Hace unos días, en las Jornadas Mexicanas de Biblioteconomía platiqué con un colega, quien es profesor en una de las carreras de licenciatura de bibliotecología que se imparten en el país. En esa ocasión, me compartió su preocupación por la tendencia descendente que se viene observando en el ingreso anual de nuevos alumnos a esa carrera.
Durante la charla, le pregunté si hacían promoción, si conocían los requerimientos del mercado laboral en su entorno, así como sobre la imagen social del bibliotecario y de la propia carrera. En general, sus respuestas indicaban que la responsabilidad del problema recaía en los profesores de la carrera, quienes ya nomás actuaban en sus pequeños ámbitos y estaban más bien atenidos a la costumbre y la desidia.
Algo que llamó fuertemente mi atención fueron las soluciones que me dijo que estaban semblanteando, entre las cuales recuerdo tres:
- Cambiar el nombre a la carrera.
- Meter más contenidos tecnológicos en la currícula.
- Vincular la carrera de bibliotecología con la de comunicación.
La razón por la que me han llamado la atención estas opciones que están considerando es porque las tres ya han sido ensayadas en México, sin que sepamos que alguna vez se tuviera éxito.
Hace algún tiempo que he considerado el problema de la formación de los bibliotecarios, y ahora que vuelvo a pensar en este asunto y reviso lo que llevo publicado en este blog me sorprende encontrar que el ser y quehacer del bibliotecario son una constante a la que regreso recurrentemente desde el ego bibliothecarius que manifeste en la entrada 3. Así, he escrito sobre problemas relacionados al nombre de la carrera (entrada 40), sobre nuestra identidad (entrada 22), sobre nuestra responsabilidad social (entrada 19), sobre nuestra relación con los otros (entrada 44), sobre nuestros problemas para comunicarnos con otras profesiones o disciplinas (entrada 23), sobre el conformismo en nuestra profesión (entrada 37), sobre si puede haber bibliotecas sin bibliotecarios (entrada 51) y sobre si nuestro futuro es ser navegantes o pilotos en el universo info-documental (entrada 31). También he abordado los problemas que tenemos con el modo como nos enseñan la organización documental (entrada 34), las interfases biblioteca-bibliotecario-usuario (entrada 17), la administración (entrada 43), la calidad (entrada 46), la normativa técnica (entrada 50) y los servicios bibliotecarios (entrada 51).
Todo lo reflexionado hasta ahora apunta a una situación muy compleja que pone entre dicho cualquier afán para formar bibliotecarios en este país, lo cual me conduce sin ningún rubor a asegurar que la formación de bibliotecarios que tenemos en las carreras es un gran fraude, una enorme simulación en la que no se están atendiendo los requerimientos de nuestra nación en lo que respecta a información y documentación, sino al mero interés en conservar los puestos de trabajo de los involucrados, lo cual en conjunto no es criticable ni desdeñable -a menos que nos adentremos en problemas de índole moral, que no estoy considerando aún-, sino que se enfila a otras interesantes problematizaciones.
En otras ocasiones, he comentado que los bibliotecarios recibimos una formación que nos ata a la biblioteca como lugar de trabajo, además de que somos conservadores. Esto que debería ser una ventaja se está volteando en nuestro perjuicio, pues la formación bibliotecaria no ha podido ver más allá de las bibliotecas, de las tecnologías para bibliotecas y de la comunicación vinculada a las bibliotecas. Más allá de estos conceptos es Terra ignota.
No obstante, el ciclo del saber que realizan las personas extra bibliotheca se extiende mucho más allá de estas instituciones, pues abarca los siguientes estadíos:
- Identificación y medición de los hechos y las representaciones para generar los datos.
- Asignación de patrones, relaciones y significado a los datos; o bien, interpretación de cambios en las condiciones de los datos, o por el paso del tiempo, con lo que se genera información.
- Organización de la información dentro de marcos conceptuales, con lo que se genera conocimiento.
- Integración o asimilación del conocimiento a través de la experiencia; o bien familiarización del conocimiento con el contexto, con lo que se genera idoneidad.
- Perfeccionamiento de la ideoneidad por la experiencia, con lo que se genera saber.
- Uso del saber para identificar y medir los hechos y las representaciones.
En cada estadío, las personas han aprendido a bibliotecar (vid. entrada 54), lo cual les ha llevado a conformar distintos tipos de repositorios que son acordes a la naturaleza de las entidades que coleccionan y a los fines para los que les sirven (ventaja competitiva).
En el siguiente gráfico, que es resultado de varias lecturas que no citaré en esta ocasión -pues luego de la reflexión y decantación ninguna de ellas se relaciona con esto que ahora muestro-, podemos ver cómo se insertan distintos tipos de repositorios en el ciclo del saber.
Así, tenemos que hay bancos de datos (por ejemplo, un recetario de cocina o el fichero de una biblioteca), unidades de información (por ejemplo, archivos, bibliotecas, museos, centros de documentación), bancos de conocimientos (por ejemplo, un repositorio interdisciplinario de un proyecto específico o el banco de conocimiento industrial de la Organización de Desarrollo Industrial de la ONU), bancos de mejores prácticas (por ejemplo, un banco de experiencias significativas o el banco de mejores prácticas de educación) y bancos de saberes (por ejemplo, el banco de saberes de un jardín botánico o el banco de saberes sobre la fabricación del jabón).
Al respecto, debe entenderse que durante el ciclo del saber las personas no avanzan de manera lineal, sino que cada quien traza su propio camino y decide hasta que punto llega, por lo que los contactos que pudieran tener con los repositorios son un tanto azarosos.
Viendo las cosas de este modo, si los bibliotecarios dejáramos atrás la sensación de que fuera de la biblioteca no hay vida, o si intentáramos ir más allá de las áreas hacia las que hasta ahora nos hemos extendido (vid. entrada 31), se abriría un universo enorme y abarcante de toda la cultura humana, en el que los procesos de selección, adquisición, registro, ordenación, mantenimiento y conservación podrían tener otro sentido y finalidad. Y ni que decir de lo que podrían ser los servicios de información y de documentación.
Llegados a este punto, notamos que la formación de bibliotecarios es un problema que tiene muchos años, casi un siglo en México, y aún no hay visos de que algún día se logre resolver, pues la suma de las nociones sobre lo que debe ser y hacer el bibliotecario en la biblioteca, los cambios y las permanencias en las currículas, así como un mercado laboral que aún no acabamos de conocer, pero que se amplía, transforma y circunscribe hoy a las bibliotecas, las empresas de información, la consultoría de información, las bibliotecas digitales, los servicios ambulatorios y las redes sociales, no nos permiten ver que hay un más allá laborable, que está detrás de las fronteras que parecen ahogarnos.
Quizá el problema de la formación bibliotecaria no sea solamente un problema de los límites que nos hemos autoimpuesto en un mundo que se perfila cada día más diverso, más cambiante y con los retos que imponen las ideologías que pretenden el control del conocimiento. Quizá la formación bibliotecaria debería fragmentarse para poder ampliar sus miras, pero manteniendo un común denominador comunicacional.
Sabemos que estas ideas no consiguen abarcar todo el problema de la formación de bibliotecarios, sino que apenas lo perfilan, pues es tan rico y dinámico en su complejidad que por eso lo seguiremos revisando y buscaremos ahondar en su comprensión con más elementos.