miércoles, 24 de octubre de 2012

48. LA INFOPOBREZA

Hace tres años, en la entrega 4, comentamos algunos conceptos de infopobreza y nos preguntamos si había un sentido definido o meramente una moda tras el interés que suscitaba esta idea. En particular, nos  enfocamos someramente en la relación de la información con el sujeto pobre.
Una definición de infopobreza que nos pareció entonces interesante fue la proporcionada por el Instituto de Infopobreza del Colegio de Educación Continua de la Universidad de Oklahoma. Esa definición indica que con ese término se designa la falta de acceso a información básica que empoderaría a los individuos y las comunidades para que mejoraran sus circunstancias.
Luego encontramos que esta definición es compartida por Bellvis (2004), y con el tiempo notamos que en su redacción nos motivaba algunas interrogantes:
  • ¿Cómo es la falta de acceso a la información básica?
  • ¿Qué es la información básica y quién la define?
  • ¿Cómo empoderaría a los individuos y las comunidades?
  • ¿Cuáles circunstancias podrían mejorar con esa información básica?
Buscando las respuestas a estas preguntas, así como a las otras que planteamos en la referida entrega, pudimos conocer otras nociones de la infopobreza, que son las siguientes:
  • Falta de capacidad para identificar y analizar la información para utilizarla en las sociedades orientadas al mercado y así no ser excluido (Bellvis, 2004).
  • Percepción de una carencia de recursos de información que hablen de la visión propia del mundo (Chatman, 1996, citado por Lingel, 2012)).
  • Suspicacia de la información de los forasteros (Chatman, 1996, citado por Lingel, 2012).
  • Decepción de mantener un sentido de control en la vida diaria (Chatman, 1996, citado por Lingel, 2012).
  • Conjunto de dificultades para obtener información acerca de prácticas estigmatizadas, así como las normas comunitarias para compartir o no compartir esta información (Lingel, 2012).
  • Mundos de información de los grupos marginados (Lingel, 2012).
  • Problemas de información que se presentan a raíz de fallas o tensiones sociales, culturales y de intereses políticos, por lo que se produce la desalfabetización (Saldaña y Yamid, 2011).
  • Aparece como consecuencia de cambios en los proyectos educativos y pedagógicos, como también de desigualdades y luchas sociales que buscan el poder y la dominación (Saldaña y Yamid, 2011).
  • No participación de un discurso dominante excluyente basado en la saturación de información invasiva del sujeto (Saldaña y Yamid, 2011).
Lo primero que llamó nuestra atención fue que la infopobreza es un concepto ligado tenazmente al desarrollo de la sociedad capitalista, particularmente en su veta de capitalismo cognitivo, o sea, que está destinado a servir para crear el llamado capital intelectual de la sociedad.
Como subsidiaria a esta determinación y sentido que adquiere como parte del funcionamiento del mercado en la sociedad capitalista, la infopobreza es llevada a varios países como apéndice del concepto de “brecha digital”, de modo que se establece como un mandato universal que las sociedades se transformen en consumidoras de tecnología para su propio beneficio.
Siguiendo esta línea de reflexiones, y con más preguntas que respuestas, llegamos a concebir el modelo del sistema de infopobreza que se muestra en el siguiente gráfico, en donde podemos ver que hay dos factores que son determinantes en los individuos (incapacidad y conformidad) y tres factores de su entorno socio-cultural (la circulación de las comunicaciones, la alienación y la exclusión).
Este es un modelo negativo y cada uno de sus factores es un nodo que interactúa con los otros. Asimismo, cada factor reúne condiciones de la infopobreza que igual interactúan entre sí con un fin: Reproducir el sistema de la infopobreza.
Podríamos preguntarnos a quién sirve el sistema de la infopobreza que aquí mostramos, o si su mantenimiento responde a una suerte de entropía en la que debe terminar cualquier esfuerzo que realicemos para mejorar en materia de información. No faltará quien asegure que la finalidad del sistema de infopobreza es servir para el mantenimiento del poder y la dominación por parte de los capitalistas multinacionales. De cierto, este sistema existe para reproducirse a sí mismo, lo cual apunta a una historicidad y una dinámica cuyo funcionamiento está por conocerse.
Las bibliotecas estarían instaladas en este modelo como parte de la infoestructura, misma que es propensa a la exclusión por incompetencias o carencias. Dicho en otras palabras, podría ser que las bibliotecas se impusieran a la conformidad (o conformismo) de los individuos (quizá sus usuarios potenciales o usuarios) utilizando comunicaciones alienantes y provocando la confusión y la ignorancia. Esto lo pueden hacer las bibliotecas a través de las siguientes maneras de exclusión:
  1. Cuando no pretenden cambiar al sujeto para hacerlo alguien mejor y más capaz, sino que sólo promueven su conformidad.
  2. Cuando se limitan a adquirir y difundir las comunicaciones que circulan en el mercado.
  3. Cuando provocan la ignorancia del sujeto al no impulsar medios de acceso eficientes y efectivos a la información.
Se podría objetar que las bibliotecas hacen muchas cosas para los usuarios, e indicar por ejemplo la alfabetización informacional (ALFIN) como impugnación a la primera forma de exclusión. No obstante, las metas de acceso, evaluación y uso de la información que se propone la ALFIN se ven condicionadas por lo que indica la segunda forma de exclusión, además de que en sus planteamientos ha dejado fuera la práctica de la lectura por considerarla complementaria. De este modo, a través de la ALFIN las bibliotecas ayudan a los sujetos a aprender a usar determinadas estrategias y herramientas para poder actuar en el mundo de las comunicaciones que circulan en el mercado, pero dejando como un supuesto la capacidad lectora de esos mismos sujetos. ¿Qué puede resultar de todo esto entonces? La respuesta es que se reproduce el sistema de la infopobreza.
Sobre la tercera forma de exclusión, puede haber también reparos; por ejemplo, se pueden listar los instrumentos de acceso que tienen disponibles las bibliotecas para sus usuarios, como los catálogos, los índices, las bases de datos y otras elaboraciones similares. Empero, existen algunas evaluaciones de estos instrumentos que muestran una abrumadora mayoría de usuarios que busca información, no documentos. Sin embargo, la forma como están hechos los catálogos, los índices y las demás elaboraciones bibliotecarias realizadas más bien sirve para la búsqueda y recuperación de los recursos documentales, no para buscar la información –aunque algunos exalten la aproximación a la relevancia-, de modo que al final estos mismos instrumentos son percibidos como una barrera al acceso. ¿Por qué no han cambiado estos medios para hacer más eficiente y efectivo el acceso? Porque sirven para reproducir el sistema de la infopobreza.
No se piense que la biblioteca y los bibliotecarios quedan refundidos en la infoestructura, sino que participan y se manifestan con todas las condiciones del entorno socio-cultural, al mismo tiempo que los bibliotecarios pueden ser ejemplos de las condiciones individuales de este modelo.
Hemos notado que este prototipo del sistema es capaz de explicar muchas situaciones que vivimos en nuestros días, tales como la convergencia tecnológica, la brecha digital, Wikileaks, el ACTA, la creciente enajenación informativa de los estadounidenses, etc. De igual forma, con sorpresa notamos que la Iniciativa de Archivos Abiertos, las nociones de calidad de la información y de la información basada en la evidencia, así como el concepto de datos enlazados se basan en modelos positivos que ni remotamente se ocuparían de los temas que podemos abordar con el modelo de la infopobreza.
Son muchas las preguntas que se desprenden de este abordaje de la infopobreza, pues no deja de ser un problema complejo lo que se representa en este modelo. Por principio, tendríamos que estudiar más las nociones sobre la biblioteca que están manifestadas, y comprender con su ayuda por qué esta institución es lo que es y está como está. Precisamente, por la riqueza de asuntos y problemas que afloran en este caso, volveremos a considerar la infopobreza en otra ocasión.

Bibliografía

Bellvis, L. (2004). Basic income, information society and the info-poors. Paper for the Basic Income European Network 10th Congress, Barcelona, 19-20 September. Localizado: 22 oct. 2012. En: http://basicincome.org/bien/pdf/2004Bellvis.pdf.
Infopoverty Institute. (2005). Localizado: 24 mayo 2009. En: http://infopoverty.ou.edu.
Lingel, J. (2012). Keep it secret, keep it safe: Information poverty, information norms and stigma. Localizado: 22 oct. 2012. En: http://www.danah.org/papers/2012/EBM-InfoPoverty.pdf.
Saldaña Salazar, M., Yamid Pacazuca, E. (2011). ¿Qué es y porque se produce la infopobreza?. Foroactivo.com: Taller tecnologías. Localizado: 24 oct. 2012. En: http://tecnopolis.foro-colombia.net/t10-que-es-y-porque-se-produce-la-infopobreza-como-se-entiende-la-alfabetizacion-y-quienes-pueden-alfabetizarse-como-analiza-su-alfabetizacion-en-cuanto-a-las-tecnologias-como-analizan-esta-situacion-en-el-contexto-colombiano-que-implicaciones-ti.

lunes, 15 de octubre de 2012

47. LA BIBLIOTECA 2.0 Y EL CATÁLOGO SOCIAL

Este sábado tuve la oportunidad de escuchar la conferencia que presentaron Alicia García de León y Gabriela Piñeyro Bascou en las Jornadas Virtuales Iberoamericanas de Ciencias de la Información y la Documentación, misma que trató sobre la historia y los retos que tiene el catálogo, con especial interés en el rumbo que ha tomado por el enfoque Biblioteca 2.0.
Las autoras hicieron un repaso histórico del registro catalográfico en las bibliotecas, para arribar al enfoque Biblioteca 2.0 y enfatizar sus bondades para establecer un diálogo con los usuarios. Toda su exposición se limitó a tratar sobre las interfaces históricas, o sea, a indicar que el catálogo ha tenido forma de listados, de libro, de cajones con tarjetas en modalidad diccionario, hasta llegar a los catálogos automatizados para referirse al final de su charla a lo que ellas entienden como el desafío actual del catálogo en el entorno del enfoque Biblioteca 2.0, que no es otra cosa que pensar cuál debe ser la nueva interfaz que deberá utilizarse en el catálogo a partir de las nociones que plantea este enfoque.
Notemos que en la antigüedad los listados de volúmenes tenían el propósito de ser inventarios del haber en los repositorios, por lo que estos registros sirvieron primero para dos funciones:
  • Control de las unidades materiales que se tenían reunidas y resguardadas para servir a un fin determinado.
  • Medio de acceso para la búsqueda y recuperación de esas unidades materiales a través de los componentes de la descripción y/o por la instalación de algunos puntos de acceso.
Es de notar además que estos listados no siempre se consideraron necesarios, sino que debía darse al menos alguna de las siguientes circunstancias para motivar su realización:
  1. El tamaño de la colección.
  2. La diversidad de autores y temas.
  3. Las características del espacio que albergaba el repositorio.
  4. La naturaleza de las necesidades de información que debía atender la colección.
  5. Los requerimientos de llevar un control de las unidades materiales.
En la elaboración de esos listados confluían tecnologías (soportes, utensilios y fijadores de la escritura), aprendizajes (escritura y lectura) y la circunstancia que motivaba su realización (un requerimiento o una orden).
Con la clasificación de las colecciones, se definió a su vez una nueva función para el registro:
  • Vincular los elementos de la colección por una característica común: Un autor, una filiación, una medida de tamaño, un tema, un uso, etc.
De esta manera, la clasificación debía servir para dos fines: Discriminar las unidades materiales por la característica común elegida, así como distinguir y ubicar cada unidad material dentro del repositorio.
Llegados a este punto, tenemos que el registro-catálogo de la biblioteca debía atender requerimientos de control, de acceso y de vinculación. La historia de las interfases del registro-catálogo es una muestra de que fue creado para servir a estos tres requerimientos. De esta manera, si se presentaban las circunstancias para hacer el listado, el catálogo o alguna de sus otras formas -y éste se hacía-, era para controlar la colección, permitir la búsqueda y recuperación de la misma, y/o para vincular por alguna característica sus componentes. Estos tres requerimientos siguen siendo atendidos hasta hoy en los catálogos automatizados y en aquellos que fueron publicados y se encuentran disponibles en la Internet.
¿Qué ocurre cuando nos planteamos el requerimiento de la socialización participativa del registro? Esto es, que tal como dijeron ayer las conferencistas se establezca un diálogo con los usuarios a través del catálogo, o sea, convertirlo en lo que se llama un “catálogo social”.
Margaix Arnal (2007) define la Biblioteca 2.0 como “la aplicación de las tecnologías y la filosofía de la web 2.0 a las colecciones y los servicios bibliotecarios, tanto en un entorno virtual como real (p. 102)”.
Esquema de la Biblioteca 2.0
Según este autor (p. 96), los principios del enfoque web 2.0 –que es el sustento del enfoque Biblioteca 2.0- son los de “compartir, reutilizar, mejora continua, consideración del usuario como fuente de información, confianza, aprovechamiento de la inteligencia colectiva, etc.”. A esto agrega que “se ha pasado de hablar de.. [los usuarios] como consumidores de información a tratarlos en términos de carácter participativo en la elaboración y gestión de los contenidos (p. 100)”.
Algunos de los ejemplos que nos plantea Margaix Arnal para darnos una idea de lo que podría ser la Biblioteca 2.0 son YouTube, Flickr y Amazon, en donde las personas pueden opinar, etiquetar y compartir, entre otras acciones que se tienen previstas.
Es de notar que con anterioridad, en la entrada 16, habíamos tratado sobre el registro documental, y en la entrada 17 sobre la interfaz. Anotamos en la primera el problema de si el registro debe enfocarse en el documento o en los requerimientos del usuario, por lo que a primera vista pareciera que el catálogo social sería la solución que resolvería este asunto; pero no es así, pues lo que se propone es que el registro se siga enfocando en el documento, y que el usuario lo comparta, lo reutilice o lo mejore. Esto, por obvias razones, es confiar demasiado en que los usuarios actúen conforme se espera y, sobre todo, que lo hagan ajustados al mito del buen usuario que es tan común entre los bibliotecarios y que he referido en la entrada 15.
Asoman varios problemas que planteo ahora en forma de preguntas:
  • ¿Es legítimo el requerimiento de socializar de manera participativa el catálogo? ¿Por qué? ¿Para qué?
  • En caso de asumir el carácter social del catálogo, ¿el catalogador debe revisar las aportaciones de los usuarios? ¿Validarlas e incorporarlas al registro? ¿Quizá corregirlas? ¿Emprender cambios en su propio trabajo?
  • ¿Cómo se debe considerar la calidad de la información en el catálogo social? ¿Cómo prevenir y evitar los contenidos que sean basura?
  • ¿El catálogo social debe registrar documentos o información? ¿Quizá ambos?
  • ¿Cómo se debe considerar el modelo del espacio común de información (information commons, en inglés) en el catálogo social?
  • ¿Cómo se debe considerar el modelo FRBR en el catálogo social?
Estas son preguntas que no puede resolver la mera consideración de la interfaz –aunque deberían tomarse en cuenta para su diseño-, sino que necesitan una reflexión de nuestra parte sobre si se está atendiendo un requerimiento o si sólo se trata de una moda con sus propios mitos.
Desde el último tercio del siglo XIX, los bibliotecarios sabemos que para que algo funcione con los usuarios debemos decidir y actuar en materia de instrumentación (en particular sobre la reglamentación), promoción y formación de los usuarios. Si alguno de estos tres faltara, seguramente fracasaría lo que emprendiéramos.
Socializar no es una mala idea, pero precisamos saber para qué queremos hacerlo, y no sólo dejarnos arrastrar por una moda y darles carta de naturalidad a sus mitos. Sin embargo, el problema es complejo porque abundan los creyentes del enfoque Biblioteca 2.0 que están dispuestos a impulsar el concepto a pesar de cualquier crítica y con un futurismo que raya lo mesiánico. Se trata de un problema donde las interacciones están motivadas por múltiples intereses, deseos de notoriedad, espíritu de competencia mercantil y un toque de novedad. Es un problema actual y deberemos seguir considerándolo en nuestras futuras reflexiones.

Bibliografía

Margaix Arnal, D. (2007). Conceptos de web 2.0 y biblioteca 2.0: Origen, definiciones y retos para las bibliotecas actuales. El profesional de la información, 16(2), pp. 95-106.

sábado, 6 de octubre de 2012

46. LA CALIDAD Y LA DEMANDA EN LA BIBLIOTECA


A partir de la crisis económica de los años 80, las bibliotecas aceleraron el ensayo y la adopción de nuevas formas de administración para tratar de resolver sus problemas de organización, para racionalizar sus gastos, para aumentar su productividad y para mejorar la calidad de sus recursos y servicios.
Algunos señalamientos a las bibliotecas fueron ganando notoriedad en este tiempo, pues las organizaciones de adscripción se volvieron cada vez más exigentes de estadísticas e indicadores cuantitativos que les dieran certidumbre sobre el ejercicio del gasto que hacían, su utilidad, el uso de los recursos y sobre la cantidad de usuarios que se servían de las bibliotecas.
A partir de estas urgencias que debieron atender, se comenzó a manifestar un cambio en la concepción misma de las bibliotecas, pues paulatinamente se adoptó un lenguaje gerencial en su administración. De esta manera, conceptos referentes a los distintos tipos de objetivos, o la misión y la visión, arribaron a las bibliotecas, respectivamente, con los enfoques de la administración por objetivos o con la planeación estratégica.
Las metas, los indicadores y las modalidades presupuestales que se les asocian también sirvieron para acelerar la automatización de los procesos y servicios, pues el lenguaje y los conceptos correspondientes eran los mismos. La mentalidad de los bibliotecarios también empezó a cambiar, pues debían ser eficaces en sus resultados y, si además eran eficientes, podían recibir incentivos y/o apoyos.
La fiscalización, la supervisión, la auditoría y la evaluación también han ido ganando terreno, aunque a un paso más lento y siempre como imposiciones verticales desde arriba. Esto generalmente ocurre así porque en nuestra cultura la vigilancia no se percibe en positivo, sino que aún existe una manifiesta culpabilización que generalmente conlleva a reprimendas para quienes resultan señalados por incurrir en fallas o desviaciones de las normas.
Un tema harto debatible en las bibliotecas es la vieja discusión que trata sobre el balance entre la calidad y la demanda. Así, antes se decía que las bibliotecas eran responsables de dar lo mejor a los usuarios, tanto en sus recursos como en sus servicios. En este sentido, la opinión del usuario se podía considerar, pero siempre que fuera calificada como opinión autorizada o de determinada calidad, generalmente por provenir de alguien notable.
Lo que demandaba el común de los usuarios pasaba a segundo término, pues ellos no sabían lo que les convenía, sino que los bibliotecarios estaban para guiarles. Incluso en la noción del “bibliotecario de servicio” que propuso Shera (como opuesto al “bibliotecario erudito”) encontramos esta idea de la superioridad del juicio del bibliotecario que busca la calidad en la biblioteca con respecto a las demandas de los usuarios.
No obstante, desde hace casi tres lustros se ha ido posicionando el enfoque administrativo mercantilista, mismo que ha impactado las organizaciones y sus bibliotecas impulsando las ideas sobre la preeminencia que se debe dar al usuario al tomar las decisiones y al emprender cualquier tipo de acción. De este modo, el eslogan de que “el cliente tiene la razón” se ha extendido a las bibliotecas en formas que incluyen la confusión, el laissez-faire e incluso la simulación más descarada.
Presos de la desesperación por subirnos al carro de lo clientelar, hemos arribado a la alteración de las estadísticas de asistencia, al estrés causado por la preocupación debido a que no van los usuarios a la biblioteca, a la imposición de la alfabetización informacional como un tour de force que nos permita reportar algo, a la cada vez mayor simplificación de los reglamentos, a la falta de argumentos para decidir incluso muchas de las cosas más simples,… también hemos llegado al inmovilismo, a la parálisis y al embotamiento.
Los bibliotecarios no quieren cambiar, pero deben cambiar en la forma como perciben y tratan a los usuarios, no sólo dejarlos hacer, no sólo quedarse callados cuando alguien dice un sinsentido o un error. Se requiere retomar el debate sobre el balance entre la calidad de la biblioteca y las demandas de los usuarios, de las autoridades o de los gurús de la gestión. Hay bibliotecarios que han logrado jugar con este balance, por lo que se precisa saber cómo lo hacen.
Todo esto apunta a un problema complejo que involucra a la biblioteca –la actual y la histórica-, a los bibliotecarios, a las organizaciones de adscripción y a las ideologías que circulan dentro y fuera de las bibliotecas. Es un problema apasionante, y por eso lo volveremos a considerar.