Quienes tenemos como lengua materna la española y trabajamos en el campo de la información, debemos mostrarnos atentos a los nuevos términos (algunos son abreviaturas) que se utilizan en el extranjero para referirse a objetos, servicios, procesos y procedimientos que son de nuestra incumbencia, pues es probable que en algún momento se introduzcan a nuestro idioma y eventualmente adquieran carta de naturalidad.
Esta situación nos coloca en un ambiente que percibimos como cambiante, a veces en demasía, por tener que convivir con fanzines, escáneres, fax, laptops, Wi-Fi, RFID, iPods, podcasts, blogs, wikis, e-books, así como los nuevos recursos tecnológicos que surjan por estos días, algunos desplazando a otros que llegaron antes, o bien abriéndose paso con nuevas utilidades. A lo anterior, podemos agregar los servicios de OPAC, e-learning, e-mail, GIS, GPS y coaching, los procesos de framing, de UML y de RUP, o los procedimientos para el download o el advocacy.
Algunas veces, los términos son traducidos con mayor o menor éxito a nuestro idioma, aunque en ocasiones la opción elegida no es aceptada, como recuerdo que ocurrió cuando la Revista española de documentación científica sugirió hace años el término “ramoneo” como equivalente literal en español para “browsing” (hojear). En otros casos, falta conocimiento de la propia lengua para decidir cuál sea la mejor traducción, como cuando la editorial colombiana Rojas Eberhard incluyó en su versión al español de las Reglas de catalogación angloamericanas el término “recurso integrado” como equivalente erróneo para “integrating resource” (recurso integrante).
Los términos que se refieren a objetos por lo general no presentan problemas para su uso, y a mediano o largo plazo se les puede incorporar en el Diccionario de la lengua española, tal como ocurrió con escáner y fax. En otros casos, aunque existe un término en español, se prefiere el extranjero por ser más breve o por valoraciones que se le asignan. Tal es el caso de “chat” (charla).
Hay términos que conocemos en la red o en la literatura y que, aunque se traduzcan, no llegan o no adquieren mayor impacto en algunos países, a menos que alguien se decida a ser su introductor o difusor. Tal es el caso de “médiologie”, creado por Régis Debray para significar un modo de conocimiento “consistente en reportar un fenómeno histórico a partir de las mediaciones institucionales y prácticas que lo han hecho posible” (Merzeau; 2009). Este término se ha traducido al español como “mediología” y hoy tiene 11 mil 500 entradas en este idioma en Google.
Algunos de los retos que ahora enfrenta nuestra lengua los encontramos en términos extranjeros como “informing sciences”, “advocacy”, “information commons” y “blended librarian”. El primero podría traducirse como “ciencias informantes”, aunque este nombre aún no nos diga nada por sí mismo. Para el segundo se ha propuesto en Puerto Rico “negociación política”, aunque esta traducción se considera poco adecuada para su manejo en la bibliotecología. Los términos tercero y cuarto son más difíciles, pues “information commons” se refiere a una forma de organización de los recursos bibliotecarios tomando como centro todos los componentes tecnológicos y digitales que se posean, con el objeto de reflejar la manera como el usuario utiliza todos estos recursos. En este sentido, se parece un poco a la noción de “biblioteca híbrida”, aunque puede haber una distinción por las formas de organización que se utilizan.
Ahora estoy leyendo un interesante libro de Bell y Shank sobre el concepto de “blended librarian”, que estos autores proponen para la biblioteconomía académica de los Estados Unidos. Con este término denominan al bibliotecario que “retiene los valores tradicionales de la biblioteconomía académica, pero los mezcla con nuevas herramientas, como el diseño de instrucción y las habilidades tecnológicas” (Bell y Shank; 3). La manera como este bibliotecario consigue transformarse en un “blended librarian” –siguen estos autores- es a través de la intencionalidad y la planeación, en otras palabras, por medio del diseño.
¿Cómo traducimos “blended librarian”? Los amantes del café habrán notado que en los empaques de importación de este producto se indica si el mismo es un “blended coffee”, esto es, una mezcla de varios tipos de granos distintos. En este sentido “blended” se traduce como “mezclado”. ¿La traducción adecuada sería “bibliotecario mezclado”? Se lee fatal. Volviendo al concepto, notamos que se refiere a un sujeto con una formación compuesta por conocimientos de tres áreas, que deben estar combinados para obtener como resultado un profesional especial. El juego con los sinónimos de “mezclado” no ayuda nada, ni llamarle meramente “bibliotecario académico”, pues sólo se incrementa la confusión.
Abundando aún más en la obra de estos autores, el “blended librarian” debe ser un agente de cambio e innovación, capaz de establecer comunicaciones dirigidas hacia la colaboración y la interdisciplina, y con un fuerte énfasis en su rol como diseñador de programas de instrucción y educativos (Bell y Shank; 8). Con esta nueva información, ¿podríamos aceptar traducir el término como “bibliotecario diseñador”? Dejo la moneda en el aire.
Como vemos en ésta y la anterior reflexión, los problemas terminológicos y conceptuales son muchos en el campo de la información; sin embargo, son notables las estrategias que desarrollan los profesionales para poder funcionar sobre este terreno inestable. Eso nos lleva a decir, coreando a Giordano Bruno en la hoguera, “et pur si muove!”.
Bibliografía
Bell, S.J. y Shank, J.D. (2007). Academic library design: A Blended librarian’s guide to the tools and techniques. Chicago: ALA.
Informing Science Institute. (2009). Recuperado: 30 mayo 2009. En: http://informingscience.org.
Joint Steering Committee for Revision of AACR. (2004) RCAA: Reglas de catalogación angloamericanas. 2a ed., rev. 2003. Bogotá: Rojas Eberhard.
Merzeau, L. (Marzo 2009). Le Site de la médiologie. Recuperado: 30 mayo 2009. En: http://www.mediologie.org.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 30 mayo 2009. En: http://www.rae.es.
Esta situación nos coloca en un ambiente que percibimos como cambiante, a veces en demasía, por tener que convivir con fanzines, escáneres, fax, laptops, Wi-Fi, RFID, iPods, podcasts, blogs, wikis, e-books, así como los nuevos recursos tecnológicos que surjan por estos días, algunos desplazando a otros que llegaron antes, o bien abriéndose paso con nuevas utilidades. A lo anterior, podemos agregar los servicios de OPAC, e-learning, e-mail, GIS, GPS y coaching, los procesos de framing, de UML y de RUP, o los procedimientos para el download o el advocacy.
Algunas veces, los términos son traducidos con mayor o menor éxito a nuestro idioma, aunque en ocasiones la opción elegida no es aceptada, como recuerdo que ocurrió cuando la Revista española de documentación científica sugirió hace años el término “ramoneo” como equivalente literal en español para “browsing” (hojear). En otros casos, falta conocimiento de la propia lengua para decidir cuál sea la mejor traducción, como cuando la editorial colombiana Rojas Eberhard incluyó en su versión al español de las Reglas de catalogación angloamericanas el término “recurso integrado” como equivalente erróneo para “integrating resource” (recurso integrante).
Los términos que se refieren a objetos por lo general no presentan problemas para su uso, y a mediano o largo plazo se les puede incorporar en el Diccionario de la lengua española, tal como ocurrió con escáner y fax. En otros casos, aunque existe un término en español, se prefiere el extranjero por ser más breve o por valoraciones que se le asignan. Tal es el caso de “chat” (charla).
Hay términos que conocemos en la red o en la literatura y que, aunque se traduzcan, no llegan o no adquieren mayor impacto en algunos países, a menos que alguien se decida a ser su introductor o difusor. Tal es el caso de “médiologie”, creado por Régis Debray para significar un modo de conocimiento “consistente en reportar un fenómeno histórico a partir de las mediaciones institucionales y prácticas que lo han hecho posible” (Merzeau; 2009). Este término se ha traducido al español como “mediología” y hoy tiene 11 mil 500 entradas en este idioma en Google.
Algunos de los retos que ahora enfrenta nuestra lengua los encontramos en términos extranjeros como “informing sciences”, “advocacy”, “information commons” y “blended librarian”. El primero podría traducirse como “ciencias informantes”, aunque este nombre aún no nos diga nada por sí mismo. Para el segundo se ha propuesto en Puerto Rico “negociación política”, aunque esta traducción se considera poco adecuada para su manejo en la bibliotecología. Los términos tercero y cuarto son más difíciles, pues “information commons” se refiere a una forma de organización de los recursos bibliotecarios tomando como centro todos los componentes tecnológicos y digitales que se posean, con el objeto de reflejar la manera como el usuario utiliza todos estos recursos. En este sentido, se parece un poco a la noción de “biblioteca híbrida”, aunque puede haber una distinción por las formas de organización que se utilizan.
Ahora estoy leyendo un interesante libro de Bell y Shank sobre el concepto de “blended librarian”, que estos autores proponen para la biblioteconomía académica de los Estados Unidos. Con este término denominan al bibliotecario que “retiene los valores tradicionales de la biblioteconomía académica, pero los mezcla con nuevas herramientas, como el diseño de instrucción y las habilidades tecnológicas” (Bell y Shank; 3). La manera como este bibliotecario consigue transformarse en un “blended librarian” –siguen estos autores- es a través de la intencionalidad y la planeación, en otras palabras, por medio del diseño.
¿Cómo traducimos “blended librarian”? Los amantes del café habrán notado que en los empaques de importación de este producto se indica si el mismo es un “blended coffee”, esto es, una mezcla de varios tipos de granos distintos. En este sentido “blended” se traduce como “mezclado”. ¿La traducción adecuada sería “bibliotecario mezclado”? Se lee fatal. Volviendo al concepto, notamos que se refiere a un sujeto con una formación compuesta por conocimientos de tres áreas, que deben estar combinados para obtener como resultado un profesional especial. El juego con los sinónimos de “mezclado” no ayuda nada, ni llamarle meramente “bibliotecario académico”, pues sólo se incrementa la confusión.
Abundando aún más en la obra de estos autores, el “blended librarian” debe ser un agente de cambio e innovación, capaz de establecer comunicaciones dirigidas hacia la colaboración y la interdisciplina, y con un fuerte énfasis en su rol como diseñador de programas de instrucción y educativos (Bell y Shank; 8). Con esta nueva información, ¿podríamos aceptar traducir el término como “bibliotecario diseñador”? Dejo la moneda en el aire.
Como vemos en ésta y la anterior reflexión, los problemas terminológicos y conceptuales son muchos en el campo de la información; sin embargo, son notables las estrategias que desarrollan los profesionales para poder funcionar sobre este terreno inestable. Eso nos lleva a decir, coreando a Giordano Bruno en la hoguera, “et pur si muove!”.
Bibliografía
Bell, S.J. y Shank, J.D. (2007). Academic library design: A Blended librarian’s guide to the tools and techniques. Chicago: ALA.
Informing Science Institute. (2009). Recuperado: 30 mayo 2009. En: http://informingscience.org.
Joint Steering Committee for Revision of AACR. (2004) RCAA: Reglas de catalogación angloamericanas. 2a ed., rev. 2003. Bogotá: Rojas Eberhard.
Merzeau, L. (Marzo 2009). Le Site de la médiologie. Recuperado: 30 mayo 2009. En: http://www.mediologie.org.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 30 mayo 2009. En: http://www.rae.es.