El miércoles pasado fue para mí un día de reuniones, pues desde la mañana acudí al arranque del congreso sobre La Biblioteca digital mundial y los códices mesoamericanos: Una puerta a la cooperación internacional, que organizaron varias instituciones encabezadas por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, así como la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. Más tarde fui a la conferencia magistral La Sociedad de la información, la pluralidad, la diversidad y la uniformidad que leyó la doctora Estela Morales Campos para los alumnos del Posgrado en Bibliotecología y Estudios de la Información de la UNAM. En ambos actos se presentaron conceptos que son el motivo de esta reflexión.
Como resultado de los ensayos anteriores, notamos que los conceptos son muy importantes antes, durante y después de cualquier acción que emprendamos. En cada momento de nuestro actuar, los conceptos que tengamos de los objetos de nuestro pensamiento o nuestra práctica, las valoraciones que les demos, su interrelación, su interacción y las emociones que les asociemos, serán todos componentes significativos y permitirán a otros comprender nuestras decisiones, conducción y acción.
El congreso antes indicado se convocó para invitar a varias organizaciones nacionales y extranjeras a que se sumen a la tarea de reunir las copias digitales de los códices mesoamericanos en la Biblioteca Digital Mundial (BDM), que es un proyecto impulsado desde el año 2007 por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y la UNESCO. El sitio web de la BDM es http://www.wdl.org.
Un segundo objetivo de esta reunión fue iniciar la conformación de la Biblioteca Digital Mexicana (BDMx), con copias digitales que se remitan a la BDM y otras que se vayan seleccionando.
El día referido fue de inauguración, conferencias y mesas redondas para presentar los códices que tienen las organizaciones mexicanas, estadounidenses y europeas. Los asistentes pudimos apreciar imágenes de gran belleza en las reproducciones digitales que nos mostraron.
Hubo una conferencia magistral del doctor Miguel León Portilla, en la que entre bromas y veras trató algunos asuntos inquietantes en torno a la noción de códice. Mencionó los sistemas de registro utilizados por los pueblos indígenas antiguos, que pueden ser fonográficos, logográficos o pictográficos, y resaltó el carácter único de los glifos de la escritura maya antigua. Expuso un ejemplo de unos indígenas ñahñúes actuales que pintan escenas y escriben textos sobre papel amate, para afirmar que estas producciones también son códices. Al final de su plática, uno podía quedar confundido, pero muy contento por la forma amena y casi cómplice de su exposición.
El doctor Xavier Noguez aseveró que hay códices prehispánicos y coloniales, que se pueden encontrar en papel amate, en lienzos y en papel usual de la época. Explicó que en el pasado hubo talleres de escribanos, como los que debieron producir todos los códices del tipo Techialoyan. Luego comenzó a hablar de códices incluidos como parte de expedientes de la Santa Inquisición, códices dentro de figuras de bulto, de las usadas en procesiones religiosas, y definió como códices los catecismos testerianos, los lienzos geográficos e incluso escudos de poblados. En un momento de su exposición dijo que los códices son producciones en papel amate con imágenes de figuras indígenas y texto. Casi al final aclaró más este concepto al afirmar que un códice es un relato de los que cuentan o platican los indígenas sobre el pasado mesoamericano, y que tiene valor histórico. Además, manifestó que se adhería al ejemplo de los ñahñúes que dijo el doctor León Portilla.
Cuando empezaron las presentaciones se evidenció un problema conceptual sobre lo que sea un códice. A esto se agregan varias otras interrogantes: Las reproducciones de códices, ¿también son códices? Los gráficos con figuras indígenas incluidos en expedientes, sean por pleitos de tierras o asuntos inquisitoriales, ¿son códices? ¿Son códices los escudos?
En un primer intento de aclarar esta situación, acudí al diccionario de la lengua española y encontré que el códice es un libro que tiene dos características:
a) Es anterior a la invención de la imprenta.
b) Es un manuscrito de cierta antigüedad.
Abundando un poco más encontré tres rasgos distintivos del códice:
1. Aunque la denominación “códice” ha servido para designar varias tecnologías, se le identifica ahora con una configuración tecnológica específica en la que se lleva a cabo un registro a mano sobre un soporte en forma de hoja (de papiro, pergamino o papel), que se pliega y luego puede unirse a otras hojas plegadas por uno de los lados. A veces se utilizan como sinónimos “códice”, “libro”, “manuscrito” y “libro manuscrito” (Iguíniz, 1987; Martínez de Sousa, 1993; Ostos, Pardo y Rodríguez, 1997).
2. Esta tecnología se identifica como originaria de un tiempo anterior a la invención de la imprenta, y particularmente se le ubica en las culturas del continente europeo (Martínez de Sousa, 1993; Arévalo Jordán, 2003).
3. El códice tiene gran valor intrínseco o extrínseco (Iguíniz, 1987).
En un caso, encontré una entrada para “códices mexicanos” (Iguíniz, 1987) con la indicación de que “se da este nombre a los manuscritos o libros usados por los indígenas de los pueblos civilizados de nuestro territorio antes y poco después de la Conquista. Están formados por largas tiras de papel, piel o lienzo compuestas de varios fragmentos unidos por medio de costuras, escritas por uno o ambos lados, y divididas en rectángulos en la generalidad de los casos. Conservábanse dichas tiras enrolladas o plegadas alternativamente, a manera de biombos, y resguardadas en sus extremos por unas cubiertas de madera o de piel, lo que les da la apariencia de libros”. Este autor concluye el párrafo diciendo que los códices mexicanos pueden clasificarse por su época, por su filiación o procedencia, o por su contenido.
Debemos entender entonces que un códice mexicano no es un códice, por las mismas conclusiones que se desprenden del párrafo anterior:
A. El códice mexicano no tiene nada que ver con la invención de la imprenta y se materializó en una ubicación geográfica diferente del códice.
B. Los códices mexicanos se utilizaban antes o poco después de la Conquista, por lo que su elaboración debió llevarse a cabo con anterioridad. Aunque Iguíniz no indicó cuánto después de este acontecimiento debe servir para determinar que un manuscrito o libro usado por los indígenas es un códice mexicano, podemos pensar, en términos del relevo generacional, que aplican entre 15 o 20 años después de la Conquista de los distintos territorios.
C. La tecnología para formar y conservar códices mexicanos era distinta de la usada para hacer códices. Un códice mexicano tiene apariencia de libro.
Pero entonces ¿por qué está la palabra “códice” inserta en el término “códice mexicano”? ¿Por qué es parte de otras palabras como “códice mesoamericano” o “códice indígena”? ¿Nos referimos a lo mismo con estos distintos términos?
Parece que cuando los conquistadores conocieron los tipos de registros de los pueblos indígenas que sojuzgaron, en vez de usar el nombre que los conquistados daban a esos registros o a sus soportes optaron por identificarlos y nombrarlos con aquellas palabras más parecidas de su propia cultura: “Códices”, “libros de pinturas con caracteres”, “libros paganos”, “libros” y otras denominaciones. De esta manera, los españoles de la Conquista asemejaron los registros y sus usos a su propia cultura. Es de notar que la antropología y la historia mexicanas obviamente han incurrido en un error al aceptar a pie juntillas la denominación dada por los conquistadores a estas manifestaciones de registro, en tanto que otros profesionales, como los bibliotecarios, no nos hemos interesado ni involucrado en la identificación y definición de este problema.
Si la cosa quedará ahí ya sería de preocupar, pero resulta que varios conceptos que se utilizan en las tipologías de documentos también requieren de investigación, pues “libro” se usa para denominar una tecnología y un diseño, mientras que “revista” no es lo mismo cuando nos referimos a un impreso o a un formato de contenido audiovisual.
“Periódico”, “boletín”, “gaceta”, “gacetilla” y “magazine” tienen nociones poco claras. Entre los nuevos nombres, el de “recurso integrante” puede intrigarnos al grado de no saber qué hacer con él. Al respecto, estamos ciertos de que las tecnologías y los diseños de los documentos cambian, pero ¿quién los está estudiando y puede brindarnos orientación?
Si este embrollo conceptual nos parece abrumador, es porque no he comentado la conferencia magistral de la doctora Morales. Algunos de los descriptores incluidos en la conferencia fueron “tecnología”, “diversidad”, “tolerancia”, “desarrollo”, “democracia”, ”globalización”, “regionalización”, ”información”, “sociedad de la información”, “acceso a la información”, “servicio social”, “Estado”, “leyes de mercado”, “escuelas”, “bibliotecas públicas”, “políticas de información”, “necesidades educativas”, ”necesidades de información”, “actitud global”, “actitud local”, ”contexto de la información”, “elección”, “lo razonable”, “acceso a distintas fuentes”, “visión plural”, ”principio ético”, “principio de verdad”, “usuario” y “derechos de información”. Un término que nunca se mencionó en la conferencia, aunque está en el título, es “uniformidad”, lo cual fue traído a cuenta por una pregunta que hizo una asistente del público.
Todos los conceptos que expresan los términos anteriores fueron manejados en oraciones como las siguientes, aunque debe entenderse que no se trata de citas textuales, sino apuntes sobre lo dicho por la doctora Morales:
+ La democracia es buena, aunque no es perfecta.
+ La globalización es la interconexión del mundo. La regionalización es la respuesta a la globalización.
+ El Estado no debería regular nada en materia de información, sino que deberían funcionar las leyes del mercado.
+ En nuestro país, el Estado debe proveer mínimos de información a la población, a través de las escuelas y las bibliotecas públicas.
+ El Estado debe regular las políticas de información, pero no ser censor.
+ Conforme crecen las necesidades educativas, crecen las necesidades de información.
+ Según la actividad de las personas, hay necesidades globales y locales.
+ En el contexto de la información, los bibliotecarios se conducen con actitudes globales y locales.
+ En México, podemos elegir entre mensajes con contenidos opuestos, e inclinarnos por el más razonable.
+ El acceso a diversas fuentes nos da una visión plural.
+ En la sociedad de la información lo que más importa a las personas es la rapidez, la inmediatez y la oportunidad en materia de información.
+ El principio ético es el principio de verdad.
+ El bibliotecario debe ser defensor de los derechos de información del usuario.
La complejidad del pensamiento expresado en esta conferencia se pone de relieve con cualquier pregunta sencilla que nos plantemos sobre el particular; por ejemplo, ¿qué es una biblioteca pública en este contexto? ¿Es el lugar donde el Estado provee un mínimo de información a la población? O bien, ¿qué son las políticas de información? Parece que es algo que debe regular el Estado, aunque sin ser censor. Nos preguntamos ¿qué es un bibliotecario en esta opinión?, o si ¿la visión plural tiene que ver con la elección razonable? ¿Quién es ese usuario que necesita que defiendan sus derechos de información? ¿Defenderlos de qué o quién? También podemos plantearnos otras interrogantes: ¿Cómo se establecen los límites a la diversidad de fuentes para evitar enfrentar la explosión de la información o la infoxicación, o para introducir algún control de calidad de la información?
Son muchos, variados y complejos los problemas que plantean los conceptos de códice, códice mexicano y todos los que apunté durante la conferencia. Algunos son problemas con historia y abolengo, otros resultan de una reflexión a la que lleva esta sociedad líquida en la que algunos quieren aferrarse a las nociones que les parecen más seguras, aunque la realidad se haya quedado varada a la vuelta de la esquina.
Si abrimos bien los oídos y enmarcamos bien los ojos, podemos ver que cada día brincan y saltan conceptos en los ámbitos de los bibliotecarios, que nos remiten a ideas geniales, palabras poco usadas o que se antojan viejas, y escarbando un poco más, encontraremos tiros de mina que nos llevarán a ricos filones de problemas. Por estos motivos, debemos seguir indagando sobre los conceptos que circulan en nuestra profesión.
Bibliografía
Arévalo Jordán, V.H. (2003). Diccionario de términos archivísticos. 2a reprod. Buenos Aires: Ediciones del Sur.
Iguíniz, J.B. (1987). Diccionario bibliográfico. 2a ed. México: UNAM.
Martínez de Sousa, J. (1993). Diccionario de bibliología y ciencias afines. 2a ed. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
Ostos, P., Pardo, M.L. y Rodríguez, E.E. (1997). Vocabulario de codicología. Madrid: Arco/Libros.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 20 mayo 2010. En: http://www.rae.es.
Como resultado de los ensayos anteriores, notamos que los conceptos son muy importantes antes, durante y después de cualquier acción que emprendamos. En cada momento de nuestro actuar, los conceptos que tengamos de los objetos de nuestro pensamiento o nuestra práctica, las valoraciones que les demos, su interrelación, su interacción y las emociones que les asociemos, serán todos componentes significativos y permitirán a otros comprender nuestras decisiones, conducción y acción.
El congreso antes indicado se convocó para invitar a varias organizaciones nacionales y extranjeras a que se sumen a la tarea de reunir las copias digitales de los códices mesoamericanos en la Biblioteca Digital Mundial (BDM), que es un proyecto impulsado desde el año 2007 por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos y la UNESCO. El sitio web de la BDM es http://www.wdl.org.
Un segundo objetivo de esta reunión fue iniciar la conformación de la Biblioteca Digital Mexicana (BDMx), con copias digitales que se remitan a la BDM y otras que se vayan seleccionando.
El día referido fue de inauguración, conferencias y mesas redondas para presentar los códices que tienen las organizaciones mexicanas, estadounidenses y europeas. Los asistentes pudimos apreciar imágenes de gran belleza en las reproducciones digitales que nos mostraron.
Hubo una conferencia magistral del doctor Miguel León Portilla, en la que entre bromas y veras trató algunos asuntos inquietantes en torno a la noción de códice. Mencionó los sistemas de registro utilizados por los pueblos indígenas antiguos, que pueden ser fonográficos, logográficos o pictográficos, y resaltó el carácter único de los glifos de la escritura maya antigua. Expuso un ejemplo de unos indígenas ñahñúes actuales que pintan escenas y escriben textos sobre papel amate, para afirmar que estas producciones también son códices. Al final de su plática, uno podía quedar confundido, pero muy contento por la forma amena y casi cómplice de su exposición.
El doctor Xavier Noguez aseveró que hay códices prehispánicos y coloniales, que se pueden encontrar en papel amate, en lienzos y en papel usual de la época. Explicó que en el pasado hubo talleres de escribanos, como los que debieron producir todos los códices del tipo Techialoyan. Luego comenzó a hablar de códices incluidos como parte de expedientes de la Santa Inquisición, códices dentro de figuras de bulto, de las usadas en procesiones religiosas, y definió como códices los catecismos testerianos, los lienzos geográficos e incluso escudos de poblados. En un momento de su exposición dijo que los códices son producciones en papel amate con imágenes de figuras indígenas y texto. Casi al final aclaró más este concepto al afirmar que un códice es un relato de los que cuentan o platican los indígenas sobre el pasado mesoamericano, y que tiene valor histórico. Además, manifestó que se adhería al ejemplo de los ñahñúes que dijo el doctor León Portilla.
Cuando empezaron las presentaciones se evidenció un problema conceptual sobre lo que sea un códice. A esto se agregan varias otras interrogantes: Las reproducciones de códices, ¿también son códices? Los gráficos con figuras indígenas incluidos en expedientes, sean por pleitos de tierras o asuntos inquisitoriales, ¿son códices? ¿Son códices los escudos?
En un primer intento de aclarar esta situación, acudí al diccionario de la lengua española y encontré que el códice es un libro que tiene dos características:
a) Es anterior a la invención de la imprenta.
b) Es un manuscrito de cierta antigüedad.
Abundando un poco más encontré tres rasgos distintivos del códice:
1. Aunque la denominación “códice” ha servido para designar varias tecnologías, se le identifica ahora con una configuración tecnológica específica en la que se lleva a cabo un registro a mano sobre un soporte en forma de hoja (de papiro, pergamino o papel), que se pliega y luego puede unirse a otras hojas plegadas por uno de los lados. A veces se utilizan como sinónimos “códice”, “libro”, “manuscrito” y “libro manuscrito” (Iguíniz, 1987; Martínez de Sousa, 1993; Ostos, Pardo y Rodríguez, 1997).
2. Esta tecnología se identifica como originaria de un tiempo anterior a la invención de la imprenta, y particularmente se le ubica en las culturas del continente europeo (Martínez de Sousa, 1993; Arévalo Jordán, 2003).
3. El códice tiene gran valor intrínseco o extrínseco (Iguíniz, 1987).
En un caso, encontré una entrada para “códices mexicanos” (Iguíniz, 1987) con la indicación de que “se da este nombre a los manuscritos o libros usados por los indígenas de los pueblos civilizados de nuestro territorio antes y poco después de la Conquista. Están formados por largas tiras de papel, piel o lienzo compuestas de varios fragmentos unidos por medio de costuras, escritas por uno o ambos lados, y divididas en rectángulos en la generalidad de los casos. Conservábanse dichas tiras enrolladas o plegadas alternativamente, a manera de biombos, y resguardadas en sus extremos por unas cubiertas de madera o de piel, lo que les da la apariencia de libros”. Este autor concluye el párrafo diciendo que los códices mexicanos pueden clasificarse por su época, por su filiación o procedencia, o por su contenido.
Debemos entender entonces que un códice mexicano no es un códice, por las mismas conclusiones que se desprenden del párrafo anterior:
A. El códice mexicano no tiene nada que ver con la invención de la imprenta y se materializó en una ubicación geográfica diferente del códice.
B. Los códices mexicanos se utilizaban antes o poco después de la Conquista, por lo que su elaboración debió llevarse a cabo con anterioridad. Aunque Iguíniz no indicó cuánto después de este acontecimiento debe servir para determinar que un manuscrito o libro usado por los indígenas es un códice mexicano, podemos pensar, en términos del relevo generacional, que aplican entre 15 o 20 años después de la Conquista de los distintos territorios.
C. La tecnología para formar y conservar códices mexicanos era distinta de la usada para hacer códices. Un códice mexicano tiene apariencia de libro.
Pero entonces ¿por qué está la palabra “códice” inserta en el término “códice mexicano”? ¿Por qué es parte de otras palabras como “códice mesoamericano” o “códice indígena”? ¿Nos referimos a lo mismo con estos distintos términos?
Parece que cuando los conquistadores conocieron los tipos de registros de los pueblos indígenas que sojuzgaron, en vez de usar el nombre que los conquistados daban a esos registros o a sus soportes optaron por identificarlos y nombrarlos con aquellas palabras más parecidas de su propia cultura: “Códices”, “libros de pinturas con caracteres”, “libros paganos”, “libros” y otras denominaciones. De esta manera, los españoles de la Conquista asemejaron los registros y sus usos a su propia cultura. Es de notar que la antropología y la historia mexicanas obviamente han incurrido en un error al aceptar a pie juntillas la denominación dada por los conquistadores a estas manifestaciones de registro, en tanto que otros profesionales, como los bibliotecarios, no nos hemos interesado ni involucrado en la identificación y definición de este problema.
Si la cosa quedará ahí ya sería de preocupar, pero resulta que varios conceptos que se utilizan en las tipologías de documentos también requieren de investigación, pues “libro” se usa para denominar una tecnología y un diseño, mientras que “revista” no es lo mismo cuando nos referimos a un impreso o a un formato de contenido audiovisual.
“Periódico”, “boletín”, “gaceta”, “gacetilla” y “magazine” tienen nociones poco claras. Entre los nuevos nombres, el de “recurso integrante” puede intrigarnos al grado de no saber qué hacer con él. Al respecto, estamos ciertos de que las tecnologías y los diseños de los documentos cambian, pero ¿quién los está estudiando y puede brindarnos orientación?
Si este embrollo conceptual nos parece abrumador, es porque no he comentado la conferencia magistral de la doctora Morales. Algunos de los descriptores incluidos en la conferencia fueron “tecnología”, “diversidad”, “tolerancia”, “desarrollo”, “democracia”, ”globalización”, “regionalización”, ”información”, “sociedad de la información”, “acceso a la información”, “servicio social”, “Estado”, “leyes de mercado”, “escuelas”, “bibliotecas públicas”, “políticas de información”, “necesidades educativas”, ”necesidades de información”, “actitud global”, “actitud local”, ”contexto de la información”, “elección”, “lo razonable”, “acceso a distintas fuentes”, “visión plural”, ”principio ético”, “principio de verdad”, “usuario” y “derechos de información”. Un término que nunca se mencionó en la conferencia, aunque está en el título, es “uniformidad”, lo cual fue traído a cuenta por una pregunta que hizo una asistente del público.
Todos los conceptos que expresan los términos anteriores fueron manejados en oraciones como las siguientes, aunque debe entenderse que no se trata de citas textuales, sino apuntes sobre lo dicho por la doctora Morales:
+ La democracia es buena, aunque no es perfecta.
+ La globalización es la interconexión del mundo. La regionalización es la respuesta a la globalización.
+ El Estado no debería regular nada en materia de información, sino que deberían funcionar las leyes del mercado.
+ En nuestro país, el Estado debe proveer mínimos de información a la población, a través de las escuelas y las bibliotecas públicas.
+ El Estado debe regular las políticas de información, pero no ser censor.
+ Conforme crecen las necesidades educativas, crecen las necesidades de información.
+ Según la actividad de las personas, hay necesidades globales y locales.
+ En el contexto de la información, los bibliotecarios se conducen con actitudes globales y locales.
+ En México, podemos elegir entre mensajes con contenidos opuestos, e inclinarnos por el más razonable.
+ El acceso a diversas fuentes nos da una visión plural.
+ En la sociedad de la información lo que más importa a las personas es la rapidez, la inmediatez y la oportunidad en materia de información.
+ El principio ético es el principio de verdad.
+ El bibliotecario debe ser defensor de los derechos de información del usuario.
La complejidad del pensamiento expresado en esta conferencia se pone de relieve con cualquier pregunta sencilla que nos plantemos sobre el particular; por ejemplo, ¿qué es una biblioteca pública en este contexto? ¿Es el lugar donde el Estado provee un mínimo de información a la población? O bien, ¿qué son las políticas de información? Parece que es algo que debe regular el Estado, aunque sin ser censor. Nos preguntamos ¿qué es un bibliotecario en esta opinión?, o si ¿la visión plural tiene que ver con la elección razonable? ¿Quién es ese usuario que necesita que defiendan sus derechos de información? ¿Defenderlos de qué o quién? También podemos plantearnos otras interrogantes: ¿Cómo se establecen los límites a la diversidad de fuentes para evitar enfrentar la explosión de la información o la infoxicación, o para introducir algún control de calidad de la información?
Son muchos, variados y complejos los problemas que plantean los conceptos de códice, códice mexicano y todos los que apunté durante la conferencia. Algunos son problemas con historia y abolengo, otros resultan de una reflexión a la que lleva esta sociedad líquida en la que algunos quieren aferrarse a las nociones que les parecen más seguras, aunque la realidad se haya quedado varada a la vuelta de la esquina.
Si abrimos bien los oídos y enmarcamos bien los ojos, podemos ver que cada día brincan y saltan conceptos en los ámbitos de los bibliotecarios, que nos remiten a ideas geniales, palabras poco usadas o que se antojan viejas, y escarbando un poco más, encontraremos tiros de mina que nos llevarán a ricos filones de problemas. Por estos motivos, debemos seguir indagando sobre los conceptos que circulan en nuestra profesión.
Bibliografía
Arévalo Jordán, V.H. (2003). Diccionario de términos archivísticos. 2a reprod. Buenos Aires: Ediciones del Sur.
Iguíniz, J.B. (1987). Diccionario bibliográfico. 2a ed. México: UNAM.
Martínez de Sousa, J. (1993). Diccionario de bibliología y ciencias afines. 2a ed. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
Ostos, P., Pardo, M.L. y Rodríguez, E.E. (1997). Vocabulario de codicología. Madrid: Arco/Libros.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 20 mayo 2010. En: http://www.rae.es.