La historia de las bibliotecas ha puesto en evidencia que estos repositorios se originaron muy cerca de quienes detentaban el poder político, ideológico o económico en las sociedades del pasado. De esta manera, antaño encontramos que las bibliotecas eran entidades definidas dentro de las estructuras de gobierno, en las instituciones religiosas, o en las organizaciones imbricadas en las funciones de la economía, tanto las de índole privada como en la esfera pública.
Incluso las prototípicas bibliotecas públicas de la antigüedad existían en sociedades estratificadas, en las que la mayoría de la población era analfabeta y no se le permitía el privilegio de aprender, pues el conocimiento se reservaba para una clase, casta u otro grupo. Esta regla no obsta para que hayan existido esclavos y mujeres -dos de los grupos generalmente excluidos del sistema educativo- que vivieron en condiciones que permitieron que accedieran al conocimiento que sólo se reservaba para los privilegiados.
Sólo en tanto que los movimientos sociales enabolaron la bandera de la igualdad para cobijar a todos los seres humanos es cuando se comenzó a pensar en el valor de las bibliotecas para la convivencia dentro del espacio público. Sin embargo, el concepto de "igualdad" sólo tuvo sentido para algunas situaciones de cambios locales, regionales o nacionales, de modo que cuando se le quizo aplicar a muchas otras latitudes distintas resultó evidente que las diferencias culturales resultaban impermeables o refractarias, por lo que imposibilitaban o retrasaban su aplicación.
Las distintas naciones que se autodefinieron como igualitarias, aunque en los hechos manifiestaban grandes diferencias poblacionales ligadas a situaciones de desigualdad y patrones culturales de gran arraigo, pretendieron impulsar distintos programas sociales suponiendo una homologación irreal. En esta situación se encuentra la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de México, misma que desde 1983 inició de modo impositivo la aplicación de un discurso modernizador que asumió la biblioteca como el arriete para establecer un cambio desarrollista.
Empero, la realidad es testaruda y muestra que a más de 25 años que inició la construcción de esta Red, sólo han podido arraigar algunas bibliotecas en poblaciones más permeables al cambio, aunque incluso en estos casos se puede notar un pobre involucramiento de los agentes de poder locales, así como el mínimo aprecio de la población hacia la biblioteca pública, casi siempre incrustada en la categoría de apoyo a la educación básica.
Son contados los casos en que el cierre de una biblioteca pública provoca la protesta de la comunidad a la que sirve, lo cual ha llevado a que algunos funcionarios públicos asuman con ligereza que esta institución está en vías de extinción, pues al fin y al cabo podrá encontrarse toda la información en la Internet. Lo anterior además revela que la información pública (tanto la gubernamental como la de interés social) no son un asunto relevante para los funcionarios de gobierno que manifiestan estas opiniones, ni les requiere para tomar decisiones y realizar acciones en la materia.
La situación que narramos se vuelve más compleja cuando se le exige a la biblioteca pública que justifique su existencia, así como la parca erogación que se le asigna para su mantenimiento, a través de los beneficios que aporta o por las estadísticas de la población atendida. Es como si le dijeramos a un hospital que justifique su permanencia ante el hecho real de que sigue la gente enfermándose y porque muchas personas se automedican o porque recurren a la medicina alternativa. Quizá por eso languidecen a la par las bibliotecas y los hospitales públicos, y en el mismo camino encontramos a las escuelas públicas.
Para colmo de la paradoja, se dedican cantidades millonarias a la estructura pública dedicada a administrar los asuntos de las bibliotecas, los hospitales y las escuelas en este país, a pesar de que las cifras sobre el estado de la infraestructura física de cada una sea raquítica, amén de que es frecuente que escuchemos que se destinan los presupuestos a compras que a resueltas son señaladas por la corrupción de que son objeto.
Con estos breves antecedentes, nos surgen importantes dudas sobre si la población -la mayoría de la población- requiere bibliotecas, o bien, si deberían las bibliotecas optimizarse y reservarse como un tipo específico de organización que exista sólo por demanda (BxD = biblioteca por demanda). De esta forma, también se reconsideraría la historia de muchas bibliotecas que se generaron por el interés coleccionista de algunas personas o grupos.
Así, ante el modelo de la biblioteca como servicio público -alineada a los otros servicios públicos que podría recibir cualquier ciudadano- podríamos pensar en el modelo de la biblioteca como existente por demanda. Al respecto, debemos aclarar que cualquiera de estos modelos puede ser concebido como de interés social, y que meramente cambia el enfoque para la instalación, el desarrollo, el mantenimiento y el crecimiento de la biblioteca según su potencial arraigo en la población a la que sirva.
Es preciso recordar que la biblioteca pública, como la entendemos hoy, es una construcción de la cultura occidental capitalista, que surgió con la industrialización de las sociedades y a la que se le encargó el claro objetivo de elevar la capacidad de la población para apuntalar la competitividad de la empresa.
De todo esto resulta que los bibliotecarios podemos diseñar nuevos modelos de bibliotecas, pero para ello debemos reconceptuar el sentido de estas instituciones. El gran interés en este problema es algo que nos motiva a seguir tratándolo en otras entregas.
Incluso las prototípicas bibliotecas públicas de la antigüedad existían en sociedades estratificadas, en las que la mayoría de la población era analfabeta y no se le permitía el privilegio de aprender, pues el conocimiento se reservaba para una clase, casta u otro grupo. Esta regla no obsta para que hayan existido esclavos y mujeres -dos de los grupos generalmente excluidos del sistema educativo- que vivieron en condiciones que permitieron que accedieran al conocimiento que sólo se reservaba para los privilegiados.
Sólo en tanto que los movimientos sociales enabolaron la bandera de la igualdad para cobijar a todos los seres humanos es cuando se comenzó a pensar en el valor de las bibliotecas para la convivencia dentro del espacio público. Sin embargo, el concepto de "igualdad" sólo tuvo sentido para algunas situaciones de cambios locales, regionales o nacionales, de modo que cuando se le quizo aplicar a muchas otras latitudes distintas resultó evidente que las diferencias culturales resultaban impermeables o refractarias, por lo que imposibilitaban o retrasaban su aplicación.
Las distintas naciones que se autodefinieron como igualitarias, aunque en los hechos manifiestaban grandes diferencias poblacionales ligadas a situaciones de desigualdad y patrones culturales de gran arraigo, pretendieron impulsar distintos programas sociales suponiendo una homologación irreal. En esta situación se encuentra la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de México, misma que desde 1983 inició de modo impositivo la aplicación de un discurso modernizador que asumió la biblioteca como el arriete para establecer un cambio desarrollista.
Empero, la realidad es testaruda y muestra que a más de 25 años que inició la construcción de esta Red, sólo han podido arraigar algunas bibliotecas en poblaciones más permeables al cambio, aunque incluso en estos casos se puede notar un pobre involucramiento de los agentes de poder locales, así como el mínimo aprecio de la población hacia la biblioteca pública, casi siempre incrustada en la categoría de apoyo a la educación básica.
Son contados los casos en que el cierre de una biblioteca pública provoca la protesta de la comunidad a la que sirve, lo cual ha llevado a que algunos funcionarios públicos asuman con ligereza que esta institución está en vías de extinción, pues al fin y al cabo podrá encontrarse toda la información en la Internet. Lo anterior además revela que la información pública (tanto la gubernamental como la de interés social) no son un asunto relevante para los funcionarios de gobierno que manifiestan estas opiniones, ni les requiere para tomar decisiones y realizar acciones en la materia.
La situación que narramos se vuelve más compleja cuando se le exige a la biblioteca pública que justifique su existencia, así como la parca erogación que se le asigna para su mantenimiento, a través de los beneficios que aporta o por las estadísticas de la población atendida. Es como si le dijeramos a un hospital que justifique su permanencia ante el hecho real de que sigue la gente enfermándose y porque muchas personas se automedican o porque recurren a la medicina alternativa. Quizá por eso languidecen a la par las bibliotecas y los hospitales públicos, y en el mismo camino encontramos a las escuelas públicas.
Para colmo de la paradoja, se dedican cantidades millonarias a la estructura pública dedicada a administrar los asuntos de las bibliotecas, los hospitales y las escuelas en este país, a pesar de que las cifras sobre el estado de la infraestructura física de cada una sea raquítica, amén de que es frecuente que escuchemos que se destinan los presupuestos a compras que a resueltas son señaladas por la corrupción de que son objeto.
Con estos breves antecedentes, nos surgen importantes dudas sobre si la población -la mayoría de la población- requiere bibliotecas, o bien, si deberían las bibliotecas optimizarse y reservarse como un tipo específico de organización que exista sólo por demanda (BxD = biblioteca por demanda). De esta forma, también se reconsideraría la historia de muchas bibliotecas que se generaron por el interés coleccionista de algunas personas o grupos.
Así, ante el modelo de la biblioteca como servicio público -alineada a los otros servicios públicos que podría recibir cualquier ciudadano- podríamos pensar en el modelo de la biblioteca como existente por demanda. Al respecto, debemos aclarar que cualquiera de estos modelos puede ser concebido como de interés social, y que meramente cambia el enfoque para la instalación, el desarrollo, el mantenimiento y el crecimiento de la biblioteca según su potencial arraigo en la población a la que sirva.
Es preciso recordar que la biblioteca pública, como la entendemos hoy, es una construcción de la cultura occidental capitalista, que surgió con la industrialización de las sociedades y a la que se le encargó el claro objetivo de elevar la capacidad de la población para apuntalar la competitividad de la empresa.
De todo esto resulta que los bibliotecarios podemos diseñar nuevos modelos de bibliotecas, pero para ello debemos reconceptuar el sentido de estas instituciones. El gran interés en este problema es algo que nos motiva a seguir tratándolo en otras entregas.
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