Cada vez nos resulta más evidente que las personas tienden a requerir información y conocimiento sin las fronteras o barreras que se imponen a los documentos. De esta manera, no es gratuito que en las bibliotecas académicas de los Estados Unidos se tenga como un problema la competencia que resulta de una de las ilusiones de Google: Tener todo al alcance de la mano (todo lo que hay en la web, de la academia, de blogs, imágenes, etc.) casi al instante.
Dicho de otra manera, la disponibilidad, la accesibilidad y la oportunidad semejan estar operando en la Internet. O sea, el manejo de los distintos documentos en la red parece que los hace ser ubicuos, lo cual por supuesto indica que el factor disponibilidad muestra una significativa mejora.
La variable acceso también parece estar cubierta, pues cuando nos referimos metafóricamente a que algo está al "alcance de la mano" queremos decir que se han reducido las barreras de la interfaz al punto de lo que significa literalmente la expresión metafórica. Asimismo, la oportunidad es casi instantánea, de modo que si existe en la red y no tiene candados, seguramente será recuperable, e incluso descargable, cuando se requiera.
Con esto, se antoja muy difícil la competencia para la biblioteca, sobre todo si los instrumentos normativos se siguen asumiendo para instalar la normalización por encima de los requerimientos más imperiosos de los usuarios. Esto es algo que se sabe hace mucho en los centros de producción de las principales normativas técnicas internacionales, pero curiosamente no ha trascendido a otras latitudes, en donde se piensa que a rajatabla tienen que aplicarse esas normas técnicas aunque la realidad se muestre renuente, refractaria o impermeable a ellas.
No obstante esta verdad de Perogrullo -que bien se pudiera justificar recurriendo al argumento de que somos tecnológicamente dependientes, o que somos tercermundistas, o de plano que es consecuencia de que aún estamos subdesarrolados-, en México tenemos la oportunidad de ensayar soluciones diversas de organización de la información y el conocimiento, aunque esto que decimos está muy alejado de las escuelas de formación de bibliotecarios o de los centros de investigación bibliotecológica.
A lo que nos referimos, es a la situación de las bibliotecas privadas -algunas de organizaciones y otras personales-, en donde aún podemos encontrar resquicios de formas de organización pretéritas o diversas de lo que ahora es la tónica común en las bibliotecas institucionales de corte público o privado-público.
Es así que en algunas bibliotecas privadas encontramos que sus dueños han creado sistemas de clasificación para ubicar físicamente los materiales, a veces inspirados en las clasificaciones bibliográficas en boga (Dewey o LC) y otras veces con órdenes que se antojan caprichosos, pero que tienen un sentido que les confiere un carácter único. Algunos ejemplos de esa heterogeneidad vienen al caso:
A todo esto, podemos agregar que los dueños, cuando tienen curiosidad o interés en la investigación, suelen reunir volúmenes que tratan de distintas materias en sus escritorios de trabajo o en estantes de almacenamiento provisional, esto es, mientras realizan sus indagaciones. Sobre este particular, notamos que muchas veces, al ser de largo aliento sus afanes, dejan los montones de obras reunidas en casi cualquier sitio, formando "islas" dentro del todo que es la biblioteca. Cuando alguien extraño no sabe cuál fue el interés por hacer esta reunión, es común que se piense que esos montones son evidencias de desorden.
En las bibliotecas personales también puede haber criterios que no admitiría una biblioteca institucional de carácter público, por ejemplo para la reunión de las colecciones de referencia, pues en este apartado suelen definir los dueños un uso parecido a lo que denominamos con ese apelativo, pero con otros enfoques más acordes a las prácticas que realizan con los documentos.
De esta manera, se antoja pensar que todos los bibliotecarios que se encuentran en formación deberían aprender a pensar formas de organización diversas de la información y los documentos antes de que se les presente la normativa intitucionalizada. Siguiendo esta práctica, esos aprendices podrían aprender a usar estas herramientas de una forma menos preceptiva y más abierta a su adecuación a las necesidades de las comunidades.
Parece sencilla esta fórmula, pero no tiene nada de simple, pues en su aplicación deben confluir además de las voluntades muchos cambios de distinta envergadura. No obstante, el problema que esto plantea es tan cautivador que deberemos seguir abordándolo en otra entrega.
Dicho de otra manera, la disponibilidad, la accesibilidad y la oportunidad semejan estar operando en la Internet. O sea, el manejo de los distintos documentos en la red parece que los hace ser ubicuos, lo cual por supuesto indica que el factor disponibilidad muestra una significativa mejora.
La variable acceso también parece estar cubierta, pues cuando nos referimos metafóricamente a que algo está al "alcance de la mano" queremos decir que se han reducido las barreras de la interfaz al punto de lo que significa literalmente la expresión metafórica. Asimismo, la oportunidad es casi instantánea, de modo que si existe en la red y no tiene candados, seguramente será recuperable, e incluso descargable, cuando se requiera.
Con esto, se antoja muy difícil la competencia para la biblioteca, sobre todo si los instrumentos normativos se siguen asumiendo para instalar la normalización por encima de los requerimientos más imperiosos de los usuarios. Esto es algo que se sabe hace mucho en los centros de producción de las principales normativas técnicas internacionales, pero curiosamente no ha trascendido a otras latitudes, en donde se piensa que a rajatabla tienen que aplicarse esas normas técnicas aunque la realidad se muestre renuente, refractaria o impermeable a ellas.
No obstante esta verdad de Perogrullo -que bien se pudiera justificar recurriendo al argumento de que somos tecnológicamente dependientes, o que somos tercermundistas, o de plano que es consecuencia de que aún estamos subdesarrolados-, en México tenemos la oportunidad de ensayar soluciones diversas de organización de la información y el conocimiento, aunque esto que decimos está muy alejado de las escuelas de formación de bibliotecarios o de los centros de investigación bibliotecológica.
A lo que nos referimos, es a la situación de las bibliotecas privadas -algunas de organizaciones y otras personales-, en donde aún podemos encontrar resquicios de formas de organización pretéritas o diversas de lo que ahora es la tónica común en las bibliotecas institucionales de corte público o privado-público.
Es así que en algunas bibliotecas privadas encontramos que sus dueños han creado sistemas de clasificación para ubicar físicamente los materiales, a veces inspirados en las clasificaciones bibliográficas en boga (Dewey o LC) y otras veces con órdenes que se antojan caprichosos, pero que tienen un sentido que les confiere un carácter único. Algunos ejemplos de esa heterogeneidad vienen al caso:
- Orden por idioma-país del autor-nombre del autor-título.
- Orden cronológico (iniciando con un libro sagrado)-pueblo, reino o país del autor-tema (filosofía, literatura e historia)-nombre del autor-título.
- Orden por tamaño (conforme escala)-tema (clases definidas por el dueño)-nombre del autor-título.
A todo esto, podemos agregar que los dueños, cuando tienen curiosidad o interés en la investigación, suelen reunir volúmenes que tratan de distintas materias en sus escritorios de trabajo o en estantes de almacenamiento provisional, esto es, mientras realizan sus indagaciones. Sobre este particular, notamos que muchas veces, al ser de largo aliento sus afanes, dejan los montones de obras reunidas en casi cualquier sitio, formando "islas" dentro del todo que es la biblioteca. Cuando alguien extraño no sabe cuál fue el interés por hacer esta reunión, es común que se piense que esos montones son evidencias de desorden.
En las bibliotecas personales también puede haber criterios que no admitiría una biblioteca institucional de carácter público, por ejemplo para la reunión de las colecciones de referencia, pues en este apartado suelen definir los dueños un uso parecido a lo que denominamos con ese apelativo, pero con otros enfoques más acordes a las prácticas que realizan con los documentos.
De esta manera, se antoja pensar que todos los bibliotecarios que se encuentran en formación deberían aprender a pensar formas de organización diversas de la información y los documentos antes de que se les presente la normativa intitucionalizada. Siguiendo esta práctica, esos aprendices podrían aprender a usar estas herramientas de una forma menos preceptiva y más abierta a su adecuación a las necesidades de las comunidades.
Parece sencilla esta fórmula, pero no tiene nada de simple, pues en su aplicación deben confluir además de las voluntades muchos cambios de distinta envergadura. No obstante, el problema que esto plantea es tan cautivador que deberemos seguir abordándolo en otra entrega.
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