Hace varios años, en cierto boletín de la biblioteca de una universidad encontré una nota donde se clasificaba a los usuarios por sus conductas más indeseables ante los ojos de los bibliotecarios. El artículo se me antojó curioso porque parecía ir a contracorriente de todos los discursos bibliotecarios en los que se exalta al usuario como la “razón de ser de la biblioteca” o el “fin último al que se enfilan los servicios”.
Años después, estaba de visita en una biblioteca y me tocó ser testigo del maltrato de un jefe de servicios a un usuario. Lo más singular fue que al reportar la situación a la jefa de la biblioteca, que era amiga mía y me había invitado a conocer la institución, se generó un evento desagradable por el que acabó la amistad y quedé señalado como indeseable en ese lugar.
Más tarde, escribí un trabajo para aclararme la distinción entre los conceptos que designamos como “usuario”, “usuario potencial” y “no usuario” (Endean Gamboa, 1992), lo que me permitió darme cuenta de que quien define y aplica estos nombres a las personas es el bibliotecario. De esta manera, advertí los siguientes conceptos:
Usuario potencial: Es aquel para quien el bibliotecario prepara y deja disponibles los recursos y servicios de la biblioteca, aunque puede ocurrir que nunca asista a ella, quizá porque encuentra barreras en el acceso.
Usuario: Es aquel usuario potencial que logra librar las barreras del acceso y sí asiste a la biblioteca.
No Usuario: Es la persona que no está considerada como usuario potencial.
De esta manera, la definición del usuario potencial debe ser crucial para cualquier biblioteca, y el uso de este nombre para designar a un cierto público es responsabilidad del bibliotecario. Cuando se reporta que una biblioteca tiene usuarios internos y externos, debemos darnos cuenta que antes hubo un bibliotecario que definió ambos grupos como sus usuarios potenciales, agregando el distintivo de “internos” a los propios de su organización, y “externos” a los ajenos a esta adscripción.
Tiempo después tuve la oportunidad de hacer un recuento de los otros nombres que se han dado en español al usuario de las bibliotecas: Se le ha llamado “lector”, “usuario”, “prestatario”, “patrono”, “benefactor” y “cliente”. Esto me permitió comprender que la palabra “usuario” sólo manifiesta un enfoque referido a alguien visto como quien usa un servicio bibliotecario. Es así que cuando salimos del ámbito de la biblioteca debemos poder llamar a las personas de otro modo, y no sólo verlas como usuarios potenciales o no usuarios, pues este es un planteamiento conceptual muy pobre y poco operativo.
Quería saber más y dediqué mi tema de tesis de licenciatura a estudiar la definición del usuario que se venía utilizando en la educación de usuarios en México (Endean Gamboa, 1994), y para mi sorpresa encontré que los autores considerados no tuvieron un referente real del usuario ni una idea clara sobre él, sino que recurrieron a lo que otros dijeron sobre el usuario antes que a su propia experiencia, y lo describieron de manera incompleta, a veces confusa e incoherente.
Más tarde, en la maestría en bibliotecología tuve la fortuna de que Estela Morales Campos me indicara una distinción entre el usuario de la información y el usuario de la biblioteca, pues luego de reflexionar sobre esta situación me di cuenta de que se trataba de una entelequia, ya que todos estamos de algún modo usando la información las 24 horas del día durante toda nuestra vida, sin necesidad de estar adscritos a un servicio y que se nos considere usuarios del mismo. De esta forma, sólo parece existir para los bibliotecarios el usuario de la biblioteca.
Las aseveraciones anteriores no afirman que no tengamos una noción de las personas, y en particular de aquellos a quienes nombramos “usuarios”. Es más bien que las ideas que tenemos pueden no ser adecuadas, o bien tratarse de que estemos simplificando las cosas y negándonos a ver, aunque sea parcialmente, la complejidad del conocer a las personas.
Las cosas parecen ser más fáciles para nosotros cuando alguien más nos define con claridad quién es nuestro usuario potencial, como ocurre a veces con las poblaciones de las escuelas, las universidades, los centros de investigación y otras instituciones que manejan la adscripción de forma definida. En ocasiones, se amplía el concepto de usuario potencial para admitir a personas ajenas a nuestra organización, como indicamos antes. Sin embargo, en servicios para todo el público, o cuando el público al que debemos enfilar nuestras metas no está delimitado, la cuestión resulta más difícil, pues cualquiera puede ser usuario potencial. Esta indefinición impacta los otros dos conceptos, de usuario y no-usuario, volviéndolos más confusos.
A manera de ejemplo, cuando fui jefe del servicio de consulta (en algunas partes se le llama “de referencia”) de la Hemeroteca Nacional, me di cuenta desde el primer día que tenía un equipo de bibliotecarios empíricos muy valioso y dedicado, y que teníamos un público muy heterogéneo para atender, lo cual se percibía como un problema. Por este motivo, nos reunimos a analizar la situación y concluimos que debíamos pensar en nuestro servicio como abierto para todo tipo de personas, además de que debía poder realizarse sin contratiempos, para lo cual adoptamos unas pocas reglas, que son las siguientes:
1) Está prohibido decir “no” al usuario.
2) Se debe entrevistar al usuario para saber qué requiere, empezando con preguntas abiertas y terminando con preguntas cerradas de verificación.
3) Sólo en último caso, o en situaciones excepcionales, se puede preguntar al usuario “para qué requiere…”.
4) Si algún bibliotecario no entiende lo que requiere el usuario, debe entretenerlo en una búsqueda o con un texto, mientras va a pedir ayuda a otro bibliotecario.
5) Si se sabe que la institución no tiene lo que requiere el usuario, se le debe canalizar a otra organización que con seguridad lo pueda atender.
Con este acuerdo se resolvieron muchas situaciones del servicio y se logró que fluyera la atención a los usuarios sin cortapisas. En varias ocasiones fui yo el bibliotecario que acudió en ayuda de un compañero de trabajo, cuando no entendía el requerimiento de alguien. Y es que muchas veces los usuarios no planteaban bien sus preguntas, y en ocasiones se encerraban en retóricas repetitivas, o también se daban casos de estudiantes que llegaban con un apunte para hacer un trabajo escolar que no comprendían. Asimismo, hubo situaciones singulares de pasantes de algunas carreras que llegaron a pedir sugerencias de temas para sus tesis, e incluso una vez fue un investigador a solicitar que le recomendáramos un problema de investigación.
He leído muchos estudios de usuarios, y en cierta ocasión encontré un pensamiento que indica que toda la sabiduría del mundo se encierra en conocer a otra persona. No recuerdo de quien es este concepto, pero rozó muy de cerca mi interés en este tema, por lo que más tarde comprendí que el asunto del usuario es sumamente sensible para nosotros los bibliotecarios, y que aunque ni las moscas se asomen a nuestras bibliotecas, seguiremos canturreando que los usuarios son la razón de ser de nuestra profesión.
Pero, ¿dónde y cuándo se originó esta alienación en que vivimos los bibliotecarios? ¿Con base en qué definimos a nuestro usuario potencial? ¿Cómo nos involucramos en poner o mantener barreras al acceso en nuestras bibliotecas? ¿Cómo debemos definir y llamar a quienes no asisten a las bibliotecas?
Conozco bibliotecarios que trabajan fuera de las instituciones, y que no se extravían en las nociones limitativas anteriores que sólo apuntan hacia el usuario potencial, sino que se aproximan a la población e intentan comprenderla desde sus necesidades y su vida diaria, a través de metodologías cualitativas de otras disciplinas.
Además, hoy se vislumbra la silueta de un nuevo sujeto a quien podemos dirigirnos; alguien que no sólo quiere estar informado, sino que pide que se le atienda como informante, como quien va a llevar la información a otros. Al igual que la figura mítica de Jano, el personaje con dos rostros que miran hacia el pasado y al futuro, éste que podríamos definir (tentativamente) como otro usuario potencial mira en dos direcciones, como si fuera un personaje jánico, por lo que urge estudiarlo y conceptuarlo de manera que podamos atender sus requerimientos.
Notamos entonces que el tema del usuario rebasa el mero significado que le hemos dado a esta palabra, por lo que debemos preguntarnos sobre quién será el nuevo personaje que tomaremos como leit motiv de nuestro quehacer. Esto viene a ser un asunto que dejaremos pendiente, para continuar abordándolo en otra ocasión.
Bibliografía
Endean Gamboa, R. (1992). Los Hilos de la trenza. Trabajo presentado en la XX Jornadas Mexicanas de Biblioteconomía, Noviembre 1989, Saltillo, Coah.
Endean Gamboa, R. (1994). El Usuario en la bibliotecología: El Caso de la educación de usuarios en México. Tesis de Licenciatura no publicada, ENBA.
Años después, estaba de visita en una biblioteca y me tocó ser testigo del maltrato de un jefe de servicios a un usuario. Lo más singular fue que al reportar la situación a la jefa de la biblioteca, que era amiga mía y me había invitado a conocer la institución, se generó un evento desagradable por el que acabó la amistad y quedé señalado como indeseable en ese lugar.
Más tarde, escribí un trabajo para aclararme la distinción entre los conceptos que designamos como “usuario”, “usuario potencial” y “no usuario” (Endean Gamboa, 1992), lo que me permitió darme cuenta de que quien define y aplica estos nombres a las personas es el bibliotecario. De esta manera, advertí los siguientes conceptos:
Usuario potencial: Es aquel para quien el bibliotecario prepara y deja disponibles los recursos y servicios de la biblioteca, aunque puede ocurrir que nunca asista a ella, quizá porque encuentra barreras en el acceso.
Usuario: Es aquel usuario potencial que logra librar las barreras del acceso y sí asiste a la biblioteca.
No Usuario: Es la persona que no está considerada como usuario potencial.
De esta manera, la definición del usuario potencial debe ser crucial para cualquier biblioteca, y el uso de este nombre para designar a un cierto público es responsabilidad del bibliotecario. Cuando se reporta que una biblioteca tiene usuarios internos y externos, debemos darnos cuenta que antes hubo un bibliotecario que definió ambos grupos como sus usuarios potenciales, agregando el distintivo de “internos” a los propios de su organización, y “externos” a los ajenos a esta adscripción.
Tiempo después tuve la oportunidad de hacer un recuento de los otros nombres que se han dado en español al usuario de las bibliotecas: Se le ha llamado “lector”, “usuario”, “prestatario”, “patrono”, “benefactor” y “cliente”. Esto me permitió comprender que la palabra “usuario” sólo manifiesta un enfoque referido a alguien visto como quien usa un servicio bibliotecario. Es así que cuando salimos del ámbito de la biblioteca debemos poder llamar a las personas de otro modo, y no sólo verlas como usuarios potenciales o no usuarios, pues este es un planteamiento conceptual muy pobre y poco operativo.
Quería saber más y dediqué mi tema de tesis de licenciatura a estudiar la definición del usuario que se venía utilizando en la educación de usuarios en México (Endean Gamboa, 1994), y para mi sorpresa encontré que los autores considerados no tuvieron un referente real del usuario ni una idea clara sobre él, sino que recurrieron a lo que otros dijeron sobre el usuario antes que a su propia experiencia, y lo describieron de manera incompleta, a veces confusa e incoherente.
Más tarde, en la maestría en bibliotecología tuve la fortuna de que Estela Morales Campos me indicara una distinción entre el usuario de la información y el usuario de la biblioteca, pues luego de reflexionar sobre esta situación me di cuenta de que se trataba de una entelequia, ya que todos estamos de algún modo usando la información las 24 horas del día durante toda nuestra vida, sin necesidad de estar adscritos a un servicio y que se nos considere usuarios del mismo. De esta forma, sólo parece existir para los bibliotecarios el usuario de la biblioteca.
Las aseveraciones anteriores no afirman que no tengamos una noción de las personas, y en particular de aquellos a quienes nombramos “usuarios”. Es más bien que las ideas que tenemos pueden no ser adecuadas, o bien tratarse de que estemos simplificando las cosas y negándonos a ver, aunque sea parcialmente, la complejidad del conocer a las personas.
Las cosas parecen ser más fáciles para nosotros cuando alguien más nos define con claridad quién es nuestro usuario potencial, como ocurre a veces con las poblaciones de las escuelas, las universidades, los centros de investigación y otras instituciones que manejan la adscripción de forma definida. En ocasiones, se amplía el concepto de usuario potencial para admitir a personas ajenas a nuestra organización, como indicamos antes. Sin embargo, en servicios para todo el público, o cuando el público al que debemos enfilar nuestras metas no está delimitado, la cuestión resulta más difícil, pues cualquiera puede ser usuario potencial. Esta indefinición impacta los otros dos conceptos, de usuario y no-usuario, volviéndolos más confusos.
A manera de ejemplo, cuando fui jefe del servicio de consulta (en algunas partes se le llama “de referencia”) de la Hemeroteca Nacional, me di cuenta desde el primer día que tenía un equipo de bibliotecarios empíricos muy valioso y dedicado, y que teníamos un público muy heterogéneo para atender, lo cual se percibía como un problema. Por este motivo, nos reunimos a analizar la situación y concluimos que debíamos pensar en nuestro servicio como abierto para todo tipo de personas, además de que debía poder realizarse sin contratiempos, para lo cual adoptamos unas pocas reglas, que son las siguientes:
1) Está prohibido decir “no” al usuario.
2) Se debe entrevistar al usuario para saber qué requiere, empezando con preguntas abiertas y terminando con preguntas cerradas de verificación.
3) Sólo en último caso, o en situaciones excepcionales, se puede preguntar al usuario “para qué requiere…”.
4) Si algún bibliotecario no entiende lo que requiere el usuario, debe entretenerlo en una búsqueda o con un texto, mientras va a pedir ayuda a otro bibliotecario.
5) Si se sabe que la institución no tiene lo que requiere el usuario, se le debe canalizar a otra organización que con seguridad lo pueda atender.
Con este acuerdo se resolvieron muchas situaciones del servicio y se logró que fluyera la atención a los usuarios sin cortapisas. En varias ocasiones fui yo el bibliotecario que acudió en ayuda de un compañero de trabajo, cuando no entendía el requerimiento de alguien. Y es que muchas veces los usuarios no planteaban bien sus preguntas, y en ocasiones se encerraban en retóricas repetitivas, o también se daban casos de estudiantes que llegaban con un apunte para hacer un trabajo escolar que no comprendían. Asimismo, hubo situaciones singulares de pasantes de algunas carreras que llegaron a pedir sugerencias de temas para sus tesis, e incluso una vez fue un investigador a solicitar que le recomendáramos un problema de investigación.
He leído muchos estudios de usuarios, y en cierta ocasión encontré un pensamiento que indica que toda la sabiduría del mundo se encierra en conocer a otra persona. No recuerdo de quien es este concepto, pero rozó muy de cerca mi interés en este tema, por lo que más tarde comprendí que el asunto del usuario es sumamente sensible para nosotros los bibliotecarios, y que aunque ni las moscas se asomen a nuestras bibliotecas, seguiremos canturreando que los usuarios son la razón de ser de nuestra profesión.
Pero, ¿dónde y cuándo se originó esta alienación en que vivimos los bibliotecarios? ¿Con base en qué definimos a nuestro usuario potencial? ¿Cómo nos involucramos en poner o mantener barreras al acceso en nuestras bibliotecas? ¿Cómo debemos definir y llamar a quienes no asisten a las bibliotecas?
Conozco bibliotecarios que trabajan fuera de las instituciones, y que no se extravían en las nociones limitativas anteriores que sólo apuntan hacia el usuario potencial, sino que se aproximan a la población e intentan comprenderla desde sus necesidades y su vida diaria, a través de metodologías cualitativas de otras disciplinas.
Además, hoy se vislumbra la silueta de un nuevo sujeto a quien podemos dirigirnos; alguien que no sólo quiere estar informado, sino que pide que se le atienda como informante, como quien va a llevar la información a otros. Al igual que la figura mítica de Jano, el personaje con dos rostros que miran hacia el pasado y al futuro, éste que podríamos definir (tentativamente) como otro usuario potencial mira en dos direcciones, como si fuera un personaje jánico, por lo que urge estudiarlo y conceptuarlo de manera que podamos atender sus requerimientos.
Notamos entonces que el tema del usuario rebasa el mero significado que le hemos dado a esta palabra, por lo que debemos preguntarnos sobre quién será el nuevo personaje que tomaremos como leit motiv de nuestro quehacer. Esto viene a ser un asunto que dejaremos pendiente, para continuar abordándolo en otra ocasión.
Bibliografía
Endean Gamboa, R. (1992). Los Hilos de la trenza. Trabajo presentado en la XX Jornadas Mexicanas de Biblioteconomía, Noviembre 1989, Saltillo, Coah.
Endean Gamboa, R. (1994). El Usuario en la bibliotecología: El Caso de la educación de usuarios en México. Tesis de Licenciatura no publicada, ENBA.