países, a menos que alguien se decida a ser su introductor o difusor. Tal es el caso de “médiologie”, creado por Régis Debray para significar un modo de conocimiento “consistente en reportar un fenómeno histórico a partir de las mediaciones institucionales y prácticas que lo han hecho posible” (Merzeau; 2009). Este término se ha traducido al español como “mediología” y hoy tiene 11 mil 500 entradas en este idioma en Google.
Algunos de los retos que ahora enfrenta nuestra lengua los encontramos en términos extranjeros como “informing sciences”, “advocacy”, “information commons” y “blended librarian”. El primero podría traducirse como “ciencias informantes”, aunque este nombre aún no nos diga nada por sí mismo. Para el segundo se ha propuesto en Puerto Rico “negociación política”, aunque esta traducción se considera poco adecuada para su manejo en la bibliotecología. Los términos tercero y cuarto son más difíciles, pues “information commons” se refiere a una forma de organización de los recursos bibliotecarios tomando como centro todos los componentes tecnológicos y digitales que se posean, con el objeto de reflejar la manera como el usuario utiliza todos estos recursos. En este sentido, se parece un poco a la noción de “biblioteca híbrida”, aunque puede haber una distinción por las formas de organización que se utilizan.
Ahora estoy leyendo un interesante libro de Bell y Shank sobre el concepto de “blended librarian”, que estos autores proponen para la biblioteconomía académica de los Estados Unidos. Con este término denominan al bibliotecario que “retiene los valores tradicionales de la biblioteconomía académica, pero los mezcla con nuevas herramientas, como el diseño de instrucción y las habilidades tecnológicas” (Bell y Shank; 3). La manera como este bibliotecario consigue transformarse en un “blended librarian” –siguen estos autores- es a través de la intencionalidad y la planeación, en otras palabras, por medio del diseño.
¿Cómo traducimos “blended librarian”? Los amantes del café habrán notado que en los empaques de importación de este producto se indica si el mismo es un “blended coffee”, esto es, una mezcla de varios tipos de granos distintos. En este sentido “blended” se traduce como “mezclado”. ¿La traducción adecuada sería “bibliotecario mezclado”? Se lee fatal. Volviendo al concepto, notamos que se refiere a un sujeto con una formación compuesta por conocimientos de tres áreas, que deben estar combinados para obtener como resultado un profesional especial. El juego con los sinónimos de “mezclado” no ayuda nada, ni llamarle meramente “bibliotecario académico”, pues sólo se incrementa la confusión.
Abundando aún más en la obra de estos autores, el “blended librarian” debe ser un agente de cambio e innovación, capaz de establecer comunicaciones dirigidas hacia la colaboración y la interdisciplina, y con un fuerte énfasis en su rol como diseñador de programas de instrucción y educativos (Bell y Shank; 8). Con esta nueva información, ¿podríamos aceptar traducir el término como “bibliotecario diseñador”? Dejo la moneda en el aire.
Como vemos en ésta y la anterior reflexión, los problemas terminológicos y conceptuales son muchos en el campo de la información; sin embargo, son notables las estrategias que desarrollan los profesionales para poder funcionar sobre este terreno inestable. Eso nos lleva a decir, coreando a Giordano Bruno en la hoguera, “et pur si muove!”.

Bibliografía
Bell, S.J. y Shank, J.D. (2007). Academic library design: A Blended librarian’s guide to the tools and techniques. Chicago: ALA.
Informing Science Institute. (2009). Recuperado: 30 mayo 2009. En: http://informingscience.org.
Joint Steering Committee for Revision of AACR. (2004) RCAA: Reglas de catalogación angloamericanas. 2a ed., rev. 2003. Bogotá: Rojas Eberhard.
Merzeau, L. (Marzo 2009). Le Site de la médiologie. Recuperado: 30 mayo 2009. En: http://www.mediologie.org.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 30 mayo 2009. En: http://www.rae.es.

domingo, 24 de mayo de 2009

4. PROBLEMAS CONCEPTUALES DEL CAMPO DE LA INFORMACIÓN : PRIMERA APROXIMACIÓN

Con el surgimiento y posterior desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), muchos nos hemos asombrado por el rápido auge terminológico que ocurre a nuestro alrededor para nombrar los nuevos fenómenos que aparentemente se están descubriendo. Y digo que es aparente, pues en cuestión de los conceptos y los referentes correspondientes es donde esos términos no acaban de amarrar un significado.
De esta manera, términos como “brecha digital”, “infopobreza”, “infoestética”, “infoética”, “infodiversidad”, “infoxicación”, “calidad de la información”, “propiedad o apropiación del conocimiento”, “habilidades o competencias informativas”, “usabilidad” y otras decenas de términos, son materia de asociación, discusión, exaltación y manoseo diario por los estudiosos y especialistas. Un aspecto importante de todo este movimiento, son los conceptos que se quieren asociar con esos términos, ocurriendo que a veces no hay acuerdo entre las distintas reflexiones que se realizan, aunque los sucesivos intentos vienen a enriquecer el campo de la información, pues todavía hay una carencia de acuerdos en materia de muchas ideas. De esta manera, parece que el camino a seguir consiste en primero fijar algunas nociones operativas para poder avanzar en el conocimiento de los fenómenos.
Con la emergencia de nuevos términos, se apunta al surgimiento de conceptos que pueden corresponder a aspectos de la realidad que antes no se habían notado, pero que siempre estuvieron ahí, o que bien sólo pudieron verse hasta que los evidenció la práctica con las tecnologías.
A modo de ejemplo, tenemos que con el inicio del milenio se empezó a divulgar el término “infopobreza” en los países desarrollados. De esta manera, en la página que anuncia la IX Conferencia Mundial sobre Infopobreza, organizada por el Observatorio para la Cultura y la Comunicación Audiovisual (OCCAM) y que fue realizada en marzo de este año, se dice que infopobreza “es una plataforma común dirigida al combate de la pobreza a través del uso innovador de las tecnologías de la información y la comunicación, con capacidad para proporcionar servicios de banda ancha como telemedicina, educación en línea, gobierno digital, etc., a comunidades en desventaja” (Observatory…; 2009). En relación a este organismo, el Presidente de la OCCAM, al referirse en una conferencia al Programa de Infopobreza que lleva su organización, hizo mención a que también se le llama “de integración digital” (Saporito; 2003).
Encontramos otro concepto en el sitio del Instituto de Infopobreza, del Colegio de Educación Continua de la Universidad de Oklahoma, donde se define este término como la “falta de acceso a información básica que reforzará a los individuos y las comunidades para que mejoren sus circunstancias” (Infopoverty Institute; 2005).
Tenemos así estas tres propuestas, en las que encontramos las siguientes nociones distintas para la infopobreza:
1. Plataforma común dirigida al combate de la pobreza.
2. Integración digital.
3. Falta de acceso a la información básica.
Alguien puede decir que estos tres conceptos se refieren a lo mismo visto desde distintos ángulos, sobre todo si los consideramos desde una perspectiva democratizadora que promueva el uso de las TIC. Sin embargo, un acercamiento nos permite notar que el primer concepto se refiere a una entidad u organización, el segundo a la misión de un programa y el tercero a una dificultad que se debe resolver.
Observamos también que al clasificar estos conceptos como medios o fines, ubicaríamos el primero y el último indicando medios, en tanto que el segundo sería un fin. Además, al ver la primera definición, notamos que la integración digital (segundo concepto) sería un medio para su logro, siempre que entendamos que significa lo mismo que el uso de las TIC.
Debemos aclarar que en torno a estos conceptos realizan trabajos varias organizaciones internacionales, que al respecto dan cabida a múltiples expresiones, acciones y experiencias en todo el mundo. Asimismo, en relación a las nociones asociadas al término “infopobreza” existe una amplia discusión que se ramifica hacia otros términos, como los de “brecha digital”, “calidad de la información”, o de “infodiversidad”, al tiempo que sigue generándose nueva terminología.
Las acciones vinculadas con el término “infopobreza” tienen que ver con el establecimiento de generadores de energía con fuentes alternas en zonas rurales marginadas, con la telefonía rural, con el acceso a los medios masivos de comunicación escritos, electrónicos y audiovisuales, con la capacitación para desarrollar habilidades técnicas y manejar la información correspondiente, con el desarrollo de fuentes de información local, y sobre todo con la disponibilidad de equipos y conectividad para tener acceso a la Internet.
¿Existía la infopobreza antes de este término? ¿Qué información utilizaban los pobres? ¿Qué información requerían? ¿Se veían sometidos a carencias de información que tal vez podríamos llamar “pobreza informativa”? ¿La “pobreza informativa” sería lo mismo que la “infopobreza”? ¿La información realmente puede, por sí misma, servir para que los pobres dejen de serlo? ¿El término “infopobreza” es sólo una moda que aún no termina? ¿El término “infopobreza” es relativo a una sociedad o cultura en particular, o tiene un alcance universal? ¿El término “infopobreza” corresponde a una estrategia capitalista que sólo se refiere a acciones de infraestructura para generar nuevos mercados?
Hay más preguntas que respuestas en relación a este término que tomamos como ejemplo, y varias de ellas apuntan a interesantes problemas de investigación que podríamos estudiar en distintos ámbitos: Por ejemplo, en la biblioteca pública rural, en la que se ubica en zonas urbanas marginadas, o la que sirve a comunidades indígenas, quizá la biblioteca que atiende a comunidades vulnerables, o la que se encuentra en zonas devastadas por la explotación de sus recursos naturales y por la contaminación.

Bibliografía
Infopoverty Institute. (2005). Recuperado: 24 mayo 2009. En: http://infopoverty.ou.edu.
Observatory for Cultural and Audivisual Communication. (2009). Infopoverty. Recuperado: 24 mayo 2009. En: http://www.infopoverty.net.
Saporito, P. (2003). Palabras del Arq. Pierpaolo Saporito. Recuperado: 24 mayo 2009. En: http://www.iglesiaeinformatica.org/5-3-Pierpaolo%20Saporito%20corr.pdf.

sábado, 16 de mayo de 2009

3. EL PROBLEMA DE SER BIBLIOTECARIO

En estos momentos en que estoy estudiando sobre la naturaleza de los problemas en el campo de la información, siento la necesidad de abordar un tema que para mí es bastante importante, pues me ha acompañado en los más de cinco lustros que llevo trabajando en bibliotecas y nuevamente se está reconfigurando. En el derrotero que relataré sucintamente, trataré de no perder el rigor de las anteriores contribuciones, a pesar de lo entrañable que me resulta platicar de estos asuntos.
Pocos años después de que salí de la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía, el director me preguntó sobre cuán útil era para mi desempeño laboral la formación que me dio la escuela. Yo le respondí que todo me servía, pero que me hubiera gustado que alguien me explicara lo que era un sindicato, pues todos los días había tenido que lidiar con alguno. Mi respuesta no debió agradarle, quizá porque no hacía referencia a un conocimiento tenido como propiamente bibliotecario.
Tiempo después, hicimos un grupo de estudio Marcela Camarillo, Óscar Maya y yo para revisar algunas obras que considerábamos centrales para la bibliotecología. Una de ellas era de Shera, su Los Fundamentos de la educación bibliotecológica, en la que plantea dos conceptos históricos para definir al bibliotecario: El bibliotecario erudito y el bibliotecario mediador (Shera; 201-202). El segundo concepto es apoyado por este autor porque considera que “hace posible la sustitución del propio juicio u opinión subjetiva del bibliotecario por un estudio objetivo de lo que la sociedad espera obtener de los libros o registros en cualquier etapa de su desarrollo cultural” (Shera; 202). Más adelante indica que “de todas las profesiones, la de bibliotecario es probablemente la más derivativa y sintética, dependiente sobremanera de las disciplinas más formales para la derivación de su propia estructura teórica y cuerpo de práctica” (Shera; 207).
A partir de mis lecturas y mi propia experiencia, estoy cierto de que la formación técnica y profesional de los bibliotecarios se ha dirigido, desde sus inicios, a resolver problemas de organización, de arreglo y presentación del conjunto documental que compone la biblioteca, agregando después la implementación de los servicios, la mejora de esos servicios con el apoyo de las tecnologías de la información y la comunicación, y hoy la administración de la información, los documentos y los servicios en soportes digitales. En este sentido, la formación de los bibliotecarios está dirigida a preparar sujetos que puedan hacerse cargo de una biblioteca, resolviendo todos los problemas internos de esta institución, así como los problemas que les puedan plantear la organización de adscripción y los usuarios.
Por otra parte, durante años he realizado diversas lecturas que pretenden teorizar el campo de la información en disciplinas que se antojan la misma o muy cercanas, aunque tienen diferentes denominaciones. La investigación de estas materias comenzó desde el siglo XIX, pero fue, como dice Brooks, para orientar los valores o para interpretar los fenómenos que ocurrían en la práctica bibliotecaria (Brooks; 245). Sobre el primero de éstos, a decir de este autor, los bibliotecarios se han dedicado a opinar sobre los valores asociados a la biblioteca.
En relación a lo anterior, un segmento de la investigación se ha dirigido a atender el problema de la fundamentación teórica de la disciplina bibliotecaria, buscando responder a preguntas sobre su identidad, como las siguientes: ¿Cuál es el nombre de nuestra disciplina? ¿Cuál es su naturaleza y alcance? ¿Cuáles son sus objetos de estudio o investigación? ¿Cuáles problemas se plantea? De esta manera, Pérez Pulido y Herrera Morillas se han ocupado de fundamentar la biblioteconomía, mientras Rendón Rojas se interesó por hacerlo con la bibliotecología, y Brown César con la ciencia bibliotecaria. Otros autores se han ocupado de hacer lo propio con la ciencia de la información y con las ciencias de la documentación.
Ahora estoy leyendo un par de libros que de nueva cuenta me están llevando a preguntarme por el bibliotecario que soy. Se trata de De volcanes llena: Biblioteca y compromiso social, que es una compilación realizada por los profesores españoles Gimeno Perelló, López López y Morillo Calero, y del libro de Toni Samek llamado Biblioteconomía y derechos humanos: Una Guía para el siglo XXI. Estas dos obras abordan aspectos de responsabilidad y compromiso de los bibliotecarios. Sin embargo, se refieren a nociones que, por los casos relatados, parecen externas a la biblioteca, como los derechos humanos –en particular, abordan la libertad de expresión- y la persecución que se hace a los bibliotecarios por expresar sus opiniones. También tratan sobre el compromiso social, el activismo bibliotecario, la privatización del conocimiento, la situación de las bibliotecas durante momentos de excepción, como las guerras, el servicio bibliotecario para grupos con necesidades especiales y la construcción de una ética bibliotecaria más comprometida con los movimientos sociales y con responsabilidades sociales claras. Debo confesar que la lectura de estos textos me resulta muy interesante, aunque no deja de sorprenderme la necesidad de notoriedad de algunos autores, quienes sin dejar de ser muy conservadores, se han abierto a la solidaridad con diversas causas y proponen lo que hacen o piensan como ejemplo para otros bibliotecarios.
Todas estas lecturas, así como las experiencias que he acumulado, me plantean dudas y pruebas, aunque no han sido grandes barreras para mi desempeño profesional como bibliotecario. Sin embargo, no dejan de inquietarme por el temor de sentir que en algún momento todas las incertidumbres e inseguridades que traducen puedan constituirse en una verdadera barrera para mí, así como he visto que ocurre con otros colegas que han caído en estancamientos, perpetuidades, permanentes deslumbramientos, inmovilidades, o que se dedican a viajar por otros países para luego recetarnos las novedades que encuentran, aunque todavía no las desempaquen de las lenguas y culturas extranjeras.
Como dije antes, a través de las lecturas que ahora hago estoy en una nueva búsqueda para encontrar el bibliotecario que soy, enfilándome hacia una especialización profesional para solucionar problemas en el campo de la información. En este sentido, estoy convencido de que el problema de ser bibliotecario debe ser uno abierto por los cambios que permanentemente nos impactan.

Bibliografía
Brooks, T.A. (Fall 1989). The Model of science and scientific models in librarianship. Library trends, 38(2), 237-249.
Brown César, J. (2000). Elementos para una teoría bibliotecaria. México: ENBA.
Diccionario ideológico de la lengua española. (1998). Barcelona: Bibliograf.
Gimeno Perelló, J., López López, P. y Morillo Calero, M.J. (Coord.) (2007). De volcanes llena: Biblioteca y compromiso social. Gijón, Asturias: Trea.
Pérez Pulido, M. y Herrera Morillas, J.L. (2005). Teoría y nuevos escenarios de la biblioteconomía. Buenos Aires: Alfagrama.
Rendón Rojas, M.A. (1997). Bases teóricas y filosóficas de la bibliotecología. México: UNAM, CUIB.
Samek, T. (2008). Biblioteconomía y derechos humanos: Una Guía para el siglo XXI. Gijón, Asturias: Trea.
Shera, J.H. (1990). Los Fundamentos de la educación bibliotecológica. México: UNAM, CUIB.

martes, 5 de mayo de 2009

2. IDENTIFICACIÓN DE PROBLEMAS EN LA BIBLIOTECOLOGÍA

A los bibliotecólogos les interesa saber cómo se pueden conocer los problemas que enfrentan de la mejor manera, como una condición para optimizar la búsqueda de las posibles soluciones.
Según Elder y Paul, “los problemas están arraigados en el tejido de nuestras vidas, casi tanto como las decisiones” (Elder y Paul; 26). Añaden que los problemas son de dos clases: los que nosotros creamos por nuestras decisiones o comportamientos, y los creados por fuerzas externas a nosotros. Para cada una de éstas, tenemos problemas que podemos resolver completa o parcialmente, y problemas que están fuera de nuestro control. A este respecto, indican que “estamos más inclinados a resolver problemas que nosotros mismos creamos, porque muchas veces tenemos la capacidad de dar marcha atrás a una decisión que tomamos previamente y modificar el comportamiento que tuvimos antes”.
Podemos encontrar ejemplos de problemas en la producción bibliográfica bibliotecológica. Algunos casos son los siguientes:
1. Juan José Calva González definió su problema de investigación con un conjunto de preguntas: “¿Qué es el fenómeno de las necesidades de información? ¿Qué son las necesidades de información y cuál es su origen en el hombre? ¿Cómo se manifiestan las necesidades de información? ¿Cómo se satisfacen las necesidades de información? ¿Qué métodos se han utilizado para la identificación de las necesidades de información? ¿Cuál es la metodología óptima para analizar, de forma integral, el fenómeno de las necesidades de información?” (Calva González; 4).
2. Berta Enciso Carvajal planteó su problema de la siguiente forma: “Los bibliotecarios estamos obligados a presentar modelos que demuestren la utilidad e influencia de las bibliotecas en la comunidad, y a lograr el consenso necesario para que se les considere un fenómeno tan natural y cotidiano como lo es el aprendizaje” (Enciso; 10). A esto agregó que “el contexto en que se plantea el problema, se ocupa primordialmente de los intereses de usuarios de las bibliotecas, quienes deben contar con sistemas actualizados, eficientes y bien organizados, para documentarse”.
3. Pilar María Moreno Jiménez exploró los orígenes y posteriores desarrollos del concepto de “epistemología social”, que fue propuesto desde 1950 por Margaret Egan y Jesse Shera. A partir de esta acción, identificó el siguiente problema: “Valorar la epistemología social como opción para los estudios de la información” (Moreno Jiménez; 38). Esto la llevó a plantearse otros asuntos relacionados: “Cabe cuestionarnos si es correcto desplazar el centro de atención de nuestra disciplina, de la información al conocimiento”, pues “desde esta perspectiva, la información sólo tiene sentido si produce conocimiento”. A lo que añadió una nota sobre “el interés por conocer el impacto que la información tiene sobre el conocimiento, tanto en su dimensión individual como social” (Moreno Jiménez; 49-50).
Estos tres planteamientos tienen en común que se refieren a problemas identificados por sus respectivos autores. Esto es, en cada caso, el autor decidió brindar su atención a algo que percibió como una dificultad de la bibliotecología: Los dos primeros se refirieron a fenómenos, aunque lo hicieron de distinto modo, pues Calva Jiménez lo asumió como algo dado, mientras Enciso Carvajal lo concibió como una calidad que se debía buscar para las bibliotecas. Por su parte, Moreno Jiménez prefirió dedicarse a un concepto.
En los dos primeros casos, los autores definieron sus problemas, en tanto que Moreno Jiménez exploró el desarrollo del concepto que le interesó para arribar al planteamiento del problema de investigación.
De esta manera, encontramos que en la bibliotecología no hay un modo único para identificar los problemas, aunque sí existe la tendencia a preferir problemas que no fueron creados por fuerzas externas a la propia disciplina. Habrá que seguir investigando sobre esta tendencia, sobre las formas como se manifiesta y sobre posibles contraejemplos.

Bibliografía
Calva González, J.J. (2004). Las Necesidades de información: Fundamentos teóricos y métodos. México: UNAM, CUIB.
Elder, L., Paul, R. (2002). Un Bolsilibro sobre el arte de formular preguntas esenciales: Basado en conceptos de pensamiento crítico y principios socráticos. Dilon Beach, CA: Foundation for Critical Thinking. Recuperado: 5 mayo 2009. En: http://www.criticalthinking.org/resources/PDF/SP-AskingQuestions.pdf.
Enciso, B. (1997). La Biblioteca: Bibliosistemática e información. 2ª ed. corr. México: El Colegio de México.
Moreno Jiménez, P.M. (2008). Epistemología social y estudios de la información. México: El Colegio de México.