Luego de las reflexiones que emprendimos para definir conceptualmente la biblioteca (entrada 6), su misión (entrada 21) y su condición de legítima (entrada 24), encontramos varios problemas que quedaron planteados, aunque aún falta redondear la problematización que manifiesta esta institución polimorfa. Por esta razón, ahora vamos a revisar tres valores que se han considerado clave para la comprensión de la biblioteca: Su completitud, su ordenación y su servicio. Enseguida, hago los planteamientos iniciales sobre estos valores como posibilidades de la biblioteca.
1) La biblioteca completa. El Diccionario de la RAE dice que la condición de completo aplica a lo lleno, lo acabado o lo perfecto. En la biblioteca, se ha entendido generalmente que el carácter de completo tiene que ver con una totalidad característica de la colección, o sea, significa tener todo sobre un autor, sobre las ediciones de una obra o sobre una materia, a lo cual se dedica el proceso llamado “desarrollo de colecciones”. Lo completo como totalidad se acerca en cierta medida a los sentidos de “lleno”, “acabado” o “perfecto”. Lo contrario a la condición de completo sería lo deficiente o lo poco que se tuviera en la colección.
El ideal de una biblioteca completa se planteó en el pasado con las pretensiones de la Biblioteca de Alejandría, en varias bibliotecas monásticas y reales, en el proyecto del Mundaneum de Otlet, como parte central de los proyectos de disponibilidad universal de las publicaciones y más recientemente con la Internet y el proyecto de Google para digitalizar todos los documentos del orbe.
Encontramos un modelo de esta condición de completitud en el relato intitulado Biblioteca de Babel, escrito por Jorge Luis Borges, en donde se juega con la idea del infinito espacial del edificio y el infinito temporal del coleccionismo y los contenidos, con los cambios idiomáticos y sus interpretaciones, así como las formas de vida que habría dentro de una biblioteca completa.
2. La biblioteca ordenada. La condición de ordenado se refiere a tener o guardar un orden. El Diccionario de la RAE indica que el orden se refiere a la “colocación de las cosas en el lugar que les corresponde”, también al “concierto, [o la] buena disposición de las cosas entre sí”. Lo contrario a la condición de ordenado es la descolocación y el caos. En la biblioteca, el orden se relaciona con la organización administrativa y con la colocación de los recursos, que tiene como condición previa la identificación de los objetos llamados “documentos”.
La identificación de los documentos se hace por dos formas de juicio que se realizan a través de su descripción fáctica y su descripción interpretativa. La descripción fáctica encuentra enunciados algunos elementos en el documento al que se aplica, como el autor o el título en una portada de un libro. La descripción interpretativa enuncia los elementos que no son evidentes en el objeto al que se aplica, para lo cual puede recurrir a procedimientos de reconocimiento (número total de páginas, presencia de ilustraciones, presencia de color, etc.), a procedimientos de validación (control de autoridades de nombres), a escalas (dimensiones, tamaño de un archivo electrónico, escala de un mapa, etc.), o a la respuesta a preguntas abiertas del tipo “¿qué ves y/o escuchas?” o “¿de qué se trata?”.
Llamamos a estas dos formas de descripción con el nombre genérico “catalogación” y más específicamente pretendemos distinguirlas con los nombres “catalogación descriptiva” y “catalogación temática”, aunque obviamente estas designaciones son incorrectas en sus alcances.
Una vez identificados los documentos, se les ubica dentro de un sistema que los estandariza y les asigna un código que corresponde a la colocación dentro de un todo (la colección). A este sistema se le llama “clasificación”. Para que una biblioteca esté ordenada, al menos la catalogación y la clasificación deben llevarse a cabo de forma normalizada, o sea, tratando de reducir a cero la variación en las decisiones que se toman en la descripción o en la aplicación de la norma para la colocación. Esto depende de la existencia de normas coherentes, de la capacitación de aquellos involucrados en su aplicación, del control de calidad de los procesos y del aseguramiento del producto final.
3) La biblioteca servidora del usuario. Sobre la palabra “servir”, el Diccionario de la RAE indica en su segunda acepción que es “estar sujeto a alguien por cualquier motivo haciendo lo que él quiere o dispone”. En su sexta acepción es “aprovechar, valer, ser de utilidad”. Cuando en las bibliotecas se hace referencia a servir al usuario, generalmente se trata de un acto de voluntad, una vocación, de algo que se pretende consustancial a la institución; de esta manera, se dice que la biblioteca existe para servir. Luego de esta enunciación, se listan los servicios que las bibliotecas proporcionan a sus usuarios. Lo contrario a la condición de servir es el dominio y el abandono.
A primeras luces, notamos que la biblioteca debe estar completa y ordenada como condición suficiente para que pueda servir al usuario. Sin embargo, la evidencia práctica nos indica que ninguna biblioteca está completa y que su ordenación depende de muchos factores, como las características de sus recursos humanos y su gestión interna y externa; algunos de estos factores son críticos para permitir su desarrollo, por ejemplo, el presupuesto y las políticas de la organización de la que es parte.
Tenemos entonces una biblioteca que no está completa y con una ordenación condicionada, pero que enuncia que su vocación es la de servir al usuario, a pesar de sus carencias, limitaciones y deficiencias. La única posibilidad de coherencia de esta enunciación es si pensamos que sirve para establecer una relación política, que por ende puede no corresponder a alguna realidad y no servir como vía para legitimar o conocer sobre la legitimidad de la biblioteca.
Esta enunciación política no tiene la intención de ser escuchada por los usuarios, pues ellos podrían objetar su validez. Más bien, se utiliza para quienes se localizan en un nivel de decisión sobre la biblioteca. Sin embargo, esta biblioteca puede recurrir a la promesa y la esperanza con sus usuarios, aunque para ello debe deshacerse de varios conceptos ramplones, como el de “satisfacción del usuario”, que corresponde a un indicador del conformismo de los usuarios con lo que les ofrece la biblioteca.
Nos adentramos entonces al plano de las interacciones de la biblioteca con el mundo, que es muy complejo y en el que circulan varias mistificaciones a través de los modelos utilizados hasta ahora, que sólo socavan el concepto de biblioteca y alientan las confusiones que pretenden que la Internet va a sustituirla. Debido a este carácter complejo de este problema, tendremos que seguir abordándolo más adelante.
Bibliografía
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 25 dic. 2010. En: http://www.rae.es.
1) La biblioteca completa. El Diccionario de la RAE dice que la condición de completo aplica a lo lleno, lo acabado o lo perfecto. En la biblioteca, se ha entendido generalmente que el carácter de completo tiene que ver con una totalidad característica de la colección, o sea, significa tener todo sobre un autor, sobre las ediciones de una obra o sobre una materia, a lo cual se dedica el proceso llamado “desarrollo de colecciones”. Lo completo como totalidad se acerca en cierta medida a los sentidos de “lleno”, “acabado” o “perfecto”. Lo contrario a la condición de completo sería lo deficiente o lo poco que se tuviera en la colección.
El ideal de una biblioteca completa se planteó en el pasado con las pretensiones de la Biblioteca de Alejandría, en varias bibliotecas monásticas y reales, en el proyecto del Mundaneum de Otlet, como parte central de los proyectos de disponibilidad universal de las publicaciones y más recientemente con la Internet y el proyecto de Google para digitalizar todos los documentos del orbe.
Encontramos un modelo de esta condición de completitud en el relato intitulado Biblioteca de Babel, escrito por Jorge Luis Borges, en donde se juega con la idea del infinito espacial del edificio y el infinito temporal del coleccionismo y los contenidos, con los cambios idiomáticos y sus interpretaciones, así como las formas de vida que habría dentro de una biblioteca completa.
2. La biblioteca ordenada. La condición de ordenado se refiere a tener o guardar un orden. El Diccionario de la RAE indica que el orden se refiere a la “colocación de las cosas en el lugar que les corresponde”, también al “concierto, [o la] buena disposición de las cosas entre sí”. Lo contrario a la condición de ordenado es la descolocación y el caos. En la biblioteca, el orden se relaciona con la organización administrativa y con la colocación de los recursos, que tiene como condición previa la identificación de los objetos llamados “documentos”.
La identificación de los documentos se hace por dos formas de juicio que se realizan a través de su descripción fáctica y su descripción interpretativa. La descripción fáctica encuentra enunciados algunos elementos en el documento al que se aplica, como el autor o el título en una portada de un libro. La descripción interpretativa enuncia los elementos que no son evidentes en el objeto al que se aplica, para lo cual puede recurrir a procedimientos de reconocimiento (número total de páginas, presencia de ilustraciones, presencia de color, etc.), a procedimientos de validación (control de autoridades de nombres), a escalas (dimensiones, tamaño de un archivo electrónico, escala de un mapa, etc.), o a la respuesta a preguntas abiertas del tipo “¿qué ves y/o escuchas?” o “¿de qué se trata?”.
Llamamos a estas dos formas de descripción con el nombre genérico “catalogación” y más específicamente pretendemos distinguirlas con los nombres “catalogación descriptiva” y “catalogación temática”, aunque obviamente estas designaciones son incorrectas en sus alcances.
Una vez identificados los documentos, se les ubica dentro de un sistema que los estandariza y les asigna un código que corresponde a la colocación dentro de un todo (la colección). A este sistema se le llama “clasificación”. Para que una biblioteca esté ordenada, al menos la catalogación y la clasificación deben llevarse a cabo de forma normalizada, o sea, tratando de reducir a cero la variación en las decisiones que se toman en la descripción o en la aplicación de la norma para la colocación. Esto depende de la existencia de normas coherentes, de la capacitación de aquellos involucrados en su aplicación, del control de calidad de los procesos y del aseguramiento del producto final.
3) La biblioteca servidora del usuario. Sobre la palabra “servir”, el Diccionario de la RAE indica en su segunda acepción que es “estar sujeto a alguien por cualquier motivo haciendo lo que él quiere o dispone”. En su sexta acepción es “aprovechar, valer, ser de utilidad”. Cuando en las bibliotecas se hace referencia a servir al usuario, generalmente se trata de un acto de voluntad, una vocación, de algo que se pretende consustancial a la institución; de esta manera, se dice que la biblioteca existe para servir. Luego de esta enunciación, se listan los servicios que las bibliotecas proporcionan a sus usuarios. Lo contrario a la condición de servir es el dominio y el abandono.
A primeras luces, notamos que la biblioteca debe estar completa y ordenada como condición suficiente para que pueda servir al usuario. Sin embargo, la evidencia práctica nos indica que ninguna biblioteca está completa y que su ordenación depende de muchos factores, como las características de sus recursos humanos y su gestión interna y externa; algunos de estos factores son críticos para permitir su desarrollo, por ejemplo, el presupuesto y las políticas de la organización de la que es parte.
Tenemos entonces una biblioteca que no está completa y con una ordenación condicionada, pero que enuncia que su vocación es la de servir al usuario, a pesar de sus carencias, limitaciones y deficiencias. La única posibilidad de coherencia de esta enunciación es si pensamos que sirve para establecer una relación política, que por ende puede no corresponder a alguna realidad y no servir como vía para legitimar o conocer sobre la legitimidad de la biblioteca.
Esta enunciación política no tiene la intención de ser escuchada por los usuarios, pues ellos podrían objetar su validez. Más bien, se utiliza para quienes se localizan en un nivel de decisión sobre la biblioteca. Sin embargo, esta biblioteca puede recurrir a la promesa y la esperanza con sus usuarios, aunque para ello debe deshacerse de varios conceptos ramplones, como el de “satisfacción del usuario”, que corresponde a un indicador del conformismo de los usuarios con lo que les ofrece la biblioteca.
Nos adentramos entonces al plano de las interacciones de la biblioteca con el mundo, que es muy complejo y en el que circulan varias mistificaciones a través de los modelos utilizados hasta ahora, que sólo socavan el concepto de biblioteca y alientan las confusiones que pretenden que la Internet va a sustituirla. Debido a este carácter complejo de este problema, tendremos que seguir abordándolo más adelante.
Bibliografía
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 25 dic. 2010. En: http://www.rae.es.