lunes, 12 de abril de 2010

15. ¿DÓNDE ESTÁ EL USUARIO?

Hace varios años, en cierto boletín de la biblioteca de una universidad encontré una nota donde se clasificaba a los usuarios por sus conductas más indeseables ante los ojos de los bibliotecarios. El artículo se me antojó curioso porque parecía ir a contracorriente de todos los discursos bibliotecarios en los que se exalta al usuario como la “razón de ser de la biblioteca” o el “fin último al que se enfilan los servicios”.
Años después, estaba de visita en una biblioteca y me tocó ser testigo del maltrato de un jefe de servicios a un usuario. Lo más singular fue que al reportar la situación a la jefa de la biblioteca, que era amiga mía y me había invitado a conocer la institución, se generó un evento desagradable por el que acabó la amistad y quedé señalado como indeseable en ese lugar.
Más tarde, escribí un trabajo para aclararme la distinción entre los conceptos que designamos como “usuario”, “usuario potencial” y “no usuario” (Endean Gamboa, 1992), lo que me permitió darme cuenta de que quien define y aplica estos nombres a las personas es el bibliotecario. De esta manera, advertí los siguientes conceptos:
Usuario potencial: Es aquel para quien el bibliotecario prepara y deja disponibles los recursos y servicios de la biblioteca, aunque puede ocurrir que nunca asista a ella, quizá porque encuentra barreras en el acceso.
Usuario: Es aquel usuario potencial que logra librar las barreras del acceso y sí asiste a la biblioteca.
No Usuario: Es la persona que no está considerada como usuario potencial.
De esta manera, la definición del usuario potencial debe ser crucial para cualquier biblioteca, y el uso de este nombre para designar a un cierto público es responsabilidad del bibliotecario. Cuando se reporta que una biblioteca tiene usuarios internos y externos, debemos darnos cuenta que antes hubo un bibliotecario que definió ambos grupos como sus usuarios potenciales, agregando el distintivo de “internos” a los propios de su organización, y “externos” a los ajenos a esta adscripción.
Tiempo después tuve la oportunidad de hacer un recuento de los otros nombres que se han dado en español al usuario de las bibliotecas: Se le ha llamado “lector”, “usuario”, “prestatario”, “patrono”, “benefactor” y “cliente”. Esto me permitió comprender que la palabra “usuario” sólo manifiesta un enfoque referido a alguien visto como quien usa un servicio bibliotecario. Es así que cuando salimos del ámbito de la biblioteca debemos poder llamar a las personas de otro modo, y no sólo verlas como usuarios potenciales o no usuarios, pues este es un planteamiento conceptual muy pobre y poco operativo.
Quería saber más y dediqué mi tema de tesis de licenciatura a estudiar la definición del usuario que se venía utilizando en la educación de usuarios en México (Endean Gamboa, 1994), y para mi sorpresa encontré que los autores considerados no tuvieron un referente real del usuario ni una idea clara sobre él, sino que recurrieron a lo que otros dijeron sobre el usuario antes que a su propia experiencia, y lo describieron de manera incompleta, a veces confusa e incoherente.
Más tarde, en la maestría en bibliotecología tuve la fortuna de que Estela Morales Campos me indicara una distinción entre el usuario de la información y el usuario de la biblioteca, pues luego de reflexionar sobre esta situación me di cuenta de que se trataba de una entelequia, ya que todos estamos de algún modo usando la información las 24 horas del día durante toda nuestra vida, sin necesidad de estar adscritos a un servicio y que se nos considere usuarios del mismo. De esta forma, sólo parece existir para los bibliotecarios el usuario de la biblioteca.
Las aseveraciones anteriores no afirman que no tengamos una noción de las personas, y en particular de aquellos a quienes nombramos “usuarios”. Es más bien que las ideas que tenemos pueden no ser adecuadas, o bien tratarse de que estemos simplificando las cosas y negándonos a ver, aunque sea parcialmente, la complejidad del conocer a las personas.
Las cosas parecen ser más fáciles para nosotros cuando alguien más nos define con claridad quién es nuestro usuario potencial, como ocurre a veces con las poblaciones de las escuelas, las universidades, los centros de investigación y otras instituciones que manejan la adscripción de forma definida. En ocasiones, se amplía el concepto de usuario potencial para admitir a personas ajenas a nuestra organización, como indicamos antes. Sin embargo, en servicios para todo el público, o cuando el público al que debemos enfilar nuestras metas no está delimitado, la cuestión resulta más difícil, pues cualquiera puede ser usuario potencial. Esta indefinición impacta los otros dos conceptos, de usuario y no-usuario, volviéndolos más confusos.
A manera de ejemplo, cuando fui jefe del servicio de consulta (en algunas partes se le llama “de referencia”) de la Hemeroteca Nacional, me di cuenta desde el primer día que tenía un equipo de bibliotecarios empíricos muy valioso y dedicado, y que teníamos un público muy heterogéneo para atender, lo cual se percibía como un problema. Por este motivo, nos reunimos a analizar la situación y concluimos que debíamos pensar en nuestro servicio como abierto para todo tipo de personas, además de que debía poder realizarse sin contratiempos, para lo cual adoptamos unas pocas reglas, que son las siguientes:
1) Está prohibido decir “no” al usuario.
2) Se debe entrevistar al usuario para saber qué requiere, empezando con preguntas abiertas y terminando con preguntas cerradas de verificación.
3) Sólo en último caso, o en situaciones excepcionales, se puede preguntar al usuario “para qué requiere…”.
4) Si algún bibliotecario no entiende lo que requiere el usuario, debe entretenerlo en una búsqueda o con un texto, mientras va a pedir ayuda a otro bibliotecario.
5) Si se sabe que la institución no tiene lo que requiere el usuario, se le debe canalizar a otra organización que con seguridad lo pueda atender.
Con este acuerdo se resolvieron muchas situaciones del servicio y se logró que fluyera la atención a los usuarios sin cortapisas. En varias ocasiones fui yo el bibliotecario que acudió en ayuda de un compañero de trabajo, cuando no entendía el requerimiento de alguien. Y es que muchas veces los usuarios no planteaban bien sus preguntas, y en ocasiones se encerraban en retóricas repetitivas, o también se daban casos de estudiantes que llegaban con un apunte para hacer un trabajo escolar que no comprendían. Asimismo, hubo situaciones singulares de pasantes de algunas carreras que llegaron a pedir sugerencias de temas para sus tesis, e incluso una vez fue un investigador a solicitar que le recomendáramos un problema de investigación.
He leído muchos estudios de usuarios, y en cierta ocasión encontré un pensamiento que indica que toda la sabiduría del mundo se encierra en conocer a otra persona. No recuerdo de quien es este concepto, pero rozó muy de cerca mi interés en este tema, por lo que más tarde comprendí que el asunto del usuario es sumamente sensible para nosotros los bibliotecarios, y que aunque ni las moscas se asomen a nuestras bibliotecas, seguiremos canturreando que los usuarios son la razón de ser de nuestra profesión.
Pero, ¿dónde y cuándo se originó esta alienación en que vivimos los bibliotecarios? ¿Con base en qué definimos a nuestro usuario potencial? ¿Cómo nos involucramos en poner o mantener barreras al acceso en nuestras bibliotecas? ¿Cómo debemos definir y llamar a quienes no asisten a las bibliotecas?
Conozco bibliotecarios que trabajan fuera de las instituciones, y que no se extravían en las nociones limitativas anteriores que sólo apuntan hacia el usuario potencial, sino que se aproximan a la población e intentan comprenderla desde sus necesidades y su vida diaria, a través de metodologías cualitativas de otras disciplinas.
Además, hoy se vislumbra la silueta de un nuevo sujeto a quien podemos dirigirnos; alguien que no sólo quiere estar informado, sino que pide que se le atienda como informante, como quien va a llevar la información a otros. Al igual que la figura mítica de Jano, el personaje con dos rostros que miran hacia el pasado y al futuro, éste que podríamos definir (tentativamente) como otro usuario potencial mira en dos direcciones, como si fuera un personaje jánico, por lo que urge estudiarlo y conceptuarlo de manera que podamos atender sus requerimientos.
Notamos entonces que el tema del usuario rebasa el mero significado que le hemos dado a esta palabra, por lo que debemos preguntarnos sobre quién será el nuevo personaje que tomaremos como leit motiv de nuestro quehacer. Esto viene a ser un asunto que dejaremos pendiente, para continuar abordándolo en otra ocasión.

Bibliografía
Endean Gamboa, R. (1992). Los Hilos de la trenza. Trabajo presentado en la XX Jornadas Mexicanas de Biblioteconomía, Noviembre 1989, Saltillo, Coah.
Endean Gamboa, R. (1994). El Usuario en la bibliotecología: El Caso de la educación de usuarios en México. Tesis de Licenciatura no publicada, ENBA.

miércoles, 7 de abril de 2010

14. SOBRE EL ACCESO A LA INFORMACIÓN

Ahora me encuentro impartiendo una clase en la Maestría en Derecho a la Información y estoy muy comprometido en la reflexión, junto con mis alumnos, sobre conceptos que ellos manejan y nombran como “acceso” y “transparencia”. El primer término designa para los abogados un concepto que contiene varias ideas que en bibliotecología llamaríamos “disponibilidad”, “visibilidad” y “acceso”. En este sentido, los abogados y los bibliotecarios sabemos que no todo lo disponible está visible, ni todo lo disponible y visible es accesible.
El otro término -la transparencia- remite a ciertas prácticas y disposiciones de la disponibilidad y la visibilidad, aunque de suyo es un concepto muy general y no exactamente claro, por lo que no tiene un equivalente en la bibliotecología. De esta manera, el “transparentar datos” es una acción considerada clave dentro de un gobierno democrático, aunque la entendamos como subir y poner ciertos archivos en un sitio de la organización en la red, o como establecer una ventanilla de recepción y distribución de solicitudes de información y para dar las respuestas.
En la noción que manejan los abogados, el acceso a la información puede problematizarse con mucha facilidad, pues basta hablar de un obstáculo a la disponibilidad, la visibilidad o el acceso para estar ante un problema. Sin embargo, un rápido vistazo a cualquier situación problema como las indicadas muestra que es más compleja de lo que parece a primera vista. Pensemos para ello en dos ideas asociadas a esto que estamos mencionando: Censura y secrecía.
La RAE define la primera como “el dictamen y juicio que se hace o da acerca de una obra o escrito”, y que por desplazamientos de sentido se extiende para aplicarse también a algo, a una situación, o más específicamente a un delito o a algo nocivo. Quien aplica la censura puede ser un censor gubernativo o eclesiástico, aunque también se refiere -RAE dixit- a la vigilancia del yo y el superyó al ello. En esta definición podemos entender la censura como la mera acción de juzgar, pero históricamente sabemos que va más allá de esta acción, lo cual resulta claro en unas palabras de la séptima acepción en este mismo diccionario: “Para impedir el acceso a”. De esta manera, tenemos dos acciones consecutivas, juzgar e impedir el acceso, que caracterizan la censura.
El término “secrecía” no aparece en el diccionario de la RAE, pues es un neologismo del inglés “secrecy” que se usa en México y empieza a expandirse en el terreno legal y de los abogados de todo Iberoamérica. No es equivalente a “secretismo”, que sí consigna la RAE, y la principal diferencia estriba en que éste es el “modo de actuar en secreto con respecto a asuntos que debieran manifestarse”, en tanto que la secrecía corresponde a algo que debe mantenerse en secreto por alguna razón. En este sentido, la secrecía se aproxima a la confidencia, a lo confidencial que caracteriza el manejo de los datos personales, la seguridad nacional, el servicio postal, los secretos industriales, etc.* La secrecía, el secretismo y la censura existen y están fuertemente arraigados en nuestras culturas, como parte del control que se ejerce en las sociedades.
Podemos no estar de acuerdo con lo que en la práctica traducen estos conceptos, pero son parte de mecanismos que sirven para el funcionamiento del sistema social, o que sirvieron en algún momento y con el paso del tiempo pueden parecer/ser anacrónicos. De esta manera, notamos que en el pasado la censura sirvió para marcar el camino de la información permitida y deseable para el buen gobierno, el progreso social, el desarrollo razonado, y otros varios conceptos para los que operó, a veces abiertamente y frecuentemente en la sombra.
Sin embargo, las tres nociones se convierten en oro puro en las manos de un ideólogo, de un demagogo y, por desgracia, de cualquier charlatán manipulador de las mentes simples que tienden a pensar sólo en términos concretos.
Las bibliotecas viven inmersas y son parte de las sociedades que las crean, mantienen y desarrollan, y una consigna internacional que nos guía a los bibliotecarios es el acceso a la información sin barreras. Sin embargo, Dervin identificó hace años cinco categorías del acceso a la información, que pueden verse afectadas por barreras que impongan, o les impongan a los bibliotecarios, o bien que éstos omitan, y que son las siguientes: (Lancaster, 1983, p. 365):
1. Accesibilidad social: Se pueden poner barreras, por ejemplo, cuando no se perciben, o no interesan o no se aceptan algunas necesidades de los usuarios o clientes, a veces por preconcepciones o prejuicios, y por ende no se asignan recursos ni se establecen servicios para atenderlas. Un ejemplo es cuando se decide que los jóvenes, considerados usuarios potenciales de la biblioteca, no necesitan información sobre sexualidad y salud reproductiva, o que no deben poder jugar videojuegos o ver películas en la biblioteca.
2. Accesibilidad institucional: Este tipo de acceso se da por las previsiones que hacen las instituciones para hacer disponible, visible y accesible la información. No obstante, cuando se determina que ciertos recursos no pueden usarse más que con ciertas limitaciones, y esto se fundamenta por carencias presupuestales, reglamentos, disposiciones de las organizaciones, o por usos y costumbres de la institución, estamos ante una barrera de este tipo. Un ejemplo es la negativa a permitir que los usuarios lleven los diccionarios en préstamo externo, o cuando no se dispone de un número adecuado de computadoras para satisfacer la demanda.
3. Accesibilidad física: Consiste en las acciones que podamos llevar a cabo para facilitar el tránsito de los usuarios o los clientes hacia/en la información. En los últimos años, se habla mucho de las barreras físicas para las personas con discapacidad, sobre todo para quienes caminan con muletas o en silla de ruedas, y también respecto a los ciegos y débiles visuales. Sin embargo, también las personas que no tienen alguna discapacidad pueden verse impedidas: Por ejemplo, las personas de baja estatura para alcanzar los anaqueles altos, o cuando se distribuye de maneras caprichosas el acervo en la estantería, o cuando se adquieren documentos con letra muy pequeña o en papel muy delgado, etc.
4. Accesibilidad psicológica: Dervin entiende que esta forma de accesibilidad tiene que ver con las competencias y habilidades de los individuos para identificar sus necesidades de información; para estar dispuestos a, y poder expresarlas en forma de demandas o preguntas; para utilizar las herramientas de búsqueda que proporciona la biblioteca; para localizar los documentos; así como para encontrar la información requerida. Hoy sabemos que se ha supuesto que el usuario o cliente tiene estas características, por lo que se busca trabajar formando o desarrollando sus competencias informativas e informáticas, de manera que él pueda estar a la altura de la organización bibliotecaria. De esta manera, a todas las otras barreras que hemos indicado se agrega ahora el conjunto de las barreras que pueden resultar de una mala planeación de la formación o desarrollo de esas competencias.
5. Accesibilidad intelectual: Esta categoría corresponde al uso, evaluación y asimilación de la información por parte del usuario o cliente, que la propia Dervin ubica como atribuible a esta persona y no a la biblioteca. La mera consideración de los problemas de lectura que existen en nuestros países es un indicativo de esta barrera, que está presente en todo momento dentro y fuera de la biblioteca.
¿Aplicamos censura, secrecía y secretismo en las bibliotecas? Por supuesto que si, pues la biblioteca y nosotros somos parte de la sociedad, además de que ejercemos estas nociones a veces como una manera de demarcar lo que sentimos propio del bibliotecario, esto es lo que no puede estar disponible para los no-bibliotecarios, o que no puede ser de otra manera en la biblioteca. A este conjunto de nociones y prácticas preferimos llamarles como lo hace Dervin con sus categorias, de una manera más acorde al universo de los discursos bibliotecarios. Para alguien ajeno, parecerá como si los bibliotecarios estuviéramos en la Fantasy Library, con un señor Roarke a cargo y junto a él un servicial Tatoo que cuando atisba empieza a gritar ¡El Usuario! ¡El Usuario! Todo para empezar una historia feliz de acceso a la información.
Como se aprecia, el problema del acceso es muy amplio y de gran interés para todos en el campo de la información, por lo que lo volveremos a abordar en otra ocasión.

* Sabemos bien que contra estas formas de secrecía existen el espionaje, la apertura de la correspondencia sin permiso de los destinatarios, la venta de bases de datos personales, etc. Una forma de legalizar la disponibilidad y el acceso para consultar información personal es la Ley Patriótica de Estados Unidos, que alegando seguridad nacional obliga a las bibliotecas a proporcionar información sobre los préstamos de documentos que hacen sus usuarios.

Bibliografía
Lancaster, F.W. (1983). Efecto de la accesibilidad física y la facilidad de utilización. En: Evaluación y medición de los servicios bibliotecarios. México: UNAM. 357-367.
Real Academia Española. (2001). Diccionario de la lengua española. 22a ed. Madrid: RAE. Recuperado: 7 abr. 2010. En: http://www.rae.es.

domingo, 4 de abril de 2010

13. ¿ES POSIBLE EL BIBLIOTECARIO CREATIVO?

Durante mis 30 años de ser bibliotecario, he tenido la oportunidad de conocer a colegas que han logrado impresionarme con los problemas que se han propuesto resolver, así como por las soluciones que han intentado. Cuando aún era estudiante, conocí a don Joaquín Fernández Baillet, quien era bibliotecario de una institución bancaria. Recuerdo la preocupación que sentía porque la clasificación decimal de Dewey pudiera simplificarse en su presentación a los usuarios, y que de esa manera fuera más fácil de usar para ellos. Él andaba obsesionado con una solución que se le había ocurrido, que consistía en utilizar un código de colores, que incluiría degradaciones de color para los temas más específicos. Es de notar que en esos años en las salas infantiles de las bibliotecas públicas se utilizaba un código de flores de colores para distinguir las diez clases principales de esta clasificación.
Impresiones parecidas me produjeron los problemas que identificaron Jorge Luis Nieves Saavedra (el usuario desconocido), Francisco Javier González Quiñones (la carencia de colecciones locales en las bibliotecas públicas), Federico Hernández Esparza (la desorganización de los acervos musicales) y Rosa María Fernández de Zamora (la falta de registro de los acervos antiguos), por nombrar algunos de los varios que he tenido la oportunidad de conocer y tratar. Sin embargo, aún me impresionan más los derroteros de las soluciones propuestas, pues no han pasado de fracasos, medianías o abandonos, que la mayoría de las veces siguieron rutas trazadas en el extranjero desarrollado, y venidas a tropicalizar en estas tierras, o se extraviaron en vértigos y críticas absurdas.
Todo esto me ha llevado a pensar sobre si es posible que los bibliotecarios seamos creativos. Este es un tema que ha interesado a los bibliotecarios iberoamericanos desde hace casi cinco lustros, como muestra Moriya de Freundorfer (1984), quien señaló que “el bibliotecario puede reflexionar e identificar problemas existentes en las distintas actividades de la biblioteca… y concebir ideas nuevas y originales, investigar y explorar las posibilidades que ofrecen y mejorar y solucionar los problemas” (p. 20). Sin embargo, esto parece más una creencia, junto con un llamado a investigar más sobre la materia.
Chávez Villa (1992) convocó a los bibliotecarios para que dejen de ser “personas que esperan a que los que están arriba tomen las decisiones” y se vuelvan “agentes de cambio”. Para ello, consideraba que entre todos los cambios en las bibliotecas se debe dar más importancia a los nuevos tipos de información y a los nuevos niveles de acceso (p. 158). En esto último coincide con Capó (1995), quien agregó que el bibliotecario debe dar primacía a la planeación, de acuerdo con situaciones específicas, reales y concretas, como agente del cambio (p. 63).
Esta última autora también se refirió a las barreras que encuentran los bibliotecarios para ser creativos: Escasez de posibilidades, carencia de apoyo, desengaño, chatura en el trabajo y, sobre todo, falta de motivación. Concluyó afirmando que “pareciera que en nuestro medio la capacidad de inventiva fuera muy discreta”, para luego aseverar la imperiosa necesidad de que el bibliotecario logre la autoridad moral para intentar un mayor apoyo institucional, a través de la calidad de su trabajo y del liderazgo en la defensa del derecho a la información (p. 64).
Para Villanueva (2006), la motivación es el motor impulsor de la creatividad profesional y ambas son proporcionales, lo que le llevó a asegurar que “siempre que los bibliotecólogos estén motivados, esto se reflejará en su entorno físico laboral de inmediato, provocándose un clima de ánimo y participación general” (pp. 25, 28). Sin embargo, la motivación tiene impedimentos en la profesión bibliotecológica, que según esta autora son los siguientes:
(a) No percibir las consecuencias y los resultados positivos de la labor bibliotecaria.
(b) Problemas del medio bibliotecario, debidos al poco aprecio por la profesión bibliotecológica, por el descuido en que se tiene el rol social del profesional, y por el encasillamiento al que se ve sometida la profesión.
(c) Percepción de que el trabajo es repetitivo y rutinario, así como tensiones acumuladas.
(d) No experimentar el aprendizaje en forma enriquecedora (pp. 26-27).
Estos problemas fueron condensados por Gonçalves y Silva (2009) en dos clases: Los problemas de clima organizacional y los de jerarquía. En el primer grupo encontramos la falta de motivación, la desconfianza, el miedo a equivocarse y a la crítica, y sobre todo el conformismo. Los principales problemas de trabajar en una estructura jerárquica, burocrática, inflexible y crítica son el fallo del flujo de la comunicación y la discriminación, a los que se asocian diversos prejuicios, por ejemplo al asumir como gastos lo que se invierte en los servicios. Proponen maneras para comenzar a fomentar la creatividad de los bibliotecarios en su lugar de trabajo, y también recomiendan que se haga más investigación en la materia (pp. 422-425).
Algunos de estos autores proponen abordar el asunto de la creatividad bibliotecaria desde la formación profesional, mientras otros mencionan su urgente atención en el espacio laboral, como una manera de enfrentar los cambios, emprender mejoras, o meramente garantizar la permanencia de la biblioteca. Cuando se promueve la creatividad en el sitio de trabajo, recomiendan involucrar a todo el personal, o sólo a los funcionarios, y en algunos casos escuchar a los usuarios.
Es interesante notar que cuando estos autores quieren ejemplificar casos de creatividad, se refieren a la contribución de Dewey, el mismo cuyo sistema de clasificación quería simplificar con colores para los usuarios don Joaquín Fernández Baillet. Y es que en los tiempos que corren parece que veremos el final de la historia de este sistema de clasificación, en caso de que cunda la situación que me platicó Camila Alire, la presidenta de la American Library Association (ALA), en las pasadas Jornadas Mexicanas de Biblioteconomía, realizadas el año pasado en Acapulco. En esa ocasión, ella me dijo sobre dos bibliotecas públicas de su país que retiraron la clasificación decimal de Dewey de sus colecciones, luego de preguntar a sus usuarios qué podían cambiar para que se sintieran mejor en sus instalaciones. En este sentido, podemos seguir considerando novedosa la solución dada por Dewey a un problema de distribución y organización del acervo, aunque al parecer ha resultado históricamente dolorosa para los usuarios de las bibliotecas, e incluso pudo haber fomentado que hubiera no-usuarios. ¿Cuántos ejemplos como éste tendremos con los demás componentes de nuestras bibliotecas? Quizá deberíamos aplicar estudios para conocer la satisfacción de nuestros usuarios, y no sólo si están conformes con lo que les ofrece la biblioteca. También podríamos aplicar los conceptos del análisis de dominio de Birger Hjørland.
Si algo podemos tener claro en nuestra revisión bibliográfica es que todos los autores apuestan a responder afirmativamente a la pregunta con la que iniciamos esta reflexión, aunque luego no saben si aseverar que es el bibliotecario mismo, o las organizaciones que lo forman o las que lo emplean las que imposibilitan que éste sea efectivamente creativo, por lo que concluyen pidiendo, desde hace 25 años, que se realice más investigación sobre este asunto. Sin embargo, parece que estamos en la rifa del tigre: A ver cómo se lo lleva a su casa y lo mantiene quien lo gane. Por lo pronto, debemos seguir abordando este tema que puede dar tanto a la materia de este blog.

Bibliografía
Capó, M.R. (1995). ¿Lo que falta es creatividad? Informatio: Revista de la Escuela de Bibliotecología y Ciencias Afines, 1(1), 63-65.
Chávez Villa, M. (1992). Creatividad: Reto para el bibliotecario. Trabajo presentado en las XXIII Jornadas Mexicanas de Biblioteconomía, Septiembre, Mérida, Yuc.
Gonçalves, P. de C., Silva, N.P. (Jul. 2009). A Criatividade nas unidades de informação. Revista ACB: Biblioteconomia em Santa Catarina, Florianópolis, 14(2), 407-428.
Moriya de Freundorfer, Y. (Mar. 1984). La creatividad en el bibliotecario. Boletín Sistema Nacional de Información Científica y Tecnológica, 3(2), 19-20.
Villanueva, L. (2006). Motivación y creatividad para la bibliotecología de hoy. Buenos Aires: Alfagrama.

jueves, 1 de abril de 2010

12. LA LECTURA

Hace unos días encontré en la librería el nuevo libro sobre lectura que acaba de publicar Juan Domingo Argüelles, y que ha titulado La Letra muerta. Este agradable descubrimiento me lleva a reflexionar que el tema de la lectura es en verdad apasionante por donde lo veamos. Su historia es, junto con la de la escritura, una parte importante del devenir del simbolismo gráfico que se dio en distintas culturas.
Su estudio y desarrollo contemporáneos apuntan a un concepto más amplio de lectura, que la extiende hacia la lectura de imágenes sonoras, de imágenes fijas y en movimiento, de gestos y movimientos de las personas, de objetos, del mundo, etc. También se estudia la lectura no lineal, las relaciones de la lectura con el cuerpo, las formas de lectura, y el acto de leer y las lecturas entre grupos sociales particulares.
El proceso de la lectura (o “el leer”) tiene el propósito de dar un beneficio a quien lo ejerce, pues el individuo pasa de identificar significados potenciales en algo a un uso para sus propios fines de los mensajes identificados en ese algo. De esta manea, el leer abarca las siguientes etapas:
1. La identificación de algo que potencialmente puede tener un significado.
2. La puesta de atención en ese algo.
3. El reconocimiento de algunos de los componentes del algo a través de su comparación con los elementos de un alfabeto.
4. La identificación de un mensaje en ese algo.
5. Los recorridos que pueden hacerse al/desde el mensaje.
6. La comprensión del mensaje luego de cada recorrido.
7. El uso de cada comprensión para fines específicos.
Notaremos que en el proceso hay tres subprocesos, pues se inicia con un algo y a partir de una etapa se enfoca en un mensaje identificado en ese algo, para luego seguir con el mensaje.
En el subproceso de algo (etapas 1-3) aparecen algunas entidades: Algo y sus componentes, el significado y el alfabeto. Éstas se vehiculan a través de varias acciones: Identificación, puesta de atención, reconocimiento y comparación.
La etapa 4 es un subproceso de identificación del mensaje en algo, que culmina el subproceso de algo y sienta las bases para el subproceso del mensaje.
El subproceso del mensaje (etapas 5-7) sólo contiene una entidad y las acciones que se realizan en torno a ésta son el recorrido, la comprensión y el uso.
Podemos notar que al inicio de los subprocesos de algo y de la etapa 4 hay una acción de identificación: En un caso se identifica algo con un significado potencial, y en el otro el mensaje que hay en ese algo. Los subprocesos de algo y del mensaje siguen caminos distintos, que en buena medida tienen que ver con factores físicos, educativos y culturales del lector, que es quien efectivamente realiza los tres subprocesos. Podemos llamar “traductor” a quien realiza los subprocesos de algo y de la etapa 4, hasta el punto de identificación del mensaje, pero que no sigue más allá. A quien sólo realiza el subproceso del mensaje podemos llamarle “exegeta”. Es común que se asuma que el lector sólo realiza el subproceso del exegeta. Podemos dar muchos nombres a quienes realizan sólo el subproceso de la etapa 4. Asimismo, hay muchos otros nombres que podemos asociar a quienes realizan algunas de las etapas indicadas.
Es de notar que el proceso de la lectura es cíclico, ya que puede reiniciarse en varias etapas con diversas combinaciones.
Una persona se hace lector a través de una inquietud que le ayuda a superar las barreras propias de la lectura y de su entorno, o bien las impuestas al leer, que son muchas ya que la lectura puede politizarse muy fácilmente, verse sujeta a prejuicios o prohibiciones, ser tergiversada con facilidad, o no tener una infraestructura mínima para ser viable.
De esta manera, el problema de leer no consiste en el bajo número de lectores que hay, o el paupérrimo número de libros que leen esos lectores, sino en comprender cómo es posible que leamos y cómo se inserta el proceso de la lectura en el orden social. O sea, es el problema de la relación individuo-sociedad, en tanto que la lectura, aunque se realice de forma colectiva, siempre será un acto íntimo que dejará una impronta en el lector. Pero no tiene que ser un acto solipsista ni egoísta, sino que el leer puede formar identidades, establecer relaciones, ser compartido de manera didáctica, o servir como basamento para promover cambios.
Cuando notamos que a los niños o a los jóvenes no les interesa leer, en vez de buscar las causas en la televisión o la Internet (vistas como barreras), podríamos tratar de comprender cómo ejecutan el subproceso de algo o el subproceso de la etapa 4, en vez de meramente centrarnos en partes del subproceso del mensaje. Además, deberíamos considerar las barreras indicadas y otras, así como los valores y las imposiciones asociados a la lectura, pues hay infinitas maneras de poner obstáculos a la disponibilidad, la visibilidad, el acceso y el uso de la lectura y sus objetos.
Con posterioridad seguiremos revisando este tema que plantea un asunto apremiante para la salvaguarda y el desarrollo de nuestra gente. Mientras, son bienvenidos los comentarios.