domingo, 7 de abril de 2013

56. VENTAJA COMPETITIVA DE LA BIBLIOTECA

Cuando bibliotecamos, generamos ventaja competitiva, tal como lo indicamos antes en la entrada 54. ¿Pero cómo hacemos eso? Primero debemos aclarar lo que es la ventaja competitiva y luego entender cómo el coleccionar nos puede llevar a tener una ventaja competitiva.
En el renacimiento español, la actividad de competir consistía en una contienda entre varios que aspiraban a una misma cosa. Cada uno de los actores de esa contienda era competente, o sea, que era apto o adecuado para competir, por lo que también era de su particular incumbencia ese competir. En este sentido, a cada uno de los sujetos competentes se le llama "competidor", y era quien se debía encontrar en un estado potencial de aptitud, o sea, buscar ser el mejor preparándose para el momento en que debiera realizar el acto de competir.
Generalmente, el competir se manifestaba en ocasiones determinadas, esto es, en espacios y tiempos señalados para ello, estableciendo así un ritual que convocaba a toda la sociedad o a parte de ella. En el siglo XVI, aparece en el idioma español la "competencia", que se entiende como una disputa, contienda o rivalidad que sólo es de la incumbencia de algunos. No obstante, en el siglo XVIII se nombra con esta misma palabra la aptitud, pericia o idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado.
Lo que distingue los dos sentidos de la competencia en el español es el involucramiento, pues cuando un individuo se involucra en la actividad de competir entonces ésta le incumbe, mientras que cuando ese individuo no se involucra en la actividad de competir entonces la competencia se refiere a una cualidad que lo señala. Hoy podemos encontrar estas distinciones en el diccionario de la RAE.
Con el desarrollo del capitalismo contemporáneo en el universo hispanoparlante, y debido a la distinción que ya existía en el español, ingresó como neologismo a este idioma la palabra "competitividad" (traducción del inglés "competitiveness"), para referirse al estado potencial del sujeto al que le incumbe competir. De esta manera, entendemos que la competitividad es la capacidad de competir y la rivalidad para la consecución de un fin. De esta palabra se desprende "competitivo", para referirse a lo perteneciente o relativo a la competencia, a quien es capaz de competir y a quien compite o se caracteriza por competir.
Arribamos entonces a dos maneras de hablar de estos asuntos en español, que se distinguen por la existencia de un involucramiento en potencia o actual, por un lado, o porque no existe ese involucramiento, aunque si la aptitud, la pericia y la idoneidad para poder involucrarse.
Veamos ahora lo que nos dicen dos bibliotecarios mexicanos sobre el bibliotecar:
  • "Las bibliotecas... tienen una ventaja competitiva y coadyuvan significativamente a los procesos de aprendizaje, enseñanza e investigación. La ventaja competitiva se define en la gestión estratégica como aquella por la que una organización puede adquirir un rendimiento superior en relación con las organizaciones competidoras" (Sánchez Ambriz, 2011, p. 100).
  • "La información que existe en la biblioteca se utiliza para satisfacer una necesidad específica, un interés o un deseo y... su búsqueda está sujeta a la voluntad del usuario" (Gordillo, 1981, p. 173).
En el primer caso, Sánchez Ambriz nos indica que las bibliotecas pueden tener un rendimiento superior al de otras organizaciones, a las que adjetiva como "competidoras"; o sea, establece que se puede comparar el rendimiento y mostrar que para el caso de las bibliotecas llegaría a ser superior, pero ¿qué es una organización competidora cuando hablamos de bibliotecas? ¿Cuándo se considera superior su rendimiento y superior a qué?
Agrega Sánchez Ambriz que las bibliotecas coadyuvan a los procesos de aprendizaje, enseñanza e investigación, pero ¿esto tiene que ver con el rendimiento superior o se trata de algo diferente? ¿Esto es también la ventaja competitiva de las bibliotecas?
Gordillo no denomina como "ventaja competitiva" a la utilización de la información que existe en la biblioteca para satisfacer una necesidad específica, un interés o un deseo. No obstante, señala la existencia de la voluntad del usuario, que es la que sujeta cualquier intento de búsqueda de la información. O sea, hay un estado potencial en el que se encuentra la biblioteca con la información que tiene, que conforme la voluntad del usuario puede satisfacer su necesidad, su interés o su deseo. De esta manera, la información está en potencia destinada a satisfacer la necesidad, con lo que la biblioteca es apta, o tiene pericia o es idónea para satisfacer esa necesidad.
En el primer caso hay un involucramiento de la biblioteca para competir con otras organizaciones en materia de rendimiento, al tiempo que en el segundo caso no se da el involucramiento para competir, sino que la biblioteca está apta, tiene pericia o es idónea para satisfacer con su información una necesidad, un interés o un deseo. Entonces, parece ser que podemos hablar de ventaja competitiva en dos sentidos: Uno con el enfoque del tener (un rendimiento superior) y otro con el enfoque del ser (capaz de satisfacer).
Es interesante notar que con ambos enfoques la ventaja competitiva es algo que podemos encontrar en los motivos para que existan las bibliotecas, por lo que sería posible buscarlos en la historia bibliotecaria. Así, en 1608 fray Diego de Arce (2012) describió algunas razones que identificó para tener bibliotecas, entre las que destacamos las siguientes:
  1. Dar lustre y autoridad a una academia o universidad.
  2. Eternizar el nombre de su creador; dejar memoria de si.
  3. Para provecho propio o de los doctos.
  4. Tener una posesión singular para aventajar a otros.
  5. La envidia.
  6. La búsqueda de conocimiento y belleza.
  7. La afición, el gusto o el amor a los libros.
  8. La curiosidad.
  9. La competencia entre poderosos para ostentar su riqueza.
  10. La obligación de proveer los libros necesarios.
  11. El rescate y la salvaguarda de los libros.
  12. Encerrar los libros.
  13. Por la dificultad para conseguir los libros.
  14. Para conocer los errores y confirmar las verdades.
  15. Por inclinación a las cosas grandes y dignas.
Por supuesto, Arce se refería a las bibliotecas establecidas por príncipes, religiosos, académicos y otros personajes reconocidos y poderosos de la antigüedad. Debe notarse que los numerados 3, 6-8, 14-15 corresponden a bibliotecar para tener ventaja competitiva con el enfoque del ser, y las restantes a la ventaja competitiva con el enfoque del tener. Así, por ejemplo, coleccionar por envidia para tener una ventaja competitiva apunta a que ésta debía guardar una estrecha relación con el objeto de la envidia, de modo que la ventaja competitiva tendría que ser una posesión más valiosa o superior que aquella envidiada.
En los tiempos que vivimos, en los que la ventaja competitiva sólo se enuncia con el enfoque del tener, y en el que bibliotecamos enmedio de un estado de crisis continua del capitalismo que nos circunda, con asonadas permanentes que ponen en jaque la existencia misma de las bibliotecas, la identificación y el reconocimiento de la ventaja competitiva es algo que nos podría dar más claridad al respecto de dónde estamos (las bibliotecas) y quiénes somos (los bibliotecarios). Por esta mera razón, este problema tan complejo, que además está muy relacionado con los distintos modelos de bibliotecas que existen (entrada 53), lo deberemos seguir considerando como tema de este espacio más adelante.

Bibliografía

Arce, Diego de. (2012). De las librerías: De su antigüedad y provecho, de su sitio en la estimación que de ellas deben hacer las repúblicas, y de la obligación que los príncipes, así seglares como eclesiásticos tienen de fundarlas, aumentarlas y conservarlas. Valladolid: Maxtor.
Gordillo, R. (1987). Legislación bibliotecaria. En: XVIII Jornadas Mexicanas de Biblioteconomía, 2 al 6 de marzo de 1987, México, D.F. (1989). Memorias. México: AMBAC. pp. 173-201.
Sánchez Ambriz, G. (2011). El modelo EFQM: Instrumentación teórico-práctica en procesos de evaluación de bibliotecas universitarias. En: Arriola Navarrete, O.; Tecuatl Quechol, G. (Comp.). (2011). Evaluación de bibliotecas: Un compendio de experiencias. México: ENBA; Library Outsourcing Service. pp. 99-204.

sábado, 30 de marzo de 2013

55. VOLVER A LAS NECESIDADES DE INFORMACIÓN

En la entrada 52, reconocimos el problema de pensar de otra manera las necesidades de información; esto es, no verlas como meras carencias de recursos de información para así poder cambiar la supremacía de los objetos por encima de los sujetos.
Agreguemos que en la entrada 18 citamos a Morales Campos, cuando en una conferencia magistral aseguró que el Estado no debe regular en materia de información -excepto sobre las políticas de información-, evitar ser censor y dejar que funcionen las leyes del mercado. En este marco, dijo que ese Estado debe proveer mínimos de información a la población a través de las escuelas y las bibliotecas públicas, considerando que al crecer las necesidades educativas, crecen las necesidades de información.
Con anterioridad, en la entrada 8, señalamos la existencia del sistema de necesidades de información y conocimiento en que viven las comunidades, mismo que está entramado en el complejo de interacciones en que se encuentran las personas en esas comunidades.
Atraemos también las nociones de la entrada 48, donde reconocimos los problemas que plantea el modelo del sistema de la infopobreza, mismo que tiene dos factores que son determinantes en los individuos (incapacidad y conformidad) y tres factores de su entorno socio-cultural (la circulación de las comunicaciones, la alienación y la exclusión). Este sistema existe para reproducirse a si mismo, pero ¿cómo lo hace? Podemos pensar una respuesta si consideramos todas estas nociones en conjunto.
Tenemos que sin mucha complicación podemos notar que lo expresado por Morales Campos es una justificación -más que una explicación- del sistema de la infopobreza sustentado en la jerarquía Estado-población. Así, podemos inferir de sus afirmaciones que el Estado controla las necesidades de información de la población a través de la educación por medio de mecanismos de circulación de comunicaciones, por la alienación y por la exclusión. Esto viene a establecer un sistema de necesidades de información y conocimiento que se imbrica con las distintas formas de interacción que existen en las comunidades, lo cual conforma un complejo en el que para estar informado se debe tener la información, de la cual generalmente carecemos, aunque podemos encontrarla en el mercado de la información a un costo, que puede ser monetario, o por medio de trámites, o por alguna otra disposición impositiva.
No obstante, en este razonamiento falta entender bien qué es lo que está controlando el Estado, o sea, qué son las necesidades de información, pues no estamos seguros de que éstas sean los mínimos de información que aquél provee a la población. En otras palabras, si la necesidad de información es la carencia de información, entonces los mínimos de información de los que hablaba Morales Campos serían indicativos de las cantidades de recursos de información que deberían proveerse de modo dosificado para no eliminar esa carencia; esto es, esos mínimos de información deberían asegurar el funcionamiento de los sujetos, pero sin eliminar su carencia de información, para que de esta manera al crecer las necesidades educativas crezcan las necesidades de información, o sea, las carencias de información. En términos más simples, hay que darle al educando lo que debe saber, no lo que quiere saber (por curiosidad, por interés o por deseo).
Esto último apunta a que la necesidad de información, más que ser una carencia es una ignorancia. De esta forma, si desplazamos el interés en el objeto que se carece (la información) hacia el sujeto que ignora (esa misma información), podríamos explicar muchas más situaciones que las que hasta ahora hemos conocido, pues quien ignora puede que carezca, aunque también se puede ignorar teniendo.
Así, el siguiente gráfico que proponemos vendría a sustituir el de la entrada 52.
Necesidad de información como ignorancia.
La ignorancia es el estado del sujeto que no sabe, o que no quiere o no puede saber. Este estado se mantiene para excluir, proteger o identificar a las personas a través del espacio (mediante distanciamientos) o el tiempo (por retrasos).
Pensar en la necesidad de información como ignorancia asentaría ésta como un inicio de nuestras reflexiones sobre lo que ocurre cuando un individuo o un grupo social se da cuenta de algo que debe saber. Siguiendo las ideas de Popper (2001), nuestro sujeto podría lanzar una conjetura al respecto de lo que no sabe, para luego buscar informarse, aprender o probar. Sin embargo, en muchos casos esto no ocurre, sino que los individuos que se dan cuenta de algo que deben saber lo buscan sin mucha orientación y hasta con distracción, sobre todo cuando su búsqueda es por encargo.
Es imperioso notar que todos los individuos y los grupos viven en sistemas socio-culturales que los determinan, incluso en lo que ignoran ya que la ignorancia es una construcción social a veces construida con el sentido común y los imaginarios sociales (Ornelas, 2007).
A lo largo de su vida, el sujeto aprende que para conocer debe tratar con mediaciones impuestas socialmente, a través de su familia, su círculo de amistades, la escuela, el trabajo, el gobierno, etc. De esta manera, ciertas informaciones estarán disponibles y serán accesibles para su uso mediante la lectura, el estudio y la práctica, lo cual puede posibilitar la apropiación del conocimiento por el sujeto o bien puede tratarse de una imposición de ese conocimiento al mismo. De acuerdo a como funciona el sistema social ahora, al sujeto no se le deja más opción que la de manifestar su conformidad con este mecanismo de transmisión de conocimiento para que el mismo mecanismo interprete esa conformidad como satisfacción del sujeto, esto es, para afirmar que el sujeto sabe lo que debe saber.
Además, este mecanismo se reproduce a sí mismo, pues continuamente vuelve a comenzar el ciclo del sujeto que debe darse cuenta de lo que debe saber, para otra vez realizar el tránsito del conocer. Obviamente, este es el mecanismo del sistema de la infopobreza que, como indicamos, sirve para la reproducción del propio sistema. Asimismo, al volver a mirar las aseveraciones de Morales Campos con esta reconceptualización de la necesidad de información se alcanza una mejor comprensión de su mensaje, que quiere justificar el control social desde la educación y la circulación de informaciones.
La ignorancia es un tema apasionante que desde hace dos décadas ha cobrado mucho interés en la sociología del conocimiento, en la psicología y en la pedagogía. Smithson (Social theories of ignorance, 2008) indica cuatro caracterizaciones que ha tenido entre los intelectuales occidentales, que son las siguientes:
  • La ignorancia se construye socialmente, aunque esta afirmación no necesita del relativismo ni de la negación de las influencias del mundo real.
  • La ignorancia no es siempre un aspecto negativo de los asuntos humanos. De hecho, es un componente esencial en las relaciones sociales, en las organizaciones y en la cultura. Las personas son motivadas para crear y mantener la ignorancia, a menudo de forma sistemática.
  • La ignorancia no es invariablemente una desventaja para el ignorante.
  • La ignorancia no es marginal ni aberrante en su impacto. Es una influencia dominante y fundamental en la cognición humana, en la emoción, en la acción, en las relaciones sociales y en la cultura.
El mismo autor (Smithson, The many faces..., 2008) se refiere a la ignorancia en su faceta de incertidumbre para afirmar que puede ser motivadora, manipuladora, riesgosa, sorpresiva o para la defensa. Sugiere también que la ignorancia social e individual podría administrarse.
Para Abbott (2010), la ignorancia es funcional sólo cuando no es de una variedad, pues hay ignorantes de varias maneras. Además, lo que importa no es la cantidad de la ignorancia, sino la calidad. Al respecto, Ornelas (2007) afirma que un sujeto escolarizado puede ser un sujeto ignorante, lo cual sustenta en la distinción entre escolaridad y desarrollo cultural.
Cuando bibliotecamos (véase la entrega 54), la ventaja competitiva que generamos nos puede servir en dos sentidos: Para distinguir nuestros repositorios de otros similares que asumimos como competidores (enfoque del tener), o para posibilitar el actuar o el decidir (enfoque del ser). Desde este segundo enfoque, la consideración de la necesidad de información como ignorancia cobra una importancia máxima, pues nos podría llevar a concebir las bibliotecas y todos los repositorios en una novedosa dimensión socio-cultural, así como a mirar nuestro trabajo como bibliotecarios de un modo completamente nuevo.
Vemos que la ignorancia es un tema que cuenta con una amplia literatura, además de que es un campo abierto a la investigación -que por cierto no existe en la biblioteconomía-, pero que podría aportar muchísimo a nuestro quehacer y ser el puntal para que los bibliotecarios nos sintamos más integrados a nuestra sociedad al involucrarnos en la atención a un problema complejo: Ayudar a las personas, a los grupos, a las organizaciones y a las naciones a crecer siendo mejores y estando mejor preparados para  las situaciones y los obstáculos que enfrenta su propio desarrollo. Por la importancia que tiene este problema de reconceptualización, así como por todas sus implicaciones para los bibliotecarios, es un asunto que debemos seguir considerando.

Bibliografía

Abbott, A. (2010). Varieties of ignorance. The American sociologist, 41(2), pp. 174-189.
Asimov, I. (1980). A cult of ignorance. Newsweek, 3, p. 19.
Fromm,  E. (1988). To have or to be? New York: Bantam.
Kurz, R. (2002). La ignorancia de la sociedad del conocimiento. Localizado: 21 feb. 2013. En: http://docs8.megahamster.es/742213,ES,0,0,Kurz,-Robert---La-Ignorancia-de-la-Sociedad-del-Conocimiento,-R.-Kurz.doc.
Ornelas, A. (2007). La ignorancia construida o la manifestación de la esquizofrenia social producida por el doble vínculo. En su: Comunicación, doble vínculo y educación en la sociedad contemporánea. México: UPN; Plaza y Valdés. pp. 187-212.
Popper, K. (2001). El conocimiento de la ignorancia. Polis: Revista latinoamericana, 1. Localizado: 4 mar. 2013. En: http://polis.revues.org/8267.
Smithson, M. (2008). The many faces and masks of uncertainty. En: Bammer, G. and Smithson, M. (Ed.). (2008) Uncertainty and risk: Multidisciplinary perspectives. London: Earthscan. pp. 13-25.
Smithson, M. J. (2008). Social theories of ignorance. En: Proctor, R. N. and Schiebinger, L. (Ed.). (2008).  Agnotology: The making and unmaking of ignorance. Stanford, CA: Stanford University. pp. 209-229.

lunes, 18 de marzo de 2013

54. BIBLIOTECAR

Desde que decidí ser bibliotecario, me he preguntado todos los días sobre lo que hacemos los que como yo nos dedicamos a esta profesión. Con el tiempo, he notado que una parte de nuestros problemas tiene que ver con no disponer de recursos verbales o gráficos simples para decir a los otros sobre nuestros quehaceres, o para nuestra propia reflexión. O sea, los médicos medican, los archivistas archivan, los abogados abogan... ¿y los bibliotecarios? Estoy convencido de que nosotros bibliotecamos.
Pudiera parecer ocioso creer que una palabra nueva tiene el poder de cambiar el estado de cosas actual, pero es así de cierto, como que si designáramos "bibliotecar" para definir la acción de coleccionar recursos de información en distintos soportes y formatos para tener una ventaja competitiva ya estaríamos fijando algo nuevo en la realidad e insertándonos en ella como parte de lo que así se designa.
De esta manera, cuando alguien me pregunte a qué me dedico, le diré que lo que yo hago es bibliotecar, y que para hacerlo me he formado como bibliotecario profesional. Parece simple, ¿no?
Sin embargo, tras esta aparente claridad se esconde un mundo de asuntos, o sea, toda nuestra profesión que debe acomodarse.
También debemos notar que bibliotecar no es exclusivo de los bibliotecarios profesionales, pues cualquiera puede hacerlo, así como puede haber personas que se automedican, espontáneos que abogan por otros, etc. Esto no disminuye en lo más mínimo el que existan profesionales de la medicina y la abogacía, así como que éstos impulsen unos mínimos de calidad en sus productos y servicios. En consecuencia, puede haber particulares que bibliotequen en sus domicilios, profesores que bibliotequen en sus universidades para tener recursos de información que utilicen en nuevos seminarios, o burócratas que bibliotequen en el gobierno para poder decidir sobre nuevos impuestos. No obstante, bibliotecar igual existe para los profesionales bibliotecarios, así como medicar con la medicina, abogar con la abogacía y así con otras muchas profesiones.
Es importante observar que coleccionar es un proceso complejo, que puede abarcar la reunión y organización de varios objetos, al igual que su difusión y compartición. Como resultado del coleccionar se conforman colecciones, a las que se pueden agregar o asociar productos diversos como disposiciones espaciales para colocarlas y/o exhibirlas, espacios para resguardarlas y organizarlas, instrumentos diversos para facilitar su manejo y utilización, etc. Asimismo, en torno a las colecciones se pueden establecer servicios diversos que permitan facilitar su utilización.
Cuando enfatizamos que  bibliotecar genera una ventaja competitiva nos referimos a ésta como la característica única de la colección que hacemos y que se percibe en sus productos y servicios como un valor, o algo digno de atención, o como calidad o superioridad. De esta manera, la colección se convierte en un importante eslabón para la realización de alguna decisión o acción. Dicho en otras palabras, bibliotecar es intencional y bibliotecamos para algo: Para dominar una técnica, para obtener un grado académico, para conocer sobre el pasado, para investigar, para comerciar, para que los alumnos tengan los libros que requieren para sus estudios, para que la población se informe y eduque, etc.
Bibliotecar puede realizarse en ambientes físicos o digitales, reales o virtuales, imprimiendo cada vez el carácter, las formas de trabajo y las imposturas propias a sus artífices. Puede realizarse en ambientes particulares e institucionales, siguiendo normativas establecidas o formando esquemas nuevos de normalización, e incluso puede poner el acento en determinados rasgos de los potenciales beneficiaros de sus productos y servicios como una búsqueda de adecuación de éstos a aquéllos.
Entre las preguntas que debemos hacernos están las siguientes: ¿Qué coleccionar? ¿Cómo coleccionar? ¿Cuándo coleccionar? ¿Por qué coleccionar? ¿Para qué coleccionar? ¿Cómo decidir cuáles productos realizar? ¿Cuáles servicios son mejores para el tipo de productos? ¿Qué los hace mejores? No obstante, no se agotan las interrogaciones, pues ¿bibliotecar abarca también el archivar? ¿Cuál es la relación entre bibliotecar y documentar? ¿Y con almacenar? Estas últimas cuestiones parecen apuntar a una taxonomía de las colecciones.
Usar el lenguaje para abrir nuevos horizontes a nuestro quehacer puede ser resultado de buscar novedades, pero también sirve para tratar de captar soluciones. Bibliotecar es una palabra nueva que puede servir para imprimir un sentido a nuestro quehacer, pero su utilización requiere la revisión de todo lo que somos y hacemos, lo cual imprime a su existencia el carácter de un problema complejo, en tanto que instaura una nueva realidad, una nueva forma de vernos y observar el mundo en el que estamos, y por ello la continuaremos abordando en otra ocasión.

sábado, 9 de marzo de 2013

53. MODELADO DE BIBLIOTECAS

En la escuela, conocí que los distintos tipos de bibliotecas se diferencian por las organizaciones a las que pertenecen, por sus colecciones, por los usuarios que atienden y por las modalidades de los servicios que proporcionan. De esta manera, una biblioteca pública venía a ser muy distinta de una biblioteca universitaria, y ambas eran bien diferentes de una biblioteca nacional.
Casi de inmediato me di cuenta de que estas diferencias son aún mayores, como fue el caso cuando comparé dos bibliotecas públicas y vi que se parecen en poca cosa. Lo mismo me ocurrió con las bibliotecas escolares, las especializadas y con las llamadas "salas de lectura" y con los "centros de documentación".
Con el tiempo, me convencí de que las prescripciones en materia de definición, organización, servicios y demás menesteres de las bibliotecas debían ser abstracciones ideadas para servir de guía ante la diversidad de situaciones que un profesional bibliotecario podría afrontar. Así, armado con sus teorías, procedimientos y normativas cualquiera debería poder imprimir el principio de orden al que rinden tributo todas las bibliotecas.
No obstante, muy pronto empecé a preguntarme si podría haber modelos de bibliotecas establecidos, quizá de otra naturaleza que la enunciada para los tipos de bibliotecas que había conocido en la escuela. En consecuencia, comencé una búsqueda de varios años hasta lograr reunir algunas evidencias de modelos definidos de bibliotecas, como el caso de las bibliotecas independientes, regionales y cooperativas en New South Wales, Australia; o los cuatro modelos organizacionales para bibliotecas escolares que difundió el Gobierno de Quebec, que son los siguientes:
1. Una biblioteca escolar que refleje el plan de éxito de la escuela y el proyecto educativo.
2. Una biblioteca escolar basada en un plan de informatización.
3. Una biblioteca escolar que cuenta con un centro de recursos pedagógicos.
4. Una biblioteca escolar que es una extensión de un servicio centralizado en el Consejo Escolar.
Asimismo, hallé el Modelo de biblioteca pública para Centro América, que publicó el Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (CONCULTURA) de El Salvador. Este modelo fue realizado por los coordinadores de bibliotecas públicas de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala para servir de guía en la creación, planificación y prestación de los servicios de las bibliotecas públicas. Indica las funciones y objetivos, el marco legal y financiero, los usuarios y servicios, la formación, el desarrollo y el mantenimiento de las colecciones, los recursos humanos, económicos y físicos que se deben tener, así como asuntos sobre la gestión y el mercadeo.
Entre los documentos que reuní hay un estudio exploratorio de Kwanya, Stilwell y Underwood (2012) que expone las características de los siguientes nueve modelos: Biblioteca tradicional, biblioteca de avanzada, biblioteca móvil, biblioteca como librería, biblioteca comunitaria, biblioteca incrustada, biblioteca digital, espacio común de información y biblioteca 2.0. Un resumen de las características diferenciadoras de estos modelos se muestra en la siguiente tabla:
Modelos de bibliotecas (Kwanya, Stilwell y Underwood, 2012)
Cuando revisé este reporte, noté que hay ciertos supuestos que llevaron a los autores a afirmar que ha existido una evolución de los modelos. Además, utilizan una terminología que puede prestarse a discusión, como cuando nombran "mediación" al quehacer de los bibliotecarios. No obstante, este trabajo viene a ser un gran avance en la comprensión de los modelos que se llevan en las bibliotecas, lo cual me hace preguntarme cómo se modelan las bibliotecas, o sea, cómo se crearían estos modelos.
En el mismo texto encontré pistas para responder a esta nueva interrogante, pues existen determinados ejes de valor que indican los autores y que son generadores de las características diferenciadoras de los modelos. Estos ejes de valor aparecen en la siguiente tabla:
Tabla de valores del modelado de bibliotecas (REG, 2013)
Tenemos entonces que la combinatoria de los valores configura modelos distintos de bibliotecas. Como ejemplo, si aplicamos estos valores al caso de una biblioteca tal como la Pride Library notamos que la misma se ajusta a un modelo de biblioteca tradicional con un espacio físico estático (ocupando un área dentro de la Biblioteca D.B. Weldon), en donde se encuentra una colección física, especial y de su propiedad (adquirida por donaciones), que tiene una organización automatizada (mixta en tanto que se comparte entre las dos bibliotecas, que la utilizan de modo diferente), y proporciona servicios gratuitos hacia dentro con personal voluntario. Se lleva un control flexible y mutable, con algunas modalidades de participación incluyente que posibilita que los usuarios se involucren en algunos asuntos como el ambiente y la estética del lugar, además de que tiene visibilidad atractiva y suficiente a su tamaño.
Llegados a este punto, podríamos pensar que esta tabla de valores resuelve el problema del diseño de las bibliotecas a partir de modelos, pero no es correcta esta conclusión, pues el modelado de las bibliotecas aún tiene varias interrogantes y aspectos poco claros que lo hacen fascinante, además de ser un problema dinámico y complejo, y que por ello mismo seguiremos considerando en otra ocasión.

Bibliografía

Cooper, D. (2011). Big gay library: An ethnography of the Pride Library at the University of Western Ontario. Tesis para obtener el grado de Master of Information. Toronto: Faculty of Information, University of Toronto. Localizado: 10 feb. 2013. En: http://www.uwo.ca/pridelib/documents/DCooperThesis.pdf.
Dirección Nacional de Promoción y Difusión Cultural. (2004). Modelo de biblioteca pública para Centro América. San Salvador, El Salvador: ABINIA, A.C.; CONCULTURA.
Kwanya,  T.; Stilwell, C.; Underwood,  P.G. (2012). Library 2.0 versus other library service models: A critical analysis. Journal of librarianship and information science, 44(3), pp. 145-162.
Liddle, J.A. (2007). Library models in New South Wales at a glance. Watsonia, Victoria: Public Libraries NSW-County.
Promising library models (s.d.). Action plan on reading in school. Localizado: 11 dic. 2007. En: http://www.mels.gouv.qc.ca/lecture/index_en.asp?page=schoolLibrary.

jueves, 21 de febrero de 2013

52. LAS NECESIDADES DE INFORMACIÓN

En los años 70 y 80, se dieron varios intentos para definir la naturaleza de las necesidades de información. Se buscaba entonces determinar si son deseos, intereses, demandas o carencias de las personas aquello que se debe designar como “necesidad de información”. Con el tiempo, la carencia se impuso como determinante de la definición; o sea, que la necesidad de información sería entendida como la carencia de información, y consecuentemente como la carencia de los documentos que contienen la información.
Acorde a este sentido, Juan José Calva propone su Modelo de las Necesidades de Información (abreviado NEIN), en el cual contempla el desarrollo temporal de la necesidad de información, desde el surgimiento hasta la satisfacción de la carencia de información. Es importante notar que este modelo supone que se pueden tener la información y el documento que la contiene. De esta manera, el NEIN estipula que la identificación, obtención y uso a esos documentos (conjunto de acciones que conforman el llamado “comportamiento informativo”) llevarán a la satisfacción de la necesidad de información. Dicho en otras palabras, la carencia (necesidad de información) se resuelve con tener la información faltante.
El siguiente gráfico utiliza el cuadro semiótico para ilustrar lo que implica el NEIN: La carencia puede estar latente o ser expresada, en cuyo caso puede tratarse de una pregunta o de un problema. De esta manera, la carencia de información, sobre la que quizá nos damos cuenta, se atiende generando o adquiriendo la información para tenerla, sea poseyéndola o pudiendo usarla. A continuación, una vez que la información está disponible y accesible, se puede efectivamente usarla (lectura o estudio) y así realizar el comportamiento informativo que se espera (elipse roja en el gráfico), para de esta manera llegar a informarse.
Necesidad de información como carencia.
Agrega Calva que la satisfacción de la necesidad de información está en relación directa con la relevancia y la pertinencia de la información. Dicho en otras palabras, la información es vista como producto y la relevancia y la pertinencia son dos medidas de la calidad de esta información. No obstante, de esta manera se confunde la satisfacción con la conformidad, o sea, el reconocimiento de la relevancia y la pertinencia de la información sólo pueden indicar que se está conforme con el producto-información como aquello que se tiene para subsanar la carencia. Sin embargo, en este gráfico mostramos que la satisfacción más bien está en relación con la conformidad (que es su antecedente) y con la carencia misma.
Este concepto de necesidad de información se ha vinculado frecuentemente con una valoración cultural de que los objetos son más importantes que las personas, que es la idea subyacente en el llamado “enfoque centrado en la biblioteca”, mismo que en apariencia se opone al “enfoque centrado en el usuario”. En otras palabras, cuando se opera conforme la dupla carecer-tener es común enfatizar lo que se tiene, trabajar para lo que se tiene, poner en servicio lo que se tiene, estudiar los contactos de las personas con lo que se tiene, evaluar si las personas están satisfechas con lo que se tiene y con los servicios relacionados, etc. Podemos notar que todas las acciones que emprenden los bibliotecarios funcionan de esta manera dentro de la dupla carecer-tener.
Otro supuesto de la dupla carecer-tener es que toda la información se puede generar o adquirir para tenerla. Al respecto, es bien conocido que la generación y la adquisición de información tienen límites que se pueden conocer con bastante exactitud y que dependen de factores culturales, sociales, económicos y políticos (vid. la entrada 48 sobre la infopobreza).
Este concepto de necesidad de información basado en la dupla carecer-tener sirve de sustento del enfoque centrado en el usuario, de los estudios de conducta informativa, de la alfabetización informacional y de otros desarrollos. Por esta razón, nos preguntamos si es posible otro concepto de necesidad de información; esto es, si podemos concebirla no como una carencia, sino como otra idea que supere la primacía de los objetos por encima de los sujetos, que sea más adecuada para incluir la diversidad cultural y que acepte y explique los resultados de los estudios emprendidos y los conocimientos alcanzados a partir de la dupla carecer-tener.
El estudio de las necesidades de información debe partir de una reflexión crítica sobre los avances alcanzados hasta ahora, reconociendo que estamos ante un problema de gran complejidad, y que por lo mismo debemos seguir tratándolo en sucesivas entregas.

Bibliografía

Calva González, J.J. (2004). Las necesidades de información: Fundamentos teóricos y métodos. México: UNAM, CUIB.

domingo, 3 de febrero de 2013

51. LOS SERVICIOS BIBLIOTECARIOS

Hace más de tres lustros, cuando estudiaba la maestría quise analizar posibles cambios en la enseñanza de la materia destinada a formar en la licenciatura al bibliotecario profesional para que pueda brindar los servicios de consulta o referencia.
En aquella ocasión, pensé que se podrían atraer nociones de la biblioterapia para establecer un acercamiento a esta materia que fuera diferente al que sigue considerando la enseñanza de las características y usos de las obras de referencia como lo más importante. De esta manera, me pareció que el enfoque centrado en el usuario de la biblioterapia vendría a llenar un vacío en los servicios de referencia. No obstante, el intento casi me costó reprobar el seminario de educación bibliotecológica, debido a la franca oposición a mi proyecto por parte del profesor que tenía asignado.
Con el tiempo, he venido notando las deficiencias de muchas bibliotecas en materia de servicios -no sólo en los servicios de referencia-, a pesar de que los bibliotecarios de las mismas están convencidos de que hacen lo mejor que pueden, incluso con calidad.
Más recientemente, me ha llamado mucho la atención que varias instituciones publiquen sitios en la red a los que llaman "bibliotecas digitales", que sólo son cúmulos de publicaciones digitales y, a veces, algunas aplicaciones contratadas a proveedores, pero que carecen casi por completo o completamente de una noción de servicios.
Añadamos que hace un año Cherry y Calvert (2012) publicaron los resultados de un estudio en el que hicieron señalamientos sobre la gran distancia que hay entre los discursos y los hechos de los bibliotecarios cuando se refieren a los servicios que proporcionan en las bibliotecas. Llegaron a esta conclusión luego del estudio cualitativo que realizaron para tratar de comprender las resistencias de los bibliotecarios a aceptar la implantación del modelo de atención a clientes en el servicio bibliotecario. Es de notar que este es el modelo de servicio que utilizan empresas como McDonald's, Disney y las vendedoras de automóviles.
Por otra parte, tenemos que Buckland (1983) propuso hace tres décadas un modelo sistémico del servicio bibliotecario, que se ilustra con el siguiente gráfico:
Sistema de Provisión y Uso del Servicio Bibliotecario (Buckland).
Es de notar que este autor manifiesta que la esencia del servicio bibliotecario es proporcionar documentos para su lectura (p. 6), y que los diferentes tipos de preguntas que hacen los usuarios requieren distintos tipos de servicios (p. 191). Un asunto curioso que aborda es el de la virtud de la biblioteca, para lo cual cita a R.M. Orr señalando los dos sentidos que se asocian a este tema: La virtud como calidad (capacidad) o como valor (efectos benéficos).
Observamos que el modelo de Buckland es el de almacén -que es el más comúnmente utilizado en las bibliotecas-, y el modelo de atención a clientes que indican Cherry y Calvert sólo consiste en agregar al cuadro de "Uso del servicio bibliotecario" los procedimientos de atención a clientes. No obstante, esto viene a ser un cambio radical en la percepción de los bibliotecarios que participaron en su estudio. Al respecto, para esos bibliotecarios no es lo mismo vender una hamburguesa, una experiencia Disney o un automóvil que proporcionar un servicio en una biblioteca.
En este sentido, pareciera cumplirse el señalamiento de Erich Fromm (1988) sobre llevar a los extremos la cultura del tener, arribando a igualar en sus fines un servicio cultural y educativo de interés social con un negocio comercial que se dedica a vender bienes y servicios para el consumo.
Por todo esto, los elementos problemáticos que se pueden debatir hasta aquí son abundantes, pero les quiero agregar algo más en razón de que vengo observando que la relación bibliotecario-usuario muestra a veces proximidades y a menudo distanciamientos. Tras acudir a consultar el diccionario de la lengua, hallé que tenemos en español palabras que podemos ordenar en función de la proximidad que se presenta en las interacciones, mismas que muestro en el siguiente gráfico:

Niveles de la interacción bibliotecario-usuario.
Siguiendo esta ilustración, noto que el bibliotecario puede atender al usuario. En este sentido, no lo ignora, sino que lo acoge favorablemente en la biblioteca, lo mira o le cuida, y puede llegar a satisfacer una petición de información u orientación, o conducirlo a donde se encuentra un recurso.
En otro caso, el bibliotecario puede servir al usuario, pues es quien le han dicho que debe atender y servir conforme unos procedimientos establecidos. En este sentido, el bibliotecario no es solidario con el usuario, sino que cumple las rutinas que tiene indicadas.
Además, el bibliotecario puede tener un cierto trato con el usuario; esto es, lo atiende y lo sirve, pero también se relaciona y se comunica con él, además de que lo cuida en materia de los recursos y servicios bibliotecarios, la información y el conocimiento que pone a su alcance. Con el trato, incluso puede haber empatía entre el bibliotecario y el usuario.
Cuando el bibliotecario es solidario con el usuario, entonces le atiende, le sirve, lo trata y le ayuda brindándole su cooperación e incluso poniendo su esfuerzo y sus medios para beneficiarlo.
En este sentido, volviendo al modelo de Buckland tendríamos que estos niveles de proximidad bibliotecario-usuario pueden ubicarse en el mismo cuadro de "Uso del servicio bibliotecario", aunque lo idóneo sería hacer un replanteamiento de este modelo para actualizar lo que deben ser los servicios bibliotecarios el día de hoy.
De cierto, el problema de la modelación, el diseño y la puesta en operación de servicios bibliotecarios actuales es un asunto que debe de interesar a todos los bibliotecarios, aunque no deja de plantear grandes retos, como vemos en este breve abordaje. El problema se vislumbra tan complejo, que con gusto lo trataremos más adelante.

Bibliografía

Buckland, M.K. (1983). Library services in theory and context. New York: Pergamon.
Cherry, J.; Calvert, P. (2012). Library service as theatre: Using dramaturgy to investigate attitudes to the retail and professional models of service. Aslib proceedings: New information perspectives, 62(2), pp. 201-214.
Fromm,  E. (1988). To have or to be? New York: Bantam.
Mon, L. (2005). Face threat. En: Fisher, K.E.; Erdelez, S.; and McKechnie, L.E.E. (Ed.) (2005). Theories of information behavior. Medford, N.J.: AISI&T; Information Today. pp. 149-152.

lunes, 31 de diciembre de 2012

50. ¿RECURSO O DOCUMENTO?

En la entrada 16, expuse el problema de si es posible una forma normalizada de descripción de todos los tipos de documentos. Una de las vertientes de ese problema es si se podría compatibilizar el carácter sistémico y objetivo de la normativa catalográfica con el modus operandi de los individuos, que siguen procesos históricos y subjetivos cuando buscan información y documentos.
Las reglas de descripción y acceso del recurso (RDA) han venido a abonar este problema, no obstante que desde su creación se han propuesto como una suerte de solución del mismo, pues con su enfoque hacia la atención de las cuatro actividades del usuario (encontrar, identificar, seleccionar y obtener) y su modelo de entidad-relación se centran en un concepto de apariencia neutral: El recurso, que se define en la normativa respectiva como sigue:
Una obra, expresión, manifestación o item. El término no sólo incluye una entidad individual, sino también sus agregados y componentes (por ejemplo, tres mapas, una diapositiva que es parte de un conjunto de 20, un artículo publicado en una revista académica). Se puede referir a una entidad tangible (por ejemplo, un audiocasete) o a una entidad intangible (por ejemplo, un sitio web).
Las entidades bibliográficas obra, expresión, manifestación e item se muestran con sus relaciones en el siguiente gráfico, tal como se les consideró en el modelo de requisitos funcionales del registro bibliográfico (FRBR):
Dejaremos por ahora de lado los problemas que en sí misma plantea esta definición del recurso para tratar de responder a una cuestión que se aloja en el corazón mismo del problema de la entrada 16: Sobre si un recurso y un documento son la misma cosa. Para ello, vamos a considerar la genealogía de ambos, en cuyo intento nos guiaremos con la gráfica del modelo de creación / conformación del documento, que se muestra a continuación:
Tenemos aquí que un documento es un objeto apropiado o elaborado que por la forma como se le adquirió o por su uso asume una valoración simbólica-social como registro o evidencia de algo, lo cual le da una peculiar significación ante un individuo o un grupo social. Es de notar que esta noción suma nuevos matices al problema que semblanteamos en la entrada 11 sobre la naturaleza del documento.
Por razones de utilidad, el documento es objeto de estudio y desarrollo dentro de la disciplina que llamamos "Documentación" (entre otros nombres), y puede llegar a reunirse con otros documentos para conformar acervos que se guardarían en repositorios. La historia ha mostrado que los acervos dispuestos y accesibles para su uso brindan una diferencia competitiva a los individuos y las sociedades a quienes sirven.
Podríamos abundar en otros conceptos que se desprenden de esta gráfica, pero por ahora nos interesa aclarar que hemos añadido en rojo las entidades bibliográficas que son propias del recurso, conforme su definición. De esta manera, notamos que las entidades bibliográficas expresión, manifestación e item están presentes dentro del proceso de creación / conformación del documento, pero que no está la entidad bibliográfica obra, pues aunque se tiene por supuesta en este modelo no es parte del mismo. Dicho en otras palabras, la noción o la idea que es característica de la obra no se ha considerado como parte del concepto de documento, pero sí es parte del concepto de recurso.
Agreguemos a lo anterior que en las RDA no se define lo que es un documento, aunque si se le considera como manifestación, lo cual corresponde a usos específicos que se dan al documento.
Todo esto apunta a que el recurso y el documento no son de la misma naturaleza. Asimismo, este razonamiento es indicador de que el documento es un tipo de recurso, pero aun queda por resolver si todo recurso es un documento.
Esta última interrogante puede responderse negativamente si consideramos los siguientes casos:
1) Los mensajes que nunca llegan a fijarse en un soporte (esto es, que son obra u obra-expresión solamente).
2) Los recursos que nunca llegan a ser valorados como documentos (por ejemplo, los grafitis callejeros, los escritos y dibujos en los baños públicos, las producciones censuradas, subvaloradas o excluidas, etc.).
3) Los recursos que entran en la nebulosa que se llama "recurso intangible". Sin embargo, en este considerando hay algunos que claramente son documentos, como los sitios web.
Llegados a este punto, alguien pudiera pensar que este problema resulta del tipo de abordaje que estamos siguiendo (la genealogía del documento y del recurso), y que la solución se tendría con sólo seguir otro camino, por ejemplo, mediante una comparación de tipologías del recurso y del documento. Nada más alejado de la realidad, pues este es un problema no sólo conceptual, sino de la práctica de conformación y organización de los acervos.
En otras palabras, este problema se refiere a la concepción misma del universo documental o de recursos que es materia de trabajo de los bibliotecarios, por lo que su problematización es un asunto permanente y abierto debido a las dinámicas de creación y conformación de los objetos y de valoración de los mismos como documentos o como recursos de interés para las unidades de información.
Así, el problema de si sean lo mismo el recurso y el documento queda abierto, sin resolver, pues precisamente las dinámicas en las que están involucrados ambos son distintas y coinciden con determinada frecuencia, por lo que pueden cambiar sus definiciones e incluso volverse más imprecisas. Este problema es tan complejo e interesante que lo deberemos considerar en otros abordajes.

Bibliografía

Buckland, M.K. (1997). What is a document? Journal of the American Society for Information Science, 48(9), pp. 804-809.
Dumas, M.N. (2012). Uma busca por um conceito genérico de documento: Tipos e suportes. Disertación de maestría presentada en la Universidade Federal do Paraná, Curitiba.
Frohmann, B. (2009). Revisiting "what is a document". Journal of documentation, 65(2), pp. 291-303.
Rabello, R. (2009). A face oculta do documento: Tradição e inovação no limiar da Ciencia da Informação. Tesis de doctorado presentada en la Faculdade de Filosofia e Ciencias de la Universidade Estadual Paulista, Marília.
RDA toolkit: Resource description & access. (2010- ). Localizado: 31 dic. 2012. En: http://www.rdatoolkit.org.