Hace entre 25 y 30 años escuchábamos reiteradamente decir que la información era un recurso inagotable, pues –se manifestaba- cualquiera podía tener y usar la información y no por ello dejaría de estar disponible. Sin embargo, con el advenimiento de la industria de la información, y luego de la economía de la información, se perfilaron maneras para imponer barreras comerciales y legales al libre flujo de la información para lograr la imposición de los costos que debía implicar su generación, empacado, difusión, comercialización y venta.
De esta manera, aunque la información nunca ha estado cien por ciento disponible para todos, además de que muchas veces su control ha servido para dar ventaja a las clases gobernantes, desde el final de la segunda gran guerra del siglo XX ha ido perdiendo paulatinamente el carácter social que algunas veces le quisieron dar los movimientos bibliográficos internacionales y la misma UNESCO, para venir a convertirse en un bien comercial, algo a lo que sólo pueden acceder los que pueden pagar para hacerlo.
De esta manera, los proyectos para crear y fortalecer las bibliotecas prosperaron coincidentemente en las áreas urbanas a partir de esos años y hasta la caída del bloque socialista, empezando después una disminución de la responsabilidad gubernamental y social para su establecimiento y desarrollo. No resulta ocasional lo que mencionó la doctora Estela Morales Campos en una conferencia que comentamos antes (vid. ensayo 18), al indicar que “el Estado debe proveer mínimos de información a la población, a través de las escuelas y las bibliotecas públicas.”
La información sirve para poder vivir una vida segura, sana y productiva en armonía con la naturaleza y los valores culturales y espirituales locales. Nos permite buscar un camino que lleve hacia la igualdad entre individuos y comunidades, naciones y generaciones. También, para buscar una alternativa que permita distribuir la riqueza (en la forma de acceso a recursos y oportunidades) y aumentar la prosperidad de todos. No obstante, esta mención de la utilidad de la información corresponde a la definición de “sostenibilidad” que se utiliza en las ciencias sociales. Entonces, ¿cuál es el vínculo entre la información y la sostenibilidad? ¿La información sirve a la sostenibilidad? O quizá, ¿la sostenibilidad sirve a la información?
Según el diccionario de la Academia, la palabra “sostenibilidad” se refiere a un proceso que puede mantenerse por sí mismo, “como lo hace, p. ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes.” Resulta claro de esta definición que la información sirve a la sostenibilidad, en tanto que se usa para asegurar que el proceso pueda mantenerse a sí mismo. Es así que la información sobre el comportamiento del propio proceso es vital para su mantenimiento y desarrollo.
¿La información configura un proceso que puede mantenerse a sí mismo? Al respecto, tenemos que las bibliotecas son instituciones cuya manutención es muy costosa. Además, en México no es común que se le permita a las bibliotecas buscar fuentes de financiamiento para su mantenimiento y desarrollo, aunque los discursos digan lo contrario. Esta situación paradójica resulta de que por una parte se habla de las posibilidades de que las bibliotecas gestionen recursos propios (generados u obtenidos), en tanto que por el otro lado se imponen trabas normativas para poder hacer justo lo que dicen esos discursos. Este absurdo no es extraordinario, sino una muestra de las muchas estupideces que ocurren, en todos los órdenes, alrededor de las bibliotecas en este país.
Entonces, si vemos la biblioteca como proceso de información tenemos que, en razón de que ésta no puede mantenerse (obtener financiamiento para su mantenimiento y desarrollo), resulta que no es sostenible. Desgraciadamente, la paradoja que viven las bibliotecas se vuelca en un absurdo social, en el momento que nos preguntamos cómo se informan las personas.
Ciertamente, están los medios de información y comunicación disponibles como recursos para informar a las personas, pero no debemos olvidar la distinción que hizo Debray entre comunicación y transmisión, pues a las bibliotecas les corresponde, en buena medida la transmisión del conocimiento, en tanto que los medios más bien lo comunican.
Para retomar esta distinción de la que tratamos con anterioridad (p. ej. vid. ensayo 7), viene al caso un estribillo que escuchamos en los años de escuela: “La historia enseña los errores del pasado para no volverlos a repetir en el presente”. Sin embargo, esos errores son susceptibles de perpetuarse cuando falta la transmisión –aunque sea oral- del conocimiento.
En este sentido, la sostenibilidad de la información asoma como un problema de la bibliotecología: ¿Cómo hacer sostenibles las bibliotecas, los sistemas y redes bibliotecarios, para que puedan cumplir su función social?
Este problema no es nuevo, aunque tampoco se ha dicho la última palabra. Además, conforme se desenvuelve en el mundo el tema del acceso a la información, sea como derecho, como libertad o como mero trámite, asoma más un problema que no tiene precedentes en el mundo futuro que se perfila, y que se designa como “Sociedad de la Información”. El problema de la sostenibilidad de las bibliotecas y la información es sólo un segmento de este enorme problema.
Además, debe notarse que la complejidad de estos problemas resulta del cúmulo de procesos socioeconómicos, políticos, técnicos, productivos, institucionales y culturales que están relacionados con la satisfacción de las necesidades de información en un entorno de calidad de vida.
¿Cómo hacer viable la obtención, el mantenimiento, el flujo y los usos de la información requerida por una comunidad? Hay factores económicos y sociales que se deben tomar en cuenta, así como un sistema de información mundial, con su propio comportamiento, que debe ser considerado. ¿Cómo hacer viable la información que necesitan las personas sin comprometer las capacidades de las nuevas generaciones para satisfacer sus necesidades culturales? Las preguntas pueden seguir, pues como indicamos se trata de un problema complejo, tanto que no creo poder identificarlo yo solo, por lo que quedan invitados quienes deseen compartir estas inquietudes. Mientras tanto, dejaremos para después la continuación del abordaje de este interesante problema.
Bibliografía
Debray, R. (2001). Introducción a la mediología. Barcelona: Paidós.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 2 ago. 2010. En: http://www.rae.es.
Sheinbaum. D. (2007). Sustentabilidad. Recuperado: 29 jul. 2010. En: http://sepiensa.org.mx/contenidos/2007/l_susten/susten1.html.
De esta manera, aunque la información nunca ha estado cien por ciento disponible para todos, además de que muchas veces su control ha servido para dar ventaja a las clases gobernantes, desde el final de la segunda gran guerra del siglo XX ha ido perdiendo paulatinamente el carácter social que algunas veces le quisieron dar los movimientos bibliográficos internacionales y la misma UNESCO, para venir a convertirse en un bien comercial, algo a lo que sólo pueden acceder los que pueden pagar para hacerlo.
De esta manera, los proyectos para crear y fortalecer las bibliotecas prosperaron coincidentemente en las áreas urbanas a partir de esos años y hasta la caída del bloque socialista, empezando después una disminución de la responsabilidad gubernamental y social para su establecimiento y desarrollo. No resulta ocasional lo que mencionó la doctora Estela Morales Campos en una conferencia que comentamos antes (vid. ensayo 18), al indicar que “el Estado debe proveer mínimos de información a la población, a través de las escuelas y las bibliotecas públicas.”
La información sirve para poder vivir una vida segura, sana y productiva en armonía con la naturaleza y los valores culturales y espirituales locales. Nos permite buscar un camino que lleve hacia la igualdad entre individuos y comunidades, naciones y generaciones. También, para buscar una alternativa que permita distribuir la riqueza (en la forma de acceso a recursos y oportunidades) y aumentar la prosperidad de todos. No obstante, esta mención de la utilidad de la información corresponde a la definición de “sostenibilidad” que se utiliza en las ciencias sociales. Entonces, ¿cuál es el vínculo entre la información y la sostenibilidad? ¿La información sirve a la sostenibilidad? O quizá, ¿la sostenibilidad sirve a la información?
Según el diccionario de la Academia, la palabra “sostenibilidad” se refiere a un proceso que puede mantenerse por sí mismo, “como lo hace, p. ej., un desarrollo económico sin ayuda exterior ni merma de los recursos existentes.” Resulta claro de esta definición que la información sirve a la sostenibilidad, en tanto que se usa para asegurar que el proceso pueda mantenerse a sí mismo. Es así que la información sobre el comportamiento del propio proceso es vital para su mantenimiento y desarrollo.
¿La información configura un proceso que puede mantenerse a sí mismo? Al respecto, tenemos que las bibliotecas son instituciones cuya manutención es muy costosa. Además, en México no es común que se le permita a las bibliotecas buscar fuentes de financiamiento para su mantenimiento y desarrollo, aunque los discursos digan lo contrario. Esta situación paradójica resulta de que por una parte se habla de las posibilidades de que las bibliotecas gestionen recursos propios (generados u obtenidos), en tanto que por el otro lado se imponen trabas normativas para poder hacer justo lo que dicen esos discursos. Este absurdo no es extraordinario, sino una muestra de las muchas estupideces que ocurren, en todos los órdenes, alrededor de las bibliotecas en este país.
Entonces, si vemos la biblioteca como proceso de información tenemos que, en razón de que ésta no puede mantenerse (obtener financiamiento para su mantenimiento y desarrollo), resulta que no es sostenible. Desgraciadamente, la paradoja que viven las bibliotecas se vuelca en un absurdo social, en el momento que nos preguntamos cómo se informan las personas.
Ciertamente, están los medios de información y comunicación disponibles como recursos para informar a las personas, pero no debemos olvidar la distinción que hizo Debray entre comunicación y transmisión, pues a las bibliotecas les corresponde, en buena medida la transmisión del conocimiento, en tanto que los medios más bien lo comunican.
Para retomar esta distinción de la que tratamos con anterioridad (p. ej. vid. ensayo 7), viene al caso un estribillo que escuchamos en los años de escuela: “La historia enseña los errores del pasado para no volverlos a repetir en el presente”. Sin embargo, esos errores son susceptibles de perpetuarse cuando falta la transmisión –aunque sea oral- del conocimiento.
En este sentido, la sostenibilidad de la información asoma como un problema de la bibliotecología: ¿Cómo hacer sostenibles las bibliotecas, los sistemas y redes bibliotecarios, para que puedan cumplir su función social?
Este problema no es nuevo, aunque tampoco se ha dicho la última palabra. Además, conforme se desenvuelve en el mundo el tema del acceso a la información, sea como derecho, como libertad o como mero trámite, asoma más un problema que no tiene precedentes en el mundo futuro que se perfila, y que se designa como “Sociedad de la Información”. El problema de la sostenibilidad de las bibliotecas y la información es sólo un segmento de este enorme problema.
Además, debe notarse que la complejidad de estos problemas resulta del cúmulo de procesos socioeconómicos, políticos, técnicos, productivos, institucionales y culturales que están relacionados con la satisfacción de las necesidades de información en un entorno de calidad de vida.
¿Cómo hacer viable la obtención, el mantenimiento, el flujo y los usos de la información requerida por una comunidad? Hay factores económicos y sociales que se deben tomar en cuenta, así como un sistema de información mundial, con su propio comportamiento, que debe ser considerado. ¿Cómo hacer viable la información que necesitan las personas sin comprometer las capacidades de las nuevas generaciones para satisfacer sus necesidades culturales? Las preguntas pueden seguir, pues como indicamos se trata de un problema complejo, tanto que no creo poder identificarlo yo solo, por lo que quedan invitados quienes deseen compartir estas inquietudes. Mientras tanto, dejaremos para después la continuación del abordaje de este interesante problema.
Bibliografía
Debray, R. (2001). Introducción a la mediología. Barcelona: Paidós.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 2 ago. 2010. En: http://www.rae.es.
Sheinbaum. D. (2007). Sustentabilidad. Recuperado: 29 jul. 2010. En: http://sepiensa.org.mx/contenidos/2007/l_susten/susten1.html.
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