lunes, 27 de diciembre de 2010

25. LA BIBLIOTECA POSIBLE

Luego de las reflexiones que emprendimos para definir conceptualmente la biblioteca (entrada 6), su misión (entrada 21) y su condición de legítima (entrada 24), encontramos varios problemas que quedaron planteados, aunque aún falta redondear la problematización que manifiesta esta institución polimorfa. Por esta razón, ahora vamos a revisar tres valores que se han considerado clave para la comprensión de la biblioteca: Su completitud, su ordenación y su servicio. Enseguida, hago los planteamientos iniciales sobre estos valores como posibilidades de la biblioteca.
1) La biblioteca completa. El Diccionario de la RAE dice que la condición de completo aplica a lo lleno, lo acabado o lo perfecto. En la biblioteca, se ha entendido generalmente que el carácter de completo tiene que ver con una totalidad característica de la colección, o sea, significa tener todo sobre un autor, sobre las ediciones de una obra o sobre una materia, a lo cual se dedica el proceso llamado “desarrollo de colecciones”. Lo completo como totalidad se acerca en cierta medida a los sentidos de “lleno”, “acabado” o “perfecto”. Lo contrario a la condición de completo sería lo deficiente o lo poco que se tuviera en la colección.
El ideal de una biblioteca completa se planteó en el pasado con las pretensiones de la Biblioteca de Alejandría, en varias bibliotecas monásticas y reales, en el proyecto del Mundaneum de Otlet, como parte central de los proyectos de disponibilidad universal de las publicaciones y más recientemente con la Internet y el proyecto de Google para digitalizar todos los documentos del orbe.
Encontramos un modelo de esta condición de completitud en el relato intitulado Biblioteca de Babel, escrito por Jorge Luis Borges, en donde se juega con la idea del infinito espacial del edificio y el infinito temporal del coleccionismo y los contenidos, con los cambios idiomáticos y sus interpretaciones, así como las formas de vida que habría dentro de una biblioteca completa.
2. La biblioteca ordenada. La condición de ordenado se refiere a tener o guardar un orden. El Diccionario de la RAE indica que el orden se refiere a la “colocación de las cosas en el lugar que les corresponde”, también al “concierto, [o la] buena disposición de las cosas entre sí”. Lo contrario a la condición de ordenado es la descolocación y el caos. En la biblioteca, el orden se relaciona con la organización administrativa y con la colocación de los recursos, que tiene como condición previa la identificación de los objetos llamados “documentos”.
La identificación de los documentos se hace por dos formas de juicio que se realizan a través de su descripción fáctica y su descripción interpretativa. La descripción fáctica encuentra enunciados algunos elementos en el documento al que se aplica, como el autor o el título en una portada de un libro. La descripción interpretativa enuncia los elementos que no son evidentes en el objeto al que se aplica, para lo cual puede recurrir a procedimientos de reconocimiento (número total de páginas, presencia de ilustraciones, presencia de color, etc.), a procedimientos de validación (control de autoridades de nombres), a escalas (dimensiones, tamaño de un archivo electrónico, escala de un mapa, etc.), o a la respuesta a preguntas abiertas del tipo “¿qué ves y/o escuchas?” o “¿de qué se trata?”.
Llamamos a estas dos formas de descripción con el nombre genérico “catalogación” y más específicamente pretendemos distinguirlas con los nombres “catalogación descriptiva” y “catalogación temática”, aunque obviamente estas designaciones son incorrectas en sus alcances.
Una vez identificados los documentos, se les ubica dentro de un sistema que los estandariza y les asigna un código que corresponde a la colocación dentro de un todo (la colección). A este sistema se le llama “clasificación”. Para que una biblioteca esté ordenada, al menos la catalogación y la clasificación deben llevarse a cabo de forma normalizada, o sea, tratando de reducir a cero la variación en las decisiones que se toman en la descripción o en la aplicación de la norma para la colocación. Esto depende de la existencia de normas coherentes, de la capacitación de aquellos involucrados en su aplicación, del control de calidad de los procesos y del aseguramiento del producto final.
3) La biblioteca servidora del usuario. Sobre la palabra “servir”, el Diccionario de la RAE indica en su segunda acepción que es “estar sujeto a alguien por cualquier motivo haciendo lo que él quiere o dispone”. En su sexta acepción es “aprovechar, valer, ser de utilidad”. Cuando en las bibliotecas se hace referencia a servir al usuario, generalmente se trata de un acto de voluntad, una vocación, de algo que se pretende consustancial a la institución; de esta manera, se dice que la biblioteca existe para servir. Luego de esta enunciación, se listan los servicios que las bibliotecas proporcionan a sus usuarios. Lo contrario a la condición de servir es el dominio y el abandono.
A primeras luces, notamos que la biblioteca debe estar completa y ordenada como condición suficiente para que pueda servir al usuario. Sin embargo, la evidencia práctica nos indica que ninguna biblioteca está completa y que su ordenación depende de muchos factores, como las características de sus recursos humanos y su gestión interna y externa; algunos de estos factores son críticos para permitir su desarrollo, por ejemplo, el presupuesto y las políticas de la organización de la que es parte.
Tenemos entonces una biblioteca que no está completa y con una ordenación condicionada, pero que enuncia que su vocación es la de servir al usuario, a pesar de sus carencias, limitaciones y deficiencias. La única posibilidad de coherencia de esta enunciación es si pensamos que sirve para establecer una relación política, que por ende puede no corresponder a alguna realidad y no servir como vía para legitimar o conocer sobre la legitimidad de la biblioteca.
Esta enunciación política no tiene la intención de ser escuchada por los usuarios, pues ellos podrían objetar su validez. Más bien, se utiliza para quienes se localizan en un nivel de decisión sobre la biblioteca. Sin embargo, esta biblioteca puede recurrir a la promesa y la esperanza con sus usuarios, aunque para ello debe deshacerse de varios conceptos ramplones, como el de “satisfacción del usuario”, que corresponde a un indicador del conformismo de los usuarios con lo que les ofrece la biblioteca.
Nos adentramos entonces al plano de las interacciones de la biblioteca con el mundo, que es muy complejo y en el que circulan varias mistificaciones a través de los modelos utilizados hasta ahora, que sólo socavan el concepto de biblioteca y alientan las confusiones que pretenden que la Internet va a sustituirla. Debido a este carácter complejo de este problema, tendremos que seguir abordándolo más adelante.

Bibliografía
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 25 dic. 2010. En: http://www.rae.es.

lunes, 27 de septiembre de 2010

24. LEGITIMIDAD DE LA BIBLIOTECA

Me encuentro en Mérida y hoy empecé a impartir uno de los módulos del Diplomado de Formación de Traductores Tecnológicos, que está dirigido a mayas. Me ha tocado tratar sobre la producción social de las tecnologías. Nuestros traductores deben ejercer su acción desde la biblioteca pública, por lo que un par de condiciones que estoy tomando en cuenta para que las tecnologías puedan ser socialmente significativas es la legitimidad de la biblioteca pública y la de las propias tecnologías.
Las bibliotecas son lugares que casi siempre están asociados a valores positivos (Santos Corral, 2009, p. 44). Sirven a las personas para proporcionar información y documentos para la educación, la toma de decisiones y para realizar ciertas acciones. Sin embargo, la misma autora reconoce que para que su cometido sea efectivo se tienen que considerar las estructuras de significación que se deben tejer alrededor del uso de las herramientas de comunicación, así como la capacidad de apropiación de los individuos. En este sentido, se requiere tener en cuenta factores como los escasos hábitos de lectura, la capacidad y habilidad tecnológica, la relación de los documentos y los equipos con la vida cotidiana de los habitantes de las comunidades, o la valoración que se establece entre aquéllos y éstas (Ibid., p. 46).
La Red Nacional de Bibliotecas Públicas cumplió hace unos días 27 años de haber sido concebida. Actualmente tiene más de siete mil repositorios de documentos de acceso público y gratuito en más del 90% de todos los municipios del país. Sin embargo, la situación no es halagüeña, pues cuando nos acercamos a ver el estado de cada biblioteca, encontramos que muchas se encuentran en edificios viejos, con colecciones pobres o desactualizadas, con medios de búsqueda manuales, instalaciones carentes de mantenimiento, sin alguno o todos los servicios (luz, agua, teléfono, Internet), a menudo con un bibliotecario que sirve de muy poca ayuda, si es que encontramos al bibliotecario, y con una asistencia diaria promedio de entre tres y cinco usuarios.
Con las proporciones guardadas, algo parecido ocurre con las bibliotecas escolares y universitarias del sector público, mismas que viven dependiendo del acceso a los recursos del gobierno federal ya que sin estos ingresos poca cosa podrían hacer, dado que generalmente sus instituciones de adscripción o los gobiernos de sus estados o municipios no muestran aprecio por ellas. Otra situación se vive con este tipo de bibliotecas en el sector privado, pues ahí se les maneja como un servicio más que se contabiliza en las cuotas periódicas que deben pagar sus clientes, por lo que muchas veces las olvidan cuando termina el período del contrato.
Muchas bibliotecas especializadas y todas las nacionales de México dependen también de recursos gubernamentales federales, lo cual no viene más que a contribuir a esta situación rara que vivimos en el campo bibliotecario nacional, que redunda en formas de organización jerárquicas y dependientes de actitudes paternalistas que descienden de la cúspide, además de casi paralizar toda acción particular en materia bibliotecaria. Es importante aclarar que los bibliotecarios profesionales de este país están muy acomodados a la situación imperante, lo cual lleva a que generalmente carezcan de los conocimientos, las habilidades y las actitudes para conducirse de otro modo, además de que no tienen ningún motivo para cambiar este estado de las cosas.
Las bibliotecas mexicanas parecen instituciones completamente ajenas a las comunidades donde se encuentran, salvo algunos pocos casos que he conocido en donde la población en ocasiones realmente manifiesta un aprecio por la biblioteca. Lo anterior me ha llevado a dudar mucho sobre la necesidad de que haya una biblioteca en aquellas comunidades que la tienen como ajena, aún más luego de saber sobre la forma como se dan las cosas en algunos países, donde se han creado o se mantienen bibliotecas por la voluntad de las personas. Como indiqué antes, la razón de esta inquietud es porque en México las bibliotecas sólo pueden existir por la voluntad de los gobiernos, ya que 99.99% de las que tenemos dependen económicamente del sector educativo o del subsector cultura, y sin estos recursos difícilmente podríamos pensar en su existencia.
Antes creía que el relativo interés de las personas por la biblioteca en México debía ser porque la sentían como una institución impuesta, en la medida en que su creación y establecimiento resultaban de una acción gubernamental que se ejercía sin consultarles. Sin embargo, ahora me parece que la cuestión tiene que ver más con un problema de buenas intenciones que llevan a crear bibliotecas, pero que no llegan a concretarse en acciones para legitimarlas en la sociedad.
Lo legítimo es aquello conforme a las leyes, justo o lícito, cierto, genuino y verdadero en cualquier línea (RAE, 2001). En este sentido, algo es legítimo cuando:
1. Sus cualidades y condiciones generan su ser y parecer.
2. Su ser/parecer y permanecer es constante e invariable en la mente de las personas.
3. Su existencia, y aquello para lo que existe están permitidos y tienen una razón.
Resulta así que para referirnos a la legitimidad de la biblioteca debemos considerar lo que las personas piensan de ella (su ser y parecer; su permisividad y su razón de ser), preferentemente aquéllas que no la utilizan o las que estén definidas como no-usuarias.
Podríamos asumir entonces que aquello que piensan las personas de las bibliotecas tiene que ver con la difusión que se haga sobre su existencia, sus recursos y sus servicios. Asimismo, si dejamos de lado las cualidades y condiciones de la institución para centrarnos en su razón de existir, tendremos que las bibliotecas están para ser usadas cuando se busca información y documentos. De esta manera, cuando tratamos sobre la legitimidad de la biblioteca nos podemos referir a factores que garantizan su presencia ante las personas y a los usos que las mismas realizan con ella.
Tener presente la biblioteca es al menos saber dónde se localiza, en qué horario presta sus servicios y tener una opinión o recomendación sobre ella. En caso de que no haya este conocimiento mínimo en la población, estamos ante un problema de la biblioteca (falta de permanencia en la mente de las personas), que en parte podría resolverse con promoción o difusión entre los miembros de la comunidad. También existe la presencia diferenciada de la biblioteca para las distintas clases sociales, que en un mundo tan diverso como el nuestro cobra un especial sentido y es de gran importancia tomarlo en cuenta.
Los usos de la biblioteca también conforman la legitimidad, pues si nadie usa la biblioteca resulta claro que no está legitimada en la comunidad potencial para la que fue definida. En algunas bibliotecas, una afluencia raquítica de asistentes tampoco se considerará legítima. En este sentido, el uso de la biblioteca parece convertirse en una cuestión de números, por lo que bien podríamos hablar de un punto de legitimidad, a partir del cual la biblioteca ya pueda ser considerada legítima porque brinde servicios y recursos a una cantidad de usuarios.
A este respecto, son varios los componentes de la biblioteca a considerar para que los usuarios se hagan frecuentes: La calidad y la diversidad/especificidad del acervo, la diversidad y calidad de los servicios, el horario adecuado y, a veces, flexible, el ambiente que traduce el espacio físico/virtual y, sobre todo, el trato de los bibliotecarios.
Si nos trasladamos a las bibliotecas universitarias, notaremos que hoy para muchos les resulta impensable el acceso al catálogo por vía manual, más si estamos en una organización privada. Sin embargo, no es mal visto que las bibliotecas públicas sigan con catálogos manuales. En el primer caso, la biblioteca universitaria privada perdería legitimidad ante las personas si regresara al uso de un catálogo manual, mientas que en el caso de la biblioteca pública su presencia se trataría como un mal menor o una necesidad. De esta manera, tenemos que las comunidades son las que legitiman la institución bibliotecaria, sus recursos y sus servicios, al tenerla presente o al usarla.
Continuando con las bibliotecas universitarias, notemos que en el año 2006 se realizó una encuesta a usuarios y usuarios potenciales de la Biblioteca Central de la UNAM para conocer sobre el uso de los recursos electrónicos de información por parte de los estudiantes y los profesores (González Marín et al., 2009). Los resultados arrojaron lo siguiente:
a) 69% de los alumnos conocen los recursos electrónicos generados por la propia institución, aunque sólo 54% los usan. De ese 15% que conocen pero no usan los recursos, se encontró que 28% dijeron que no les interesan, 23% que no saben usarlos y 18% que no les sirven.
b) En el caso de los recursos electrónicos suscritos por la UNAM, 12% de los alumnos manifestaron conocerlos pero no usarlos. De entre ellos, 32% dijeron que no les interesan, 25% que no sabe usarlos, 10% que no les sirven y 9% que su uso es complicado.
c) Cinco por ciento de los profesores conocen pero no utilizan los recursos electrónicos generados por la UNAM; de entre ellos, 48% dice que no les sirven, 23% no sabe usarlos y a 17% no les interesan.
d) Ocho por ciento de los profesores conoce pero no usa los recursos electrónicos suscritos por la misma institución, y de entre ellos 48% dicen que no les sirve, 29% que no les interesan y 13% no sabe usarlos.
Es así que entre el 69% y el 76% de los alumnos conocedores de los recursos manifestaron algún problema de legitimidad de los mismos; en tanto, cerca de 90% de los profesores que conocían pero no usaban los recursos se expresaron igual. Las formas de deslegitimación de estos recursos fueron por falta de una razón de ser ("no me interesa" o "no me sirve") o por falta de habilidad para el uso ("no sé usarlo" o "es de uso complicado").
En un estudio que se hizo en México para evaluar el impacto en la sociedad del Programa de Acceso a Servicios Digitales en Bibliotecas Públicas (PASDBP), se encontró (Santos Corral et al., 2006, p. 59) lo siguiente:
1. Que los bibliotecarios hacen promoción en las escuelas, aunque las personas más bien se enteran de lo que pasa en la bibliotecas cuando la visitan (entre 57.3%-70%) o por amigos, vecinos o familia (entre 23.75%-13.9%, en este orden por decrecimiento).
2. Que a pesar de las recomendaciones internacionales, las principales barreras para el acceso a los equipos de cómputo y a la Internet en la biblioteca son el cobro de los servicios y la exigencia de una identificación (Santos Corral et al., 2006, p. 60). Además, se siguen encontrando bibliotecas con letreros que condicionan el uso de los equipos a que los usuarios lean primero el material impreso.
3. Que influyen mucho en la legitimidad otros problemas, como el ausentismo de los bibliotecarios que ocasiona horarios de atención irregulares, así como los problemas interpersonales y los conflictos políticos locales (Santos Corral et al., 2006, p. 61).
A esto agregan los autores que “en lugares donde la operación de las bibliotecas no está plenamente institucionalizada ni legitimada, estos factores han provocado que los usuarios no asistan a estos lugares, ni aún con la llegada de las computadoras”.
Santos Corral (2009, pp. 48-50) propone los siguientes indicadores de legitimación de la biblioteca pública:
A. Función social: Tiene espacios e instrumentos, y se construye fundamentalmente a partir de lo que los usuarios pueden hacer en la biblioteca y con los recursos. Por ejemplo, algunas funciones de la biblioteca pública son proporcionar información, servir para hacer tareas, ser guardería, servir para brindar información, o ser refugio.
B. Recursos requeridos para la apropiación de la biblioteca: Son las herramientas tecnológicas, las capacidades y las habilidades de lectura, así como la capacidad de hacer búsqueda.
C. Expectativas que genera la biblioteca y sus recursos: Estas expectativas se ubican en los usuarios y en los no-usuarios, tales como los actores de apoyo local, las autoridades y los grupos que se oponen al uso de algunos recursos, como las computadoras.
D. Principales usos de la población local: Se debe considerar si la biblioteca impone un uso, si se detectan heterogeneidades en el uso prescrito, o si la biblioteca no supera una posición marginal o de estancamiento con la llegada de nuevos recursos, particularmente los tecnológicos.
E. Oferta cultural-recreativa del entorno donde se ubica la biblioteca: Se consideran, por ejemplo, las escuelas, los cines, los espacios de entretenimiento y recreación, así como las actividades culturales.
F. Formas de consumo y socialización de la biblioteca: Por ejemplo, vista como centro de información, como espacio de encuentro y socialización, como lugar para realizar búsquedas más actualizadas y pertinentes, como sitio para usos escolares, o como lugar donde se encuentran la cultura libresca y la cultura informática.
De esta manera, la legitimidad es algo que debería interesarnos a todos los bibliotecarios, así como a todos los que trabajamos en el campo de la información. No obstante, el problema de la legitimidad de las bibliotecas es complejo, por la diversidad de actores, situaciones e intereses involucrados. Podemos notar con facilidad que varios de los planteamientos que hacen los bibliotecarios progresistas de México y otros países tienen que ver con este asunto. Sin duda, este es un problema muy atractivo, como para invitarnos a seguirlo tratando en otra ocasión.

Bibliografía
González Marín, S. et al. (2009). Recursos electrónicos de información en la UNAM: Diagnóstico de uso entre estudiantes y profesores. México: UNAM, DGB.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 20 sept. 2010. En: http://www.rae.es.
Santos Corral, M.J. (2009). Legitimando las TIC y las bibliotecas públicas. En: Santos Corral, M.J. y Gortari Rabiela, R. de. (Coord.). (2009). Computadoras e Internet en la biblioteca pública mexicana: Redefinición del espacio cultural. México: UNAM, IIS; Prentice Hall.
Santos Corral, M.J. et al. (2006). Acceso tecnológico: Una Reinterpretación de la biblioteca pública mexicana. México: Conaculta, DGB.

jueves, 16 de septiembre de 2010

23. COMUNICACIÓN Y HEURÍSTICA DE LOS BIBLIOTECARIOS

Hace algún tiempo, un alumno de bibliotecología me decía que tenía problemas para iniciar su tesis, pues todos los temas de investigación se habían agotado. Me causó gran sorpresa escucharlo y de inmediato le enumeré algunos problemas de nuestro quehacer, mismos que podría tratar en su trabajo recepcional. El alumno quedó muy sorprendido y dijo que lo iba a consultar con un maestro, pues no estaba muy seguro de que los temas que yo le proponía fueran propiamente bibliotecológicos.
Esta situación de definir lo propio y distinguirlo de lo ajeno es un asunto que impregna de varias maneras el universo bibliotecario, aunque mayormente sólo establece barreras que dificultan la comunicación que deberíamos tener con el resto de las profesiones y disciplinas. Otro asunto resulta de que esta situación también sirve para acotar los intereses de los bibliotecarios.
Lo anterior no obsta para que haya colegas que incursionan en otros ámbitos buscando dar salida a sus inquietudes. Así, los hay que son ávidos lectores de tratados pedagógicos, sobre sistemas computacionales y de redes, de antropología, sociología o derecho, de diseño de interiores, de diseño gráfico, y de otras varias islas de conocimientos. También hay bibliotecarios que acuden a conferencias, cursos, talleres y seminarios de otras disciplinas.
Hace no mucho, encontré un ejemplar pasado de la revista Entrepreneur que estuvo dedicado a exponer las 100 ideas para emprender, a manera de una guía para hacer negocios innovadores. De entre la lista que exponen encontré los siguientes que me parece pueden ser fuente de ideas para los bibliotecarios:
1. Ludoteca. A continuación incluyo el texto que aparece en la revista.

Este me ha parecido muy interesante porque en todo tipo de bibliotecas se puede y debe considerar el juego como una fuente de liberación de estrés, como un medio para fomentar la creatividad y como una forma de cambiar la imagen que los bibliotecarios tienen de estos recintos, y ni que decir de la imagen que puedan tener los usuarios. Existen ejemplos del uso de juegos en bibliotecas universitarias, públicas y escolares, aunque se les puede tener en cualquiera. El sitio web que se indica ya cambió, pues ahora es http://www.lajirafacongafas.mex.tl.
2. Club de tareas. El texto de Entrepreneur es el siguiente:Aquí mencionan la presencia de psicólogos y pedagogos, a los cuales bien se podría invitar a trabajar estos temas en las bibliotecas escolares y públicas. Algo realmente nuevo sería que esto pueda hacerse en bibliotecas universitarias. El sitio web es el mismo.
3. Centro móvil de videojuegos y Bar de videojuegos. A continuación los textos.Cada vez hay más comentarios sobre el valor del videojuego como fuente de conocimiento. Yo tuve la oportunidad de conocer a bibliotecarias lituanas que hicieron un acuerdo con el Ministerio de Educación de su país para hacer actividades educativas con estos recursos en sus bibliotecas. En el primer caso que aquí se muestra, se trata de una unidad móvil, lo cual podría funcionar para bibliotecas escolares, públicas y universitarias. La otra idea fue de alguna manera expuesta hace algunos años por el escritor yucateco Óscar Sauri Bazán, aunque él más bien pensaba hacer un bar de animación a la lectura. El sitio del centro móvil está en inglés y el del bar acaba de clausurarse, aunque las ideas siguen en pie.
4. The Espresso Book Machine y Librerías itinerantes para la playa. Estas dos ideas vienen enseguida.The Espresso Book Machine es un artefacto reproductor de libros, que puede atender las necesidades de los usuarios que deseen comprar el libro en vez de pedirlo prestado si está disponible. El sitio web sigue habilitado y vigente.
El caso de las librerías itinerantes es un proyecto de Editorial Preguntario, una empresa colombiana que, como puede notarse en su blog, es muy activa en materia de actividades culturales. Puede verse en el sitio una fotografía con la cortina de libros que hicieron para exhibirlos en la playa.
5. Tienda de manga. El texto de Entrepreneur viene a continuación:

Algunas bibliotecas públicas han resguardado colecciones de cómics e historietas, pues notan que existe una demanda de los usuarios. Hace algunos años tuve la oportunidad de ver una de esas colecciones en la Biblioteca Pública Central de Aguascalientes, aunque entiendo que ya no existe. El primer sitio web que se indica no sigue, pero puede encontrarse información en el foro Otaku Kurotsuki de Querétaro (http://clubkurotsuki.foroactivo.com.es/forum.htm). Los otros dos sitios siguen activos.
6. Servicio de citas por Internet. A continuación el texto.

Las bibliotecas públicas y universitarias son lugares de encuentro, por lo que bien se podría explotar este potencial con una idea que introduzca modificaciones, quizá no sólo centrada en el encuentro amoroso sino en el intelectual. Aquí se requiere hacer benchmarking para sacar más jugo a esta idea en beneficio de las bibliotecas. Los tres sitios de Internet están activos, y sus diseños pueden ser copiados en nuestras bibliotecas para clubes de lectura, de ciencias, de conversación, etc.
7. Asesor de compras e imagen personal. El texto de Entrepreneur es el siguiente:Hace años, Óscar Saavedra dijo en el Encuentro de Bibliotecarios de la Península de Yucatán que en el futuro veríamos el imperio de la información deportiva y de entretenimiento. Por más repulsiva que nos parezca la idea de que nuestro mundo se enfile en este sentido, parece que sí se está incrementando la banalidad en nuestro entorno, por lo que las bibliotecas deben ver esto como un área de oportunidad para atraer usuarios con ideas novedosas. ¿Qué ocurriría si en la biblioteca tuviéramos personas de buen gusto dispuestas a asesorar a otros sobre cómo mejorar su imagen, o sobre qué les conviene comprar, quizá utilizando catálogos o el sitio de la Procuraduría del Consumidor? El siguiente paso podría ser tener asesores que recomienden cuáles lecturas visten mejor a las personas para charlar y dónde pueden adquirirlas.
Con este muestrario vemos que no faltan temas de reflexión, más bien están a la vuelta de la esquina, en cualquier revista comercial o en pláticas que podamos entablar con otras personas, de preferencia que no sean bibliotecarios. Sin embargo, este planteamiento apunta a dos cuestiones problemáticas en bibliotecología: La falta de comunicación hacia afuera de la disciplina y la falta de ideas que surjan de lo que está pasando a nuestro alrededor.
Mientras damos más forma a estas nociones, les recomiendo visitar los blogues de los bibliotecarios que se han volcado al diseño de muebles e interiores para los espacios bibliotecarios. Son los siguientes: Vagabondages (http://www.vagabondages.org), del francés Thomas Chaimbault, y Bibliodesign, de la brasileña Cláudia Tarpani (http://www.bibliodesign.com.br/bibliodesign). También puede verse la propuesta de la empresa mexicana Información Científica Internacional (ICI) con la Reingeniería de Servicios Bibliotecarios (RSB) en su sitio http://www.iciweb.com.mx/Bibliotecas/servicio.htm.
Los problemas indicados de comunicación y heurística, entre otros nombres que les podemos dar, son tan interesantes que debemos seguir tratándolos en otra ocasión.

Bibliografía
100 ideas para emprender (Sept. 2008). Entrepreneur. 16(9)45-109.

lunes, 23 de agosto de 2010

22. SER Y PARECER DEL BIBLIOTECARIO

Hace un mes, fui invitado a dar una conferencia en Guadalajara, que debía tratar sobre la esencia del bibliotecario. El tema fue sugerido porque se habría de celebrar el Día Nacional del Bibliotecario el 20 de julio.
Una parte de mi exposición la dediqué a mencionar cómo nos ven las personas a los bibliotecarios. Para iniciar el tema, recurrí a cuatro imaginarios sociales:
a) El bibliotecario como ratón o cucaracha de la biblioteca.
b) El bibliotecario como alguien cuadrado.
c) El bibliotecario como colocador de libros.
d) El bibliotecario como alguien que lee mucho.
La primera imagen está muy bien expresada por Rimbaud en el poema Los Sentados (1871), y en un soneto de Albertos Tenorio, que se llama El Bibliotecario (1949). Este último describió al bibliotecario como sigue:
Este bibliotecario de la figura enteca,
de ojos adormilados y ridícula facha,
que con lecturas clásicas su cacumen empacha,
solemne y taciturno vive en la biblioteca.
Su faz descolorida parece una hoja seca,
que sólo se enrojece en cuanto se emborracha,
y andando entre los libros como una cucaracha,
se ha quedado ya el pobre con la cabeza hueca.
Marcha por las aceras con andares pausados,
saludando a las gentes con gestos estudiados,
que son un fiel trasunto de su pedantería,
y a veces, ante un grupo sentado en una banca,
en actitud de dómine, de improviso se arranca
con una perorata sobre filosofía.
Cuando he preguntado a las personas sobre lo que significa para ellos que un bibliotecario sea alguien cuadrado, me dicen que se trata de una persona poco flexible, a la que no le es fácil comunicarse, y con quien es difícil ponerse de acuerdo, pues no puede salirse de sus normas y reglas. El mejor ejemplo de esta imagen del bibliotecario es el segmento de película llamado Conan el bibliotecario (1989), donde se muestra la pasión bibliotecaria por la clasificación y el reglamento en detrimento de los usuarios.
Hay varios ejemplos de la imagen del bibliotecario como colocador de libros. Uno de ellos es la película Party girl (1995) que se exhibió en las Jornadas Mexicanas de Biblioteconomía, cuando fueron en Chihuahua (2008). Las personas ven así al bibliotecario y deducen que el trabajo de la biblioteca lo puede hacer cualquiera que conozca la clasificación bibliográfica. Otro ejemplo lo encontramos en el poema El Bibliotecario de la nada de José María de Juan Alonso (2009), que dice en un fragmento:
A los bibliotecarios de la nada
también podéis decirles tal vez cómo es un árbol
pero no les digáis cómo es la dignidad.
La dignidad es este guardar los libros cada día
después de haber luchado hasta la última sangre,
la dignidad es guardar los libros
con el mismo celo de los diamantes de sangre,
los libros donde se guardan las palabras
que se escribieron sólo una vez sobre el viento…
Otra imagen que las personas tienen del bibliotecario es la de alguien que lee mucho. De esta forma, la lectura en abundancia es una de sus principales características, a ojos de muchas personas, de modo que el bibliotecario no parece dedicarse en la biblioteca a otra cosa que a leer. Esta percepción también alude a la facilidad para trabajar en una biblioteca siempre que se domine la lectura. Un ejemplo lo tenemos en Jorge de Burgos, el bibliotecario de la abadía benedictina en la que transcurre la trama de la novela El Nombre de la rosa, de Umberto Eco (1982). En contraparte, un sarcasmo del bibliotecario no lector viene citado en el ensayo Cómo hablar de los libros que no se han leído, de Bayard (2008).
La idea de un bibliotecario lector, y posiblemente erudito, fue señalada por Shera (1990) como opuesta a la idea del bibliotecario dedicado al servicio. De esta manera, este autor enfatizó que en el equilibrio entre el saber y el servicio dominaba el primero en el pasado, por lo que una función principal del bibliotecario era la de ser guía de lecturas. Sin embargo, propuso que debía hacerse un viraje para que el bibliotecario fuera “un mediador entre el hombre y los registros gráficos que han producido la suya y previas generaciones y que el objetivo del bibliotecario es maximizar la utilidad social de los registros gráficos” (Shera, 1990, p. 202).
La frontera entre el servicio y el saber se manifiesta en el uso, pues éste, “en el sentido de que algo de lo que un lector ha leído ha tenido impacto sobre la sociedad, y es por tanto un asunto de interés para la sociedad, ocurre más allá del punto en el que el bibliotecario pone el libro, registro gráfico o información, en las manos del lector” (Shera, 1990, p. 203). De esta manera, Shera propuso que el bibliotecario debía desligarse del uso, aunque es de notar que conceptuó mal el propio uso, pues incluyó en la misma noción la lectura que hace el lector y el impacto social, como una relación causal necesaria. Esta reducción simplista además generó una paradoja, pues en la manipulación de los registros gráficos o documentos es imposible sustraerse de cierto conocimiento sobre los contenidos, mismo que también puede ser condición para poder realizar los procesos y los servicios de la biblioteca.
Esta paradoja de Shera fue tomada como una fuente de los dilemas de Neill (1992), quien encontró paradójico que varios científicos de la información no vieran como parte de su responsabilidad el uso de la información, por lo que planteó desde distintos ángulos los problemas que en consecuencia debería buscar atender la disciplina, a los que llamó “dilemas”.
Hemos visto hasta aquí cómo se manifiestan en las personas algunos imaginarios sobre el bibliotecario, que indican lo que este personaje les parece. También notamos cómo una de esas imágenes está vinculada con la paradoja de Shera y con los dilemas de Neill. Este ser, parecer y deber ser del bibliotecario puede conducir por muchos caminos, pero de cierto falta más información para estar en posibilidad de precisar el problema que estamos identificando, por lo que continuaremos con este asunto en otra ocasión.

Bibliografía
Albertos Tenorio, E. (1949). Cisnes negros. Mérida, Yuc.: Club del Libro.
Bayard, P. (2008). Cómo hablar de los libros que no se han leído. Barcelona: Anagrama.
Conan el bibliotecario (1989). En: UHF. Dir. Jay Levey. Recuperado: 21 ago. 2010. En: http://www.youtube.com/watch?v=-rO6c0Yvq3c&NR=1.
Eco, U. (1982). El Nombre de la rosa. Barcelona: Lumen.
Juan Alonso, J.M. de (2009). El Bibliotecario de la nada. En Serlik, A. (2001). La Lectora impaciente. Recuperado: 21 ago. 2010. En: http://lectoimpaciente.brinkster.net/db/certamenes2009trapre.htm.
Neill, S.D. (1992). Dilemmas in the study of information: Exploring the boundaries of information science. New York: Greenwood.
Party girl (1995). Dir. Daisy von Scherler Mayer. Recuperado: 21 ago. 2010. En: http://www.imdb.com/title/tt0114095.
Rimbaud y el bibliotecario (2005). Recuperado: 21 ago. 2010. En: Bibliotecosas: Silva bibliotecaria de varia lección. http://bibliotecosas.blogia.com/2005/031901-rimbaud-y-el-bibliotecario.php.
Shera, J.H. (1990). Los Fundamentos de la educación bibliotecológica. México: UNAM, CUIB.

sábado, 7 de agosto de 2010

21. SOBRE LA MISIÓN DE LA BIBLIOTECA

La historia de las bibliotecas presenta estas instituciones como emergiendo porque sí, como hierba en el campo social. No resulta claro el significado de las leyendas “Hospital de las Almas” o “Templo del Saber” que se llevan y traen para pretender fundamentar una existencia y una valoración de la biblioteca en la antigüedad. Tampoco resulta claro qué tipo de repositorios se destruyeron en el Continente Americano luego de la Conquista, o cuál era la naturaleza de las llamadas “bibliotecas” que fueron destruidas en varias dinastías gobernantes en China.
Lo único que resulta evidente es que existe en ciertas culturas, en ciertas personas, la necesidad de coleccionar soportes físicos portadores de información y conocimiento. Esa necesidad que mueve al coleccionismo no parece ser única, sino que se diversifica al verse unida a varios motivos, de entre los cuales tenemos que los principales son el saber, el poder y el hacer, que generalmente se manifiestan en sus combinaciones: Saber-Poder, Saber-Hacer, Poder-Saber, Poder-Hacer, Hacer-Saber y Hacer-Poder.
A manera de ejemplo, tenemos que Gabriel Naudé tuvo una intuición cuando en su Advis apuntó que la biblioteca es una máquina cultural que permite colocar el saber de manera accesible y ordenada con el objetivo de provocar una comprensión política (Coelho, 2000, pp. 82-83). De esta manera, la motivación de la biblioteca es un Saber-Poder; o sea, Naudé comprendió que los individuos debían buscar la adquisición de un cierto grado superior de conocimiento que les permitiera acceder a un nivel de posibilidades nuevo para sus vidas. Así, el conocimiento debería brindar la libertad.
Coelho nos indica que un opuesto a esta noción del francés es si el motivo para que exista la biblioteca es el Poder-Saber, que es cuando nos encontramos con las figuras del director de lecturas o del orientador cultural, pues ellos son quienes buscan imponer los bienes culturales que se desea consumir, y a veces sólo permiten que se consuman esos. De esta manera, ellos son las figuras de autoridad que dictaminan las posibilidades para acceder al conocimiento.
¿Cuáles son los motivos para que exista nuestra biblioteca? ¿Los motivos originales cambian conforme pasa el tiempo? No conozco ninguna biblioteca escolar o universitaria que no esté motivada por el Poder-Saber, a la manera de la explicación de Coelho, pues se autoasumen como instituciones autorizadas para hacer posible el acceso a cierto tipo de conocimiento, lo cual está en correspondencia con la naturaleza de sus organizaciones de adscripción.
En su origen, las bibliotecas públicas estaban motivadas por un Saber-Hacer y, de manera controlada, por un Hacer-Poder, pues fueron concebidas como instituciones para la educación de los trabajadores, que permitirían elevar su nivel educativo, brindándoles herramientas para mejorar sus propias vidas. De esta manera, algunos de los temas favoritos que se difundían desde las bibliotecas públicas eran la higiene y la economía doméstica. Hoy, las bibliotecas públicas muestran tal diversidad que sería pertinente averiguar cuáles son los motivos de su existencia.
Las bibliotecas nacionales se originaron por motivos del tipo Poder-Hacer, pues fueron pensadas para brindar a los individuos los conocimientos posibles para hacer naciones desarrolladas, progresistas y justas. Sin embargo, estos motivos primeros han cambiado en varios países, a veces para mal, como ocurrió en México, donde la biblioteca nacional que se tuvo fue absorbida por la institución de educación superior más importante del país, con lo que cambió su motivo original por el de Poder-Saber y sólo existe para mantener la hegemonía y el control de un grupo de académicos, en la medida en que son capaces de concentrar y controlar parte de la producción bibliográfica y documental del territorio.
Es importante indicar que a los motivos aquí señalados se les agregan fines, que también están vinculados a las necesidades que llevan a crear y mantener bibliotecas. De esta forma, a los anteriores debemos agregar el origen público o privado de la organización o el mecenas que financia esas bibliotecas. Asimismo, tenemos que considerar el enfoque de gestión pública o comercial que persiguen esa organización o ese mecenas.
Éstas y otras condicionantes delimitan y configuran la naturaleza de las bibliotecas, que nunca es igual y siempre está sujeta a cambios. Es así que a partir de estas delimitaciones y configuraciones de cada biblioteca, con sus necesidades, motivos, fines y formas de gestión y financiamiento, tenemos que el ser de cada institución es único. La manifestación del ser de la biblioteca, aquello que hacen y hacia lo que enfilan todos sus afanes, se llama su “misión”.
Podemos encontrar ejemplos de declaraciones de misión como los siguientes:
Caso A: La Misión de la Biblioteca es proveer recursos y servicios de información a profesores y alumnos del Campus… para contribuir a su desarrollo académico y de investigación.
Caso B: Satisfacer los requerimientos de información de la comunidad universitaria, desarrollar competencias para el acceso y uso de información en los miembros que así lo requieran, y mantener espacios físicos y virtuales que creen óptimas condiciones de aprendizaje.
La misión del Caso A expresa una necesidad de aprovisionamiento de cierto tipo de recursos y servicios a cierta población. Su motivo es del tipo Poder-Hacer, pues expresa que el aprovisionamiento va a contribuir al desarrollo de la población. El fin al que se dirige esta biblioteca es la academia y la investigación, aunque sólo a manera de contribución por medio del aprovisionamiento. De esta manera, no resulta claro un fin social, por lo que la biblioteca podría servir a un fin comercial o de otro tipo. Sobre la forma de gestión, se entiende que hay un proceso manifestado de aprovisionamiento-contribución, lo cual apuntaría a una gestión solamente enfocada en el desarrollo de colecciones y en los servicios para poner esas colecciones al alcance de académicos e investigadores (p. ej., préstamo, orientación, repositorio digital). Nada se indica sobre la forma de financiamiento.
La misión del Caso B es distinta, pues expresa tres necesidades:
1) De satisfacer requerimientos de información de la comunidad universitaria.
2) De falta de competencias para el acceso y uso de información en esa comunidad.
3) De mantener espacios físicos y virtuales en ciertas condiciones.
Esta biblioteca está motivada por el Poder-Saber, pues está enfilada hacia la creación de condiciones para el aprendizaje. El fin al que se dirige es la comunidad universitaria, atendiéndola y formando sus competencias. Por este motivo, vemos un fin social en esta misión. Sin embargo, la forma de gestión sólo indica tres áreas de desarrollo desarticuladas: Mantenimiento de espacios físicos y virtuales, atención de requerimientos de información, y desarrollo de competencias de información. Por lo mismo, estas tres áreas no indican un carácter sistémico en la gestión. Tampoco se aclara nada sobre la forma de financiamiento.
Parafraseando un adagio, podríamos decir sobre las bibliotecas que “por sus misiones las conoceréis”, pues como vemos en la declaración de la misión se condensa en buena medida una definición de lo que estas instituciones esperan/desean ser. Pero la cosa no queda sólo en la mera redacción, sino que la misión de la biblioteca debe estar alineada a la misión de la organización a la cual está adscrita, de forma que tenga sentido decir que es parte de ésta.
De especial interés puede resultar confrontar lo que las bibliotecas esperan o desean ser con lo que realmente son o pueden llegar a ser. Sin embargo, aún carecemos de ese conocimiento, que debería basarse en un método de comparación referencial.
Tenemos entonces que la responsabilidad de crear, administrar y desarrollar repositorios de información y conocimiento, llámense “bibliotecas”, va más allá de la selección, adquisición, catalogación, servicio y difusión, pues quizá la distancia que media entre lo que la biblioteca es y lo que espera o desea ser resulta grande o imposible de recorrer.
Los problemas que encontramos con esta reflexión son varios: ¿Qué son las bibliotecas? ¿Qué esperan o desean ser? ¿Cómo expresan su naturaleza en una misión? Este problema fue el mismo que encontramos en una reunión en San Luis Potosí, en el año 2007, cuando preguntamos a los asistentes qué es una biblioteca. Todos querían dar una definición de aceptación general, pero cada uno tenía una noción distinta, lo cual llevó a una situación de desorientación y angustia por sentirse incapaces de definir lo que creían más que conocido. La situación se pudo resolver con una solución fenomenológica: La biblioteca corresponde a una idea genérica, por lo que tiene muchas facetas, de manera que todas las nociones expresadas corresponden a la biblioteca. La idea de biblioteca se volvió una suma de las nociones que tenían los participantes.
Adelanto que este problema lo voy a enmarcar dentro de otro que quiero tratar más adelante, sobre la cultura bibliotecaria, que me parece un problema tan complejo que aún lo sigo degustando. Hasta la próxima.

Bibliografía
Coelho, T. (2000). Diccionario crítico de política cultural: Cultura e imaginario. México: CONACULTA; ITESO; Secretaría de Cultura, Gobierno de Jalisco.

lunes, 2 de agosto de 2010

20. SOBRE LA INFORMACIÓN Y LA SOSTENIBILIDAD

Hace entre 25 y 30 años escuchábamos reiteradamente decir que la información era un recurso inagotable, pues –se manifestaba- cualquiera podía tener y usar la información y no por ello dejaría de estar disponible. Sin embargo, con el advenimiento de la industria de la información, y luego de la economía de la información, se perfilaron maneras para imponer barreras comerciales y legales al libre flujo de la información para lograr la imposición de los costos que debía implicar su generación, empacado, difusión, comercialización y venta.
De esta manera, aunque la información nunca ha estado cien por ciento disponible para todos, además de que muchas veces su control ha servido para dar ventaja a las clases gobernantes, desde el final de la segunda gran guerra del siglo XX ha ido perdiendo paulatinamente el carácter social que algunas veces le quisieron dar los movimientos bibliográficos internacionales y la misma UNESCO, para venir a convertirse en un bien comercial, algo a lo que sólo pueden acceder los que pueden pagar para hacerlo.
De esta manera, los proyectos para crear y fortalecer las bibliotecas prosperaron coincidentemente en las áreas urbanas a partir de esos años y hasta la caída del bloque socialista, empezando después una disminución de la responsabilidad gubernamental y social para su establecimiento y desarrollo. No resulta ocasional lo que mencionó la doctora Estela Morales Campos en una conferencia que comentamos antes (vid. ensayo 18), al indicar que “el Estado debe proveer mínimos de información a la población, a través de las escuelas y las bibliotecas públicas.”
La información sirve para poder vivir una vida segura, sana y productiva en armonía con la naturaleza y los valores culturales y espirituales locales. Nos permite buscar un camino que lleve hacia la igualdad entre individuos y comunidades, naciones y generaciones. También, para buscar una alternativa que permita distribuir la riqueza (en la forma de acceso a recursos y oportunidades) y aumentar la prosperidad de todos. No obstante, esta mención de la utilidad de la información corresponde a la definición de “sostenibilidad” que se utiliza en las ciencias sociales. Entonces, ¿cuál es el vínculo entre la información y la sostenibilidad? ¿La información sirve a la sostenibilidad? O quizá, ¿la sostenibilidad sirve a la información?
Según el diccionario de la Academia, la palabra “sostenibilidad” se refiere a un proceso que puede mantenerse por sí mismo, “como lo hace, p. ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes.” Resulta claro de esta definición que la información sirve a la sostenibilidad, en tanto que se usa para asegurar que el proceso pueda mantenerse a sí mismo. Es así que la información sobre el comportamiento del propio proceso es vital para su mantenimiento y desarrollo.
¿La información configura un proceso que puede mantenerse a sí mismo? Al respecto, tenemos que las bibliotecas son instituciones cuya manutención es muy costosa. Además, en México no es común que se le permita a las bibliotecas buscar fuentes de financiamiento para su mantenimiento y desarrollo, aunque los discursos digan lo contrario. Esta situación paradójica resulta de que por una parte se habla de las posibilidades de que las bibliotecas gestionen recursos propios (generados u obtenidos), en tanto que por el otro lado se imponen trabas normativas para poder hacer justo lo que dicen esos discursos. Este absurdo no es extraordinario, sino una muestra de las muchas estupideces que ocurren, en todos los órdenes, alrededor de las bibliotecas en este país.
Entonces, si vemos la biblioteca como proceso de información tenemos que, en razón de que ésta no puede mantenerse (obtener financiamiento para su mantenimiento y desarrollo), resulta que no es sostenible. Desgraciadamente, la paradoja que viven las bibliotecas se vuelca en un absurdo social, en el momento que nos preguntamos cómo se informan las personas.
Ciertamente, están los medios de información y comunicación disponibles como recursos para informar a las personas, pero no debemos olvidar la distinción que hizo Debray entre comunicación y transmisión, pues a las bibliotecas les corresponde, en buena medida la transmisión del conocimiento, en tanto que los medios más bien lo comunican.
Para retomar esta distinción de la que tratamos con anterioridad (p. ej. vid. ensayo 7), viene al caso un estribillo que escuchamos en los años de escuela: “La historia enseña los errores del pasado para no volverlos a repetir en el presente”. Sin embargo, esos errores son susceptibles de perpetuarse cuando falta la transmisión –aunque sea oral- del conocimiento.
En este sentido, la sostenibilidad de la información asoma como un problema de la bibliotecología: ¿Cómo hacer sostenibles las bibliotecas, los sistemas y redes bibliotecarios, para que puedan cumplir su función social?
Este problema no es nuevo, aunque tampoco se ha dicho la última palabra. Además, conforme se desenvuelve en el mundo el tema del acceso a la información, sea como derecho, como libertad o como mero trámite, asoma más un problema que no tiene precedentes en el mundo futuro que se perfila, y que se designa como “Sociedad de la Información”. El problema de la sostenibilidad de las bibliotecas y la información es sólo un segmento de este enorme problema.
Además, debe notarse que la complejidad de estos problemas resulta del cúmulo de procesos socioeconómicos, políticos, técnicos, productivos, institucionales y culturales que están relacionados con la satisfacción de las necesidades de información en un entorno de calidad de vida.
¿Cómo hacer viable la obtención, el mantenimiento, el flujo y los usos de la información requerida por una comunidad? Hay factores económicos y sociales que se deben tomar en cuenta, así como un sistema de información mundial, con su propio comportamiento, que debe ser considerado. ¿Cómo hacer viable la información que necesitan las personas sin comprometer las capacidades de las nuevas generaciones para satisfacer sus necesidades culturales? Las preguntas pueden seguir, pues como indicamos se trata de un problema complejo, tanto que no creo poder identificarlo yo solo, por lo que quedan invitados quienes deseen compartir estas inquietudes. Mientras tanto, dejaremos para después la continuación del abordaje de este interesante problema.

Bibliografía
Debray, R. (2001). Introducción a la mediología. Barcelona: Paidós.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 2 ago. 2010. En: http://www.rae.es.
Sheinbaum. D. (2007). Sustentabilidad. Recuperado: 29 jul. 2010. En: http://sepiensa.org.mx/contenidos/2007/l_susten/susten1.html.

domingo, 27 de junio de 2010

19. SOBRE LA RESPONSABILIDAD SOCIAL DEL BIBLIOTECARIO

En el último mes hice dos viajes, y en ambos conocí personas muy importantes que están comprometidas con proyectos para mantener vigente la memoria de genocidios, para esclarecer cosas terribles que ocurrieron en el pasado a sus pueblos, y para contribuir al entendimiento de las formas más selectas de la violencia y la tortura.
Primero estuve con Sokchea Monn, fundador y director de STEP, que es una organización dedicada al fomento de la calidad en la educación primaria de Camboya. Sokchea está impulsando un proyecto para educar a los estudiantes sobre un doloroso período de la historia de ese país, en el que murieron cerca de dos millones de camboyanos. Se trata del régimen de los khmer rojos dirigidos por Pol Pot, que duró de 1975 a 1979. Su idea es que los alumnos hagan entrevistas a los adultos para recoger sus recuerdos sobre aquellos momentos, con la finalidad de hacer un registro que se almacene en la biblioteca pública y se ponga a disposición de toda la población.
Luego tuve la oportunidad de conocer a Alberto Fuentes, quien es responsable del área de seguridad y logística del Archivo Histórico de la Policía Nacional de Guatemala. Él me platicó una impactante historia de lo ocurrido en su país durante el conflicto armado que duró más de 30 años, de 1960 a 1996. Conforme lo descubierto en este importante repositorio, se ha podido saber que entre 1975 y 1985 murieron o desaparecieron alrededor de 200 mil guatemaltecos en manos del ejército y la policía nacional de ese país. Ahora, el Archivo Histórico de la Policía Nacional de Guatemala es administrado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con el patrocinio económico de varios países europeos. De esta manera, se está rescatando, registrando y resguardando la documentación que da cuenta del genocidio perpetrado contra la población de esa nación, con la finalidad de que cualquiera pueda tener acceso a la información que aporta. Además, en estos momentos se tiene documentada la desaparición del esposo de una diputada de ese país, y ella ha interpuesto la primera denuncia ante la Corte Suprema de Justicia de Guatemala.
En ambos casos, al preguntar a mis interlocutores sobre la importancia de que esta información tan terrible y dolorosa se ponga a disposición de la población que padeció lo que se relata, con el riesgo de la incertidumbre sobre sus posibles efectos, me dieron razones personales (ambos fueron víctimas), de responsabilidad cívica y sobre todo de búsqueda de justicia, pues las personas tienen derecho a saber.
Luego de estos encuentros, no dejo de pensar en la enorme responsabilidad que como bibliotecarios tenemos al poner en las manos de las personas cualquier información, tanto una de esta naturaleza como una información científica, una obra literaria o cualquier documento. Este es un asunto que podría pensarse que es mera cuestión de ética, entendida como reglas de conducta a seguir, pero esta visión de las cosas es muy simplista, pues la selección de los documentos y el servicio que con ellos prestamos tienen el poder de incidir en las mentes de las personas, de hacerlas cambiar, de ser otras.
Esta posible propulsión al cambio que caracteriza a las bibliotecas, a todas las unidades de información, es lo que han notado los fundamentalistas del desarrollo, y por eso a veces las han apoyado y otras muchas ocasiones las han querido frenar con recortes presupuestales, adelgazamientos de personal, amenazas de cierre o acciones que a ratos parecen meros olvidos o agradecibles apoyos.
Todo esto apunta a mostrarnos que la biblioteca es una entidad política que se conduce conforme una ética, que es como una balanza entre el deber ser que propugnan las instituciones y el ser de los individuos que requieren información. Lo anterior no implica que la biblioteca siempre esté equilibrada, sino que a veces se ve forzada a inclinarse a favor de las instituciones, sobre todo aquéllas de las que depende, y otras veces tiene la libertad de servir al usuario sin cortapisas. El equilibrio es entre las obligaciones y las libertades, y eso no debe perderse de vista nunca.
Viene a mi mente una situación difícil que tuve que enfrentar hace algunos años, alrededor de los días de la invasión de Estados Unidos a Irak. En aquella ocasión, escribí en una lista de bibliotecarios un llamado de atención a tener cuidado y alertar sobre la información periodística que se estaba publicando y que dábamos a nuestros usuarios, pues había mucha desinformación conducida. Lisa Furubotten, una bibliotecaria gringa con la que trabajaba asuntos de NASIG, me atacó inmediatamente, y siguió haciéndolo en una reunión en la que estuvimos en Jamaica, porque decía que yo no entendía nada de lo que hacía su país, además de que mencionó otras cosas indeseables sobre México que no vienen al caso, pero que acabaron con nuestra colaboración.
Como muestra este caso, es muy posible perder la perspectiva y creer que tenemos razón, o que actuamos bien, aunque sólo un ejercicio de crítica puede validar nuestras creencias; pero muy pocos estarían dispuestos a considerar esta opción por miedo a perder su propia certidumbre.
Una vez alguien me dijo que hay que tener poca vergüenza para no hacer lo que debe hacerse, y esto es lo que he venido a recordar luego de tratar con Sokchea y Alberto, pues los bibliotecarios sólo tenemos una vida para comprender a lo que hemos dedicado nuestra existencia y para actuar en consecuencia.
Este problema es de carácter moral, pero se subtiende de manera transversal a todo nuestro quehacer, a nuestros proyectos y a nuestras propias vidas. Precisamente por este carácter vital al que apunta, debemos seguir considerándolo más adelante.

viernes, 21 de mayo de 2010

18. NOSSO CONCEITO DE DIÁRIO

El miércoles pasado fue para mí un día de reuniones, pues desde la mañana acudí al arranque del congreso sobre La Biblioteca digital mundial y los códices mesoamericanos: Una puerta a la cooperación internacional, que organizaron varias instituciones encabezadas por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, así como la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Más tarde fui a la conferencia magistral La Sociedad de la información, la pluralidad, la diversidad y la uniformidad que leyó la doctora Estela Morales Campos para los alumnos del Posgrado en Bibliotecología y Estudios de la Información de la UNAM. En ambos actos se presentaron conceptos que son el motivo de esta reflexión.
Como resultado de los ensayos anteriores, notamos que los conceptos son muy importantes antes, durante y después de cualquier acción que emprendamos. En cada momento de nuestro actuar, los conceptos que tengamos de los objetos de nuestro pensamiento o nuestra práctica, las valoraciones que les demos, su interrelación, su interacción y las emociones que les asociemos, serán todos componentes significativos y permitirán a otros comprender nuestras decisiones, conducción y acción.
El congreso antes indicado se convocó para invitar a varias organizaciones nacionales y extranjeras a que se sumen a la tarea de reunir las copias digitales de los códices mesoamericanos en la Biblioteca Digital Mundial (BDM), que es un proyecto impulsado desde el año 2007 por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y la UNESCO. El sitio web de la BDM es http://www.wdl.org.
Un segundo objetivo de esta reunión fue iniciar la conformación de la Biblioteca Digital Mexicana (BDMx), con copias digitales que se remitan a la BDM y otras que se vayan seleccionando.
El día referido fue de inauguración, conferencias y mesas redondas para presentar los códices que tienen las organizaciones mexicanas, estadounidenses y europeas. Los asistentes pudimos apreciar imágenes de gran belleza en las reproducciones digitales que nos mostraron.
Hubo una conferencia magistral del doctor Miguel León Portilla, en la que entre bromas y veras trató algunos asuntos inquietantes en torno a la noción de códice. Mencionó los sistemas de registro utilizados por los pueblos indígenas antiguos, que pueden ser fonográficos, logográficos o pictográficos, y resaltó el carácter único de los glifos de la escritura maya antigua. Expuso un ejemplo de unos indígenas ñahñúes actuales que pintan escenas y escriben textos sobre papel amate, para afirmar que estas producciones también son códices. Al final de su plática, uno podía quedar confundido, pero muy contento por la forma amena y casi cómplice de su exposición.
El doctor Xavier Noguez aseveró que hay códices prehispánicos y coloniales, que se pueden encontrar en papel amate, en lienzos y en papel usual de la época. Explicó que en el pasado hubo talleres de escribanos, como los que debieron producir todos los códices del tipo Techialoyan. Luego comenzó a hablar de códices incluidos como parte de expedientes de la Santa Inquisición, códices dentro de figuras de bulto, de las usadas en procesiones religiosas, y definió como códices los catecismos testerianos, los lienzos geográficos e incluso escudos de poblados. En un momento de su exposición dijo que los códices son producciones en papel amate con imágenes de figuras indígenas y texto. Casi al final aclaró más este concepto al afirmar que un códice es un relato de los que cuentan o platican los indígenas sobre el pasado mesoamericano, y que tiene valor histórico. Además, manifestó que se adhería al ejemplo de los ñahñúes que dijo el doctor León Portilla.
Cuando empezaron las presentaciones se evidenció un problema conceptual sobre lo que sea un códice. A esto se agregan varias otras interrogantes: Las reproducciones de códices, ¿también son códices? Los gráficos con figuras indígenas incluidos en expedientes, sean por pleitos de tierras o asuntos inquisitoriales, ¿son códices? ¿Son códices los escudos?
En un primer intento de aclarar esta situación, acudí al diccionario de la lengua española y encontré que el códice es un libro que tiene dos características:
a) Es anterior a la invención de la imprenta.
b) Es un manuscrito de cierta antigüedad.
Abundando un poco más encontré tres rasgos distintivos del códice:
1. Aunque la denominación “códice” ha servido para designar varias tecnologías, se le identifica ahora con una configuración tecnológica específica en la que se lleva a cabo un registro a mano sobre un soporte en forma de hoja (de papiro, pergamino o papel), que se pliega y luego puede unirse a otras hojas plegadas por uno de los lados. A veces se utilizan como sinónimos “códice”, “libro”, “manuscrito” y “libro manuscrito” (Iguíniz, 1987; Martínez de Sousa, 1993; Ostos, Pardo y Rodríguez, 1997).
2. Esta tecnología se identifica como originaria de un tiempo anterior a la invención de la imprenta, y particularmente se le ubica en las culturas del continente europeo (Martínez de Sousa, 1993; Arévalo Jordán, 2003).
3. El códice tiene gran valor intrínseco o extrínseco (Iguíniz, 1987).
En un caso, encontré una entrada para “códices mexicanos” (Iguíniz, 1987) con la indicación de que “se da este nombre a los manuscritos o libros usados por los indígenas de los pueblos civilizados de nuestro territorio antes y poco después de la Conquista. Están formados por largas tiras de papel, piel o lienzo compuestas de varios fragmentos unidos por medio de costuras, escritas por uno o ambos lados, y divididas en rectángulos en la generalidad de los casos. Conservábanse dichas tiras enrolladas o plegadas alternativamente, a manera de biombos, y resguardadas en sus extremos por unas cubiertas de madera o de piel, lo que les da la apariencia de libros”. Este autor concluye el párrafo diciendo que los códices mexicanos pueden clasificarse por su época, por su filiación o procedencia, o por su contenido.
Debemos entender entonces que un códice mexicano no es un códice, por las mismas conclusiones que se desprenden del párrafo anterior:
A. El códice mexicano no tiene nada que ver con la invención de la imprenta y se materializó en una ubicación geográfica diferente del códice.
B. Los códices mexicanos se utilizaban antes o poco después de la Conquista, por lo que su elaboración debió llevarse a cabo con anterioridad. Aunque Iguíniz no indicó cuánto después de este acontecimiento debe servir para determinar que un manuscrito o libro usado por los indígenas es un códice mexicano, podemos pensar, en términos del relevo generacional, que aplican entre 15 o 20 años después de la Conquista de los distintos territorios.
C. La tecnología para formar y conservar códices mexicanos era distinta de la usada para hacer códices. Un códice mexicano tiene apariencia de libro.
Pero entonces ¿por qué está la palabra “códice” inserta en el término “códice mexicano”? ¿Por qué es parte de otras palabras como “códice mesoamericano” o “códice indígena”? ¿Nos referimos a lo mismo con estos distintos términos?
Parece que cuando los conquistadores conocieron los tipos de registros de los pueblos indígenas que sojuzgaron, en vez de usar el nombre que los conquistados daban a esos registros o a sus soportes optaron por identificarlos y nombrarlos con aquellas palabras más parecidas de su propia cultura: “Códices”, “libros de pinturas con caracteres”, “libros paganos”, “libros” y otras denominaciones. De esta manera, los españoles de la Conquista asemejaron los registros y sus usos a su propia cultura. Es de notar que la antropología y la historia mexicanas obviamente han incurrido en un error al aceptar a pie juntillas la denominación dada por los conquistadores a estas manifestaciones de registro, en tanto que otros profesionales, como los bibliotecarios, no nos hemos interesado ni involucrado en la identificación y definición de este problema.
Si la cosa quedará ahí ya sería de preocupar, pero resulta que varios conceptos que se utilizan en las tipologías de documentos también requieren de investigación, pues “libro” se usa para denominar una tecnología y un diseño, mientras que “revista” no es lo mismo cuando nos referimos a un impreso o a un formato de contenido audiovisual.
“Periódico”, “boletín”, “gaceta”, “gacetilla” y “magazine” tienen nociones poco claras. Entre los nuevos nombres, el de “recurso integrante” puede intrigarnos al grado de no saber qué hacer con él. Al respecto, estamos ciertos de que las tecnologías y los diseños de los documentos cambian, pero ¿quién los está estudiando y puede brindarnos orientación?
Si este embrollo conceptual nos parece abrumador, es porque no he comentado la conferencia magistral de la doctora Morales. Algunos de los descriptores incluidos en la conferencia fueron “tecnología”, “diversidad”, “tolerancia”, “desarrollo”, “democracia”, ”globalización”, “regionalización”, ”información”, “sociedad de la información”, “acceso a la información”, “servicio social”, “Estado”, “leyes de mercado”, “escuelas”, “bibliotecas públicas”, “políticas de información”, “necesidades educativas”, ”necesidades de información”, “actitud global”, “actitud local”, ”contexto de la información”, “elección”, “lo razonable”, “acceso a distintas fuentes”, “visión plural”, ”principio ético”, “principio de verdad”, “usuario” y “derechos de información”. Un término que nunca se mencionó en la conferencia, aunque está en el título, es “uniformidad”, lo cual fue traído a cuenta por una pregunta que hizo una asistente del público.
Todos los conceptos que expresan los términos anteriores fueron manejados en oraciones como las siguientes, aunque debe entenderse que no se trata de citas textuales, sino apuntes sobre lo dicho por la doctora Morales:
+ La democracia es buena, aunque no es perfecta.
+ La globalización es la interconexión del mundo. La regionalización es la respuesta a la globalización.
+ El Estado no debería regular nada en materia de información, sino que deberían funcionar las leyes del mercado.
+ En nuestro país, el Estado debe proveer mínimos de información a la población, a través de las escuelas y las bibliotecas públicas.
+ El Estado debe regular las políticas de información, pero no ser censor.
+ Conforme crecen las necesidades educativas, crecen las necesidades de información.
+ Según la actividad de las personas, hay necesidades globales y locales.
+ En el contexto de la información, los bibliotecarios se conducen con actitudes globales y locales.
+ En México, podemos elegir entre mensajes con contenidos opuestos, e inclinarnos por el más razonable.
+ El acceso a diversas fuentes nos da una visión plural.
+ En la sociedad de la información lo que más importa a las personas es la rapidez, la inmediatez y la oportunidad en materia de información.
+ El principio ético es el principio de verdad.
+ El bibliotecario debe ser defensor de los derechos de información del usuario.
La complejidad del pensamiento expresado en esta conferencia se pone de relieve con cualquier pregunta sencilla que nos plantemos sobre el particular; por ejemplo, ¿qué es una biblioteca pública en este contexto? ¿Es el lugar donde el Estado provee un mínimo de información a la población? O bien, ¿qué son las políticas de información? Parece que es algo que debe regular el Estado, aunque sin ser censor. Nos preguntamos ¿qué es un bibliotecario en esta opinión?, o si ¿la visión plural tiene que ver con la elección razonable? ¿Quién es ese usuario que necesita que defiendan sus derechos de información? ¿Defenderlos de qué o quién? También podemos plantearnos otras interrogantes: ¿Cómo se establecen los límites a la diversidad de fuentes para evitar enfrentar la explosión de la información o la infoxicación, o para introducir algún control de calidad de la información?
Son muchos, variados y complejos los problemas que plantean los conceptos de códice, códice mexicano y todos los que apunté durante la conferencia. Algunos son problemas con historia y abolengo, otros resultan de una reflexión a la que lleva esta sociedad líquida en la que algunos quieren aferrarse a las nociones que les parecen más seguras, aunque la realidad se haya quedado varada a la vuelta de la esquina.
Si abrimos bien los oídos y enmarcamos bien los ojos, podemos ver que cada día brincan y saltan conceptos en los ámbitos de los bibliotecarios, que nos remiten a ideas geniales, palabras poco usadas o que se antojan viejas, y escarbando un poco más, encontraremos tiros de mina que nos llevarán a ricos filones de problemas. Por estos motivos, debemos seguir indagando sobre los conceptos que circulan en nuestra profesión.

Bibliografía
Arévalo Jordán, V.H. (2003). Diccionario de términos archivísticos. 2a reprod. Buenos Aires: Ediciones del Sur.
Iguíniz, J.B. (1987). Diccionario bibliográfico. 2a ed. México: UNAM.
Martínez de Sousa, J. (1993). Diccionario de bibliología y ciencias afines. 2a ed. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
Ostos, P., Pardo, M.L. y Rodríguez, E.E. (1997). Vocabulario de codicología. Madrid: Arco/Libros.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 20 mayo 2010. En: http://www.rae.es.

lunes, 10 de mayo de 2010

17. EL PROBLEMA DE LA INTERFAZ

Cuando nos arriesgamos a mudar de conceptos para mirar los mismos objetos, podemos observarlos desde ángulos distintos que aportan facetas que antes no habíamos tomado en consideración. Es así que si pensamos las barreras al acceso a la información (vid. ensayo 14) a través de la noción de “interfaz”, que no es privativa de los estudios y las prácticas de la interacción hombre-máquina, podemos asomarnos a un novedoso y amplio campo de problemas.
La interfaz es el conjunto de las intermediaciones, mediaciones o interacciones concebidas y posibles entre una tecnología y un usuario. Estas interacciones dependen de los componentes de significación que aporta la tecnología al usuario, así como del conocimiento y experiencias previos del usuario con tecnologías iguales o parecidas.
De esta manera, una tecnología puede tener elementos organizativos, gráficos y lógicos que se presentan como necesarios a un potencial usuario, y que requieren su manipulación para hacer posible el uso de esa tecnología.
Es de notar que las interfaces pueden ser parte de problemas, por ejemplo en las siguientes situaciones:
A. Cuando no están bien diseñadas, como en los casos que relata el estudio de Tramullas, Garrido y Navarro (2005), en el que se refieren a proyectos de digitalización que no se basan en las necesidades de los usuarios y que por ello les son de utilidad limitada.
B. Cuando dejan de ser operativas, como ocurre cuando una biblioteca se vuelve disfuncional (Nyundu, 2005).
C. Cuando es difícil su introducción en un medio, como se aprecia en un ejemplo curioso y divertido con el libro como tecnlogía con una interfaz nueva y complicada, en el video que se presentó en el programa de televisión noruego Øystein og jeg (NRK, 2001).
En este punto, es importante aclarar lo que entendemos por tecnología, pues es el “producto de una unidad compleja, en donde forman parte: los materiales, los artefactos y la energía, así como los agentes que la transforman” (Osorio M., 2002, cita a Quintanilla). Lo característico del desarrollo tecnológico es la innovación, que puede ser rastreada en la historia de la humanidad particularmente por su impacto en la organización, los valores y la cultura.
Las tecnologías se crean y recrean pensando en usuarios ideales, por lo que cuando se ponen en contacto con usuarios reales es importante conocer lo que ocurre durante las interacciones. Las interfaces pueden ser reconocibles (en cada ocasión, el usuario debe poder reconocer las acciones que debe realizar con la tecnología), generalizables (cuando el usuario encuentra los componentes disponibles en otras varias tecnologías), accesibles (cuando se manifiestan rápidamente al usuario), predecibles (cuando el usuario puede anticipar la funcionalidad de los componentes tecnológicos), amigables (cuando resulta fácil el uso; ahora también se les llama “usables”), intuitivas, o bien incorporar otros valores, como la movilidad, la adaptabilidad, etc.
Por ejemplo, una interfaz amigable puede involucrar las siguientes técnicas (García Marco, 1995):
(1) Combinar códigos comunicativos distintos para generar redundancia.
(2) Organizar y estructurar en niveles jerárquicos para propiciar la mnemotécnica.
(3) Propiciar la inferencia metafórica, por ejemplo, a través de elementos de representación gráfica.
(4) Procurar ayudas textuales y gráficas, tanto generales como locales.
(5) Procurar ayudas procedimentales, que simulen la asesoría de un experto de manera encubierta o transparente.
Un corolario de esta noción es que una biblioteca es una tecnología, en la que un conjunto de documentos, una instalación –que puede ser física o digital-, recursos humanos, recursos lógicos (procedimientos de procesos y servicios) y otros varios componentes se reúnen en una configuración sistémica destinada a un fin. Cuando un individuo entra a la biblioteca, encuentra una disposición de los componentes que le puede resultar más o menos reconocible, accesible, predecible, amigable, etc. Es así que varios de los muebles del interior de la biblioteca física serán reconocibles o de uso predecible, como las mesas, las sillas y los estantes, mientras que el kárdex puede ser inmanejable para algunos usuarios, y ni que decir de la lectora de microformatos.
Un libro es una tecnología con varios siglos de existencia, que ha evolucionado con cambios de materiales, diseños gráficos y formas de uso. Quienes conocen las edades del libro saben que no es lo mismo uno del siglo XVI que uno del siglo XIX, ni ambos son iguales a uno del siglo XXI. Además, el libro es una tecnología que porta otras tecnologías, pues los caracteres gráficos y figurativos que constituyen su contenido requieren de formas de manipulación distintas, aunque no ajenas, que su soporte portador. La interfaz del contenido se llama “lectura” (vid. ensayo 12) y aún constituye uno de los más grandes retos de la comunicación humana, que involucra aspectos mecánicos, funcionales y sociales. Sólo después de varios contactos con distintos libros, el sujeto cae en la cuenta de que la interacción es generalizable y reconocible, aunque pueda no parecerle amigable.
Vemos con este nuevo lente conceptual que la organización de las bibliotecas y el ofrecimiento de sus servicios no es algo que naturalmente puedan utilizar las personas. Sin embargo, esto lo sabemos los bibliotecarios desde hace más de 100 años, cuando se creó la instrucción bibliotecaria, luego llamada “formación de usuarios”, también nombrada “educación de usuarios” y que ahora se conoce como “desarrollo de habilidades informativas”. Así, parece que nuestras soluciones a los problemas de la bibliografía y la documentación enfrentan una población renuente a aprender y a comprender los grandes esfuerzos y las innovaciones que hacemos.
Quizá el problema sea tan complejo que requiera otros conceptos para aclarar las cosas, o tal vez si usáramos los sombreros para pensar de De Bono o las zapatillas rojas de Dorothy en el mago de Oz tendríamos nuevas y más orientadoras visiones. De cierto, este es un problema tan interesante y amplio que debemos continuar con él en otra ocasión.

Bibliografía
García Marco, F.J. (Ene. 1995). Interfaces amigables para la recuperación de información bibliográfica. Scire, 1(1), 127-148.
NRK (Productora). (2001). Medieval helpdesk with English subtitles [Video]. Recuperado: 10 may 2010. En: http://www.youtube.com/watch?v=pQHX-SjgQvQ.
Nyundu, L.P. (2005). The Importance of media centres in primary schools in the North-West Province. Mini-dissertation presented in partial fulfilment of the requirements for the degree, University of Johannesburg. Recuperado: 10 mayo 2010. En: http://ujdigispace.uj.ac.za:8080/dspace/bitstream/10210/568/1/NyunduLP.pdf.
Osorio M.C. (Ene. 2002). Enfoques sobre la tecnología. Recuperado: 10 mayo 2010. En: http://www.oei.es/revistactsi/numero2/osorio.htm.
Tramullas, J., Garrido, P. y Navarro, D. (2005). Evaluación de las bibliotecas digitales de impreso antiguo: Análisis de tareas de usuario y requerimientos de interfaz. Recuperado: 10 mayo 2010. En: http://cedi2005.ugr.es/2005/pdf/25/983.pdf.

lunes, 3 de mayo de 2010

16. EL REGISTRO DOCUMENTAL

El registro de un documento es un asunto de suma seriedad para todos los bibliotecarios, pues algunos consideran que es aquello que nos hace profesionales, mientras otros enfatizan su importancia para poder asegurar que estén disponibles los recursos bibliotecarios y para la realización de los servicios para el usuario.
La enseñanza de esta materia para los bibliotecarios con mucha facilidad se puede convertir en algo sumamente tortuoso, principalmente debido a la falta de claridad entre los docentes sobre los principios y procesos que sustentan el trabajo de elaboración de los registros, por lo que prefieren apelar a que los alumnos memoricen las reglas de descripción, y a que sean meticulosos y obsesivos en el trabajo de registro.
Pese a lo desagradable de su aprendizaje, los bibliotecarios somos generalmente identificados en el mercado laboral como catalogadores, por lo que nos guste o no hay un viento que nos empuja a trabajar haciendo registros. Esta situación incómoda lleva a resultados peculiares, como uno que encontré en la Biblioteca Nacional de México, donde alguien asignó el epígrafe “LITERATURA ERÓTICA” a un libro del Nuevo Testamento. También cuando en el catálogo central de un gran sistema bibliotecario universitario notamos las diferencias de normalización en los asientos de los nombres de los congresos. O el caso de una biblioteca académica, en cuyo catálogo nos enteramos que doña Eugenia Grandet fue traductora de los libros de Honorato de Balzac. O un caso todavía más interesante de una biblioteca nacional sudamericana, donde decidieron cambiar en todo su catálogo nacional el epígrafe “MIGRANTES” por “DESPLAZADOS”, sin darse cuenta de la transformación de sentido que ocasionaron. Así abundan casos que podrían muy bien ser materia de varios textos que aliviarían un poco las tensiones de la enseñanza para la confección de registros. Una inferencia de estos casos es que no cualquier bibliotecario debería tener permitido catalogar, aunque supuestamente esté facultado para ello.
Por otra parte, en el ensayo 11 hemos visto que en la definición de documento es muy importante notar que la información está fijada en un soporte físico, por lo que en la descripción de este documento, y el registro de esa descripción, se deben considerar esos dos elementos. Es así que uno de los objetivos del registro es la representación de ese documento en lo que se refiere a la información fijada en el soporte, y sobre el soporte mismo; esto es, se genera un sustituto del documento (el registro) que permite su identificación dentro de un compendio de registros (catálogo, bibliografía o índice) y que brinda elementos para decidir si se quiere buscar, encontrar y consultar ese documento. Otro objetivo del registro debe ser introducir al usuario al universo relacional del contenido de la información que porta el documento. Para comprender mejor el alcance de estos objetivos, y a modo de ejemplo, si tan sólo nos limitáramos a un catálogo de alguna biblioteca, notaríamos que se espera que sea un instrumento eficiente para averiguar:
A. Si la biblioteca tiene un libro particular especificado por:
A1. Su autor y título.
A2. Si no hay autor, sólo por su título.
A3. Si el autor y el título no son apropiados o son insuficientes para la identificación, un subtítulo conveniente para el título.
B. Sobre la obra:
B1. Cuáles obras son de un autor particular.
B2. Cuáles ediciones de una obra particular tiene la biblioteca.
B3. Cuáles otras obras del mismo tema tiene la biblioteca.
Notamos en este caso que los conceptos de autor, título, subtítulo, edición y tema sirven como identificadores de la información fijada en los distintos documentos, en tanto que la noción de “obra” se refiere al contenido completo o a la idea que transmite la información fijada en el soporte. Además, siempre que sea posible o identificable, tendremos un autor y/o un título para cada obra, pues estos elementos permiten su identificación al trasladar la obra a otros soportes.
Al hacer registros de documentos se consideran los siguientes factores:
(a) El repositorio de los documentos.
(b) El tipo de documentos (identificados por sus dos componentes).
(c) Los fines que se piense dar al registro,
Dependiendo de las diferencias de estos factores se puede nombrar a los registros y a sus compendios de formas distintas. De esta manera, cuando se registra el acervo de una biblioteca, en una parte o en todas sus colecciones, con la finalidad de permitir el uso de ese acervo, tenemos un registro catalográfico que se incluye en un catálogo.
Si no es importante el repositorio, pudiendo registrarse cualquier tipo de documentos, con fines de conocimiento, difusión o servicio, hacemos registros bibliográficos y se les pone en una bibliografía.
Cuando no es importante el repositorio, se registren partes de documentos, y se hace con fines de difusión o servicio, tenemos registros de indización, que se compendian en un índice.
Además de los problemas antes indicados para el registro documental, hay otros varios que tampoco se han resuelto, de entre los cuales encontramos las dos grandes categorías siguientes:
(1) Si el registro debe enfocarse en el documento o en los requerimientos del usuario.
(2) Si es posible una forma normalizada de descripción de todos los tipos de documentos.
En el primer grupo tenemos un dilema, pues por una parte están los catalogadores, incluso agrupados en organizaciones nacionales e internacionales, que dicen que el registro se hace sobre el documento, y que debe enfocarse en él. En la contraparte, el personal que proporciona los servicios, además de muchos académicos de la bibliotecología, encuentran reiteradamente evidencias de que los usuarios enfrentan dificultades para utilizar o comprender los registros y los compendios de registros. Es por ello que el registro puede convertirse en una barrera al acceso más que ser una ayuda.
El segundo agregado de problemas tiene una larga historia en el quehacer bibliotecario, que desde hace 20 años comenzó a remontar una nueva etapa que se espera culmine pronto con las Reglas de descripción y acceso a los recursos (RDA) y con el modelo FRBR para la presentación de los registros en línea. Sin embargo, persisten muchas dudas sobre el cambio de enfoque que se promueve con estos esfuerzos, pues en el fondo no se resuelve un problema de origen al respecto del registro documental: La naturaleza cristalizada y presuntamente objetiva de la descripción frente a la naturaleza histórica y subjetiva de los seres humanos, que pueden realizar la descripción o interpretarla de muchas maneras.
Observamos que los problemas del campo de estudio y desarrollo en torno al registro documental son muy variados y complejos. Por tal motivo, este tema lo seguiremos viendo en otra ocasión.

lunes, 12 de abril de 2010

15. ¿DÓNDE ESTÁ EL USUARIO?

Hace varios años, en cierto boletín de la biblioteca de una universidad encontré una nota donde se clasificaba a los usuarios por sus conductas más indeseables ante los ojos de los bibliotecarios. El artículo se me antojó curioso porque parecía ir a contracorriente de todos los discursos bibliotecarios en los que se exalta al usuario como la “razón de ser de la biblioteca” o el “fin último al que se enfilan los servicios”.
Años después, estaba de visita en una biblioteca y me tocó ser testigo del maltrato de un jefe de servicios a un usuario. Lo más singular fue que al reportar la situación a la jefa de la biblioteca, que era amiga mía y me había invitado a conocer la institución, se generó un evento desagradable por el que acabó la amistad y quedé señalado como indeseable en ese lugar.
Más tarde, escribí un trabajo para aclararme la distinción entre los conceptos que designamos como “usuario”, “usuario potencial” y “no usuario” (Endean Gamboa, 1992), lo que me permitió darme cuenta de que quien define y aplica estos nombres a las personas es el bibliotecario. De esta manera, advertí los siguientes conceptos:
Usuario potencial: Es aquel para quien el bibliotecario prepara y deja disponibles los recursos y servicios de la biblioteca, aunque puede ocurrir que nunca asista a ella, quizá porque encuentra barreras en el acceso.
Usuario: Es aquel usuario potencial que logra librar las barreras del acceso y sí asiste a la biblioteca.
No Usuario: Es la persona que no está considerada como usuario potencial.
De esta manera, la definición del usuario potencial debe ser crucial para cualquier biblioteca, y el uso de este nombre para designar a un cierto público es responsabilidad del bibliotecario. Cuando se reporta que una biblioteca tiene usuarios internos y externos, debemos darnos cuenta que antes hubo un bibliotecario que definió ambos grupos como sus usuarios potenciales, agregando el distintivo de “internos” a los propios de su organización, y “externos” a los ajenos a esta adscripción.
Tiempo después tuve la oportunidad de hacer un recuento de los otros nombres que se han dado en español al usuario de las bibliotecas: Se le ha llamado “lector”, “usuario”, “prestatario”, “patrono”, “benefactor” y “cliente”. Esto me permitió comprender que la palabra “usuario” sólo manifiesta un enfoque referido a alguien visto como quien usa un servicio bibliotecario. Es así que cuando salimos del ámbito de la biblioteca debemos poder llamar a las personas de otro modo, y no sólo verlas como usuarios potenciales o no usuarios, pues este es un planteamiento conceptual muy pobre y poco operativo.
Quería saber más y dediqué mi tema de tesis de licenciatura a estudiar la definición del usuario que se venía utilizando en la educación de usuarios en México (Endean Gamboa, 1994), y para mi sorpresa encontré que los autores considerados no tuvieron un referente real del usuario ni una idea clara sobre él, sino que recurrieron a lo que otros dijeron sobre el usuario antes que a su propia experiencia, y lo describieron de manera incompleta, a veces confusa e incoherente.
Más tarde, en la maestría en bibliotecología tuve la fortuna de que Estela Morales Campos me indicara una distinción entre el usuario de la información y el usuario de la biblioteca, pues luego de reflexionar sobre esta situación me di cuenta de que se trataba de una entelequia, ya que todos estamos de algún modo usando la información las 24 horas del día durante toda nuestra vida, sin necesidad de estar adscritos a un servicio y que se nos considere usuarios del mismo. De esta forma, sólo parece existir para los bibliotecarios el usuario de la biblioteca.
Las aseveraciones anteriores no afirman que no tengamos una noción de las personas, y en particular de aquellos a quienes nombramos “usuarios”. Es más bien que las ideas que tenemos pueden no ser adecuadas, o bien tratarse de que estemos simplificando las cosas y negándonos a ver, aunque sea parcialmente, la complejidad del conocer a las personas.
Las cosas parecen ser más fáciles para nosotros cuando alguien más nos define con claridad quién es nuestro usuario potencial, como ocurre a veces con las poblaciones de las escuelas, las universidades, los centros de investigación y otras instituciones que manejan la adscripción de forma definida. En ocasiones, se amplía el concepto de usuario potencial para admitir a personas ajenas a nuestra organización, como indicamos antes. Sin embargo, en servicios para todo el público, o cuando el público al que debemos enfilar nuestras metas no está delimitado, la cuestión resulta más difícil, pues cualquiera puede ser usuario potencial. Esta indefinición impacta los otros dos conceptos, de usuario y no-usuario, volviéndolos más confusos.
A manera de ejemplo, cuando fui jefe del servicio de consulta (en algunas partes se le llama “de referencia”) de la Hemeroteca Nacional, me di cuenta desde el primer día que tenía un equipo de bibliotecarios empíricos muy valioso y dedicado, y que teníamos un público muy heterogéneo para atender, lo cual se percibía como un problema. Por este motivo, nos reunimos a analizar la situación y concluimos que debíamos pensar en nuestro servicio como abierto para todo tipo de personas, además de que debía poder realizarse sin contratiempos, para lo cual adoptamos unas pocas reglas, que son las siguientes:
1) Está prohibido decir “no” al usuario.
2) Se debe entrevistar al usuario para saber qué requiere, empezando con preguntas abiertas y terminando con preguntas cerradas de verificación.
3) Sólo en último caso, o en situaciones excepcionales, se puede preguntar al usuario “para qué requiere…”.
4) Si algún bibliotecario no entiende lo que requiere el usuario, debe entretenerlo en una búsqueda o con un texto, mientras va a pedir ayuda a otro bibliotecario.
5) Si se sabe que la institución no tiene lo que requiere el usuario, se le debe canalizar a otra organización que con seguridad lo pueda atender.
Con este acuerdo se resolvieron muchas situaciones del servicio y se logró que fluyera la atención a los usuarios sin cortapisas. En varias ocasiones fui yo el bibliotecario que acudió en ayuda de un compañero de trabajo, cuando no entendía el requerimiento de alguien. Y es que muchas veces los usuarios no planteaban bien sus preguntas, y en ocasiones se encerraban en retóricas repetitivas, o también se daban casos de estudiantes que llegaban con un apunte para hacer un trabajo escolar que no comprendían. Asimismo, hubo situaciones singulares de pasantes de algunas carreras que llegaron a pedir sugerencias de temas para sus tesis, e incluso una vez fue un investigador a solicitar que le recomendáramos un problema de investigación.
He leído muchos estudios de usuarios, y en cierta ocasión encontré un pensamiento que indica que toda la sabiduría del mundo se encierra en conocer a otra persona. No recuerdo de quien es este concepto, pero rozó muy de cerca mi interés en este tema, por lo que más tarde comprendí que el asunto del usuario es sumamente sensible para nosotros los bibliotecarios, y que aunque ni las moscas se asomen a nuestras bibliotecas, seguiremos canturreando que los usuarios son la razón de ser de nuestra profesión.
Pero, ¿dónde y cuándo se originó esta alienación en que vivimos los bibliotecarios? ¿Con base en qué definimos a nuestro usuario potencial? ¿Cómo nos involucramos en poner o mantener barreras al acceso en nuestras bibliotecas? ¿Cómo debemos definir y llamar a quienes no asisten a las bibliotecas?
Conozco bibliotecarios que trabajan fuera de las instituciones, y que no se extravían en las nociones limitativas anteriores que sólo apuntan hacia el usuario potencial, sino que se aproximan a la población e intentan comprenderla desde sus necesidades y su vida diaria, a través de metodologías cualitativas de otras disciplinas.
Además, hoy se vislumbra la silueta de un nuevo sujeto a quien podemos dirigirnos; alguien que no sólo quiere estar informado, sino que pide que se le atienda como informante, como quien va a llevar la información a otros. Al igual que la figura mítica de Jano, el personaje con dos rostros que miran hacia el pasado y al futuro, éste que podríamos definir (tentativamente) como otro usuario potencial mira en dos direcciones, como si fuera un personaje jánico, por lo que urge estudiarlo y conceptuarlo de manera que podamos atender sus requerimientos.
Notamos entonces que el tema del usuario rebasa el mero significado que le hemos dado a esta palabra, por lo que debemos preguntarnos sobre quién será el nuevo personaje que tomaremos como leit motiv de nuestro quehacer. Esto viene a ser un asunto que dejaremos pendiente, para continuar abordándolo en otra ocasión.

Bibliografía
Endean Gamboa, R. (1992). Los Hilos de la trenza. Trabajo presentado en la XX Jornadas Mexicanas de Biblioteconomía, Noviembre 1989, Saltillo, Coah.
Endean Gamboa, R. (1994). El Usuario en la bibliotecología: El Caso de la educación de usuarios en México. Tesis de Licenciatura no publicada, ENBA.