domingo, 30 de octubre de 2011

35. LA NEUTRALIDAD DE LA BIBLIOTECA

Un elemento central de las tradiciones bibliotecarias contemporáneas es la insistencia sobre la neutralidad de la biblioteca -de sus recursos, sus servicios y su conducción- como un requisito de la objetividad y como una guía práctica. Es así que encontramos enunciados de los servicios bibliotecarios que prescriben su aplicación en igualdad de condición sin distinción, o sea, de manera ajena a cualquier forma de discriminación, indicando luego -a modo de explicación- a cuáles formas de distinción se refieren: Raza, nacionalidad, edad, sexo, religión, idioma, discapacidad, condición económica y laboral, y nivel de escolaridad (Gill, 2007, p. 26).
¿Por qué esta insistencia? ¿Es una aspiración o condición para otra cosa? ¿Se aplica por igual a todo tipo de bibliotecas? ¿También es de observancia en la investigación bibliotecológica y en los estudios de la información?
Además, ¿esta idea de la neutralidad se opone a las más recientes nociones de servicio multicultural, servicio intercultural y diversidad o infordiversidad? Esta aparente oposición deviene de que estas nuevas nociones conllevan a diferenciaciones en los recursos, los servicios y la conducción de las bibliotecas.
Es de notar que por su misma naturaleza las bibliotecas establecen exclusiones entre las personas. La primera de ellas es la que define la organización de adscripción de la propia biblioteca, desde el momento en que indica quiénes deben ser considerados usuarios potenciales de esa biblioteca. Dicho de otro modo, la escuela, la universidad, el municipio, el gobierno estatal o federal establecen a cuáles personas van a atender ciertas bibliotecas desde su creación, y eventualmente modifican la noción de la comunidad usuaria potencial en el transcurso de su existencia y desarrollo.
La biblioteca es la que determina quiénes son sus usuarios, y en particular corresponde a los bibliotecarios funcionar como filtros que permiten o impiden el acceso a las personas que antes fueron señaladas como usuarios potenciales. Lo anterior lo realizan esos bibliotecarios por omisión o comisión, pero a resueltas funciona de igual modo. A veces, los usuarios potenciales resisten los embates de los bibliotecarios, y a pesar de ellos utilizan las bibliotecas.
Tanto la biblioteca como la organización a la que está adscrita definen quiénes son los no usuarios de los servicios bibliotecarios, aunque lo hacen de diferente forma: Una en las prácticas y la otra en los discursos.
Los modos como se realizan esas exclusiones pueden ser, conforme indicamos, por omisión o por comisión, además de que pueden manifestarse en modalidades que van de lo sutil a la violencia explícita a través de limitaciones, vigilancia o censuras que se exhiben abiertamente.
Con estas aclaraciones, debemos notar otras segregaciones que realizan las bibliotecas y sus bibliotecarios, de entre las cuales algunas son consideradas legítimas (las prohibiciones y las sanciones) y otras simplemente se dan: Restricciones para usar las computadoras, o para usarlas con otros fines diferentes de los prescritos; para usar ciertas obras por no considerarlas apropiadas para la edad, el género o la religión; para entrar a la biblioteca con cierta vestimenta u olor; para leer en posiciones del cuerpo distintas de las previstas en el mobiliario; para ser atendido en un idioma preponderante en la región, pero no considerado por la biblioteca; o mediante los privilegios de servicio para ciertos grupos de la comunidad (profesores, visitantes recomendados, amigos del director de la biblioteca, etc.).
Es importante señalar que este concepto de neutralidad de la biblioteca no ha existido siempre, pues en las nociones de la antigüedad había claras exclusiones que tienden a olvidar los historiadores de estos asuntos, por ejemplo, cuando nos hablan de las bibliotecas "públicas" del pasado, como en el caso de la Biblioteca Palafoxiana (Palou Pérez, 2011).
Por supuesto, la condición de la supuesta neutralidad, o los añadidos de multiculturalidad, interculturalidad e infodiversidad, tienen una definición pretendidamente clara cuando emprendemos indagaciones sobre la biblioteca, la información, los usuarios, la gestión bibliotecaria/de la información, etc. La medida en que pueda pesar esa presunta neutralidad en los estudios bibliotecarios y de la información es algo que aún desconocemos, aunque en muchos cases es rastreable en los supuestos no declarados de esas indagaciones.
De esta manera, nos asomamos a otro campo problemático que pareciera simple por tratarse de meros conceptos, pero dado que están imbricados en las prácticas -y muy probablemente resultan de ellas- podemos avizorar una complejidad vasta que deberemos abordar en otra ocasión.

Bibliografía

Gill, P. (2007). Directrices IFLA/Unesco para el desarrollo del servicio de bibliotecas públicas. México: IFLA; Unesco; Conaculta.
Palou Pérez, P.A. (2011). Sopla del espíritu humano: Primera biblioteca pública (1646). El bibliotecario, 10(82), supl. 8 p.

lunes, 10 de octubre de 2011

34. LABORATORIOS DE ORGANIZACIÓN DE INFORMACIÓN Y CONOCIMIENTO

Cada vez nos resulta más evidente que las personas tienden a requerir información y conocimiento sin las fronteras o barreras que se imponen a los documentos. De esta manera, no es gratuito que en las bibliotecas académicas de los Estados Unidos se tenga como un problema la competencia que resulta de una de las ilusiones de Google: Tener todo al alcance de la mano (todo lo que hay en la web, de la academia, de blogs, imágenes, etc.) casi al instante.
Dicho de otra manera, la disponibilidad, la accesibilidad y la oportunidad semejan estar operando en la Internet. O sea, el manejo de los distintos documentos en la red parece que los hace ser ubicuos, lo cual por supuesto indica que el factor disponibilidad muestra una significativa mejora.
La variable acceso también parece estar cubierta, pues cuando nos referimos metafóricamente a que algo está al "alcance de la mano" queremos decir que se han reducido las barreras de la interfaz al punto de lo que significa literalmente la expresión metafórica. Asimismo, la oportunidad es casi instantánea, de modo que si existe en la red y no tiene candados, seguramente será recuperable, e incluso descargable, cuando se requiera.
Con esto, se antoja muy difícil la competencia para la biblioteca, sobre todo si los instrumentos normativos se siguen asumiendo para instalar la normalización por encima de los requerimientos más imperiosos de los usuarios. Esto es algo que se sabe hace mucho en los centros de producción de las principales normativas técnicas internacionales, pero curiosamente no ha trascendido a otras latitudes, en donde se piensa que a rajatabla tienen que aplicarse esas normas técnicas aunque la realidad se muestre renuente, refractaria o impermeable a ellas.
No obstante esta verdad de Perogrullo -que bien se pudiera justificar recurriendo al argumento de que somos tecnológicamente dependientes, o que somos tercermundistas, o de plano que es consecuencia de que aún estamos subdesarrolados-, en México tenemos la oportunidad de ensayar soluciones diversas de organización de la información y el conocimiento, aunque esto que decimos está muy alejado de las escuelas de formación de bibliotecarios o de los centros de investigación bibliotecológica.
A lo que nos referimos, es a la situación de las bibliotecas privadas -algunas de organizaciones y otras personales-, en donde aún podemos encontrar resquicios de formas de organización pretéritas o diversas de lo que ahora es la tónica común en las bibliotecas institucionales de corte público o privado-público.
Es así que en algunas bibliotecas privadas encontramos que sus dueños han creado sistemas de clasificación para ubicar físicamente los materiales, a veces inspirados en las clasificaciones bibliográficas en boga (Dewey o LC) y otras veces con órdenes que se antojan caprichosos, pero que tienen un sentido que les confiere un carácter único. Algunos ejemplos de esa heterogeneidad vienen al caso:
  • Orden por idioma-país del autor-nombre del autor-título.
  • Orden cronológico (iniciando con un libro sagrado)-pueblo, reino o país del autor-tema (filosofía, literatura e historia)-nombre del autor-título.
  • Orden por tamaño (conforme escala)-tema (clases definidas por el dueño)-nombre del autor-título.
Hay muchos otros casos, pero estos bastan para mostrarnos que la diversidad es uno de los aspectos de estos laboratorios de ensayo de otras formas de organización.
A todo esto, podemos agregar que los dueños, cuando tienen curiosidad o interés en la investigación, suelen reunir volúmenes que tratan de distintas materias en sus escritorios de trabajo o en estantes de almacenamiento provisional, esto es, mientras realizan sus indagaciones. Sobre este particular, notamos que muchas veces, al ser de largo aliento sus afanes, dejan los montones de obras reunidas en casi cualquier sitio, formando "islas" dentro del todo que es la biblioteca. Cuando alguien extraño no sabe cuál fue el interés por hacer esta reunión, es común que se piense que esos montones son evidencias de desorden.
En las bibliotecas personales también puede haber criterios que no admitiría una biblioteca institucional de carácter público, por ejemplo para la reunión de las colecciones de referencia, pues en este apartado suelen definir los dueños un uso parecido a lo que denominamos con ese apelativo, pero con otros enfoques más acordes a las prácticas que realizan con los documentos.
De esta manera, se antoja pensar que todos los bibliotecarios que se encuentran en formación deberían aprender a pensar formas de organización diversas de la información y los documentos antes de que se les presente la normativa intitucionalizada. Siguiendo esta práctica, esos aprendices podrían aprender a usar estas herramientas de una forma menos preceptiva y más abierta a su adecuación a las necesidades de las comunidades.
Parece sencilla esta fórmula, pero no tiene nada de simple, pues en su aplicación deben confluir además de las voluntades muchos cambios de distinta envergadura. No obstante, el problema que esto plantea es tan cautivador que deberemos seguir abordándolo en otra entrega.

viernes, 7 de octubre de 2011

33. ¿SON PARA TODOS LAS BIBLIOTECAS?

La historia de las bibliotecas ha puesto en evidencia que estos repositorios se originaron muy cerca de quienes detentaban el poder político, ideológico o económico en las sociedades del pasado. De esta manera, antaño encontramos que las bibliotecas eran entidades definidas dentro de las estructuras de gobierno, en las instituciones religiosas, o en las organizaciones imbricadas en las funciones de la economía, tanto las de índole privada como en la esfera pública.
Incluso las prototípicas bibliotecas públicas de la antigüedad existían en sociedades estratificadas, en las que la mayoría de la población era analfabeta y no se le permitía el privilegio de aprender, pues el conocimiento se reservaba para una clase, casta u otro grupo. Esta regla no obsta para que hayan existido esclavos y mujeres -dos de los grupos generalmente excluidos del sistema educativo- que vivieron en condiciones que permitieron que accedieran al conocimiento que sólo se reservaba para los privilegiados.
Sólo en tanto que los movimientos sociales enabolaron la bandera de la igualdad para cobijar a todos los seres humanos es cuando se comenzó a pensar en el valor de las bibliotecas para la convivencia dentro del espacio público. Sin embargo, el concepto de "igualdad" sólo tuvo sentido para algunas situaciones de cambios locales, regionales o nacionales, de modo que cuando se le quizo aplicar a muchas otras latitudes distintas resultó evidente que las diferencias culturales resultaban impermeables o refractarias, por lo que imposibilitaban o retrasaban su aplicación.
Las distintas naciones que se autodefinieron como igualitarias, aunque en los hechos manifiestaban grandes diferencias poblacionales ligadas a situaciones de desigualdad y patrones culturales de gran arraigo, pretendieron impulsar distintos programas sociales suponiendo una homologación irreal. En esta situación se encuentra la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de México, misma que desde 1983 inició de modo impositivo la aplicación de un discurso modernizador que asumió la biblioteca como el arriete para establecer un cambio desarrollista.
Empero, la realidad es testaruda y muestra que a más de 25 años que inició la construcción de esta Red, sólo han podido arraigar algunas bibliotecas en poblaciones más permeables al cambio, aunque incluso en estos casos se puede notar un pobre involucramiento de los agentes de poder locales, así como el mínimo aprecio de la población hacia la biblioteca pública, casi siempre incrustada en la categoría de apoyo a la educación básica.
Son contados los casos en que el cierre de una biblioteca pública provoca la protesta de la comunidad a la que sirve, lo cual ha llevado a que algunos funcionarios públicos asuman con ligereza que esta institución está en vías de extinción, pues al fin y al cabo podrá encontrarse toda la información en la Internet. Lo anterior además revela que la información pública (tanto la gubernamental como la de interés social) no son un asunto relevante para los funcionarios de gobierno que manifiestan estas opiniones, ni les requiere para tomar decisiones y realizar acciones en la materia.
La situación que narramos se vuelve más compleja cuando se le exige a la biblioteca pública que justifique su existencia, así como la parca erogación que se le asigna para su mantenimiento, a través de los beneficios que aporta o por las estadísticas de la población atendida. Es como si le dijeramos a un hospital que justifique su permanencia ante el hecho real de que sigue la gente enfermándose y porque muchas personas se automedican o porque recurren a la medicina alternativa. Quizá por eso languidecen a la par las bibliotecas y los hospitales públicos, y en el mismo camino encontramos a las escuelas públicas.
Para colmo de la paradoja, se dedican cantidades millonarias a la estructura pública dedicada a administrar los asuntos de las bibliotecas, los hospitales y las escuelas en este país, a pesar de que las cifras sobre el estado de la infraestructura física de cada una sea raquítica, amén de que es frecuente que escuchemos que se destinan los presupuestos a compras que a resueltas son señaladas por la corrupción de que son objeto.
Con estos breves antecedentes, nos surgen importantes dudas sobre si la población -la mayoría de la población- requiere bibliotecas, o bien, si deberían las bibliotecas optimizarse y reservarse como un tipo específico de organización que exista sólo por demanda (BxD = biblioteca por demanda). De esta forma, también se reconsideraría la historia de muchas bibliotecas que se generaron por el interés coleccionista de algunas personas o grupos.
Así, ante el modelo de la biblioteca como servicio público -alineada a los otros servicios públicos que podría recibir cualquier ciudadano- podríamos pensar en el modelo de la biblioteca como existente por demanda. Al respecto, debemos aclarar que cualquiera de estos modelos puede ser concebido como de interés social, y que meramente cambia el enfoque para la instalación, el desarrollo, el mantenimiento y el crecimiento de la biblioteca según su potencial arraigo en la población a la que sirva.
Es preciso recordar que la biblioteca pública, como la entendemos hoy, es una construcción de la cultura occidental capitalista, que surgió con la industrialización de las sociedades y a la que se le encargó el claro objetivo de elevar la capacidad de la población para apuntalar la competitividad de la empresa.
De todo esto resulta que los bibliotecarios podemos diseñar nuevos modelos de bibliotecas, pero para ello debemos reconceptuar el sentido de estas instituciones. El gran interés en este problema es algo que nos motiva a seguir tratándolo en otras entregas.