Hace cosa de dos semanas, un entusiasta grupo de cinco personas interesadas en desarrollar un proyecto tecnológico de biblioteca digital para un pueblo indígena mexicano fuimos a hacer una práctica de campo en asentamientos humanos del sureste de nuestro país, en el estado de Yucatán. Nuestra intención era levantar información para hacer una propuesta de instrumentos que se quiere utilizar para realizar un diagnóstico, que luego sirva para el diseño de nuestro proyecto.
Además de que no dominamos la lengua indígena maya del territorio al cual entramos, nos encontramos varias barreras debidas a nuestros referentes de vida, por el lenguaje que utilizábamos (a veces demasiado formal o académico) y por nuestros prejuicios, con los que tuvimos que lidiar en todo momento para atenuarlos.
Los indígenas mayas con los que tratamos están bastante occidentalizados, aunque aún siguen tradiciones y tienen costumbres que los distinguen de la población mestiza y blanca que incursiona en su territorio o que se encuentra en otros poblados circundantes.
En todas las intervenciones que hicimos en Valladolid, Chemax y Sisbicchén, y en las que tratamos con mayas, pudimos ver que estas personas manejan su lengua materna en todos los aspectos de su vida cotidiana, particularmente en el ámbito privado. Sin embargo, también notamos y escuchamos, con algo de preocupación, que les avergüenza hablar en maya en algunos ámbitos públicos, y que tienen la misma emoción por no dominar bien el español. La vergüenza también está presente en sus consideraciones sobre su propio idioma, pues piensan que el inglés y el español gozan de mayor prestigio para poder incursionar en el mercado laboral, en las actividades comerciales, y para desempeñarse en la vida diaria, incluso dentro de sus poblados. Un cuarto ejemplo de la vergüenza lo encontramos en los comentarios que nos hicieron sobre el uso de neologismos del español en la lengua maya, por ejemplo, para hacer cuentas a la hora de cobrar en una tienda, o incluso cuando existe una palabra en maya, pero se prefiere utilizar su traducción al español: i.e., para decir “tienes problema” en maya lo enuncian como “yam problema”.
La mayoría de la población maya no sabe escribir en su lengua, pues aunque muchos niños y jóvenes cursan la educación primaria bilingüe, cuando llegan a la escuela secundaria se les obliga a no volver a utilizar su propio idioma, lo cual deviene en un gran choque para ellos, pues se habían acostumbrado a una forma de educación que los introducía paulatinamente al español, respetaba su propia lengua e incluso la usaba para darles las explicaciones de lo que no entendían en español durante las clases.
Con una lengua que cuando se expresa oralmente puede producir vergüenza, y cuando se escribe no puede ser leída, es difícil emprender un proyecto como el que nos proponemos, pues las necesidades de información y conocimiento de los usuarios potenciales deben expresarse por algún medio lingüístico.
A pesar de esto, encontramos mayas que nos hicieron notar la importancia de que en nuestro proyecto valoremos la comunicación oral, más que la escrita. Asimismo nos indicaron su necesidad de conocer y dominar el español y el inglés, y también para que puedan conocer más sobre la cultura e historia mayas y tengan elementos para dotar de contenido los productos artesanales que venden (y así darlos a un mejor precio), para poder rescatar los conocimientos que se están perdiendo (por ejemplo, de los ancianos sabios, o j-meno’ob), para poder encontrar trabajo, para poder vender sus productos, para aprender viejas y nuevas prácticas y conocimientos que les sirvan para su vida, o para que satisfagan su gran curiosidad.
En Valladolid, conocí a una chica maya que venía de Kanxoc, un pueblo que se encuentra a 11 kilómetros, con quien pude platicar y construir juntos el siguiente juego de palabras: “Ak’” (=“tortuga”), “ek’” (=“estrella”), “ik’” (=”aire”), “ok’” (=”pie”) y “uk’” (=”piojo”). Esta joven se llama Blanca y ganó un premio estatal en el año 2000 por un relato que escribió en maya, cuando salía de la primaria bilingüe. Describió el llamado “baile del cochino” en tres páginas y le avisaron que había ganado tres mil pesos y un diploma, que fue a recoger a la capital del estado cuando ya estaba estudiando en la escuela secundaria, donde le prohibían hablar en maya.
Blanca terminó la secundaria y no pudo seguir estudiando, pues su familia no tenía el dinero para apoyarla. Además, en este mundo, las mujeres se deben casar entre los 15 y los 20 años, pues si no lo hacen se “quedan a vestir santos” y nadie las quiere. Blanca debe tener 21 años ahora, ha olvidado mucho de la escritura en lengua maya y trabaja con unos familiares en Valladolid, donde parece que su tía la quiere apoyar para que siga estudiando, pues es muy lista con la computadora y la Internet. Esta es una historia venturosa, pues la hermana mayor de Blanca, una chica con un problema físico en la columna vertebral, está destinada a vivir soltera atendiendo la cocina, a pesar de que se nota más inteligente que su hermana menor.
Estas dos señoritas tienen una curiosidad insaciable, pues escuchan a las tres de la tarde las noticias en maya de Radio Candela, buscan lo poco que hay en televisión en maya (noticias culturales en la TV estatal) y Blanca me dijo, en voz baja, que había comprado en su pueblo una vida de Jesucristo en maya con un vendedor de vídeo pirata. Esto nos habla de una carencia de infraestructura para atender a esta población, en tanto que la misma busca información y conocimientos adecuados a sus requerimientos y posibilidades. Asimismo, manifiesta una gran necesidad de esta gente por aprender y capacitarse.
A partir de esta experiencia, estamos revisando, criticando y rehaciendo los instrumentos que habíamos elaborado previamente, mismos que ahora vemos con otra óptica. También nos interesa mucho aprender de este pueblo indígena todo lo que podamos sobre la atención que debe darse a estas comunidades en materia de información y conocimiento, con el ánimo de tener más elementos para las intervenciones que haremos como parte de nuestro proyecto.
Antes de esta experiencia, pensaba que las necesidades de información sólo debían manifestarse como demandas, esto es, como expresiones que explícitamente, aunque a veces no de modo correcto, nos presentan los usuarios a los bibliotecarios. Sin embargo, ahora noto que las necesidades de información son un sub-sistema del sistema social. Dicho de otra manera, no podemos ver las necesidades de información de una comunidad como la mera suma de las necesidades de información que plantean los sujetos que la conforman, sino que están compuestas por lo que uno requiere, pero otro no; lo que uno demanda, pero otro no ha pensado; lo que uno más carece, aunque otro lo tenga, quizá en abundancia. Los requisitos, las demandas y las carencias son todas necesidades de información, que interactúan en la medida en que a la vez que se manifiesten algunas necesidades, los que no las tengan puedan ayudar a los que las hayan expresado; en este sentido, las bibliotecas son los lugares donde se institucionaliza la manifestación y la atención de estas necesidades.
Las interacciones de este sub-sistema definen el sistema de necesidades de información y conocimiento de las comunidades. En particular, esta noción es de interés para nuestro proyecto en la medida del carácter participativo que deseamos darle a nuestras intervenciones. Sin embargo, aún falta desarrollar esta idea y, aún más importante, probarla con nuestros usuarios potenciales. Como podemos avizorar, tenemos mucho camino por andar en los sac be’ (=“camino blanco”) mayas.
Nota
La práctica de campo que aquí se menciona se realizó por medio de observaciones y entrevistas en Mérida, Valladolid, Chemax y Sisbicchén, en el estado de Yucatán, México, los días 15 a 21 de septiembre del presente año.
Además de que no dominamos la lengua indígena maya del territorio al cual entramos, nos encontramos varias barreras debidas a nuestros referentes de vida, por el lenguaje que utilizábamos (a veces demasiado formal o académico) y por nuestros prejuicios, con los que tuvimos que lidiar en todo momento para atenuarlos.
Los indígenas mayas con los que tratamos están bastante occidentalizados, aunque aún siguen tradiciones y tienen costumbres que los distinguen de la población mestiza y blanca que incursiona en su territorio o que se encuentra en otros poblados circundantes.
En todas las intervenciones que hicimos en Valladolid, Chemax y Sisbicchén, y en las que tratamos con mayas, pudimos ver que estas personas manejan su lengua materna en todos los aspectos de su vida cotidiana, particularmente en el ámbito privado. Sin embargo, también notamos y escuchamos, con algo de preocupación, que les avergüenza hablar en maya en algunos ámbitos públicos, y que tienen la misma emoción por no dominar bien el español. La vergüenza también está presente en sus consideraciones sobre su propio idioma, pues piensan que el inglés y el español gozan de mayor prestigio para poder incursionar en el mercado laboral, en las actividades comerciales, y para desempeñarse en la vida diaria, incluso dentro de sus poblados. Un cuarto ejemplo de la vergüenza lo encontramos en los comentarios que nos hicieron sobre el uso de neologismos del español en la lengua maya, por ejemplo, para hacer cuentas a la hora de cobrar en una tienda, o incluso cuando existe una palabra en maya, pero se prefiere utilizar su traducción al español: i.e., para decir “tienes problema” en maya lo enuncian como “yam problema”.
La mayoría de la población maya no sabe escribir en su lengua, pues aunque muchos niños y jóvenes cursan la educación primaria bilingüe, cuando llegan a la escuela secundaria se les obliga a no volver a utilizar su propio idioma, lo cual deviene en un gran choque para ellos, pues se habían acostumbrado a una forma de educación que los introducía paulatinamente al español, respetaba su propia lengua e incluso la usaba para darles las explicaciones de lo que no entendían en español durante las clases.
Con una lengua que cuando se expresa oralmente puede producir vergüenza, y cuando se escribe no puede ser leída, es difícil emprender un proyecto como el que nos proponemos, pues las necesidades de información y conocimiento de los usuarios potenciales deben expresarse por algún medio lingüístico.
A pesar de esto, encontramos mayas que nos hicieron notar la importancia de que en nuestro proyecto valoremos la comunicación oral, más que la escrita. Asimismo nos indicaron su necesidad de conocer y dominar el español y el inglés, y también para que puedan conocer más sobre la cultura e historia mayas y tengan elementos para dotar de contenido los productos artesanales que venden (y así darlos a un mejor precio), para poder rescatar los conocimientos que se están perdiendo (por ejemplo, de los ancianos sabios, o j-meno’ob), para poder encontrar trabajo, para poder vender sus productos, para aprender viejas y nuevas prácticas y conocimientos que les sirvan para su vida, o para que satisfagan su gran curiosidad.
En Valladolid, conocí a una chica maya que venía de Kanxoc, un pueblo que se encuentra a 11 kilómetros, con quien pude platicar y construir juntos el siguiente juego de palabras: “Ak’” (=“tortuga”), “ek’” (=“estrella”), “ik’” (=”aire”), “ok’” (=”pie”) y “uk’” (=”piojo”). Esta joven se llama Blanca y ganó un premio estatal en el año 2000 por un relato que escribió en maya, cuando salía de la primaria bilingüe. Describió el llamado “baile del cochino” en tres páginas y le avisaron que había ganado tres mil pesos y un diploma, que fue a recoger a la capital del estado cuando ya estaba estudiando en la escuela secundaria, donde le prohibían hablar en maya.
Blanca terminó la secundaria y no pudo seguir estudiando, pues su familia no tenía el dinero para apoyarla. Además, en este mundo, las mujeres se deben casar entre los 15 y los 20 años, pues si no lo hacen se “quedan a vestir santos” y nadie las quiere. Blanca debe tener 21 años ahora, ha olvidado mucho de la escritura en lengua maya y trabaja con unos familiares en Valladolid, donde parece que su tía la quiere apoyar para que siga estudiando, pues es muy lista con la computadora y la Internet. Esta es una historia venturosa, pues la hermana mayor de Blanca, una chica con un problema físico en la columna vertebral, está destinada a vivir soltera atendiendo la cocina, a pesar de que se nota más inteligente que su hermana menor.
Estas dos señoritas tienen una curiosidad insaciable, pues escuchan a las tres de la tarde las noticias en maya de Radio Candela, buscan lo poco que hay en televisión en maya (noticias culturales en la TV estatal) y Blanca me dijo, en voz baja, que había comprado en su pueblo una vida de Jesucristo en maya con un vendedor de vídeo pirata. Esto nos habla de una carencia de infraestructura para atender a esta población, en tanto que la misma busca información y conocimientos adecuados a sus requerimientos y posibilidades. Asimismo, manifiesta una gran necesidad de esta gente por aprender y capacitarse.
A partir de esta experiencia, estamos revisando, criticando y rehaciendo los instrumentos que habíamos elaborado previamente, mismos que ahora vemos con otra óptica. También nos interesa mucho aprender de este pueblo indígena todo lo que podamos sobre la atención que debe darse a estas comunidades en materia de información y conocimiento, con el ánimo de tener más elementos para las intervenciones que haremos como parte de nuestro proyecto.
Antes de esta experiencia, pensaba que las necesidades de información sólo debían manifestarse como demandas, esto es, como expresiones que explícitamente, aunque a veces no de modo correcto, nos presentan los usuarios a los bibliotecarios. Sin embargo, ahora noto que las necesidades de información son un sub-sistema del sistema social. Dicho de otra manera, no podemos ver las necesidades de información de una comunidad como la mera suma de las necesidades de información que plantean los sujetos que la conforman, sino que están compuestas por lo que uno requiere, pero otro no; lo que uno demanda, pero otro no ha pensado; lo que uno más carece, aunque otro lo tenga, quizá en abundancia. Los requisitos, las demandas y las carencias son todas necesidades de información, que interactúan en la medida en que a la vez que se manifiesten algunas necesidades, los que no las tengan puedan ayudar a los que las hayan expresado; en este sentido, las bibliotecas son los lugares donde se institucionaliza la manifestación y la atención de estas necesidades.
Las interacciones de este sub-sistema definen el sistema de necesidades de información y conocimiento de las comunidades. En particular, esta noción es de interés para nuestro proyecto en la medida del carácter participativo que deseamos darle a nuestras intervenciones. Sin embargo, aún falta desarrollar esta idea y, aún más importante, probarla con nuestros usuarios potenciales. Como podemos avizorar, tenemos mucho camino por andar en los sac be’ (=“camino blanco”) mayas.
Nota
La práctica de campo que aquí se menciona se realizó por medio de observaciones y entrevistas en Mérida, Valladolid, Chemax y Sisbicchén, en el estado de Yucatán, México, los días 15 a 21 de septiembre del presente año.