Entre las muchas paradojas que podemos encontrar en el mundillo bibliotecario –ese que algunos llaman “gremio” para el mantenimiento de la férrea jerarquía que fue característica de los grupos de artesanos medievales–, una que llama la atención tiene que ver con el conocimiento propio del bibliotecario, o sea, tanto el que éste aprende en las escuelas o en la práctica, como el que comparte con los usuarios.
¿Google o bibliotecario? |
Cuando a fines del siglo XIX se decidió que las bibliotecas debían abrir sus estanterías para que el usuario pudiera beneficiarse del encuentro directo con todo lo reunido en el acervo sobre el tema de su interés, de inmediato surgió el problema de que éste no comprendía la signatura topográfica. Esto es, muchos usuarios no alcanzaron a entender los intríngulis de la ordenación, mientras que otros pocos aprendieron tan bien la naturaleza de la ordenación que jugaron con la clasificación cambiando las ubicaciones: Si el bibliotecario ordenaba la parte decimal de manera decimal, el usuario tomaba el decimal como un número consecutivo, y viceversa. Asimismo, son proverbiales las historias sobre las travesuras de los usuarios, como el juego del ocultamiento o los cambios de arreglo en la estantería.
Muy pronto, apareció la necesidad de enseñar al usuario el orden impuesto por la signatura topográfica, lo cual fue tema de debates que pasaron de la negación a la demarcación de los límites hasta donde habría que enseñarle. De hecho, las travesuras del usuario dieron motivo para intentar cancelar la instrucción bibliográfica, luego llamada educación o formación del usuario, que se impartía en las bibliotecas.
Por otra parte, la enseñanza dada al usuario sobre cómo tendría que utilizar la biblioteca y cada uno de sus recursos fue asunto de otras discusiones, pues muchos bibliotecarios que se asumían como intermediarios entre el usuario y el acervo o la información se sintieron desplazados. Además, en los hechos ocurrió que la educación o formación del usuario trajo como consecuencia la reducción de la cantidad de bibliotecarios contratados para brindar los servicios.
Lo anterior llevó a la manifestación del celo con el que muchos bibliotecarios quisieron guardar su conocimiento, el cual se vio asediado cada vez con mayor intensidad por aquéllos que igualaron la difusión de este conocimiento con el derecho de acceso a la información de cualquier usuario. Una de las mayores paradojas la vivimos en la actualidad con las propuestas que plantea el movimiento mundial de Alfabetización Informacional (ALFIN), el cual apunta hacia una total independencia del usuario desde el momento de tener una necesidad de información hasta su satisfacción. Esto es, el usuario ya no se ve obligado a acudir a un bibliotecario, sino que puede identificar una cantidad vasta de medios y mediadores –que son quienes controlan los flujos de la información–, de modo que la biblioteca es meramente uno de los circuitos que puede transitar.
¿Bibliotecas o bancos? |
Hay otro caso de un tipo especial de usuarios que han utilizado el conocimiento de los bibliotecarios para establecer empresas lucrativas: La industria de la información y el mercado de la información, sobre todo la modalidad de los outsourcing, esto es, los servicios externos. Así, muchos procesos que antes hacían los bibliotecarios ya los realizan empresas, que de esta manera generan productos como servicios de adquisición de todo tipo de documentos, o generación, conversión y venta de bases de datos, o catalogación, o asesorías y consultorías en temas generales o especiales de información, y un gran etcétera.
Una parte de la industria de la información está conformada por los tecnólogos (informáticos, computólogos, expertos en redes, y otros) que desarrollan aplicaciones técnicas que contienen “bibliotecas” o que dicen que son similares a, o que funcionan como “bibliotecas”, sean programas de cómputo diseñados para usos diversos hasta dispositivos móviles, de modo que pareciera que la palabra “biblioteca” vive una primavera de tanto que se le nombra en todas partes.
Todo este curioso entorno ha venido a ocasionar problemas conceptuales, sobre todo en la actualización de las nociones sobre lo que sea el bibliotecario, y esto tiene su reflejo más significativo en las crisis permanentes en que se encuentra el currículo de las escuelas de formación de bibliotecarios.
Pero entonces, ¿en qué sentido se trata de un gremio el colectivo de los bibliotecarios? Esto es, los gremios medievales guardaban celosamente su conocimiento y sabían bastante bien que "buscar la información que no se tiene y proteger la información que se tiene, es el nombre del juego" (Geertz). Pero eso no ocurre en el mundillo de los bibliotecarios.
Hace algunos años, conocí una propuesta que impulsaban filósofos del derecho en los países nórdicos referente a que el conocimiento jurídico debía estar al alcance de la población desde la escuela temprana, o sea, se debía educar a las personas desde la infancia para que llegaran a ser menos dependientes de los abogados. Ignoro si esta propuesta prosperó y por eso los países nórdicos son el modelo a seguir en muchas cosas, o si se canceló y sus abogados se volvieron más eficientes, tomando estas reflexiones como un llamado de atención para no actuar únicamente como operarios mantenedores del sistema social establecido y de sus propios privilegios.
Desde hace un tiempo, se habla de la desaparición del bibliotecario, de su evolución, de su involución y de su transformación necesaria dejando de verse como la oruga que envidia a las mariposas. Intuimos que para lograr un cambio este bibliotecario debe dejar atrás su mentalidad gremial y asumirse más como un verdadero profesional, o sea, no sólo nombrarse profesional porque haya pasado por alguna institución de educación superior sino mirarse como alguien comprometido consigo mismo y con su rol social. Pero esto es parte del problema.
Los economistas utilizan el concepto de la “asimetría de la información” para referirse a las situaciones que se presentan en un mercado cuando la posesión de cierta información por uno de los competidores le brinda ventaja por encima de los otros contendientes. No obstante, muchos bibliotecarios prefieren negar que viven en una economía de mercado, aunque en lo privado puedan ser compradores compulsivos o envidiar muchas cosas que los demás tienen.
Una parte de la industria de la información está conformada por los tecnólogos (informáticos, computólogos, expertos en redes, y otros) que desarrollan aplicaciones técnicas que contienen “bibliotecas” o que dicen que son similares a, o que funcionan como “bibliotecas”, sean programas de cómputo diseñados para usos diversos hasta dispositivos móviles, de modo que pareciera que la palabra “biblioteca” vive una primavera de tanto que se le nombra en todas partes.
Todo este curioso entorno ha venido a ocasionar problemas conceptuales, sobre todo en la actualización de las nociones sobre lo que sea el bibliotecario, y esto tiene su reflejo más significativo en las crisis permanentes en que se encuentra el currículo de las escuelas de formación de bibliotecarios.
Pero entonces, ¿en qué sentido se trata de un gremio el colectivo de los bibliotecarios? Esto es, los gremios medievales guardaban celosamente su conocimiento y sabían bastante bien que "buscar la información que no se tiene y proteger la información que se tiene, es el nombre del juego" (Geertz). Pero eso no ocurre en el mundillo de los bibliotecarios.
Hace algunos años, conocí una propuesta que impulsaban filósofos del derecho en los países nórdicos referente a que el conocimiento jurídico debía estar al alcance de la población desde la escuela temprana, o sea, se debía educar a las personas desde la infancia para que llegaran a ser menos dependientes de los abogados. Ignoro si esta propuesta prosperó y por eso los países nórdicos son el modelo a seguir en muchas cosas, o si se canceló y sus abogados se volvieron más eficientes, tomando estas reflexiones como un llamado de atención para no actuar únicamente como operarios mantenedores del sistema social establecido y de sus propios privilegios.
Desde hace un tiempo, se habla de la desaparición del bibliotecario, de su evolución, de su involución y de su transformación necesaria dejando de verse como la oruga que envidia a las mariposas. Intuimos que para lograr un cambio este bibliotecario debe dejar atrás su mentalidad gremial y asumirse más como un verdadero profesional, o sea, no sólo nombrarse profesional porque haya pasado por alguna institución de educación superior sino mirarse como alguien comprometido consigo mismo y con su rol social. Pero esto es parte del problema.
Los economistas utilizan el concepto de la “asimetría de la información” para referirse a las situaciones que se presentan en un mercado cuando la posesión de cierta información por uno de los competidores le brinda ventaja por encima de los otros contendientes. No obstante, muchos bibliotecarios prefieren negar que viven en una economía de mercado, aunque en lo privado puedan ser compradores compulsivos o envidiar muchas cosas que los demás tienen.
¿Conectarse al mercado? |
Otro aspecto del problema es si los bibliotecarios deben entrar al juego de la asimetría de la información en el mercado de la información y demarcar lo característico del espíritu bibliotecario, además de los espacios para el ejercicio del quehacer bibliotecario. A este respecto, debe quedarnos claro qué deseamos hacer con el rol de intermediario que alguna vez sabíamos y creímos que nos correspondía. ¿Seguir siendo intermediarios o volvernos actores en un mundo que cada vez demanda más información y conocimiento a una velocidad más rápida? Algunos pocos ya tomaron la decisión, muchos siguen indecisos.
No debe pensarse que esto nos obligue a volvernos mercaderes de la información, sino que debemos observar, para entender este problema, que el conocimiento bibliotecario y el derecho del usuario a tener acceso a la información no son contrarios, sino que se han roto los equilibrios en que antes estaban y se les ha vuelto contrarios para provocar una situación de mercado. Es en este momento, y con la situación que es vista más como crisis por no comprender lo que ocurre, cuando debemos intentar aclarar este problema, despojarlo de las ideologías que lo vuelven más crítico, y reflexionar en su mejor comprensión. Creemos que el problema es complejo pero apasionante, y por eso lo volveremos a considerar en otro momento.
No debe pensarse que esto nos obligue a volvernos mercaderes de la información, sino que debemos observar, para entender este problema, que el conocimiento bibliotecario y el derecho del usuario a tener acceso a la información no son contrarios, sino que se han roto los equilibrios en que antes estaban y se les ha vuelto contrarios para provocar una situación de mercado. Es en este momento, y con la situación que es vista más como crisis por no comprender lo que ocurre, cuando debemos intentar aclarar este problema, despojarlo de las ideologías que lo vuelven más crítico, y reflexionar en su mejor comprensión. Creemos que el problema es complejo pero apasionante, y por eso lo volveremos a considerar en otro momento.