Desde que inició el presente año, he estado pensando sobre los problemas de nuestra profesión que como bibliotecarios debemos enfrentar; esto es, los problemas internos de organización y administración, así como los de origen externo, como son la formación de bibliotecarios, los que son efecto del cambio tecnológico y los que se dan por otras muchas transformaciones culturales, sociales, económicas y políticas que impactan las bibliotecas y a los bibliotecarios.
Muchos de estos problemas se antojan de gran complejidad debido a la gran cantidad de elementos, flujos y relaciones que involucra su consideración, así como por las múltiples facetas que exhiben esos elementos y sus vínculos. Es común que se busquen soluciones a partir de las experiencias y por recomendaciones, o en las normativas, o consultando literatura de otras disciplinas, aunque varias veces las soluciones también se realizan porque tienen que darse, sin pensarlo mucho y al entender de cada quien.
La vida laboral y profesional de los bibliotecarios por lo común ha transcurrido en las bibliotecas, que pueden ser vistas desde varias perspectivas para entender su razón de ser y su operación. De esta manera, las bibliotecas pueden mirarse como templos del saber o instituciones de servicio, si es que sólo nos centramos en la figura de una organización creada con una intención (saber o servicio). Asimismo podemos verla como repositorio o como una totalidad de símbolos, que se disponen de manera ordenada para una doble finalidad de control y uso.
Una posible manera de conocer y comprender más los problemas de las bibliotecas es indagando su misión (entrada 21), su legitimidad (entrada 24), los valores que las soportan (entrada 25) o los equilibrios implicados de su funcionamiento (entrada 26). Pero hay otros modos de comprender la naturaleza de la biblioteca y, con ello, lo que hacemos los bibliotecarios que hemos crecido a su sombra.
¿Qué pasaría si pensamos en el origen de la biblioteca para buscar nuevas maneras de enfocar sus problemas? Tendríamos primero que indagar qué hubo antes de la biblioteca, y de inmediato nos encontramos con una conducta de coleccionismo en las personas y los grupos, que estaba motivada por una búsqueda de erudición, poder, investidura de nobleza, satisfacción personal, un ímpetu de poseer la belleza o para hacer un negocio.
En el coleccionismo se pueden manifestar el gusto, la curiosidad, la afición, la constancia y la intuición, aunque también pueden darse el acaparamiento, el rito, la manía, el fetichismo o la perversión. Según Osborn (1953), la afición de coleccionar tiende a construir conocimiento y a entrenar el juicio; sin embargo, el coleccionismo generalmente no estimula la imaginación y por tanto es dudoso que sirva para promover la creatividad.
La práctica psiquiátrica asocia el coleccionismo con algunos trastornos de la personalidad obsesiva y maníaca, aunque en sí el coleccionismo es un efecto más que una causa de estas conductas. De este modo, en el DSM-IV no aparece el coleccionismo como componente del diagnóstico del trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad, aunque sí se considera como indicador la incapacidad de tirar los objetos gastados o inútiles, incluso cuando no tienen un valor sentimental (Pichot, 2001). Asimismo, se ha observado que en la esquizofrenia se recurre al coleccionismo como un medio para defender la propia existencia ante una situación crítica (Kikuchi, 2003).
El modelo de la conducta de coleccionismo se caracteriza por realizar los siguientes cinco procesos (Kikuchi, 2003):
1. Posesión o cambio alternativos a la propiedad final.
2. Incremento del deseo.
3. Adquisición.
4. Apreciación.
5. Administración del almacenamiento.
Es de notar que muchas bibliotecas públicas y académicas tuvieron sus orígenes en esfuerzos de individuos o grupos que de manera particular se dedicaron al coleccionismo como parte de esquemas de comunicación del conocimiento y de intercambio de la información, tanto en la enseñanza como en la investigación. De esta manera, hubo profesores que juntaron sus bibliotecas personales, o que poco a poco fueron adquiriendo libros para tener a disposición las fuentes de información que requerían. Lo mismo pasó y sigue ocurriendo con grupos de investigadores, sólo que se da cada vez más en entornos digitales.
Cuando las bibliotecas particulares dejaron de serlo y se integraron a las bibliotecas de las organizaciones (ciudad, municipio, escuela o universidad), ocurrieron algunos cambios en la percepción de los profesores, los investigadores y los alumnos que conformaron esas bibliotecas particulares, que se debieron a que se despersonalizó el coleccionismo que venían realizando, además de que cambió el estado de derecho sobre la colección, al dejar de ser su propiedad y sólo dárseles la posibilidad del uso.
Los individuos o grupos primero vieron con buenos ojos que las organizaciones se hicieran cargo de las bibliotecas particulares, sobre todo cuando ya no podían mantenerlas o administrarlas. Sin embargo, al pasar el tiempo en muchos casos notaron que con los cambios de administraciones se aplicaban políticas y normativas como imposiciones, que a veces sentían como claras barreras a la disponibilidad y al acceso a las colecciones.
¿Será acaso que se ha perdido el encanto del hobbie? ¿O que las bibliotecas de las organizaciones se han extraviado contemplando sólo sus problemas internos? Lo cierto es que un retorno a los orígenes nos podría revelar que el coleccionismo sigue vivo en los profesores e investigadores que ni pagándoles asisten a las bibliotecas escolares o académicas, lo que nos resulta claro cuando vemos que recomiendan a sus alumnos bibliografía que no tienen esas bibliotecas.
¿Y si por un momento dejáramos jugar a los usuarios a que pueden transgredir nuestras clasificaciones y formar islas de conocimiento para su solaz? ¿Y si convirtiéramos las bibliotecas en lugares para enseñar el coleccionismo? ¿Para enseñarse a disfrutarlo?
Volver a los orígenes es un asunto que no está exento de problemas, pues el coleccionismo no ha existido aislado, sino que ha coincidido con el fenómeno de la descripción y, más recientemente, con la noción poco clara del servicio. Además, todas estas ideas se hayan atravesadas por el concepto del orden, que también se necesita aclarar para entender por qué el orden, en algunas de sus manifestaciones, resulta repulsivo a las personas.
Al lector no ingenuo le quedará claro que con estas bases podemos fincar lo que es una biblioteca, y no únicamente ella, sino muchas otras posibles alternativas para la atención de los requerimientos de información y conocimiento. Empero, esta clarificación parece ser un terreno virgen en nuestra disciplina, y por lo tanto su abordaje es de encuentro y descubrimiento, por lo que lo seguiremos tratando en otras entradas.
Bibliografía
Kikuchi, S. (2003). Aspects of collecting behavior. Japanese journal of phychopathology, 24(3), 205-225. Texto en japonés, resumen del autor en ingles. Recuperado: 16 abr. 2011. En: http://sciencelinks.jp/j-east/article/200406/000020040604A0091577.php.
Osborn, A.F. (1953). Applied imagination: Principles and procedures of creative thinking. New York: Charles Scribner’s Sons.
Pichot, P. (Coord.) (2001). DSM-IV breviario: Criterios diagnósticos. Barcelona: Masson.
Muchos de estos problemas se antojan de gran complejidad debido a la gran cantidad de elementos, flujos y relaciones que involucra su consideración, así como por las múltiples facetas que exhiben esos elementos y sus vínculos. Es común que se busquen soluciones a partir de las experiencias y por recomendaciones, o en las normativas, o consultando literatura de otras disciplinas, aunque varias veces las soluciones también se realizan porque tienen que darse, sin pensarlo mucho y al entender de cada quien.
La vida laboral y profesional de los bibliotecarios por lo común ha transcurrido en las bibliotecas, que pueden ser vistas desde varias perspectivas para entender su razón de ser y su operación. De esta manera, las bibliotecas pueden mirarse como templos del saber o instituciones de servicio, si es que sólo nos centramos en la figura de una organización creada con una intención (saber o servicio). Asimismo podemos verla como repositorio o como una totalidad de símbolos, que se disponen de manera ordenada para una doble finalidad de control y uso.
Una posible manera de conocer y comprender más los problemas de las bibliotecas es indagando su misión (entrada 21), su legitimidad (entrada 24), los valores que las soportan (entrada 25) o los equilibrios implicados de su funcionamiento (entrada 26). Pero hay otros modos de comprender la naturaleza de la biblioteca y, con ello, lo que hacemos los bibliotecarios que hemos crecido a su sombra.
¿Qué pasaría si pensamos en el origen de la biblioteca para buscar nuevas maneras de enfocar sus problemas? Tendríamos primero que indagar qué hubo antes de la biblioteca, y de inmediato nos encontramos con una conducta de coleccionismo en las personas y los grupos, que estaba motivada por una búsqueda de erudición, poder, investidura de nobleza, satisfacción personal, un ímpetu de poseer la belleza o para hacer un negocio.
En el coleccionismo se pueden manifestar el gusto, la curiosidad, la afición, la constancia y la intuición, aunque también pueden darse el acaparamiento, el rito, la manía, el fetichismo o la perversión. Según Osborn (1953), la afición de coleccionar tiende a construir conocimiento y a entrenar el juicio; sin embargo, el coleccionismo generalmente no estimula la imaginación y por tanto es dudoso que sirva para promover la creatividad.
La práctica psiquiátrica asocia el coleccionismo con algunos trastornos de la personalidad obsesiva y maníaca, aunque en sí el coleccionismo es un efecto más que una causa de estas conductas. De este modo, en el DSM-IV no aparece el coleccionismo como componente del diagnóstico del trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad, aunque sí se considera como indicador la incapacidad de tirar los objetos gastados o inútiles, incluso cuando no tienen un valor sentimental (Pichot, 2001). Asimismo, se ha observado que en la esquizofrenia se recurre al coleccionismo como un medio para defender la propia existencia ante una situación crítica (Kikuchi, 2003).
El modelo de la conducta de coleccionismo se caracteriza por realizar los siguientes cinco procesos (Kikuchi, 2003):
1. Posesión o cambio alternativos a la propiedad final.
2. Incremento del deseo.
3. Adquisición.
4. Apreciación.
5. Administración del almacenamiento.
Es de notar que muchas bibliotecas públicas y académicas tuvieron sus orígenes en esfuerzos de individuos o grupos que de manera particular se dedicaron al coleccionismo como parte de esquemas de comunicación del conocimiento y de intercambio de la información, tanto en la enseñanza como en la investigación. De esta manera, hubo profesores que juntaron sus bibliotecas personales, o que poco a poco fueron adquiriendo libros para tener a disposición las fuentes de información que requerían. Lo mismo pasó y sigue ocurriendo con grupos de investigadores, sólo que se da cada vez más en entornos digitales.
Cuando las bibliotecas particulares dejaron de serlo y se integraron a las bibliotecas de las organizaciones (ciudad, municipio, escuela o universidad), ocurrieron algunos cambios en la percepción de los profesores, los investigadores y los alumnos que conformaron esas bibliotecas particulares, que se debieron a que se despersonalizó el coleccionismo que venían realizando, además de que cambió el estado de derecho sobre la colección, al dejar de ser su propiedad y sólo dárseles la posibilidad del uso.
Los individuos o grupos primero vieron con buenos ojos que las organizaciones se hicieran cargo de las bibliotecas particulares, sobre todo cuando ya no podían mantenerlas o administrarlas. Sin embargo, al pasar el tiempo en muchos casos notaron que con los cambios de administraciones se aplicaban políticas y normativas como imposiciones, que a veces sentían como claras barreras a la disponibilidad y al acceso a las colecciones.
¿Será acaso que se ha perdido el encanto del hobbie? ¿O que las bibliotecas de las organizaciones se han extraviado contemplando sólo sus problemas internos? Lo cierto es que un retorno a los orígenes nos podría revelar que el coleccionismo sigue vivo en los profesores e investigadores que ni pagándoles asisten a las bibliotecas escolares o académicas, lo que nos resulta claro cuando vemos que recomiendan a sus alumnos bibliografía que no tienen esas bibliotecas.
¿Y si por un momento dejáramos jugar a los usuarios a que pueden transgredir nuestras clasificaciones y formar islas de conocimiento para su solaz? ¿Y si convirtiéramos las bibliotecas en lugares para enseñar el coleccionismo? ¿Para enseñarse a disfrutarlo?
Volver a los orígenes es un asunto que no está exento de problemas, pues el coleccionismo no ha existido aislado, sino que ha coincidido con el fenómeno de la descripción y, más recientemente, con la noción poco clara del servicio. Además, todas estas ideas se hayan atravesadas por el concepto del orden, que también se necesita aclarar para entender por qué el orden, en algunas de sus manifestaciones, resulta repulsivo a las personas.
Al lector no ingenuo le quedará claro que con estas bases podemos fincar lo que es una biblioteca, y no únicamente ella, sino muchas otras posibles alternativas para la atención de los requerimientos de información y conocimiento. Empero, esta clarificación parece ser un terreno virgen en nuestra disciplina, y por lo tanto su abordaje es de encuentro y descubrimiento, por lo que lo seguiremos tratando en otras entradas.
Bibliografía
Kikuchi, S. (2003). Aspects of collecting behavior. Japanese journal of phychopathology, 24(3), 205-225. Texto en japonés, resumen del autor en ingles. Recuperado: 16 abr. 2011. En: http://sciencelinks.jp/j-east/article/200406/000020040604A0091577.php.
Osborn, A.F. (1953). Applied imagination: Principles and procedures of creative thinking. New York: Charles Scribner’s Sons.
Pichot, P. (Coord.) (2001). DSM-IV breviario: Criterios diagnósticos. Barcelona: Masson.
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